El Indio Amarillo

¿El indio Amarillo sitia El Salto?

Reconstrucción histórica y reflexiones metodológicas en torno a un confuso episodio (Salto, 1853)

Por Nicolás Duffau


INTRODUCCIÓN

Los historiadores enfrentamos a diario algunos problemas metodológicos que dificultan nuestra tarea. Uno de ellos es la existencia de archivos incompletos o la carencia de toda la documentación sobre un mismo episodio. Esta dificultad, que podríamos resumir en la pregunta ¿qué hace el historiador cuando encuentra lagunas documentales?, tensiona en términos metodológicos el vínculo entre los datos disponibles y los faltantes, entre una concepción histórica que durante buena parte del siglo XIX y el XX aspiró a completar el archivo, prestando exclusiva atención a los contenidos documentales, y otra que en las últimas décadas se preocupó por el carácter polivalente que presentan todas los fuentes históricas. Este último aspecto implica asumir que todos los documentos presentan silencios, omisiones en tanto son consecuencia de la creación de hombres y mujeres de su tiempo, que optan por privilegiar un tipo de información sobre otra. Al trabajar con esos materiales accedemos a una visión parcial sobre los hechos, fragmentaria y provisoria.

El segundo problema, estrechamente vinculado al primero, surge cuando nos encontramos con reconstrucciones históricas que conducen a equívocos o a interpretaciones que contradicen a la propia documentación. Análisis partidistas, nacionalistas, teleológicos, que no siempre contribuyen a complejizar los acontecimientos históricos o los insertan en relatos que deforman la visión presente en las fuentes. A esa lógica no escapa el episodio con el que trabajaremos ya que el investigador actual enfrenta algunos problemas, en la medida que no cuenta con la totalidad de las fuentes para reconstruir el acontecimiento, aunque -como intentaré probar- las propias fuentes brindan pistas sugerentes sobre el devenir de los hechos. En este artículo se propone recuperar un acontecimiento, que se inscribe en la crisis política que vivió el Uruguay luego de la finalización del conflicto regional conocido como Guerra Grande (1838-1852), cuestionar algunas construcciones históricas sobre la participación política de los sectores populares y analizar la documentación histórica desde una óptica no considerada por quienes escribieron sobre dicho suceso. En forma previa se impone explicar en forma somera el contexto histórico en el que trabajaré.

Tras la guerra, Juan Francisco Giró, presidente electo en 1852, debió enfrentar levantamientos armados así como la resistencia de sectores dentro del Ejército y del propio gobierno. Pese al fin del conflicto, aún permanecían las tensiones respecto a la autoridad, la unidad de la nación, la relación entre los jefes militares y las autoridades civiles, las dificultades para conformar un gobierno estable, a lo que se suma la amenazante presencia del Imperio del Brasil.

El intento de Giró por formar la Guardia Nacional en julio de 1853 fue el argumento utilizado por sus opositores para levantarse en armas. Las fuerzas opositoras contaron con el apoyo de los jefes de los batallones de línea que lograron imponer como ministro de Guerra y Marina a Venancio Flores, líder de la corriente opositora dentro del propio gobierno. Giró permaneció en funciones casi dos meses más, pero su autoridad fue cuestionada y resistida. En los hechos, dos poderes gobernaban el país, y ambos reclamaban la legitimidad de sus decisiones. A fines de setiembre Giró renunció a la presidencia y, el 26 de ese mes, Flores asumió -acompañado de Fructuoso Rivera (quien aún se encontraba en Brasil) y Juan Antonio Lavalleja (quien murió en octubre de 1853)- el triunvirato que ocupó el Poder Ejecutivo y la comandancia general del ejército de campaña. Ese mismo día Juan Carlos Gómez, vinculado a sectores liberales, se encargó del ministerio de Gobierno en lugar del destituido Bernardo Berro, hombre de confianza de Giró. Desde julio se sucedieron noticias sobre distintos levantamientos armados e insubordinaciones en filas del ejército, que buscaban respaldar al presidente.

En ese marco de conflicto supuestamente tuvo lugar en la localidad de Salto –lindera con Brasil y con las provincias del litoral argentino- un supuesto “sitio” dirigido por el capitán de milicias Javier Amarillo quien habría oficiado como emisario de los partidarios del presidente Giró. Las reconstrucciones históricas posteriores insisten en que el apoyo al presidente depuesto fue el motivo que ocasionó el sitio de la ciudad.

Sin embargo, al analizar la documentación podríamos pensar que los hechos son más complejos, ya que el supuesto apoyo al ex presidente se diluye si consideramos el intercambio entre las autoridades locales y los responsables del Poder Ejecutivo,que permiten entrever cierta intención por parte de Venancio Flores de apaciguar los localismos que resistían la política central.

El episodio invita a un análisis más complejo y al mismo tiempo contribuye a la necesaria reflexión metodológica del historiador.

Qué nos puede decir de la situación política del período un efímero episodio al parecer liderado por un personaje marginal.

En este trabajo intentaré responder a esta interrogante, a través de un procedimiento que permita realizar algunas apreciaciones metodológicas sobre la relación del historiador y sus fuentes y al mismo tiempo reducir la escala de observación para reconstruir los hechos siguiendo documentación generada por las jerarquías políticas y de policía del período.Para ello analizaré en primer lugar las visiones que legó la historiografía sobre ese acontecimiento.

