Napoleón en Valladolid, José en Madrid

Miéntras tanto tomó el mando de Galicia el mariscal Ney en lugar

de Soult, que moviéndose del lado izquierdo, segun hemos indicado, se

preparaba á internarse en Portugal. Ocuparon fuerzas francesas las prin-

cipales ciudades de Galicia, y tranquila ésta por entónces, puso tambien

su atencion del lado de Astúrias, cuyo territorio afortunadamente habia

quedado libre en medio de tan general desdicha. Más adelante habla-

rémos de lo que ocurrió en aquella provincia. Ínstanos ahora volver la

vista á Napoleon, á quien dejamos en Astorga.

Napoleón en Astorga

Descansó allí dos dias, hospedándose en casa del Obispo, á quien

trató sin miramiento. Y desasosegado con noticias que habia recibido de

Austria, no creyendo ya necesario prolongar su estancia, vista la priesa

con que los ingleses se retiraban, volvió atras y se dirigió á Valladolid,

en cuya ciudad entró en la tarde del 6 de Enero.

Napoleón en Valladolid

Alojóse en el palacio real, y al instante mandó venir á su presencia

al Ayuntamiento, á los prelados de los conventos, al Cabildo eclesiásti-

co y á las demas autoridades. Queria imponer ejemplar castigo por las

muertes de algunos franceses asesinados, y sobre todo por la de dos, cu-

yos cadáveres fueron descubiertos en un pozo del convento de San Pa-

blo, de dominicos. Iba al frente de los llamados el Ayuntamiento, corpo-

racion de repente formada en ausencia de los antiguos regidores, que los

más habian huido despues de la rota de Búrgos. Procurando dicho cuer-

po mantener órden en la ciudad, habia preservado de la muerte á va-

rios extraviados del ejército enemigo, y puéstolos con resguardo en el

monasterio de San Benito, motivo por el que ántes merecia atento tra-

to del extranjero que amargas reconvenciones. Sin embargo, el Empera-

dor frances recibióle con rostro entenebrecido y le habló en tono áspero

y descompuesto, echándole en cara los asesinatos cometidos. De los pre-

sentes se átemorizaron con sus amenazas áun los más serenos, y el que

servia de intérprete, no acertando á expresarse, impacientó á Napoleon,

que con enfado le mandó salir del aposento, llamando á otro que desem-

peñase mejor su oficio. No ménos alterado prosiguió en su discurso el al-

tivo conquistador, usando de palabras impropias de su dignidad, hasta

que al cabo despidió á las corporaciones españolas, repitiendo nuevas y

terribles amenazas.

Triste y pensativo volvia el Ayuntamiento á su morada, cuando algu-

nos de sus individuos, queriendo echar por un rodeo para evitar el en-

cuentro de tropas que obstruian el paso, un piquete frances de caba-

llería, que de léjos los observaba, intimóles que iban presos, y que así

fuesen por el camino más recto. Restituidos todos á las casas consisto-

riales, entró á poco por aquellas puertas un emisario del Emperador con

órden que éste le habia dado, teniendo el reloj en la mano, de que si pa-

ra las doce de la noche no se le pasaba la lista de los que habian asesi-

nado á los franceses, haria ahorcar de los balcones del Ayuntamiento á

cinco de sus individuos. Sin intimidarse con el injusto y bárbaro reque-

rimiento, reportados y con esfuerzo respondieron los regidores que ántes

perecerian siendo víctimas de su inocencia, que indicar á tientas y sin

conocimiento personas que no creyesen culpables.

