Mayo de 1945. Albert Stevens, un hombre recién diagnosticado con cáncer de estómago, que ingresa en el hospital de la Universidad de California. Pero además de su tratamiento, los médicos le inoculan en secreto una sustancia a la que llaman 49 o simplemente el producto. Unos nombres en clave que esconden un temible elemento radiactivo recién descubierto, el plutonio. Sin saberlo, Steven se acababa de convertir en uno de los 18 conejillos de indias involuntarios a los que el Proyecto Manhattan inyectó con plutonio. Y aunque nunca fue consciente de ello, batió uno de los récords más macabros de la historia. Recibió la dosis radioactiva más alta que se ha documentado en un ser humano y sobrevivió. Los experimentos médicos con plutonio de mitad del siglo XX son uno de los capítulos más siniestros de la historia de Estados Unidos, cosa que tiene mérito por qué no hay pocos. Pero ¿qué esperaban conseguir los médicos del Proyecto Manhattan inoculando a seres humanos con plutonio. ¿Y cómo pudo Albert Steven sobrevivir a una dosis radiactiva tan alta? Para responder a estas preguntas tenemos que averiguar cómo se fabrica una bomba atómica. Tenemos que hacer un repaso histórico y puramente educativo basado en la información de dominio público sobre el plutonio. Empecemos. Esto era Fatman, la bomba atómica que Estados Unidos lanzó sobre Nagasaki el 9 de agosto de 1945 y que reventó con la energía de 25.000 toneladas de TNT, dejando la ciudad en ruinas y acabando con la vida de casi 74.000 personas. Y todo este daño lo produjo la fisión de una carga explosiva de plutonio de sólo 6 kilos y 9 cm de diámetro. Es realmente escalofriante que una esfera de metal que cabe en la palma de la mano pueda causar tanta devastación. No es extraño que este increíble potencial destructivo fuese uno de los secretos mejor guardados durante la Segunda Guerra Mundial. En diciembre de 1940, mientras el fragor de la Segunda Guerra Mundial rugía en Europa, Glenn Seaborg y su equipo descubrieron el plutonio con el ciclotrón de la Universidad de California. Y aunque solo lograron producir unos pocos microgramos de este nuevo elemento radioactivo, eso les bastó para darse cuenta de que podía cambiar el curso de la guerra. En marzo de 1941, Seaborg y su equipo comprobaron que un isótopo del plutonio, el plutonio 239, era aún más fisible que el uranio 235, el principal candidato de la época para fabricar una bomba atómica. Ante la posibilidad de que otras potencias se hiciesen con esta información, el gobierno de Estados Unidos clasificó todo lo referente a la misión del plutonio y en 1942 lanzó el Proyecto Manhattan, una iniciativa cuyo objetivo era desarrollar la bomba atómica antes que nadie, pero enseguida se toparon con un obstáculo. El ciclotrón de la Universidad de California sólo podía sintetizar unos pocos microgramos de plutonio cada día y a este ritmo producir los 6 kilos que se necesitan para hacer una sola bomba atómica llevaría milenios. Los científicos del Proyecto Manhattan tenían que encontrar la manera de reducir ese tiempo a sólo unos meses. ¿Lo conseguirían? Spoiler. Sí. El plutonio de las primeras bombas atómicas empezó a sintetizar en 1944 en el Reactor B de la planta de Hamford. Un inmenso bloque de grafito en el que se introducían 20.000 cilindros de uranio metálico, cada uno de 4 cm de diámetro, 20 de longitud y casi 5 kilos. En cuanto al reactor se encendía, el uranio 235 de los cilindros se fisionaba y liberaba neutrones que convertían una pequeña parte de su uranio 238 en plutonio 239. Y tras entre 100 y 150 días de irradiación continua, en cada cilindro se formaba entre medio gramo y un gramo de este isótopo. En otras palabras, producir un solo kilo de plutonio requería casi 4 toneladas de uranio. Para extraer esta cantidad minúscula de plutonio, los cilindros se disolvían totalmente en grandes depósitos de ácido caliente y el plutonio se separaba de los demás elementos disueltos por precipitación. De esta manera, para febrero de 1945, la planta