Resultas de la ocupación francesa de Andalucía

Respiraron así desahogadamente las Andalucías; y será bien que

ahora, ántes de apartar la vista de país tan deleitoso y bello, examinemos,

aunque rápidamente, la administracion francesa que rigió en ellas

durante la ocupacion, y refiramos algunos de los males y pérdidas que

allí se padecieron. Apareció en general desastrada y ruinosa dicha administracion.

Eran las contribuciones extraordinarias, como casi en todos

los países en que los enemigos dominaban, de dos especies: una que

se pagaba en frutos, aplicada á la manutencion de las tropas y á los hospitales;

otra en dinero, y conocida bajo el nombre de contribucion de

guerra. Fija ésta, variaba la primera segun el número de tropas estantes

ó transeuntes, y segun la probidad de los jefes ó su venal conducta.

Adolecian especialmente de este achaque algunos comisarios de guerra,

quienes con frecuencia recibian de los ayuntamientos gratificaciones

pecuniarias para que no hiciesen pedidos exhorbitantes de raciones,

ó para que las distribuyesen equitativamente conforme á lo que prevenian

los reglamentos militares.

Con dificultad se podrá computar lo que pagaron los pueblos de la

Andalucía á los franceses durante los dos y más años de su ocupacion.

No obstante, si nos atenemos á una liquidacion ejecutada por el comisario

regio de José, conde de Montarco, la cual no debiera ser exagerada

atendiendo á la situacion y destino del que la formó, aquellos pueblos

entregaron á la administracion militar francesa 600 millones de reales.

Suma enorme respecto de lo que ántes pagaban; siendo de advertir no se

incluyen en ella otras derramas impuestas al antojo de jefes y oficiales

sin gran cuenta ni razon, como tampoco auxilios en metálico que venian

de Francia destinados á su ejército.

Para dar una idea más cabal é individualizada de lo que estas provincias

debieron satisfacer, y para inferir de ahí lo grabadas que fueron

las demas de España, segun la duracion mayor ó menor de su ocupacion,

manifestarémos en este lugar lo que pagó la provincia de Jaen, de

la que hemos podido haber á las manos datos más puntuales y circunstanciados.

Echósele á esta provincia por contribucion de guerra la suma

de 1.800.000 reales mensuales, ó sean 21.600.000 reales al año. Y

pagó por este solo impuesto y por el de subsistencia, desde Febrero de

1810 hasta Diciembre de 1811, 60 millones de reales, cantidad que resulta

de las oficinas de cuenta y razon, y á la cual, si fuese dable, deberia

añadirse la de las exacciones de los comandantes de la provincia y

de su partido, y de los comisarios de guerra y otros jefes para su gasto

personal, de las que no daban recibos, considerándolas como cargas locales.

Lo molesto y ruinoso de semejantes disposiciones aparece claramente

comparando estos gravámenes con los que ántes de la guerra actual

pesaban sobre la misma provincia, y se reducian á unos 8.000.000

de reales en cada un año, á saber: mitad por rentas provinciales, y mitad

por ramos estancados. Así una comarca meramente agrícola, y cuya poblacion

no es excesiva, aprontó en ménos de dos años lo que ántes pagaba

casi en ocho.

Las cargas llegaron á ser más sensibles en 1811. Hasta entónces los

ayuntamientos buscaban recursos para los suministros en los granos del

diezmo, exigiéndolos de los cabildos eclesiásticos, ya como contribuyentes

en los repartimientos comunes, ya por via de anticipacion con calidad

de reintegro. Pero en aquel año dispuso el mariscal Soult que los

granos procedentes del diezmo se depositasen en almacenes de reserva

para el mantenimiento del ejército; órden que se miró como inhumana y

algo parecida á los edictos (6) sobre granos del pretor romano de Sicilia;

principalmente entónces, cuando el hambre producia los mayores estragos,

y cuando el precio del trigo se habia encarecido á punto de valer á

más de 400 reales la fanega.

