Situación política a finales del verano de 1809
Hasta aquí los sucesos parciales ocurridos este año en las provincias.
Necesario ha sido dar una idea de ellos, aunque rápida, pues si bien se
obedecia en todo el reino al Gobierno supremo, la índole de la guerra, y
el modo como se empezó, inclinaba á las provincias, ó las obligaba á ve-
ces, á obrar solas ó con cierta independencia. Ocupémonos ahora en la
Junta Central y en los ejércitos y asuntos más generales.
Maquinaciones del Consejo
Vivos debates habian sobrevenido en aquella corporacion al con-
cluirse el mes de Agosto y comenzar Setiembre. Procedieron de divisio-
nes internas, y de la voz pública, que le achacaba el malogramiento de
la campaña de Talavera. Hervian, con especialidad en Sevilla, los ma-
nejos y las maquinaciones. Ya desde ántes, como dijimos, y sordamente
trabajaban contra el Gobierno varios particulares resentidos, entre ellos
ciertos de la clase elevada. Cobraron ahora aliento por el arrimo que les
ofrecia el enojo de los ingleses y la autoridad del Consejo, reinstalado el
mes anterior. No ménos pensaban ya que en acudir á la fuerza, pero án-
tes creyeron prudente tentar las vias pacíficas y legales. Sirvióles de pri-
mer instrumento D. Francisco de Palafox, individuo de la misma Junta,
quien el 21 de Agosto leyó en su seno un papel, en el que, doliéndose de
los males públicos y pintándolos con negras tintas, proponia como reme-
dio la reconcentracion del poder en un solo regente, cuya eleccion indi-
caba podria recaer en el Cardenal de Borbon. Encontró Palafox en sus
compañeros oposicion, presentándole algunas objeciones bastante fuer-
tes, las que no pudiendo de pronto responder, como hombre de limitado
seso, dejó su réplica para la siguiente sesion, en que leyó otro papel ex-
plicativo del primero.
Aquel dia, que era el 22, vino en apoyo suyo, con aire de concier-
to, una consulta del Consejo. Este cuerpo, que en vez de mostrarse re-
conocido, teníase por agraviado de su restablecimiento, como hecho, se-
gun pensaba, en menoscabo de sus privilegios, andaba solícito buscando
ocasion de arrancar la potestad suprema de las manos de la Central, y
colocarla, ó en las suyas, ó en otras qne estuviesen á su devocion. Figu-
róse haber llegado ya el plazo tan deseado, y perjudicó con ciega pre-
cipitacion á su propia causa. En la consulta no se ciñó á examinar la
conducta de la Junta Central, y á hacer resaltar los inconvenientes que
nacian de que corporacion tan numerosa tuviese á su cargo la parte eje-
cutiva, sino que tambien atacó su legitimidad y la de las juntas provin-
ciales, pidiendo la abolicion de éstas, el restablecimiento del órden an-
tiguo y el nombramiento de una regencia, conforme á lo dispuesto en
la ley de Partida. ¡Contradiccion singular! El Consejo, que consideraba
usurpada la autoridad de las juntas, y por consiguiente la de la Central,
emanacion de ellas, exigia de este mismo cuerpo actos para cuya deci-
sion y cumplimiento era la legitimidad tan necesaria.
Pero, prescindiendo de semejante modo de raciocinar, harto comun
en asuntos de propio interes, hubo gran desacuerdo en el Consejo en
proceder así, enajenándose voluntades que le hubieran sido propicias.
Descontentaban á muchos las providencias de la Central; parecíales
monstruoso su gobierno; mas no querian que se atacase su legitimidad,
derivada de la insurreccion. Tocó en desvarío querer el Consejo tachar
del mismo defecto á las juntas provinciales, por cuya abolicion clamaba.
Estas corporaciones tenian influjo en sus respectivos distritos. Atacarlas
era provocar su enemistad, resucitar la memoria de lo ocurrido al prin-
cipio de la insurreccion, en 1808, y privarse de un apoyo tanto más se-
guro, cuanto entónces se habian suscitado nuevas y vivas contestaciones
entre la Central y algunas de las mismas juntas.