Los documentos utilizados provienen mayoritariamente de la papelería de Policía que se conserva en el fondo del Ministerio de Gobierno del Archivo General de la Nación de Uruguay. A partir de estas fuentes fragmentarias ha sido posible tensionar la relación entre episodio y contexto. A pesar de la dificultosa reconstrucción de los hechos, el cuestionamiento a las características de las fuentes habilita a tomar algunos rasgos relevantes del episodio para estudiar las tensiones que atravesaban al Uruguay luego de la Guerra Grande. Ello implica pensar el “sitio” de Amarillo como un fenómeno propio del contexto marcado por la construcción de una autoridad nacional y las formas de la política, en este caso, el enfrentamiento a escala local.

El artículo se dividirá en dos partes. En la primera trabajaremos sobre las versiones historiográficas posteriores sobre el episodio, que permitirá, en el segundo apartado, presentar una reconstrucción lo más completa posible, tarea que como se advirtió, está dificultada no solo por las carencias documentales sino porque las versiones que han quedado hablan más de las percepciones sobre los acontecimientos que sobre el suceso en sí.



EL INDIO AMARILLO EN LA VISIÓN

DE JOSÉ MARÍA FERNÁNDEZ SALDAÑA


El escritor y periodista José María Fernández Saldaña (1879-1961), oriundo de la localidad de Salto, fue quien realizó los únicos intentos de reconstrucción histórica sobre el supuesto sitio protagonizado por una partida de “indios” comandada por un oscuro personaje llamado Javier Amarillo. Fernández Saldaña abordó en tres oportunidades el caso de Amarillo y aunque los trabajos están separados por casi treinta años, la tónica en la visión sobre los sucesos se mantuvo.

La primera de esas reconstrucciones fue realizada por Fernández Saldaña junto al también salteño, escritor y político César Miranda, en una historia de la ciudad de Salto, que publicaron en 1920. Allí dedican un breve pasaje a Amarillo, a quien presentan como un indio ignorante que sitió la ciudad en apoyo al depuesto presidente Giró.

En 1945 Fernández Saldaña, esta vez en forma individual, dedicó una entrada, en su monumental diccionario de biografías a “Javier Amarillo” (“aunque tal vez la grafía pudiera ser Amarilla”) en la que lo presentó como un “indio” “[a]nalfabeto y sin capacidad para discernir claramente” lo que lo llevó a pelear “en uno u otro bando, según le vinieran las cosas y según lo que creía sus conveniencias.” Esta idea sobre la supuesta “ignorancia”

política de Amarillo es una expresión típica de las construcciones historiográficas de la primera mitad del siglo XX, en las cuales los sectores populares eran presentados como meros seguidores de las elites. Al mismo tiempo reafirmaba la posición según la cual por un lado se encontraban los caudillos y sus huestes y por otro los doctores u hombres de las elites, estos últimos encargados de llevar adelante un tipo de política “civilizada”.

En 1948 el mismo autor, publicó en el suplemento dominical del diario El Día, en un espacio destinado a la divulgación histórica, un artículo dedicado a Amarillo. Este último texto, que será el que más utilizamos, aporta nuevos datos sobre el episodio, aunque no modifica las consideraciones que Fernández Saldaña había realizado sobre Amarillo con anterioridad. Se basó en unas memorias manuscritas de Nicolás Viacaba, vecino de la localidad de Salto, a las cuales referencia pero no indica ubicación. Tampoco cruza esa fuente histórica con otros documentos que podrían enriquecer o complejizar los hechos.

En el artículo Amarillo fue presentado nuevamente como capitán de milicias, probablemente oriundo de Soriano, y comandante de “un grupo de [treinta y siete] Indios” que sitió la localidad de Salto en setiembre de 1853. De esos “indios” –a los cuales aludiré más adelante- nada se sabe, pero el mismo autor insiste que “[l]a tradición constante acordaba” que Amarillo y sus seguidores eran charrúas “proveniente[s] de los grupos autóctonos que siguieron al general Rivera después de la campaña de Misiones.”

La reconstrucción histórica realizada por Fernández Saldaña anuló los posibles reclamos y demandas de Amarillo y sus seguidores; en ese relato, no se sabe cuáles eran las inclinaciones políticas del supuesto jefe sitiador (tampoco hay una preocupación por conocerlas), pero el mismo autor lo sindica como un hombre que se levantó en armas para defender al gobierno de Giró por lo que “buscó la anuencia de los jefes blancos.” Esa idea según la cual Amarillo intentó ganar la colaboración o el beneplácito de personas vinculadas a la corriente política popularmente conocida como “blanca” (seguidores de la tradición de Manuel Oribe, líder de una de las corrientes durante la Guerra Grande, con estrechos vínculos en Buenos Aires) no está sustentada en fuentes históricas y no parece desprenderse de la documentación consultada.

