“Ni qué ocho cuartos” fue el comentario de un aspirante a tirano. Título que se diferencia claramente de estadista en muchos aspectos significativos. Un estadista es una persona ilustrada que conoce la historia universal y la geografía mundial. Que es capaz de distinguir una democracia vigorosa y organizada del remedo vulgar donde chapotean los tiranos. Un estadista es un auténtico hombre de paz, que rechaza categóricamente todos los intentos por dominar con la fuerza a sus ciudadanos u otras naciones. Un estadista sabe distinguir entre pantomima de paz y paz real. El tirano vomita una verborrea pacifista mientras manda a asesinar, a quemar, a destruir y se abraza fraternalmente con todos los de su misma calaña.
Un estadista es capaz de calificar la invasión de Ucrania como un acto criminal, abusivo, prepotente, que solo puede ser ordenado por un psicópata a quien lo tiene sin cuidado las miles de muertes que genera en hombres, mujeres y niños, por el solo hecho de no ser sus obcecados súbditos, o las de los jóvenes de su nación, a quienes disfraza de camuflaje para mandarlos a matar y hacerse matar.
Un tirano se regodea con las canalladas del tovarisch porque demuestran cómo la voluntad de los déspotas se impone.
Un estadista trabaja incansablemente para mejorar las condiciones de los habitantes de su país, oyendo y sopesando las diversas opiniones y tratando de sacar la síntesis que parezca más acertada. Un tirano obedece solo a su genial e iluminado instinto, y la única medida que le vale es su gloria personal y el peso de las arcas de su leal camarilla.
Un estadista sabe que un país sale adelante contagiando la voluntad colectiva hacia un propósito común y superior. Un tirano cree que por tener suficientes tanques, puede adueñarse de un país para imponer su voluntad. Putin, un tirano, podrá aplastar a Ucrania con la bota militar, pero no la va a dominar, porque los Ucranianos han demostrado un temple, que es ejemplo para todo el mundo. Están dando lecciones de valentía que inspiran a los europeos, quienes tanto sufrieron con los líderes pusilánimes que no fueron capaces de llamar a Hitler por su nombre.
Un estadista entiende que el resultado de la guerra desatada por el gélido narciso es crucial para el mundo porque todos sufriremos las consecuencias del triunfo de los matones.
Igual que el despistado aprendiz de tirano, muchos Colombianos han caído en la superficialidad de asumir que Ucrania nos importa dos rublos, o que Putin tiene “razones históricas”. Convertirse en caja de resonancia del maquiavelo ruso es ignorar que Kyiv fue metrópoli mucho antes que Moscú y que Ucrania tiene más de mil años de historia e identidad cultural. La única posición coherente que nos cabe a los distantes Colombianos, es ser solidarios con el sufrimiento del pueblo Ucraniano, que va a ser largo y doloroso. Que su sacrificio nos impulse a actuar rechazando la infame invasión ante todas las embajadas rusas del mundo reales y virtuales. Podemos tener la certeza de que aun si los rusos logran imponerse matando a la mitad de la población, la otra mitad seguirá erguida y rebelándose. Su determinación está probada y vale mucho más que ocho cuartos.
Es muy seguro que usted ha conocido a más de uno. Tiene un sentido desproporcionado de su importancia. El mundo vive pendiente de él y por tanto quienes lo rodean no pueden sino admirarlo. Exagera hasta la fantasía su dominio de poder, dinero, belleza y éxito, y se convierte en el “número 1”, “el mejor” de toda clasificación en que participa. Quienes lo rodean solo están para servirle y apoyarlo en sus grandes metas, y por tanto son sus inferiores y no merecen mayor atención o interés. Siempre tiene la razón y si algo sale mal es por haberse rodeado de ineptos o incapaces. Quien se atreva a criticarlo es un enemigo, y los valores se definen sólo por lo que le gusta o le conviene.Si no reconoce en esta descripción a algún familiar o alguien cercano, con toda seguridad lo encontrará en los periódicos actuales y de todas las épocas.
Porque el narcisismo suele ser la “virtud” que mejor adorna a los políticos, al punto de considerarse requisito esencial para ascender. Crear una corte de adulones, que vean en el gran orador, al dueño de toda la sabiduría, es clave para seducir incautos electores. Einstein sentó las bases para medir el tamaño del universo pero fue incapaz de establecer la magnitud de la estupidez, que llegó a calificar de infinita. Tal vez falló por no estudiar a los grandes narcisos de la historia y su capacidad para embaucar a los incautos. El mundo se asombró con la capacidad de Hitler. Logró integrar un amplio grupo de psicópatas amigos y colaboradores generando una de las más grandes tragedias colectivas de la historia. A pesar de esto, la tierra ha seguido siendo campo fértil para el surgimiento de narcisos convertidos en tiranos, que terminan dispensando atroz martirio a sus súbditos.