Consecuencia necesaria tamaña escasez del agolpamiento de muchas

causas. Habia sido la cosecha casi ninguna; y despues de guerrear

y de los muchos recargos, teniendo por costumbre el ejército enemigo

embargar para acarreos y trasportes las caballerías de cualquiera clase

que fuesen, y robar sus soldados en las marchas las que por ventura quedaban

libres, vínose al caso de que desapareciese casi completamente

el tráfico interior, y de que las Andalucías, en el desconcierto de su administracion,

ofreciesen una imagen más espantosa que las de otras provincias

del reino.A tanta ruina y aniquilamiento juntóse el desconsuelo de ver despojados

los conventos y los templos de las galas y arreo que les daban las

producciones del arte, debidas al diestro y delicado pincel de los Murillos

y Zurbaranes. Sevilla, principal depósito de tan inestimables tesoros,

sintió más particularmente la solicita diligencia de la codiciosa

mano del conquistador, habiéndose reunido en el alcázar una comision

imperial con el objeto de recoger para el museo de París los mejores

cuadros que se hallasen en las iglesias y conventos suprimidos. Cúpoles

esta suerte á ocho lienzos históricos que habia pintado Murillo para

el hospital de la Caridad, alusivos á las obras de misericordia que en

aquel establecimiento se practican. Aconteció lo mismo al Santo Tomas

de Zurbarán, colocado en el colegio de religiosos dominicos, y al San

Bruno, del mismo autor, que pertenecia á la cartuja de las Cuevas de

Triana, con otros muchos y sobreexcelentes, cuya enumeracion no toca

á este lugar.

Al ver la abundancia de cuadros acopiados, y la riqueza que resultaba

de la escudriñadora tarea de la Comision, despertóse en el mariscal

Soult el deseo vehemente de adquirir algunos de los más afamados. Sobresalían

entre ellos dos de Bartolomé Murillo, á saber: el llamado de la

Vírgen del Reposo, y el que representaba el Nacimiento de la misma divina

Señora. Hallábase el último en el testero ó espaldas del altar mayor

de la catedral, adonde le habian trasladado á principios del corriente siglo

por insinuacion de D. Juan Cean, sacándole de un sitio en que carecía

de buena luz. Gozando ahora de ella, creció la celebridad del cuadro,

y áun la devocion de los fieles, excitada en gran manera por el interes

mismo del argumento, y por el gusto y primores que brillan en la ejecucion;

los cuales acreditan (7), segun la expresion de Palomino, «la eminencia

del pincel de tan superior artífice.»

Han creido algunos que el cabildo de Sevilla hiciera un presente con

aquel cuadro al mariscal Soult; mas se han equivocado, á no ser que diesen

ese nombre á un dón forzoso. Habian los capitulares ocultado dicho

cuadro, recelosos de que se lo arrebatasen; precaucion que fué en su daño,

porque sabedor el mariscal frances de lo sucedido, mandó reponerle

en su sitio, y en seguida dió á entender sin disfraz, por medio de su mayordomo,

al tesorero de la iglesia, D. Juan de Pradas, que le quería para

sí, con otros que especificó, y que si se los negaban, mandaria á buscar-

los. Conferenció el Cabildo, y resolvió dar de grado lo que de otro modo

hubiera tenido que entregar por fuerza.

Los cuadros que se llevó el mariscal Soult no han vuelto á España,

ni es probable vuelvan nunca. Se recobraron, en 1815, del museo de París,

varios de los que pertenecian á establecimientos públicos, entre los

cuales se contaron los de la Caridad, restituidos á aquella casa, excepto

el de Santa Isabel, que se ha conservado en la academia de San Fernando

de Madrid. Con eso los moradores de Sevilla han podido ufanos continuar

mostrando obras maestras de sus pintores, y no limitarse á enseñar

tan sólo, cual en otro tiempo los sicilianos, los lugares que aquéllas

ocupaban ántes de la irrupcion francesa.

Yendo, pues, de marcha á Murcia y Valencia el mariscal Soult, y unidas

con él las tropas del general Drouet, aproximándose al mismo punta

las mandadas por José en persona, y tratando unos y otros de incorporarse

al ejército de la corona de Aragon, que regia el mariscal Suchet, nos

parece, ántes de pasar adelante, ocasion oportuna ésta de referir lo que

ocurrió durante estos meses en aquellas provincias.