El pueblo hace su historia 

Calle Miranda en 1981

Antiguo Cine Bolívar en la calle Independencia. 

Cruz del Calvario al final de la calle Bolívar.

Tradiciones y costumbres de un pueblo fiestero

Upata por su lenta evolución urbana, sigue siendo hasta nuestro tan provinciana como su nombre. Pero mantuvo siempre especial fama por sus hermosas mujeres, por su espíritu festivo, por la amabilidad y cordialidad de su gente. Por su queso de mano o de cincho, por su yuca dulce de primera y sus casaberas, por sus aserraderos ubicados a la distancia de la carretera de Guasipati, por la madera "cartán", el pardillo y el mureillo, por lo mangales, pumalacas, mamonales, ciruelos de huesitos, aguacatales y jardines de las viejas casonas repletas de fragantes flores y plantas medicinales.

Hasta la década del 70 del siglo pasado mantuvo en mucho su rostro de localidad provinciana y semirural, de serenatas nocturnas en los ventanales y cuentos de aparecidos, "El Chivato", "La Llorona", la "Mujer sin cabeza", el "Carretero" y tantos otras historias, hoy pérdidas por la avasallante influencia de los medios de comunicación, la TV y la Radio, que han creado nuevos personajes y héroes inanimados, que proyectan e impone nuevos ídolos y gustos.

Tradiciones varias han marcado la historia de Upata, ciudad que posee en medio de su valle, la presencia ígnea y negruzca de la impresionante Piedra de Santa María, sitio de esparcimiento, visible como mole silenciosa y atalaya desde la calle Ayacucho, donde por tradición las chicas llevaban a los visitantes para bañarlos con aguas de manantiales o riachuelos cercanos, o pozas en invierno, para lograr que se casaran aquí y echaran raíces en este terruño.

La Upata de los abuelos también disfrutó de las vitrolas, los viejos radios, el cine sonoro de salas al aire libre o semitechadas, del Cine Sucre, el Bolívar, el Cine Principal y el Cine Canaima, todos ellos hoy desaparecidos. 

En aquellos tiempos las orquestas bailables, las parrandas, los boleristas y cantantes rancheros, marcaron la diversión desde el 1940 en adelante, cuando invadieron los espacios y modificaron la cultura del pueblo, que anteriormente se limitaba a la danza, a los valses, a la música llanera de cuatro, arpa y maraca, y los compositores populares, que le cantaban por igual a Upata, a sus mujeres y al amor.

En el siglo XX se consolidó la tradición de Cruz de Mayo, en el El Corozo, con el ascenso en procesión hasta ese pequeño cerro, o en El Calvario de la calle Bolívar, donde la familia Aro, Manríquez, entre otras mantienen la tradición de la fiesta en honor a la cruz, con caratillo, chicha de arroz y carato de mango. En esos tiempos también Upata se hace famosa por el agua de babandí, una raíz que crece y se multiplica por la zona de Cupapuicito, la cual posee según pregonan visitantes y nativos excelentes propiedades afrodisíacas.

Se convierte en tradición y evento permanente los toros coleados, una práctica muy popular, en virtud de la vocación pecuaria de la zona. Infaltable los carnavales y sus disfraces. Los templetes y la venta de cerveza en la propia Plaza Bolívar, las fiestas y bailes con las orquestas y grupos de Caracas en La Licetti, en el Tropical.

A finales del 60 se consolidan negocios de fama como El Bar Capulina, frente a la Plaza Bolívar, el Sabatino, en la calle Miranda, sitio de reunión familiar, para la degustación de helados de barquilla y comida rápida. Al final de la calle Independencia, que se extendía por lo que es hoy la Av Raúl Leoni, nace El Manguito. La CVP, hoy PDV, es un punto de reunión de amanecidos y familias. A su lado se levantó La Pajarera, otra fuente de soda famosa. Para los amanecidos y la compra de rigor de las empanadas y pastelitos mañaneros y de los productos agrícolas y las carnes es construido el Mercado Municipal Principal de Upata.

En el 70 la parranda se traslada a la Cueva del Oso, en la calle Bolívar. En los 80 domina como centro de baile Los Compadres de Polaco y Carmelo y aparecen en la palestra los promotores de espectáculos Rodríguez y Páez. En esta década conocidos empresarios de origen europeo fundan el Club Italo Venezolano y el Centro Hispano Venezolano en Las Malvinas.