Insuborddinación de algunas juntas provinciales . Se manda prender al conde de Montijo
La provincial de Sevilla nunca olvidaba sus primeros celos y riva-
lidades, y la de Extremadura, ántes más quieta, movióse al ver que su
territorio quedaba descubierto con la ida de los ingleses, de cuya retira-
da echaba la culpa á la Central. Así fué que, sin contar con el Gobier-
no supremo, por sí dió pasos para que lord Wellington mudase de re-
solucion, y diólos por el conducto del Conde de Montijo, que, en sus
persecuciones y vagancia, habia de Sanlúcar pasado á Badajoz. Des-
aprobó altamente la Junta Central la conducta de la de Extremadura,
como ajena de un cuerpo subalterno y dependiente, é irritóla que fue-
ra medianero en la negociacion un hombre á quien miraba al soslayo,
por lo cual apercibiéndola severamente, mandó prender al del Monti-
jo, que se salvó en Portugal. Ofendida la junta de Extremadura de la re-
prension que se le daba, replicó con sobrada descompostura, hija quizá
de momentáneo acaloramiento, sin que por esto fuesen más allá, afortu-
nadamente, tales contestaciones. Las que habian nacido en Valencia al
instalarse la Central, se aumentaron con el poco tino que tuvo en su co-
mision á aquel reino el Baron de Sabasona, y nunca cesaron, resistien-
do la junta provincial el cumplimiento de algunas órdenes superiores, á
veces desacertadas, como lo fué la provision, en tiempos de tanto apuro,
de las canongías, beneficios eclesiásticos y encomiendas vacantes, cuyo
producto juiciosamente habia destinado dicha junta á los hospitales mi-
litares. Encontradas aquí ambas autoridades, á cada paso se enredaban
en disputas, inclinándose la razon, ya de un lado, ya de otro.
Dolorosas eran estas divisiones y querellas, y de mucho hubieran
servido al Consejo en sus fines, si acallando á lo ménos por el momen-
to su rencorosa ira contra las juntas, las hubiera acariciado, en lugar de
espantarlas con descubrir sus intentos. Enojáronse, pues, aquellas cor-
poraciones, y la de Valencia, aunque una de las más enemigas de la
Central, se presentó luégo en la lid á vindicar su propia injuria. En una
exposicion, fecha 25 de Setiembre, clamó contra el Consejo, recordó su
vacilante, si no criminal, conducta con Murat y José, y pidió que se le
circunscribiese á sólo sentenciar pleitos. Otro tanto hicieron, de un mo-
do más ó ménos explícito, várias de las otras juntas; añadiendo, sin em-
bargo, la misma de Valencia que convendria que la Central separase la
potestad legislativa de la ejecutiva, y que se depositase ésta en manos de
uno, tres ó cinco regentes.
Conspiración del Consejo para crear una Regencia
Antes que llegase esta exposicion, y atropellando por todo en Sevi-
lla los descontentos, pensaron recurrir á la fuerza, impacientes de que la
Central no se sometiese á las propuestas de Palafox, del Consejo y sus
parciales. Era su propósito disolver dicha junta, trasportar á Manila algu-
nos de sus individuos, y crear una regencia, reponiendo al Consejo Real
en la plenitud de su poder antiguo, y con los ensanches que él codiciaba.
Habíanse ganado ciertos regimientos, repartídose dinero, y prometien-
do tambien convocar Córtes, ya por ser la opinion general del reino, ya
igualmente para amortiguar el efecto que podria resultar de la intentada
violencia. Pero esta última resolucion no se hubiera realizado, á triunfar
los conspiradores como apetecian, pues el alma de ellos, el Consejo, te-
nía sobrado desvío por todo lo que sonaba á representacion nacional, pa-
ra no haber impedido el cumplimiento de semejante promesa.
El embajador Wellesley avisa a la junata Central de la conspiración
Ya en los primeros dias de Setiembre estaba próximo á realizarse
el plan, cuando el Duque del Infantado, queriendo escudar su persona
con la aquiescencia del Embajador de Inglaterra, confiósele amistosa-
mente. Asustado el Marqués de Wellesley de las resultas de una diso-
lucion repentina del Gobierno, y no teniendo, por otra parte, concepto
muy elevado de los conspiradores, procuró apartarlos de tal pensamien-
to, y sin comprometerlos, dió aviso á la Central del proyecto. Adverti-
da ésta á tiempo, é intimidados tambien algunos de los de la trama con
no verse apoyados por la Inglaterra, prevínose todo estallido, tomando
la Central medidas de precaucion, sin pasar á escudriñar quiénes fue-
sen los culpables.