de Hamford estaba produciendo varios kilos de nitrato de plutonio cada mes que se enviaban en forma de una solución súper concentrada al laboratorio de los Álamos. La misión de los científicos de los Álamos era convertir el nitrato de plutonio en esferas de plutonio metálico, un proceso largo y complejo donde un simple descuido podía suponer una intoxicación mortal. Y no había pocos descuidos, precisamente algunos trabajadores inhalaron pequeñas gotas de soluciones de plutonio o el polvo radiactivo que se forma al trabajar en metálico. Otros tantos se cortaron con objetos contaminados y a otro les falló un dial de cloruro de plutonio mientras lo abría, salpicándole la cara y la boca con la solución radiactiva. Un incidente que durante varios días le dio el superpoder de hacer saltar los contadores Geiger soplando en su dirección. Estos accidentes preocupaban mucho al personal de los Álamos, porque aunque la toxicidad del plutonio aún se desconocía, en esa época se habían visto los efectos devastadores que tienen otros elementos radiactivos sobre la salud. Por tanto, para no quedarse sin trabajadores, los médicos del Proyecto Manhattan establecieron una carga corporal máxima de plutonio de solo 5 microgramos poco más que una mota de polvo, un límite provisional que extrapolaron a partir del radio. Si un empleado acumulaba más de 5 microgramos de plutonio en su organismo, se le retiraba de su puesto y se le sometía a una evaluación clínica y si no la pasaba, no se le permitía volver a trabajar con este elemento. Pero entonces surgió otro obstáculo. Medir cuanto plutonio tenía un empleado en su organismo de manera precisa no era nada fácil. Los médicos del Proyecto Manhattan tenían que averiguar con urgencia cuánto plutonio estaban absorbiendo los trabajadores del laboratorio.
Pero este elemento radiactivo no se lo puso fácil. El plutonio solo emite partículas alfa un tipo de radiación nuclear que no es capaz de atravesar el tejido vivo y que por tanto no es capaz del cuerpo como resultado los médicos de los Álamos no podían medir la carga corporal de plutonio de los trabajadores acercándoles un contador gayer y aunque también la intentaron estimar a partir de muestras nasales pronto vieron que no siempre reflejaban la cantidad real de contaminación que habían inhalado los empleados porque el plutonio a menudo llegaba a la nariz por otras eh vías solo había una forma fiable de cuantificar la carga corporal de plutonio del personal a través de la radiactividad de su orina y las decenas de trabajadores que dieron positivo al plutonio en orina eran conocidos en Los Álamos como el club yupio un juego de palabras que en inglés suena a orinas plutonio ahora bien detectar el plutonio en la orina no era suficiente para poder calcular la carga corporal de manera precisa los médicos del Proyecto Manhattan aún necesitaban un dato crucial el ritmo al que explotamos el plutonio y como los estudios con animales no eran concluyentes decidieron pasar directamente a la siguiente fase la experimentación con humanos entre 1945 y 1947 el Proyecto Manhattan inoculó a 18 personas con entorno a cinco microgramos de plutonio el límite provisional que no se esperaba que causase efectos negativos a corto plazo aun así los médicos temían que esta dosis pudiese provocar cáncer y patologías crónicas al cabo de años o décadas así que para minimizar el riesgo de estas secuelas decidieron experimentar únicamente con pacientes con enfermedades terminales graves que no se esperaba que viviesen tanto tiempo tras inocular a dos pacientes los médicos recogían muestras de tejidos y de toda su descreciones y las mandaban al laboratorio para medir como evolucionaba su contenido en plutonio con el tiempo y los análisis revelaron dos datos esclarecedores por un lado se observó que la mayor parte del plutonio inoculado quedaba retenido en el organismo concretamente en el hígado y en el hueso esponjoso donde está la médula ósea activa un tejido muy sensible a la radiación ante