Es probable que esa relación que estableció Fernández Saldaña entre Amarillo y el partido blanco se vincule al rol de Tomás Gomensoro, flamante jefe de Salto, como partidario de la divisa colorada. Sin embargo, Gomensoro, contrariamente a lo que sostiene el artículo-, no asumió la jefatura hasta el mes de octubre, en reemplazo del depuesto Bernardino Alcain. Ese es uno de los primeros errores en que incurrió el historiador: datar el sitio de Amarillo en setiembre de 1853, cuando los hechos –si se produjeron- ocurrieron a fines de octubre o comienzos de noviembre. Las fechas utilizadas en las tres ocasiones por el escritor e historiador salteño no son las que figuran en los documentos. Tal confusión (a priori posible de ser cometida en forma involuntaria por cualquiera que realiza una reconstrucción histórica), no sería completamente inocente. Datar el supuesto sitio a partir del 21 de setiembre, coloca los acontecimientos en el marco de los distintos enfrentamientos que provocaron la caída de Giró el 24 de ese mes y la asunción dos días más tarde de Flores como jefe del Poder Ejecutivo.

Aunque no es posible saber si la confusión en las fechas fue deliberada, la cronología elaborada –en tres ocasiones- por Fernández Saldaña permite en efecto presentar los hechos como un intento de levantamiento protagonizado por un seguidor de Giró.

Otro error cometido por Fernández Saldaña, sería referirse a un “sitio” –tal vez basándose en las memorias de Viacaba cuando esa idea de la localidad rodeada no figura en los documentos.

Es dable pensar que más que un sitio se trató de un intento de diálogo o negociación con los jefes políticos que, sin embargo, generó alarma en la ciudad. Alarma acentuada por el origen étnico de quienes componían el grupo liderado por Amarillo. La incertidumbre que generó la cercanía de los “indios” de Amarillo “duró unos cuantos días”, ya que estuvieron apostados en la entrada de la ciudad a la espera de “las noticias que le trasmitieran sus amigos del pueblo, haciéndole saber los aprestos de resistencia.”

Importa detenerse en el rol de algunas personalidades locales quienes parecen haber tenido mayor incidencia que el propio Amarillo en las preocupaciones de las autoridades del período, entre ellos el depuesto jefe político Bernardino Alcain.

Según Fernández Saldaña, el 6 de setiembre de 1853 Alcain fue destituido contra su voluntad y reemplazado por, el hasta entonces senador por Salto, Tomás Gomensoro, hombre de confianza de Venancio Flores. Pero los documentos confirman que Alcain desobedeció las órdenes del Poder Ejecutivo y permaneció en funciones hasta el 6 o 7 de octubre. Fernández Saldaña sostiene que la intención del ex jefe político era iniciar una sublevación en todo el departamento, para lo cual contaba con algunos partidarios que se encargarían de restituirlo en su cargo. Los supuestos conspiradores acordaron que Amarillo retirara a sus hombres de la ciudad y entablaron una negociación con Gomensoro. Fernández Saldaña no abunda en el contenido de la negociación, pero luego de la reunión la máxima autoridad departamental se mostró dispuesta “a entrar en conversaciones” con el líder de los “sitiadores”. Esto permitió que Gomensoro consiguiera la “palabra del capitán [Amarillo] de que no atacaría al pueblo retirándose al día siguiente paraseguir las operaciones en campaña.”


En noviembre de 1853, el mismo autor sitúa a Amarillo en Soriano junto a Francisco Laguna, donde participó de acciones contra las fuerzas gubernamentales. A comienzos de diciembre, Amarillo fue detenido por la Policía de Paysandú, “entró en tratativas con el comandante José Mundell, jefe de vanguardia del jefe político Ambrosio Sandes” quien lo detuvo y “lo hizo fusilar el 1º de diciembre” de 1853.

Los tres textos hasta aquí trabajados presentan errores, omisiones y una constante deformación sobre el posicionamiento de Amarillo o los hechos que protagonizó a los que denomina “sitio”. Esa interpretación pierde de vista la dimensión local de los acontecimientos y la posibilidad de abordarlos atendiendo otros aspectos que no sobresalen solo en una disputa general entre partidarios y opositores del depuesto presidente.

La reconstrucción realizada por Fernández Saldaña no agota las diversas derivaciones del supuesto sitio del “indio” Amarillo.

Si bien esas reconstrucciones aportan datos de interés y valía, también es posible encontrar otras aristas dentro del mismo episodio, que dan cuenta no solo de los hechos en sí, sino también de los significados que atraviesan a las fuentes y sus posibles usos historiográficos. De eso me ocuparé en el apartado siguiente al utilizar la papelería de la Jefatura Política y de Policía de Salto, que permitirá entender otras complejidades.

Tomás Gomensoro, Jefe Político del Salto Oriental.

(Dolores, 1810- c., 1900) Político uruguayo. Se convirtió en presidente de la República en 1872 cuando la guerra civil provocó la huida de Lorenzo Batlle. Puso fin a la guerra denominada «Paz de Abril» y convocó elecciones que dieron la presidencia a José Ellauri.


Retrato aparecido en la "Historia de Uruguay" publicado por diario EL OBSERVADOR.

El “sitio” del “indio” Amarillo en la documentación histórica:

política local y temores colectivos.


Como fue señalado el 24 de setiembre el hasta entonces presidente Juan Francisco Giró solicitó asilo en la legación francesa y el 26 Flores asumió la titularidad del Poder Ejecutivo.

