Boda de Napoleón con la Archiduquesa de Austria
Nuevos desastres amagaban á España al comenzar el año de 1810.
Napoleon, de vuelta de la guerra de Austria, que para él tuvo tan feliz
remate, anunció al Senado francés «que se presentaria á la otra parte de
los Pirineos, y que el leopardo, aterrado, huiria hácia el mar, procuran-
do evitar su afrenta y su aniquilamiento.» No se cumplió este pronóstico
contra los ingleses, ni tampoco se verificó el indicado viaje, persuadido
quizá Napoleon de que la guerra peninsular, como guerra de nacion, no
se terminaria con una ni dos batallas; único caso en que hubiera podido
empeñar, con esperanza de gloria, su militar nombradía.
Ocupábanle tambien por entónces asuntos domésticos, que queria
acomodar á la razon de Estado; y la aficion que tenia á su esposa la em-
peratriz Josefina, y las buenas prendas que á ésta adornaban, cedieron
al deseo de tener heredero directo, y al concepto tal vez de que, enla-
zándose con alguna de las antiguas estirpes de Europa, afianzaria la de
los Napoleones, á cuyo trono faltaba la sólida base del tiempo. Resolvió,
pues, separarse de aquella su primera esposa, y á mediados de Diciem-
bre de 1809 publicó solemnemente su divorcio, dejando á Josefina el tí-
tulo y los honores de emperatriz coronada.
Pensó despues en escoger otra consorte, inclinándose al principio á
la familia de los czares, mas al fin trató con la córte de Austria, y se casó
en Marzo siguiente con la archiduquesa María Luisa, hija del emperador
José II; union que, si bien por de pronto pudo lisonjear á Napoleon, sir-
vióle de poco á la hora del infortunio.
Antes y en el tiempo en que mostró al Senado su propósito de cruzar
los Pirineos, dió cuenta el ministro de la Guerra de Francia del estado
de la fuerza que habia en España, manifestando que, para continuar las
operaciones militares, bastaba completar los cuerpos allí existentes con
30.000 hombres reunidos en Bayona. Pasaron, en efecto, éstos la fron-
tera, y con ellos y otros refuerzos que posteriormente llegaron, ascendió
dentro de la Península el número de franceses, en el año de 1810 en que
vamos, á unos 300.000 hombres de todas armas.
Llamaba singularmente la atencion del gabinete de las Tullerías el
destruir el ejército inglés, situado ya en Portugal á la derecha del Tajo.
Pero el gobierno de José preferia á todo invadir las Andalucías, esperan-
do así disolver la Junta Central, principal foco de la insurreccion espa-
ñola. Por tanto, puso su mayor ahinco en llevar á cabo esta su predilec-
ta empresa.