Medidas de la junta
La Junta, no obstante, viendo cuán de cerca la atacaban; que la opi-
nion misma del Embajador de Inglaterra, si bien opuesto á violencias,
era la de reconcentrar la potestad ejecutiva, y que hasta las autorida-
des que le habian dado el sér eran las más de idéntico ó parecido sen-
tir, resolvió ocuparse seriamente en la materia. Algunos de sus indivi-
duos pensaban ser conveniente la remocion de todos los centrales ó de
una parte de ellos, acallando así á los que tachaban su conducta de am-
biciosa. Suscitó tal medida el bailío D. Antonio Valdés, la cual contados
de sus compañeros sostuvieron, desechándola los más. Tres dictámenes
prevalecian en la Junta: el de los que juzgaban ocioso hacer una mudan-
za cualquiera, debiendo convocarse luégo las Cortes; el de los que de-
seaban una regencia escogida fuera del seno de la Central, y en fin, el
de los que, repugnando la regencia, querian, sin embargo, que se pusie-
se el gobierno ó potestad ejecutiva en manos de un corto número de in-
dividuos, sacados de los mismos centrales. Entre los que opinaban por
lo segundo se contaba Jovellanos; pero tan respetable varon, luégo que
percibió ser la regencia objeto descubierto de ambicion, que amenazaba
á la patria con peligrosas ocurrencias, mudó de parecer y se unió á los
del último dictámen.
Al frente de éste se hallaba Calvo, que acababa de volver de Extre-
madura, y quien, con su áspera y enérgica condicion, no poco contribu-
yó á parar los golpes de los que dentro de la misma Junta sólo hablaban
de regencia para destruir la Central é impedir la convocacion de Cortes.
Trajo hácia sí á Jovellanos y sus amigos, los que concordes consiguieron,
despues de acaloradas discusiones, que se aprobasen el 19 de Setiem-
bre dos notables acuerdos: 1º La formacion de una comision ejecutiva,
encargada del despacho de lo relativo á gobierno, reservando á la Junta
los negocios que requiriesen plena deliberacion. Y 2.º Fijar para 10 de
Marzo de 1810 la apertura de las Córtes extraordinarias.
Antes de publicarse dichos acuerdos, nombróse una comision para
formar el reglamento ó plan que debia observar la ejecutiva, y como re-
cayese el encargo en D. Gaspar de Jovellanos, bailío D. Antonio Valdés,
Marqués de Campo-Sagrado, D. Francisco Castanedo y Conde de Jimon-
de, amigos los más del primero, creyóse que á la presentacion de su tra-
bajo, serian los mismos escogidos para componer la comision ejecutiva.
Pero se equivocaron los que tal creyeron. En el intermedio que hubo en-
tre formar el reglamento y presentarle, los aficionados al mando y los no
adictos á Jovellanos y sus opiniones se movieron, y bajo un pretexto ú
otro, alcanzaron que la mayoría de la Junta desechase el reglamento que
la comision habia preparado. Escogióse entónces otra nueva para que le
enmendase, con objeto de renovar, si ser pudiese, la cuestion de regen-
cia, ó si no, de meter en la comision ejecutiva las personas que con más
empeño sostenian dicho dictámen. Vióse á las claras ser aquélla la in-
tencion oculta de ciertas personas por lo que de nuevo sucedió con D.
Francisco de Palafox. Este vocal, juguete de embrolladores, resucitó la
olvidada controversia cuando se discutia en la Junta el plan de la comi-
sion ejecutiva. Los instigadores le habian dictado un papel, que al leer-
le produjo tal disgusto, que arredrado el mismo Palafox, se allanó á can-
celar en el acto mismo las cláusulas más disonantes.
Llega el marqués de la Romana. Se forma una Comisión Ejecutiva (14 de octubre)
Viendo la faccion cuán mal habia correspondido á su confianza el en-
cargado de ejecutar sus planes, trató de poner en juego al Marqués de
la Romana, recien llegado del ejército, y cuya persona, más respetada,
gozaba todavía entre muchos de superior concepto. Habia sido el Mar-
qués nombrado individuo de la comision sustituida para corregir el plan
presentado por la primera, y en su virtud, asistió á sus sesiones, discutió
los artículos, enmendó algunos, y por último, firmó el plan acordado, si
bien reservándose exponer en la Junta su dictámen particular. Parecia,
no obstante, que se limitaria éste á ofrecer algunas observaciones sobre
ciertos puntos, habiendo, en lo general, merecido su aprobacion la tota-
lidad del plan. Mas ¡cuál fué la admiracion de sus compañeros al oir al
Marqués, en la sesion del 14 de Octubre, renovar la cuestion de regen-
cia por medio de un papel, escrito en términos descompuestos, y en el
que, haciendo de sí propio pomposas alabanzas, expresaba la necesidad
de desterrar hasta la memoria de un gobierno tan notoriamente pernicioso
como lo era el de la Central! Y al mismo tiempo que tan mal trataba á és-
ta y que la calificaba de ilegítima, dábale la facultad de nombrar regen-
cia y de escoger una diputacion permanente, compuesta de cinco indivi-
duos y un procurador, que hiciese las veces de Córtes, cuya convocacion
dejaba para tiempos indeterminados. A tales absurdos arrastraba la oje-
riza de los que habian apuntado el papel al Marqués, y la propia irre-
flexion de este hombre, tan pronto indolente, tan pronto atropellado.