Esto provocó la remoción de varios jefes cercanos al depuesto presidente, entre ellos el de Salto, Bernardino Alcain, quien contradijo las ordenes gubernamentales y no abandonó la jefatura política hasta el 6 o 7 de octubre. Tomás Gomensoro asumió la jefatura el 8 de octubre, fecha en la que difundió una “Proclama” destinada a todos los salteños, en la que informó sobre su toma de posesión del mando e insistió en que en el departamento “reina el más satisfactorio orden y tranquilidad pública.” Por lo que pidió confianza “en la autoridad que seguirá en el mismo orden normal en que ha marchado hasta aquí” y aseguró que se encargaría de proteger “vuestras personas y propiedades, acatando Las Leyes como norte de sus acciones que siempre ha sabido obedecer vuestro conocido amigo.” Esa tranquilidad presente en la proclama de Gomensoro (que buscaba no causar alarma, es cierto) no se encuentra en sintonía con el supuesto clima de ebullición que, según Fernández Saldaña, atravesó la ciudad del Salto en los meses de setiembre y octubre de 1853. En una nota enviada el día 9 al ministro de Gobierno, Gomensoro afirmó que el departamento se encontraba “completamente tranquilo.”12 Aquí se abren dos vías de interpretación interesantes; por un lado la escasa preocupación sobre la presencia de un posible levantamiento externo al departamento y, por otro, la invisibilización de Amarillo y sus “indios” que no figuran en los documentos emitidos por la principal autoridad departamental.

En el caso de Salto, un conflicto político general se mezcló con situaciones de carácter local que permitirían entrever una disputa vinculada a la situación interna del departamento. Esto es interesante para pensar que en Salto lo que estaba en juego eran alineamientos y reposicionamientos de carácter local tras la caída del presidente y el ascenso de Flores como conductor del Poder Ejecutivo. Es probable que el principal opositor a Gomensoro, y en consecuencia a Flores, fuera Alcain, quien pudo actuar en connivencia con Amarillo u otros jefes militares de la región. A su vez, según consta en la documentación, Alcain tenía una gran ascendencia sobre los integrantes de la Junta Económico Administrativa, cuerpo municipal que actuaba encada departamento. Esto repercutió en Gomensoro, quien en varias de sus comunicaciones se mostró inquieto por la existencia de grupos de vecinos que podrían encabezar un movimiento en su contra.

Una nota enviada por Gomensoro al ministro de Gobierno meses después de los hechos permite sopesar los temores del jefe político. Los policías del departamento no cobraban sus salarios desde hacía nueves meses y los haberes eran abonados por un grupo de comerciantes. Por tanto, es posible pensar que las dudas de Gomensoro se vinculaban a la sospecha que despertaba la posibilidad de que los integrantes de las filas policiales de la capital departamental respondieran a los comerciantes antes que a la autoridad designada por el Poder Ejecutivo. Qué ocurría si esos comerciantes estaban confabulados con Alcain. Claramente no hay una respuesta, sin embargo deberíamos contar con esa posibilidad como parte de los temores de Gomensoro.

Es probable que el recelo de Gomensoro estuviera vinculado hacia aquellos vecinos que abonaban los salarios atrasados de la policía y tenían mayor ascendencia sobre los encargados de mantener el orden. Si bien el jefe político no fue explícito en sus notas, esa mirada sobre la actuación de Alcain, los comerciantes de la localidad y otros actores políticos como los integrantes de la Junta Económico Administrativa, permite pensar que había mucho temor del jefe político y probablemente certeza sobre una insurrección local. De acuerdo al memorialista, y presbítero de Salto, Rafael Firpo, la Junta Económica y la mayor parte de las reparticiones públicas estaban en manos de partidarios de Giró.13 Pero Gomensoro también contaba con aliados. Entre ellos Venancio Flores quien partió con su escolta hacia el norte del río Negro, probablemente para participar directamente de la pacificación de Salto, Paysandú y Tacuarembó donde había rumores de sublevación.

El malestar en filas policiales, cierto grado de fricción entre la Jefatura y la Junta, más las disputas entre partidarios y opositores del presidente depuesto, generaron el clima propicio para una posible insurrección. La puja entre poderes podría explicar la actuación de Amarillo, quien tal vez se encontraba confabulado con un grupo político local. No debería ser este aspecto la única vía para explicar el supuesto sitio de la ciudad, pero no lo podemos descartar como una variable que jugó un papel de cierto peso en un contexto de disputas políticas mayores. Ello no implica desconocer que Amarillo y sus seguidores tuvieran sus propios reclamos políticos, aunque en las fuentes no logramos acceder a su visión de los hechos. En ese sentido encontrar un expediente judicial con interrogatorios serviría para explicar con mayor claridad las motivaciones del supuesto sitio y el desenlace de los hechos (aunque los expedientes judiciales no expresan la voz “pura” de los sectores subalternos). A su vez permitiría ver qué grado de coordinación existía entre Amarillo y otros posibles conspiradores contra el gobierno de Flores, no solo en la zona de Salto, sino en los departamentos linderos como Tacuarembó.