Desde Stalin, los Kim de Corea, pasando por Mao, Hussein, Idi Amin, Khadafi, Castro, Chaves, Ortega, Trump y Putin, todos han seguido el mismo guión: identificar frustraciones, alborotar odios y encontrar un culpable. El amado líder sale del pueblo, y es quien tiene la fórmula redentora. Es sencilla, fácil de entender y se empaca en una buena campaña llena de símbolos y abundantes mentiras. Se impulsa un escenario de violencia que desestabiliza y asusta. Se presenta al Mesías como el único capaz de controlar la situación, con lo que conquista el respaldo.
Una vez en el poder, aplasta a sus rivales, compra lealtades, instalando la cleptocracia de todos los fieles. Los cercanos que no aprenden rápido a arrodillarse, son humillados, exiliados o apresados. Una eficiente policía secreta, confirma la maldad del chivo expiatorio escogido, que se debe erradicar para lograr fines superiores.
La ley se vuelve un arma, con la que persigue a todo el que se opone, incluyendo los medios que se pliegan o desaparecen. Las instituciones se debilitan en la medida en que el poder se concentra. Crea un culto, inventa héroes, corrompe la ciencia, construye un legado, manipula visitantes, exporta su doctrina, se eterniza y crea una dinastía. Es el guión del Padre de todas las Rusias quien está logrando a bombazos que sus dominios estén llenos de hijos de Putin.
Las emocionadas juventudes que le apostaron a la nueva sociedad, lamentan sin cesar su ingenuidad.
No podía causarle extrañeza a nadie en este mundo que fuesen precisamente los Narcisos más patológicos quienes salieron a darse palmaditas con Putin. Es absolutamente inconcebible que a estas alturas del relativo orden mundial, pueda existir un personaje que decida, por las razones que sean, que es legítimo bombardear e invadir otro país. Supera los límites del asombro que salgan los chiflados del mundo a respaldarlo, pero hay que entender que su supervivencia depende de que se identifiquen y apoyen. Es el caso de Danielito y Madurote, en los que el disturbio mental lleva a niveles de lastima porque se combina con la ignorancia y la escasez de conexiones neuronales. Los dos son capaces de autocondecorarse como los adalides de la paz, mientras mandan a reprimir violentamente, asesinar y encarcelar a todo aquel que levante la voz para criticarlos, y salen a hacer una desvergonzada defensa de los bombardeos y matanzas del ejercito ruso.
La severidad del trastorno es evidente cuando supera incluso las diferencias ideológicas. De hecho, es posible afirmar que Narcisos extremos que nos ocupan, carecen de cualquier ideología. Lo único que los guía es su gloria personal. Por eso se terminan identificando con otros que parecen estar en orillas muy distintas del pensamiento, pero que comparten ese afán de importancia y grandeza personal. Combinada con la sociopatía, que ignora el respeto por la vida y reglas de convivencia. Asi, personajes como Trump o Bolsonaro se logran identificar con Kim en el autoritarismo y la agresión. El super-Ego de Donald lo llevó a enardecer una muchedumbre que pretendía linchar a los senadores que le iban a “robar” su permanencia en el poder. A pesar de que se impuso la coherencia y el respeto a la democracia, es capaz de alinearse con la muerte y la crueldad de el nuevo Zar
¿Cómo es posible que en una humanidad que reconoce como valores la verdad, la amabilidad, la compasión y la bondad, prosperen en forma tan silvestre estos siniestros personajes y nos terminen dominando? Lo explica muy bien Brian Klass en su libro “Corruptible”. Casi todos tienen habilidades maquiavélicas extraordinarias. Son capaces de crear una realidad alternativa en la que viven sus sufridos admiradores. Su discurso es encantador porque son magníficos actores y son capaces de asumir el papel que cada audiencia admira y tiene un efecto embriagante que altera la capacidad de raciocinio.
Pero cómo es posible que la historia se repita con tanta ignominia, y tanta gente caiga en la trampa? Klass lo rastrea al instinto de supervivencia que llevó al humano primitivo a admirar al “hombre fuerte” y someterse a sus designios, para obtener protección. De allí surge el concepto de Rey, cuyas cualidades deben ser heredables y en la medida en que las sociedades se hacen mas complejas, aparecen todas las jerarquias. Con la ilustración, y la racionalidad las monarquías perdieron sustento. Se produce o se fabrica un vacío de poder que es ocupado por el gran narciso, quien ha venido preparándose, rodeado por su corte de admiradores. Cuando evoluciona a tirano, tiene que buscar amigos que hayan implementado el mismo criminal “modus operandi”.