En Semana Santa llueven las "paraparas", con estas pequeñas metras vegetales los niños hacían de las suyas en las procesiones organizadas en las calles de la ciudad. La Plaza Bolívar, la nueva, se consolida como el gran centro de reunión en familia, sitio de galanteo y encuentro con los amigos y turistas que visitan el pueblo.

Desfile en el Carnaval de 1970

El Toro desde el sector Las Llaves San Onofre.


El Jobo como cima y decenas de colinas, conforman la serranía de El Toro,

El Dique sitio de recreación y aventuras en uno de los valles boscosos del Toro.


Paseos al Cerro El Toro

Desde 1970, cuando la ciudad comienza a dominar los sabanales del Este, se hacen comunes las caminatas hacia el Cerro El Toro, el punto más alto del Valle. Por su relativa lejanía del viejo pueblo, no era muy visitado, pero al abrirse un camino regular por Santo Domingo, los jóvenes comienzan a excursionar hacia este hermoso paraje de cerros, vallecitos y quebradas, para el baño de rigor en las cascadas y peñascos de la Quebrada del Caballo y el reposo en El Dique.

El Toro en toda su extensión es un libro abierto para los amantes de la naturaleza, además de sus diversos paisajes, pedregales, sabanas de paja, sabanas de chaparro, mantecos y guayabitas, selvas de galería, bosques húmedos, desde su cima se pueden observar panorámicas de ensueño. Desde su cima el valle del Yocoima se abre a los ojos con sus centenares de cerros y variantes. Desde allí son visibles las llanuras de San Félix, el Cerro Florero en El Pao, Cerro Tomasote al Sur, Nuria al Sureste, la serranía de El Buey, los llanos de El Candado, Guacamayo y a lo lejos- pero sólo desde la década del 80 del siglo XX, el Embalse de Guri.

El recorrido por El Toro, era y es toda una aventura, ya que cuenta con dos cuevas o refugios subterraneos, que lastimosamente no han sido suficientemente investigadas y documentadas por especialistas. Los abuelos decían que en El Toro, habían tesoros escondidos, que eran parte del patrimonio en joyas y reliquias de los misioneros, quienes ocultaron sus joyas por temor al saqueo de las tropas del Ejército Libertador. En esta pequeña cordillera, en su ladera frontal a la ciudad, se encuentra la mancha del mítico Toro, un dibujo natural sobre piedra, que le da su nombre al Cerro. 

Y en algún lugar de esa colina dice la leyenda, perdido para siempre, se haya el mítico candado gigante, que resguarda otros tesoros misioneros.

En fin El Toro es leyenda y es realidad de paisajes, lamentablemente la voracidad de la agricultura, la presencia de ganado, las quemas y talas continuas están provocando su destrucción y deterioro. 

Podría perderse a corto plazo uno de los patrimonios vegetales, topográficos, hídricos y culturales de Upata.

De rocas y lajas está repleta la ciudad en sus colinas, valles y lomeríos, evidencia de su particular y antiquísima formación geológica, que se remonta a 3000 millones de años atrás en la era Precámbrica, cuando esta zona de Guayana emergió y comenzó su complejo proceso de transformación, levantamientos y erosiones sucesivas, hasta nuestros días. Estos paisajes por su variedad y esplendor visual son propicios para excursiones, maravillarse con su biodiversidad circundante y su uso como miradores o sitios de relax. Desde mediados del siglo XX la población de Upata redescubrió estos parajes y comenzó a recorrerlos y disfrutarlos como sitios de recreación y encuentro con la naturaleza y su biodiversidad.

Contacto con la naturaleza

Otros hitos en la Upata que da paso a la ciudad lo constituían los paseos a La Carata, el obligatorio viaje a Los Chorros, a la Carata y Guayabal, para buscar el agua escasa, los paseos a Laguna Larga, uno de los riachuelos que forman el Yocoima, los paseos a Santa María, Sabaneta y Santa Rosa, el baño de agua dulce en la no tan cercana quebrada de La Samba, en la vía a El Pao, cerca de las Adjuntas que se hicieron famoso.

Para los niños y adolescentes, las aventuras eran de otra dimensión. Solían escaparse a los tapones, o lagunas artificiales que eran tan comunes en las sabanas. Las más famosas El Tapón de La Viuda, el Tapón de El Burro, el Tapón de la Carata, El Tapón de Banco Obrero. En épocas lejanas el río Yocoima, en creciente, poseía varios pozas y balnearios, por su zona de Semillero, ya desaparecidos por la tala, la contaminación y la canalización de ese curso de agua.