A comienzos de noviembre de 1853 el ministro de Gobierno informó “a los jefes políticos de Salto, Paysandú y Soriano” que contaba con pruebas sobre el accionar de “los enemigos de la tranquilidad pública” quienes “intentan alterarla en varios departamentos por un movimiento armado que proyectan hacer estallar el día ocho o el día once del corriente Noviembre. ”Por tanto, “ha creido conveniente además prevenir a V.S. de la probabilidad de semejantes tentativas para que no descuide medio alguno de prevenirlas y ahogar en su primera manifestación cualquier trama contra el sosiego de la República.” Es a partir de las comunicaciones entre el jefe político y de policía de Salto, el ministro de Gobierno y la comandancia general del Ejército, que podemos establecer una fecha más precisa del supuesto sitio de Amarillo que coincide con los rumores sobre insurrecciones y levantamientos armados. En caso de haber tenido lugar, el sitio ocurrió entre el 9 y el 11 de noviembre y no a mediados de setiembre como sostuvo Fernández Saldaña. A su vez este autor no problematizó la relevancia del militar Servando Gómez que contribuye a explicar los temores de Gomensoro.

Gómez, jefe militar que actuaba al norte del río Negro, manifestó inicialmente su oposición al triunvirato nombrado al frente del Poder Ejecutivo (ya había protagonizado un intento de levantamiento armado en 1852 en contra de la designación de Flores como ministro de Guerra). Dicho militar había sido comandante de Paysandú en 1851 y tenía vinculaciones en la divisa blanca, el bando federal y cierta cercanía, por actuar bajo sus órdenes, a Justo José de Urquiza. El diario El Orden, partidario de Flores, publicó el 10 de octubre correspondencia interceptada en la que figura una nota enviada por Bernardo Berro a Gómez el 29 de setiembre, en la que el ex ministro solicitó la colaboración de “uno de los más distinguidos patriotas y guerreros del país” para reponer a Giró en su cargo. Advirtió a su vez que recibiría “las ordenes convenientes” para iniciar rebeliones “en los tres departamentos de [Pay]Sandú, Salto y Tacuarembó.” Desconocemos cuál fue la reacción de Gómez ante esta solicitud, pero el 6 de octubre hizo público su apoyo a Flores y exigió que se mantuviera en su cargo a Ambrosio Sandes, jefe político y de policía de Paysandú. El mantenimiento de Sandes en el cargo, en un contexto donde los jefes políticos fueron mayoritariamente renovados, fue tal vez la carta de negociación de Gómez para contar con un hombre de su confianza en su zona de actuación.

Una de las principales quejas de Gomensoro era la falta de respuesta de Gómez a sus notas. Este último estaba en contacto con el comandante general de la campaña, Flores, quien tampoco comunicó al jefe de Salto sobre los intercambios que mantenía. Como señalamos, el 6 de octubre –dos días antes de la asunción de Gomensoro- Gómez escribió una extensa nota a Flores en la que desmintió los rumores sobre su deslealtad.

En la carta rechazó la posibilidad “de marchar a tener una entrevista con U. que importaría mucho” porque contaba con información certera sobre posibles sublevaciones de “hombres que desean anarquizar estos departamentos y que mi presencia en ellos los contiene y no harán nada.” Solicitó un voto de “confianza” con el cual “travajaria con más empeño para asegurar la tranquilidad que sin ella no tendremos patria.” A su vez, aprovechando sus estrechos vínculos con Entre Ríos, se mostró dispuesto a buscar ayuda fuera de las fronteras del territorio oriental, por lo que pidió la “confianza” de Flores por ser un “verdadero amigo.”16 Es sumamente interesante que Gómez se presente como alguien capaz de contener a los hombres que estaban dispuestos a levantarse en armas. Es probable que Flores se viera obligado a entrar en negociaciones con Gómez (tal vez reservadas y de ahí la ausencia de información a Gomensoro) para evitar posibles insurrecciones. Uno de los puntos de la negociación pudo ser el mantenimiento de Sandes en el cargo; otro, la designación del propio Gómez al frente de la comandancia militar del litoral.

Esto permite pensar que la situación se debió a una disputa en la que estaban involucrados varios de los hombres cercanos a Flores, entre ellos Gomensoro, en contra de un posible levantamiento armado protagonizado por Servando Gómez quien contaba con respaldos de carácter local o regional, tal vez entre ellos Alcain y Amarillo. Otro factor a considerar es el cambio de posición del Imperio de Brasil, que en octubre se mostró dispuesto a ayudar a Giró para cumplir con los tratados de alianza de 1851 que implicaban la defensa militar del territorio oriental. Por tanto, a las amenazas internas se agregó el temor por un posible ingreso de tropas imperiales e incluso llegaron a tener lugar noticias sobre desembarcos de tropas entrerrianas.

Desde fines de octubre y hasta comienzos de noviembre se sucedieron las notas de Gomensoro al ministro de Gobierno, a jefes políticos o a comandantes militares para conocer el paradero de Gómez. Si bien las fuentes resultan muy protocolares y no abundan en los detalles, la insistencia de Gomensoro expresa sus temores, los cuales eran compartidos por otras autoridades como los ministerios de Gobierno y Guerra y Marina.18 El 9 de noviembre Gomensoro comunicó al ministro de Gobierno, Juan Carlos Gómez, su decisión de “poner en guardia el Departamento a mi cargo”, por lo que repartió “[m]as de 270 fuciles y un número crecido de tercerolas” entre “nacionales y extranjeros que espontáneamente han concurrido [a] armarse alarmados por rastros de nuestra guerra pasada.”

