Se traslada a Cádiz la regencia

No, obstante hallábase ésta léjos de arraigarse. Los pueblos conti-

nuaban casi por todas partes haciendo guerra á muerte á los invasores, y

la isla gaditana, punto céntrico de la resistencia, no sólo mantenia la lla-

ma sagrada del patriotismo, sino que la fomentaba, procurando ademas

acrecer y mejorar en su recinto las fortificaciones.

De nada influyó para no llevar adelante semejante propósito la pér-

dida de Matagorda, acaecida el 22 de Abril. Situado aquel castillo no lé-

jos de la costa del caño del Trocadero, sostuviéronle con tenacidad los

ingleses, encargados de su defensa, y sólo le abandonaron ya convertido

en ruinas. Luégo mostró la experiencia lo poco que sus fuegos perjudi-

caban á las comunicaciones por agua, y sus proyectiles á la plaza.

El mismo dia de la evacuacion del mencionado fuerte fondeó en ba-

hía, viniendo del reino de Murcia, D. Joaquin Blake, nombrado por la

Regencia para suceder al de Alburquerque en el mando de la isla gadi-

tana, cuyas fuerzas, sin contar las de los aliados ni la milicia armada, as-

cendían de 17 á 18.000 hombres, engrosado el ejército con los dispersos

y reliquias que de la costa aportaban, y con nuevos alistados, que acu-

dian hasta de Galicia. A la llegada de Blake consideróse dicho ejérci-

to como parte integrante del denominado del centro, que se alojaba en

el reino de Murcia, repartiéndose entre ambos puntos las divisiones en

que se distribuia.

El Consejo de Regencia trasladóse el 29 de Mayo de la isla de Leon

á Cádiz, y escogió para su morada el vasto edificio de la Aduana. Se le

reunió por aquellos dias el Obispo de Orense, que no habia hasta el 26

arribado al puerto, retardado su viaje por la distancia, ocupaciones dio-

cesanas y malos tiempos.

En este mes, nada muy importante en lo militar avino en Cádiz, si-

no el haber varado en la costa de enfrente los pontones Castilla y Argon-

auta, llenos de prisioneros franceses. Aprovecháronse los que estaban á

bordo del primero de un furioso huracan que sopló en la noche del 15 al

16 para desamarrar el buque y dar á la costa; eran unos 700, los más ofi-

ciales. Imitáronlos el 26 los del Argonauta, 600 en número, sin que pu-

diesen estorbar su desembarco nuestras baterías y cañoneras.

Con este motivo han clamoreado muchos extranjeros, y lo que es más

raro, ingleses, contra el mal trato dado á los prisioneros, y sobre todo

contra la dureza de mantenerlos tanto tiempo en la estrechura de unos

pontones. Nos lastimamos del caso y reprobamos el hecho; pero ocupa-

das ó invadidas á cada paso las más de nuestras provincias, imposible

era para custodia de aquéllos buscar dentro de la península paraje se-

guro y acomodado. La Gran Bretaña, libre y poderosa, permitió tambien

que en sus pontones gimiesen largos años sus muchos prisioneros. Qui-

siéramos que nuestro gobierno no hubiese seguido tan deplorable ejem-

plo, dando así justa ocasion de censura á ciertos historiadores de aque-

lla nacion, tan prontos á tachar excesos de otros como lentos en advertir

los que se cometen en su mismo suelo.

El gobierno español, sin embargo, habia resuelto suavizar la suerte

de muchos de aquellos desgraciados, enviando á unos á las islas Cana-

rias y á otros á las Baleares. Dichosos los primeros, no cupo á los últimos

igual ventura. Alborotados contra ellos los habitantes de Mallorca y Me-

norca á causa de la relacion que de las demasías del ejército frances les

venían de la península, necesario fué conducirlos á la isla de Cabrera,

siendo al embarco maltratados muchos, y áun algunos muertos. Aquella

isla, al sur de Mallorca, si bien de sano temple y no escasa de manan-

tiales, estaba sólo poblada de árboles bravíos, sin otro albergue más que

el de un castillo. Suministráronse tiendas á los prisioneros, pero no las

bastantes para su abrigo, como tampoco instrumentos con que pudiesen

suplir la falta de casas, fabricando chozas. Unos 7.000 de ellos la ocu-

paron, y llegó á colmo su miseria, careciendo á veces hasta del preciso

sustento, ora por temporales, que impedian ó retardaban los envíos, ora

tambien por flojedad y descuido de las autoridades. Feo borron, que no

se limpia con haber en ello puesto al fin las Córtes conveniente remedio,

ni ménos con el bárbaro é inhumano trato que al mismo tiempo daba el

gobierno frances á muchos jefes é ilustres españoles, sumidos en duras

prisiones y castillos, pues nunca la crueldad ajena disculpó la propia.