La Junta Central se retira a Andalucía
La retirada de la Junta central por Talavera y Trujillo
El viaje de ésta habia continuado sin otra interrupcion ni descan-
so que el preciso para el despacho de los negocios. En todos los pue-
blos por donde transitaba era atendida y acatada, contribuyendo mucho
á ello los respetables nombres de Floridablanca y Jovellanos, y la espe-
ranza de que la patria se salvaria salvándose la autoridad central. En
Talavera, en cuya villa la dejamos, celebró dos sesiones. Detúvose en
Trujillo cuatro dias, y recibiendo en esta ciudad pliegos del general Es-
calante, enviado al ejército inglés, en los que anunciaba la ineficacia de
sus oficios con el general sir Juan Moore para que obrase activamente en
Castilla; puesta la Junta de acuerdo con el ministro británico Mr. Frere,
nombraron, la primera á D. Francisco Javier Caro, individuo suyo, y el
segundo á sir Cárlos Stuart, á fin de que encarecidamente y de palabra
repitiesen las mismas instancias á dicho general; siendo esencial su mo-
vimiento y llamada para evitar la irrupcion de las Andalucías.
Se expidieron tambien en Trujillo premiosas órdenes para el arma-
mento y defensa á los generales y juntas, y se resolvió no ir á Badajoz, si-
no á Sevilla, como ciudad más populosa y centro de mayores recursos.
La Junta en Mérida; Cuesta al frente del ejército de Extremadura
Al pasar la Junta por Mérida, una diputacion de la de aquella ciu-
dad le pidió, en nombre del pueblo, que eligiese por capitan general de
la provincia y jefe de sus tropas á D. Gregorio de la Cuesta, que en cali-
dad de arrestado seguia á la Junta. No convino ésta en la peticion, dan-
do por disculpa que se necesitaba averiguar el dictámen de la suprema
de la provincia, congregada en Badajoz, la cual sostuvo á Galluzo, hasta
que tan atropellada y desordenadamente se replegó á Zalamea. Entón-
ces la voz pública, pidiendo por general á Cuesta, bienquisto en la pro-
vincia en donde ántes habia mandado, unióse á su clamor la junta pro-
vincial, y la Central, aunque con repugnancia, accedió al nombramiento.
Cuesta llamó de Zalamea las tropas y estableció su cuartel general en
Badajoz, en cuya plaza empezó á habilitar el ejército para resistir al ene-
migo y emprender despues nuevas operaciones.
Mas en esta providencia, oportuna, sin duda, y militar, no faltó quien
viese la enemistad del general Cuesta con la Junta Central, quedando
abierta la Andalucía á las incursiones del enemigo, y por tanto, Sevilla,
ciudad que habia el gobierno escogido para su asiento. Temerosa debió
de andar la misma Junta, ya de un ataque de los franceses, ó ya de los
manejos y siniestras miras de Cuesta; pues ántes de acabar Diciembre
nombró al brigadier don José Serrano Valdenebro para cubrir con cuan-
tas fuerzas pudiese los puntos de Santa Olalla y el Ronquillo, y las gar-
gantas occidentales de Sierra-Morena.
La Junta Central entra en Sevilla. Muerte de Floridablanca
La Junta Central entró en Sevilla el 17 de Diciembre. Grande fué la
alegría y júbilo con que fué recibida, y grandes las esperanzas que co-
menzaron á renacer. Abrió sus sesiones en el real Alcázar el dia 18, y
notóse luégo que mudaba algun tanto y mejoraba de rumbo. Los contra-
tiempos, la experiencia adquirida, los clamores y la muerte del Conde
de Floridablanca influyeron en ello extraordinariamente. Falleció dicho
Conde en el mismo Sevilla, el 30 de Diciembre, cargado de años y opri-
mido por padecimiento de espíritu y de cuerpo. Celebróse en memoria
un magnífico funeral, y se le dispensaron honores de infante de Casti-
lla. Fué nombrado en su lugar el vice-presidente de la Junta, Marqués
de Astorga, grande de España, y digno, por su conducta política, honra-
da índole y alta jerarquía, de recibir tan honorífica distincion.
El estado de las cosas era, sin embargo, crítico y penoso. De los ejér-
citos no quedaban sino tristes reliquias en Galicia, Leon y Astúrias, en
Cuenca, Badajoz y Sierra-Morena. Algunas otras se habian acogido á
Zaragoza, ya sitiada; y Cataluña, aunque presentase una diversion im-
portante, no bastaba por sí sola á impedir la completa ruina y destruc-
clon de las demas provincias y del Gobierno. Dudábase de la activa co-
operacion del ejército inglés, arrimado, sin menearse, contra Portugal y
Galicia, y sólo se vivia con la esperanza de que el anhelo por repelerle
del territorio peninsular empeñaria á Napoleon en su seguimiento, y de-
jaria en paz por algun tiempo el levante y mediodía de España, con cu-
yo respiro se podrian rehacer los ejércitos y levantar otros nuevos, no so-
lamente por medio de los recursos que estos países proporcionasen, sino
tambien con los que arribaron á sus costas de las ricas provincias situa-
das allende el mar.