El temor ante un posible ingreso a la ciudad por parte de tropas bajo el mando de Servando Gómez, más que el “sitio” de Amarillo, sería la explicación para entender por qué en octubre- noviembre de 1853 la ciudad de Salto se armó para resistir un posible ataque. No parece probable que las autoridades pertrecharan la ciudad por la amenaza de menos de cuarenta “indios” mal armados. La descripción realizada por Gomensoro coincide con lo que sostiene Fernández Saldaña sobre la posición que adoptó el pueblo de Salto (aunque el jefe político no alude a ningún sitio a la localidad). En la nota Gomensoro no identificó, quiénes eran esos supuestos enemigos, ni menciona a Amarillo entre ellos. Por tanto, ¿por qué armar al departamento? ¿Por qué entregar armas a los vecinos para que se defendieran de una supuesta invasión, cuyos líderes o motivos no se explicitan? Es el propio Gomensoro quien responde a nuestras interrogantes cuando hacia el final de la misiva alude a los temores que “ha[n] hecho recelar a todo el vecindario del Salto que el General Gomez pudiera tener parte en tales rumores” de invasión.

El punto se torna más problemático si tomo en cuenta que la mayor parte de las fuentes escritas sobre el episodio recogen testimonios orales o confieren un rol fundamental a los rumores. Por tanto, el investigador actual no solo se encuentra ante representaciones de lo que sucedió, sino sobre todo ante comentarios acerca de lo que podría o pudo suceder. El supuesto “sitio”, la posición de Gómez, ponen de manifiesto el valor de los rumores y los temores existentes en los pueblos frente a posibles ataques de bandas de hombres armados. Si seguimos al médico francés Martin de Moussy, quien recorrió el litoral del río Uruguay durante este período, había entre los hombres de las zonas orientales al norte del río Negro, un temor permanente por las consecuencias que podía generar la guerra.

Si bien el sitio al Salto parece no haber ocurrido, y las fuentes apuntan en esa dirección, los rumores sobre el mismo cumplieron una función muy importante. Y fueron utilizados tanto por los opositores al gobierno, como también por sus partidarios ya que, sobre la base de un supuesto levantamiento, armaron la ciudad. Antes que estudiar la veracidad o credibilidad de los rumores es más importante conocer su función y su capacidad de generar consecuencias sociales o políticas, en especial en acontecimientos que se caracterizan por su fugacidad (riñas, peleas, tumultos, levantamientos, asonadas). Esa importancia de los rumores, el carácter muchas veces anónimo de la información obtenida sobre supuestos levantamientos, podría ser pensada como una expresión propia de los sectores subalternos que a través del rumor lograban formular su parecer.

La idea de Amarillo como una amenaza figura en una nota enviada el 20 de noviembre por José Agustín Reyes, alcalde ordinario de Salto, a Gomensoro, que la prensa reprodujo quince días más tarde. En ella Reyes alude a las sublevaciones en Tacuarembó por “el traidor Barbat” y se refiere a “la desobediencia del comisario Amarilla” [sic] quien “vino con su reunión de vándalos sobre esta villa.” Si bien no confirma que se haya producido un sitio, si es posible ver qué Amarillo estuvo en las inmediaciones de la ciudad tal vez con pretensión de generar “alarma.” Esto provocó, según Reyes, la enérgica respuesta de la población local y de trescientos hombres que integraban la Guardia Civil.

En los documentos la preocupación local estaba íntimamente vinculada a Gómez y a posibles conspiraciones dentro de la propia capital departamental. En otras palabras, la información que las autoridades departamentales fueron recogiendo expresa un fuerte seguimiento a Gómez quien se encontraba próximo a la localidad, aunque en una posición indeterminada. Ese temor ante el ataque (por parte de un hombre que ya había comandado un asalto a la ciudad durante la Guerra Grande) podría explicar la conducta de algunos actores locales partidarios del gobierno que presionaron a Gomensoro para que entregara armas. Un ojo en la posible invasión externa y otro en la escena local explicarían esa necesidad de armarse. Con cierto desánimo el propio jefe político comunicó sus vanos intentos por disuadir a los vecinos: “he querido hacer comprender que no es así [el posible ataque de Gómez], tomando el ejemplo ostensible que el General ha manifestado públicamente sus deseos de paz y pleno reconocimiento del Ecmo. Gob.o.” Pero los habitantes de la localidad seguían los hechos con nerviosismo y no logró “negarle las armas que me han pedido, y tiene U. hoy a esta Villa como al caballo troyano.” ¿Dónde estaba esa necesidad de entregar armas? Podríamos pensar que en algunas disputas y tensiones locales, como forma de amedrentar o amenazar a quienes podían estar conectados con una intentona revolucionaria. Para ello, Gomensoro azuzó la figura de Gómez, personaje carente de estima y temido entre los habitantes de Salto como forma de justificar el pertrechamiento. En esas consideraciones Amarillo no figura ni una sola vez, aunque es bueno aclarar que la documentación se encuentra incompleta.

Las tensiones locales se marcaron nuevamente el 22 de noviembre fecha en la que Gomensoro pidió postergar las elecciones de representantes del departamento y despertó el malestar de sus opositores. El argumento del jefe era “que hallándose este Departamento con 300 Guardias Nacionales en armas y en persecución de los conspiradores [Jacinto] Barbat y Amarillo obsta esto para poder hacer las elecciones con

toda la concurrencia para el grande acto.”24 Es este el primer texto en el cual confirmamos, a través de una autoridad, la presencia de Amarillo en las inmediaciones de Salto y Paysandú (recordemos que la misiva de Reyes se publicó en la prensa a comienzos de diciembre). Y fue el argumento utilizado por Gomensoro para suspender unas elecciones en las que sospechaba la derrota de las fuerzas gubernistas.

