coste de la guerra en Aragón y Valencia
Aquí los dejarémos por ahora á unos y á otros, queriendo echar una
ojeada sobre el estado de estas provincias recien evacuadas. En Aragon
habíase mantenido viva la llama del patriotismo, especialmente en ciertas
comarcas, bien que yaciesen los ánimos caidos y amortiguados por
el yugo que de continuo pesaba sobre ellos. Invariables los naturales en
sus pensamientos, ayudaban debajo de mano, si no podian de público,
la buena causa, y elevaban siempre al cielo fervorosas oraciones por el
triunfo de ella, despues de servirla á la manera que les era lícito; y en
Zaragoza no se limitaban á encerrar en sus pechos la tristeza y duelo, sino
que áun vestian luto en lo interior de las casas en los dias y anuales
de calamidades y desdichas públicas.
Hiciéronse allí sentir mucho las cargas y exacciones, sobre todo en
un principio, que fueron pesadas y sin cuento. Más llevaderas parecieron
al encargarse Suchet del mando, no porque se aminorasen en realidad,
sino por el órden y mayor justicia que adoptó aquel mariscal en el
repartimiento. Entraron en las arcas de los recibidores generales franceses
de Aragon, desde 1810 hasta la evacuacion en 1813, gruesas sumas,
no incluyéndose en ellas lo exigido en 1809, ni el valor de las raciones,
ni otras derramas de cuantía echadas por los jefes y por varios subalternos.
Y si á esto se agrega lo que por su lado cobraron los españoles, calcularse
ha fácilmente lo mucho que satisfizo Aragon, aprontando tres y
cuatro veces más de lo que acostumbraba en tiempos ordinarios, cuando
la riqueza y los productos, siendo muy superiores, favorecian tambien el
pago de los impuestos.
Lo mismo aconteció en Valencia, ascendiendo la suma de los gravámenes
á cantidades cuya realizacion hubiera ántes parecido del todo increible.
En 1812, primer año de la ocupacion francesa, impusieron los
invasores á aquel reino una contribucion extraordinaria de guerra de 200
millones de reales (12), cuya mitad ó más se cobró en dinero, y la otra en
granos, ganado, paños y otras materias necesarias al consumo del ejér-
cito enemigo. Al comenzar el segundo año, esto es, el de 1813, convocó
Suchet una junta compuesta de los principales empleados civiles y militares,
de individuos del comercio, y de un diputado por cada distrito de
recaudacion de los catorce en que habia dividido aquel reino. Debatióse
en ella el modo y forma de llenar las atenciones del ejército frances en
el año entrante, procurando fuesen puntualmente satisfechas aquéllas,
y distribuidas las cargas entre los pueblos con equidad. Fijóse la suma
en 70 millones de reales. Dificultoso es concebir cómo pudieron aprontarse;
explicándose sólo con la presencia de un conquistador inflexible
para recaudar los tributos, como pronto tambien á mantener igualdad y
justicia en el repartimiento y cobranza, no ménos que á reprimir los desmanes
de la tropa, conservando en las filas órden y disciplina muy rigurosa.
Objetos diversos que hizo resolucion de alcanzar en su gobierno el
mariscal Suchet, y que en cierta manera logró; mereciendo por lo mismo
su nombre loor muy cumplido. Así fué que Valencia formaba contraste
notable con lo demas del reino, en donde no se descubria ni tráfico
ni rastro alguno de bienestar ni de prosperidad; al paso que allí, seguros
los habitantes, aunque sobrecargados de impuestos, de que no se les
arrancaria violentamente ni por mero antojo el fruto de su sudor y afanes,
entregábanse tranquilamente al trabajo, y recogian de él abundante
esquilmo en provecho suyo y de los dominadores. Que en los pueblos de
la Europa moderna, reposo interior y disfrute pacifico y libre de la propiedad
é industria son ansiados bienes, y bienes más necesarios para la
vida y acrecentamiento de las naciones cultas que las mismas instituciones
políticas, que mal interpretadas son origen á veces ó pretexto de bullicios
y atropellamientos, ántes que prenda cierta de estabilidad, y que
supremo amparo y privilegiada caucion de cosas y personas.
Tampoco las bellas artes tuvieron que deplorar por acá las pérdidas
que en otros lugares; y si desaparecieron en Zaragoza algunos cuadros
de Claudio Coello, del Güercino y del Ticiano, no en Valencia, en donde
casi se conservaron intactos los que adornaban sus iglesias y conventos;
producciones célebres de pintores hijos de aquella provincia, como lo
son, entre otros, y descuellan, los Juanes, los Ribaltas y el Españoleto.