Estado de la política europea en 1813-14

Habia cesado algun tanto en el invierno de 1813 el ruido de las armas,

harto estrepitoso en el otoño y estío anteriores, así por el Norte como

por el Mediodía de la Europa; conviniendo á todos hacer pausa en los

combates, para cobrar aliento y emprender de nuevo otras campañas.

Vencido Napoleon en Rusia, y destrozadas sus huestes por el furor

de los hombres y la cruda inclemencia del cielo, hallábase de regreso en

París al terminar del año de 1812, y menester le era cierto respiro para

reponerse de sus descalabros, y allegar medios con que hacer frente,

no sólo ya á las numerosas tropas regladas y tribus bárbaras, que poco

há le habían acosado hasta el Berezina, sino tambien á casi todas las demás

potencias de Europa, que, segregándose de la alianza francesa, se

confederaban entre sí, queriendo vengar injurias pasadas, y asegurar su

independencia, tan en riesgo ántes y á la continua. El estado que todavía

tenían los asuntos políticos y militares obligaba á la Rusia á caminar

despacio, y á no internarse ligeramente en el riñon de Europa, esperando

se le uniesen los pueblos y gobiernos de Alemania, que unos y otros

procedian de conformidad en la ocasion actual. Verificólo en Febrero el

Rey de Prusia, meses despues el Emperador de Austria, agrupándose en

seguida al rededor de ambos monarcas, como más grandes y poderosos,

otros príncipes y estados inferiores en importancia. Así podia de firme

y confiadamente la Rusia continuar su marcha progresiva y triunfal, sin

temor de que la incomodasen por la espalda, é interrumpiesen sus comunicaciones

las fuerzas francesas, que ocupaban aún las respectivas

plazas que amparan los países y riberas del Vístula, Oder y Elba.

No menor necesidad teníamos en España de tomar descanso, porque

si bien se habia señalado la campaña última por sus agigantados pasos

hácia un feliz remate, preciso era, para empujar al enemigo más allá,

y áun arrojarle del otro lado del Pirineo, obrar al són de los intentos y

operaciones de las potencias beligerantes del Norte, y dar lugar á que

Wellington reparase las pérdidas que experimentó en su retirada, como

tambien á que los españoles uniformasen sus ejércitos, é introdujesen

en ellos mayor disciplina y órden.

Siguióse, pues, este plan, huyendo de empeñar acciones campales y

reñidas contiendas ántes de asomar el verano, y contentándose con lidiar

á veces en aquellas comarcas, en donde, mezclados y sin distincion,

dominaban todavía soldados amigos y enemigos. Por tanto, mantuviéronse

en lo general quietos durante el invierno los ejércitos aliados, no

separándose de sus respectivas provincias y estancias.

(...)

Dieron Abril y Mayo las primeras señales del asombroso estremecimiento

que iba de nuevo á conmover el mundo, y hacer más caediza la

suerte de cuerpos é individuos, de estados y coronas. Fué una de ellas la

salida de Napoleon de París en 15 de Abril para empezar la campaña en

Alemania; y fué otra el haber lord Wellington alzado sus cuarteles á mitad

de Mayo para abrir tambien la suya en Castilla y continuarla hasta

los Pirineos, y áun dentro de la Francia misma. En aquélla vióse todavía

equilibrado en un principio el poder del Emperador frances con el de los

soberanos del Norte, cautivadas algun tiempo las fantasías de la fortuna

por el coloso que la habia tenido como aprisionada y rendida no pocos

años; en la última salieron vencedores siempre en los más empeñados

reencuentros, rompiendo por cima de valladares y obstáculos, los intrépidos

aliados. Siendo sólo propio de esta Historia el detenernos á referir

lo tocante á los acontecimientos postreramente indicados, pasarémos á

verificarlo, prescindiendo, á lo ménos por ahora, de los lemas ocurridos

fuera del suelo peninsular.

(...)

Á pesar de vaivenes y desengaños de la suerte vária y áun adversa en

Cataluña, no se siguió á España grave perjuicio, así por los trofeos cogidos

en otros lugares, como tambien por los señalados acontecimientos

que á la propia sazon ocurrieron en Alemania.

Eclipsábase allí cada vez más la estrella, en otro tiempo tan resplandeciente

y clara, del emperador Napoleon; porque si bien brilló de nuevo

en los campos de Lutzen, Bautzen y Wurtchen, no fué sino momentáneo

su esplendor, y para ocultarse y desaparecer del todo sucesiva y

lamentablemente. Habíase firmado un armisticio el 4 de Junio en Plesswitz

entre las potencias beligerantes, estipulando ademas el Austria, en

Dresde, el 30 del propio mes, una convencion con la Francia, en la que

ofrecia su mediacion, y á cuyo efecto debia reunirse un congreso en Praga,

prolongándose hasta el 10 de Agosto el armisticio pactado. Dificultades

sin número se opusieron á la pacificacion general, nacidas ya de los

aliados, que mal contentadizós con los favores de la fortuna querian sacar

mayor provecho de sus anteriores lauros, ya de Napoleon, que avezado

á dominar siempre, y á dictar condiciones, no se avenía á recibirlas,

temiendo descender mal parado de la cumbre de su poderío y grandeza.

Por tanto, rompióse el armisticio, y uniéndose el Austria á la confederacion

europea, declaró la guerra á la Francia el 12 de Agosto de 1813, sin

que los vínculos de la sangre que enlazaban á las familias reinantes de

ambos estados bastasen á detener el movimiento bélico, ni á alterar las

frias resoluciones de la desapegada política. Las que tomó en este caso

el augusto suegro de Napoleon acabaron de inclinar la balanza de los sucesos

del lado de la liga europea. Ventura sobre todas ésta, que confortaba

los ánimos de los españoles, creciendo en ellos la esperanza de ver

concluida pronta y felizmente la lucha de la independencia, como afianzado

tambien el establecimiento de las nuevas reformas, á lo ménos de

aquellas que se conceptuasen más útiles y necesarias.

(...)

Al mismo compas y de tan buena medida para España íbanse arreglando

las cosas de Alemania y de todo el Septentrion. Allí, comenzadas

de nuevo las hostilidades, y unida el Austria á la coalicion europea,

segun dijimos, llovieron sobre la Francia infortunios y tremendas desdichas,

siendo para sus ejércitos de mortal ruina é indecible fracaso la derrota

que padecieron sus huestes en Leipsick durante los dias 16, 17, 18

y 19 de Octubre, de cuyas resultas casi solo Napoleon, y sin aliados, repasó

el Rin con los remanentes de sus destrozadas tropas, y regresó á

París el 8 de Noviembre, desgajándose así, y una á una ó muchas á la

vez, las ramas del excelso y robusto árbol de su poco ántes encumbrada

dominacion, cuyo tronco mismo iba luégo á sentir los pesados golpes de

dura, cortante y desapiadada hacha enemiga.