El 29 de noviembre Gomensoro comunicó al ministro de Gobierno “que todo el Departam.to a su cargo se halla en completa paz y vuelta la calma a sus habitantes”, luego de la alteración generada “por la rebelión del cabecilla Amarillo que con 37 gauchos andaba huyendo de la persecución q.e. las autoridades con tezón le hacían.” Y a su vez confirma que Amarillo, “con todos los demás compañeros”, se encontraba en manos de José Mundell, ante quien se había presentado voluntariamente el 24 de noviembre. En esta nota tampoco alude al sitio. Es esta la primera de las comunicaciones relevadas en la que Gomensoro menciona a Amarillo como cabecilla de una rebelión y lo coloca al frente de treinta y siete “gauchos”.

Otro aspecto presente en las fuentes y que abre un interesante diálogo con la obra de Fernández Saldaña es que en la papelería consultada Amarillo y sus seguidores no son tildados de “indios”, esto lleva a cuestionar que el grupo tuviera un componente étnico exclusivo. Las evidencias sugieren que los llamados “indios” habían sido reclutados en el medio rural de una zona con elevada presencia indígena como el departamento de Soriano, pero el uso de la palabra “indio” podría ser un recurso despectivo tal vez presente en las fuentes y luego trasladado a la historiografía. Probablemente Amarillo tuviera ascendencia indígena, tal vez no charrúa –como sostiene su único biógrafo- y si chaná, que había sido la base del pueblo de Soriano. Más allá de intentar establecer una genealogía –algo extremadamente dificultoso por la ausencia de fuentes interesa el uso que realizó Gomensoro de la palabra “gaucho” para presentar a los integrantes del grupo. No parece existir en las comunicaciones del jefe político una intención por probar los orígenes de Amarillo, pero al usar la idea de “gauchos” buscaba reproducir el tono despectivo que equiparaba al gauchaje con los delincuentes o los bandidos rurales Una nota enviada por Mundell el 24 de noviembre confirma la presencia de Amarillo y su consiguiente persecución por parte de las autoridades policiales del departamento de Paysandú, quienes lo seguían desde el 21. El propio Mundell en una nota fechada el 21 de noviembre pero publicada el 30, confirma esa persecución pero restó importancia a Amarillo y consideró prioritario “desbaratar a Barbat” en Tacuarembó, quien sí “era la cabeza principal” del movimiento. Amarillo buscaba pasar desde Paysandú a Tacuarembó, donde una sublevación había provocado el derrocamiento del jefe político Eufracio Balsamo. A fines de noviembre de 1853 Balsamo abandonó Tacuarembó con destino a Rio Grande do Sul por la sublevación en su contra de algunos elementos partidarios del otrora depuesto presidente Giró

Sobre las notas de Mundell podemos subrayar dos aspectos de cierto destaque. El primero de ellos es que afirma haber mantenido con Amarillo una comunicación epistolar, dato interesante porque permite suponer que Amarillo, o alguno de sus acompañantes, podía leer y escribir. Esto matiza nuestros argumentos sobre la preponderancia de una cultura oral, pero también cuestiona esa idea del supuesto líder de los treinta y siete gauchos como un hombre ignorante y bárbaro, tal como lo presentó Fernández Saldaña.


El segundo dato es que Mundell afirma que Amarillo y sus hombres se organizaban en torno a una estructura jerárquica a la usanza militar, aunque también aglutinaban algunos seguidores momentáneos a los que había mandado reunir a través de sus cabos. Esa supuesta jerarquía militar, y la ascendencia de Amarillo sobre los demás, reproducían los cargos que ostentaban en su pasado miliciano o en el ejército, por lo que podríamos pensar en una coordinación mayor. Pero a su vez, la dispersión de los hombres podría dar cuenta de una estrategia bélica cercana al funcionamiento como montonera o como una especie de guerrilla, a través del accionar de partidas que recorrían la zona rural de varios departamentos. Esta presunción se confirma si tomamos en cuenta las consideraciones del sargento mayor Francisco Dairault, quien en la década de 1840 recorrió el litoral del río Uruguay en su carácter de integrante del ejército riverista. El militar alude brevemente en sus noticias a “un tal Amarillo” seguidor del bando riverista que actuó en la zona de Soriano. En esa breve referencia, Dairault sostiene que Amarillo era “montonero”, que llevó adelante acciones de guerrilla y por su actuación era considerado “la pesadilla del enemigo.” Es este el único momento en todo el voluminoso texto en que Dairault se refiere a montoneros y montonera, probablemente para referirse a una forma específica de hacer la guerra.


La pista de Amarillo se pierde a fines de noviembre cuando ya no figura en los documentos. No tenemos noticias directas sobre él o sus seguidores. Otro aspecto interesante, que ayuda a cuestionar la visión sobre un sitio y el grado de involucramiento de Amarillo en el mismo es la absoluta ausencia de noticias en la prensa, que cubrió los levantamientos pero no adjudicó particular destaque al capitán de milicias “indio”.33 Los diarios reprodujeron partes oficiales, notas enviadas por Flores, que contribuyen con el investigador actual en la medida que permiten acceder a comunicaciones que no se preservaron en la documentación inédita.