A pesar de crítica tan amarga, y de las perjudiciales consecuencias
que podria traer un escrito como aquél, difundido luégo por todas partes,
no sólo dejó la Junta de reprender á Romana, sino que tambien, ya que
no adoptó sus proposiciones, fué el primero que escogió para componer
la comision ejecutiva. No faltó quien atribuyese semejante eleccion á
diestro artificio de la Central, ora para enredarle en un compromiso, por
haber dicho en su papel que á no aprobarse su dictámen renunciaría á
su puesto, ora tambien para que experimentase por sí mismo la diferen-
cia que media entre quejarse de los males públicos y remediarlos.
Sea de ello lo que fuere, lo cierto es que el Marqués admitió el nom-
bramiento, y que sin detencion se eligieron sus otros compañeros. La
comision ejecutiva, conforme á lo acordado, debia constar de seis indi-
viduos y del Presidente de la Central, renovándose á la suerte parte de
ellos cada dos meses. Los nombrados, ademas de la Romana, fueron D.
Rodrigo Riquelme, D. Francisco Caro, D. Sebastian de Jócano, D. José
García de la Torre y el Marqués de Villel. En el curso de esta Historia ya
ha habido ocasion de indicar á qué partido se inclinaban estos vocales,
y si el lector no lo ha olvidado, recordará que se arrimaban al del anti-
guo órden de cosas, por lo cual hubieran muchos llevado á mal su elec-
cion, si no hubiese sido acompañada con el correctivo del llamamien-
to de Córtes.
Llamamiento a Cortes (decreto de 28 de octubre)
Anuncióse tal novedad en decreto de 28 de Octubre, publicado en 4
de Noviembre, especificándose en su contenido que aquéllas serian con-
vocadas en 10 de Enero de 1810, para empezar sus augustas funciones
en el 10 de Marzo siguiente. El deseo de contener las miras ambiciosas
de los que aspiraban á la autoridad suprema alentó á los centrales parti-
darios de la representacion nacional á que clamasen con mayor instan-
cia por la aceleracion de su llamamiento. Don Lorenzo Calvo de Rozas,
entro ellos uno de los más decididos y constantes, promovió la cuestion
por medio de proposiciones que formalizó en 14 y 29 de Setiembre, re-
novando la que hizo en Abril anterior, y que habia provocado el decreto
de 22 de Mayo. Suscitáronse disensiones y altercados en la Junta, mas
logróse la aprobacion del decreto ya insinuado, apretando á la comision
de Córtes para que concluyese los trabajos previos que le estaban enco-
mendados, y que particularmente se dirigian al modo de elegir y consti-
tuir aquel cuerpo. Esta comision desempeñó ahora con ménos embara-
zo su encargo, por haber reemplazado á Riquelme y Caro, rémoras ántes
para todo lo bueno, los Sres. D. Martin de Garay y Conde de Ayamans,
dignos y celosos cooperadores.
Se instala la Comisión ejecutiva (10 de noviembre)
La ejecutiva se instaló el 10 de Noviembre, no entendiendo ya la
Junta plena en ninguna materia de gobierno, excepto en el nombramien-
to de algunos altos empleos, que se reservó. Siguiéronse, no obstante,
tratando en las sesiones de la Junta los asuntos generales, los concer-
nientes á contribuciones y arbitrios, y las materias legislativas. Conti-
nuó así hasta su disolucion, dividido este cuerpo en dichas dos porcio-
nes, ejerciendo cada una sus facultades respectivas.
En tanto el horizonte político de Europa se encapotaba cada vez más.