este hallazgo se decidió reducir la carga corporal máxima admisible de plutonio de 5 microgramos a solo uno pero además este ensayo también reveló como cambia con el tiempo el ritmo al que excretamos el plutonio lo que a su vez permitía calcular con precisión la carga corporal de plutonio a partir de la orina y eso significaba que el Proyecto Manhattan ya podía proteger a sus trabajadores de este peligroso elemento radiactivo pero a qué precio por desgracia tendría que pasar medio siglo para que la oscura realidad de los experimentos en humanos con plutonio saliese a la luz en 1994 el gobierno de Estados Unidos comenzó a desclasificar los archivos de todos los experimentos con radiaciones humanos y la periodista Eileen welson logró rastrear a los 18 pacientes inoculados con plutonio entre 1945 y 1947 y los testimonios de sus familiares y los documentos desclasificados recogidos en su libro de 1999 de plutonium files revelaron que el listón moral de los experimentadores estaba bastante bajo para empezar los pacientes no pudieron dar su consentimiento para formar parte del experimento porque a ninguno le explicaron que él estaban inyectando ni que riesgos suponía de hecho algunos directamente les engañaron diciéndoles que les estaban administrando un nuevo tratamiento experimental y eso no es todo algunos pacientes ni siquiera padecían enfermedades terminales como en Kate un tipo de 55 años que solo había sufrido varias fracturas tras un accidente de tráfico pero el caso más rocambolesco fue el de Albert Stevens un pintor de 58 años diagnosticado con cáncer de estómago y al que daban solo 6 meses de vida poco después de ingresar en el hospital de la Universidad de California en mayo de 1945 los médicos del Proyecto Manhattan le inyectaron una mezcla de plutonio 238 y 239 potencialmente cancerígenas pero enseguida se dieron cuenta de que la habían propiciado porque cuatro días después los cirujanos le extranjero parte del tumor a Stevens y descubrieron que era una masa benigna y aquí viene la parte más turbia los médicos nunca le comunicaron a Albert Stevens que jamás había tenido cáncer en su lugar le dijeron que había pasado por una operación muy inusual
y que tendrían que recoger muestras de sus heces y orina durante años y hacerle un seguimiento a largo plazo y aunque tras años de visitas médicas semanales gratuitas la familia de Stevens empezó a sospechar que le estaban usando como conejillo de India nadie les contó jamás la verdad Albert Stevens falleció de insuficiencia cardíaca 21 años después de la inyección de plutonio un hito sorprendente teniendo en cuenta que durante esas dos décadas el plutonio que se alojó en sus huesos y su hígado le expuso un total de 64 cybers mucho más que cualquier otro paciente del experimento y más de 10 veces la dosis radiactiva letal y el motivo por el que sobrevivió tanto tiempo es precisamente todo ese tiempo hubiese recibido los 64 ciber de golpes la radiación habría dañado tantas células a la vez y sus órganos habrían empezado a fallar y habría sucumbido al plutonio en cuestión de días o semanas pero como la dosis estuvo repartida a lo largo de 21 años sus células fueron capaces de reparar el daño ocasionado por la radiación a medida que iba ocurriendo de hecho al final ninguno de los 18 pacientes del Proyecto Manhattan falleció por causas atribuibles a las inyecciones de plutonio todo sucumbieron a las enfermedades que padecían o la edad avanzada y aunque eso significa que los médicos acertaron con las dosis de plutonio no justifica para nada que engañasen a 18 pacientes vulnerables y les sometiesen sin su consentimiento a un experimento radiológico que en ese momento no sabían cómo iba a salir la verdad es que es loable que los responsables del proyecto Manhattan estuviesen dispuestos a usar todos los medios necesarios para proteger a sus empleados del plutonio es una lástima que no mostrase en el mismo interés en las decenas de miles de vidas sobre las que lanzaron las bombas hasta la próxima