Fernández Saldaña insiste en que el supuesto líder del sitio fue fusilado por las autoridades policiales de Paysandú. Tal desenlace no figura en la papelería consultada. La única referencia con que contamos para pensar que ese pudo haber sido su destino es la existencia de una comisión militar dirigida por César Díaz (quien había quedado en forma interina al mando del Poder Ejecutivo y del ministerio de Guerra y Marina tras la salida de Flores a campaña), la cual se encargó de los juicio sumarios por delitos de traición o conspiración contra el Estado que condenó a muerte a varias de las personas que habían participado de los levantamientos de noviembre. Así lo señala el historiador Eduardo Acevedo, quien, sobre la base del relevamiento de prensa del período, registra el “fusilamiento del capitán Javier Amarillo en Paysandú bajo la acusación de traición.” Las ejecuciones tuvieron lugar –incluso se publicaron solicitadas que pidieron su suspensión - pero desconocemos cuántos hombres murieron.


CONSIDERACIONES FINALES

El fusilamiento de Amarillo no figura en ninguno de los documentos relevados. Su estela se pierde con la persecución de las autoridades de Paysandú y su posterior detención a fines de noviembre. De sus seguidores tampoco tenemos rastro. Las evidencias son fragmentarias, poco claras. Los vínculos sociales o políticos de Amarillo tampoco quedan explicitados en ninguno de los testimonios y su supuesta relación con el bando de seguidores de Giró es, sin duda, una atribución posterior. Una vez que se produjeron los acontecimientos una mezcla de ausencia documental y reconstrucción histórica selectiva deformaron el relato sobre los hechos.

El fusilamiento de Amarillo no figura en ninguno de los documentos relevados. Su estela se pierde con la persecución de las autoridades de Paysandú y su posterior detención a fines de noviembre. De sus seguidores tampoco tenemos rastro. Las evidencias son fragmentarias, poco claras. Los vínculos sociales o políticos de Amarillo tampoco quedan explicitados en ninguno de los testimonios y su supuesta relación con el bando de seguidores de Giró es, sin duda, una atribución posterior. Una vez que se produjeron los acontecimientos una mezcla de ausencia documental y reconstrucción histórica selectiva deformaron el relato sobre los hechos.


Al reunir un conjunto de evidencias no alcanzamos una respuesta para algunas de las dudas sobre las motivaciones de Amarillo y sus seguidores o posibles vinculaciones. Tampoco podemos descartar la actuación de las elites locales, divididas en autoridades que reclamaban el ejercicio de las funciones de gobierno a escala local (Jefatura Política, Junta Económico Administrativa), quienes recurrieron a Amarillo y sus seguidores para resolver sus propios conflictos. El supuesto sitio de Amarillo no fue una intentona aislada, pero esta última interpretación no debe conducir a una mirada paternalista de “el indio Amarillo” y sus “gauchos”. Probablemente también ellos jugaron su propia partida, plantearon sus reivindicaciones y actuaron en consecuencia. No sería descabellado pensar que Amarillo fue una suerte de intermediario entre las demandas plebeyas y las posiciones de distintas elites locales. Aunque, dadas las carencias documentales, desconocemos cuáles fueron las demandas de esos “indios” (si es que todos eran indios).


El artículo contribuyó a plantear las dudas que asaltan al historiador cuando se enfrenta a grandes lagunas documentales que permiten una reconstrucción parcial. Sin embargo, la tensión entre el caso y el contexto, los silencios de los documentos y los datos que recogen, deben entrar necesariamente en la consideración. Los documentos del período presentan la ventaja de haber sido producidos en el mismo contexto de los acontecimientos que narran, pero tienen la desventaja de trasladar los posicionamientos de las elites letradas. Por eso el historiador debe estar atento al contenido documental, pero también a quiénes produjeron esos documentos y a su inserción en tramas y redes sociales y políticas. La documentación trabajada fue creada con una utilidad momentánea, inmediata a los hechos, sin embargo, ayuda al investigador en su reconstrucción y permite ver distintas voces sobre un mismo acontecimiento, cuando no las estrategias de actores sociales y políticos que ocultaron o deformaron la información.


Estudiar un acontecimiento fugaz, poco específico, de límites y actores difusos permitió trazar un panorama más complejo sobre los sucesos ocurridos en 1853. A su vez intentamos incorporar al cuerpo principal del relato los procedimientos de investigación, las limitaciones documentales y las dificultades interpretativas que asaltan al historiador. Aquello que parece evidente no siempre lo es. A decir de Arlette Farge, ese “santuario de las palabras pronunciadas y sin embargo muertas” tiene que ser profanado con insistencia, sometiendo a la documentación a una especie de asedio hermenéutico que muestre otras posiciones sobre un fenómeno. Más aún si tenemos e cuenta las reconstrucciones posteriores que muchas veces trasladaron el desprecio o rechazo hacia los sectores populares, cuyas demandas, propuestas y variadas formas de organización fueron asociadas a efectos residuales de luchas entre “caudillos” y “doctores” o a formas “primitivas” de hacer política.

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