Expediciones británicas a Napoles y a la isla de Walcheren
Estimulada la Gran Bretaña con la guerra de Austria, no se habia ce-
ñido á aumentar en la Península sus fuerzas, sino que tambien preparó
otras dos expediciones á puntos opuestos, una á las órdenes de sir Juan
Stuard, contra Nápoles, y otra al Escalda é isla de Walkeren, mandada
por lord Chatam. Malos consejos alejaron la primera de estas expedicio-
nes de la costa oriental de España, adonde se habia pensado enviarla,
y se empleó en objeto infructuoso, como lo fué la invasion del territorio
napolitano. La segunda, formidable y una de las mayores que jamas sa-
liera de los puertos ingleses, se componia de 40.000 hombres de desem-
barco, tropas escogidas, ascendiendo en todo la fuerza de tierra y mar á
80.000 combatientes. Proponíase con ella el gobierno británico destruir,
ante todo, el gran arsenal que en Ambéres habia Napoleon construido.
Lástima fué que en este caso no hubiese aquel gabinete escuchado á sus
aliados. El Emperador de Austria opinaba por el desembarco en el nor-
te de Alemania, en donde el ejemplo de Schill, caudillo tan bravo y au-
daz, hubiera sido imitado por otros muchos al ver la ayuda que presta-
ban los ingleses. La Junta Central instó por que la expedicion llevase el
rumbo hácia las costas cantábricas y se diese la mano con la de Welles-
ley; y cierto que si las tropas de Stuart y Chatam hubiesen tomado tierra
en la Península ó en el norte de Alemania en el tiempo en que áun du-
raba la guerra en Austria, quizá no hubiera ésta tenido un fin tan pron-
to y aciago. Prescindiendo de todo el gobierno inglés, sacrificó grandes
ventajas á la que presumia inmediata de la destruccion del arsenal de
Ambéres, ventaja mezquina, aunque la hubiera conseguido, en compa-
racion de las otras.
Es ajeno de nuestro propósito entrar en la historia de aquellas expe-
diciones, y así, sólo dirémos que, al paso que la de Stuard no tuvo resul-
tado, pereció la de Chatam miserablemente sin gloria y á impulsos de las
enfermedades que causó en el ejército inglés la tierra pantanosa de la is-
la de Walkeren, á la entrada del Escalda. Tampoco se encontraron con
habitantes que les fueran afectos, de donde pudieron aprender cuán di-
verso era, á pesar del valor de sus tropas, tener que lidiar en tierra ene-
miga ó en medio de pueblos que, como los de la Península, se mantenian
fieles y constantes.
Colmó tantas desgracias la paz de Austria, en favor de cuya potencia
habia cedido la Junta Central una porcion de plata en barras que ve-
nian de Inglaterra para socorro de España, y ademas permitió, sin repa-
rar en los perjuicios que se seguirian á nuestro comercio, que el mismo
gobierno británico negociase, con igual objeto, en nuestros puertos de
América tres millones de pesos fuertes: sacrificios inútiles. Desde el ar-
misticio de Znaim pudo ya temerse cercana la paz. El gabinete de Aus-
tria, viendo su capital invadida, incierto de la política de la Rusia, y no
queriendo buscar apoyo en sus propios pueblos, de cuyo espíritu comen-
zaba á estar receloso, decidióse á terminar una lucha que, prolongada,
todavía hubiera podido convertirse para Napoleon en terrible y funesta,
manifestándose ya en la poblacion de los estados austriacos síntomas de
una guerra nacional. Y ¡cosa extraña! un mismo temor, aunque por mo-
tivos opuestos, aceleró entre ambas partes beligerantes la conclusion de
la paz. Firmóse ésta en Viena, el 15 de Octubre. El Austria, ademas de
la pérdida de territorios importantes y de otras concesiones, se obligó,
por el artículo 15 del tratado, á «reconocer todas las mutaciones hechas,
ó que pudieran hacerse, en España, en Portugal y en Italia.»
La Junta Central, á vista de tamaña mengua, publicó un manifies-
to, en que, procurando desimpresionar á los españoles del mal efecto
que produciria la noticia de la paz, con profusion derramó amargas que-
jas sobre la conducta del gabinete austriaco, lenguaje que á éste ofen-
dió en extremo.
Disculpable era, hasta cierto punto, el gobierno español, hallándose
de nuevo reducido á no vislumbrar otro campo de lides sino el peninsu-
lar; mas semejante estado de cosas, y las propias desgracias, hubieran
debido hacerle más cauto y no comprometer en batallas generales y de-
cisivas su suerte y la de la nacion. El deseo de entrar en Madrid, y las
ventajas adquiridas en Castilla la Vieja, pesaban más en la balanza de la
Junta Central que maduros consejos.