A las nueve de la noche presentóse tambien, repitiendo á nombre del

Emperador la anterior amenaza, D. José de Hervás, el mismo que en el

Abril de 1808 habia acompañado á Madrid al general Savary, y quien,

como español, se hizo más fácilmente cargo de las razones que asis-

tian al Ayuntamiento. Sin embargo, manifestó á sus individuos que co-

rrian grave peligro, mostrándose Napoleon muy airado. No por eso de-

jaron aquéllos de permanecer firmes y resueltos á sufrir la pena que

arbitrariamente se les quisiera imponer. Sacóles luégo del ahogo, y por

fortuna para ellos, un tal Chamochin, de oficio procurador del número,

el cual, habiendo sido en tan tristes dias nombrado corregidor interino,

quiso congraciarse con el invasor de su patria, delatando como motor de

los asesinatos á un adobador de pieles, llamado Domingo, que vivia en

la plaza Mayor. Por desgracia de éste, encontráronse en su casa ropa y

otras prendas de franceses, ya porque en realidad fuera culpado, ó ya

más bien, segun se creyó, por haber dichos efectos llegado casualmente

á sus manos. Fué preso Domingo con dos de sus criados, y condenados

los tres á la pena de horca. Ajusticiaron á los últimos, perdonando Napo-

leon al primero, más digno de muerte que los otros, si habia delito. Lle-

gó el perdon estando Domingo al pié del patibulo: le obtuvo á ruego de

personas respetables, del mencionado Hervás, y sobre todo movidos va-

rios generales de las lágrimas y clamores de la esposa del sentenciado,

en extremo bella y de familia honrada de la ciudad. Tambien contribu-

yeron á ello los benidictinos, de quienes Napoleon hacia gran caso, re-

cordando la celebridad de los antiguos y doctos de la congregacion de

San Mauro de Francia. No así de los dominicos, cuyo convento de San

Pablo suprimió, en castigo de los franceses que en él se habian encon-

trado muertos.

Mas en tanto otros cuidados de mayor gravedad llamaban la atencion

de Napoleon. En su camino á Astorga habia recibido un correo con avi-

so de que el Austria se armaba. Novedad impensada, y de tal entidad,

que le impelia volver prontamente á Francia. Así lo decidió en su pen-

samiento; mas paróse en Valladolid diez dias, queriendo ántes asegurar-

se de que los ingleses proseguian en su retirada, y tambien tomar acerca

del gobierno de España una determinacion definitiva. Cierto de lo pri-

mero, apresuróse á concluir lo segundo. Para ello hizo venir á Vallado-

lid los diputados del Ayuntamiento de Madrid y de los tribunales, que le

fueron presentados el 16 de Enero. Traian consigo el expediente de las

firmas de los libros de asiento que se abrieron en la capital á fin de re-

conocer y jurar á José, condicion que para restablecer á éste en el trono

habia puesto Napoleon, pareciéndole fuerte ligadura lo que no era sino

forzada ceremonia. Recibió el Emperador frances con particular agasajo

á los diputados españoles, y les dijo que accediendo á sus súplicas, ve-

rificaria José dentro de pocos dias su entrada en Madrid.

Dudaron entónces algunos que Napoleon se hubiera resuelto á repo-

ner á su hermano en el sólio si no se hubiese visto amenazado de gue-

rra con Austria. En prueba de ello alegaban el haber sólo dejado á José,

despues de la toma de Madrid, el título de su lugarteniente, y tambien

el haber en todo obrado por sí y procedido como conquistador. No deja

de fortalecer dicho juicio la conversacion que el Emperador tuvo en Va-

lladolid con el ex-arzobispo de Malinas, M. de Pradt. Habia éste acom-

pañado desde Madrid á los diputados españoles; y Napoleon, ántes de

verlos, deseoso de saber lo que opinaban y lo que en la capital ocurria,

mandó á aquel prelado fuese á hablarle. Por largo espacio platicaron

ambos sobre la situacion de la Península, y entre otras cosas, dijo Napo-

leon: «No conocia yo á España: es un país más hermoso de lo que pen-

saba. Buen regalo he hecho á mi hermano pero los españoles harán con

sus locuras que su país vuelva á ser mio; en tal caso le dividiré en cinco

grandes vireinatos» . Continuó así discurriendo, é insistió con parti-

cularidad en lo útil que sería para Francia el agregar á su territorio el de

España; intento que sin duda estorbó por entónces el nublado que ama-

gaba del Norte, temeroso del cual, partió para París el 17 de Enero, de

noche y repentinamente, haciendo la travesía de Valladolid á Búrgos á

caballo y con pasmosa celeridad.

José en Madrid

En el intervalo que medió desde principios de Diciembre hasta úl-

timos de Enero, disgustado José con el título de lugarteniente, se alber-

gaba en el Pardo, no queriendo ir á Madrid hasta que pudiese entrar

como rey. Sin embargo, esperanzado en los primeros dias del año de vol-

ver á empuñar el cetro, pasó á Aranjuez y revistó allí el primer cuerpo,

mandado por el mariscal Victor, y con el cual, procedente de Toledo, se

pensaba atacar al ejército del centro, cuyas reliquias, rehechas algo en

Cuenca, se habian en parte aproximado al Tajo.

El inesperado movimiento de los españoles era hijo de falsas noti-

cias y del clamor de los pueblos, que expuestos al pillaje y extorsiones

del enemigo, acusaban á nuestros generales de mantenerse espectadores

tranquilos de los males que los agobiaban. Para acudir al remedio y aca-

llar la voz pública habia el Duque del Infantado, jefe de aquel ejército,

imaginado un plan tras otro, notándose en el concebir de ellos más bien

loable deseo que atinada combinacion.