Bota de Potro

La bota de potro

Por Fernando Assunçao

(“El gaucho”, 1963 )


El gaucho con su aptitud para adaptar los elementos naturales, herencia indígena en parte y mimetización al medio en otra, propias de su condición de tipo en regresión, de las que da muestras no sólo en la aplicación múltiple del cuero, desde los trenzados hasta su utilización en lugar de clavos para unir el maderamen en la construcción del rancho sino también al utilizar cráneos y caderas de vacuno como asientos, las colas de las mulitas para depósitos para la yesca o yesqueros y construir la bombilla para el mate con una cañita y una pequeña cesta de crines de su propio flete y las guampas en la construcción entre otras cosas, de “chifles” y “vasos”, tiene su demostración más cabal y característica en la llamada “bota de potro”.

Este elemento de su vestir, que requiere el mínimo de transformaciones para su uso, era primitivamente quitado de las patas de los vacunos, pero más tarde, por lógicas razones económicas que resulta ocioso repetir, lo fue de los equinos, en especial de las yeguas. Consisten en la piel, o por mejor explicar, el tubo de cuero entero quitado de la pata del animal desde el medio muslo casi hasta el vaso, sacado dándolo vuelta de arriba abajo, previos dos cortes transversales en redondo a las alturas recién señaladas. Después de limpiarlo bien de tejidos subcutáneos, se le daba vuelta otra vez y se le “lonjeaba”, es decir se le quitaba completamente el pelo, luego se hacía un nudo con un tiento en su extremo inferior para cerrar la punta y darle algo de forma y se calzaba fresca aún, de tal modo que el muslo del animal cubriera la pierna del hombre y la callosidad o parte dura del garrón quedara como talón, formando el pie la pierna de cuero. Así fresca se amoldaba al pie y se quitaba antes de estar seca por obvias razones de seguridad y se seguía trabajando luego “a maceta” y calzándola alternativamente “para domarla”, hasta que quedaba blanda y fácil de calzar como un guante. En épocas posteriores, para hacerlas más blancas y de mejor aspecto se las solía dar un ligero curtido con sal común y alumbre.

Una vez curtida la bota se quitaba el tiento del extremo del pie y se cortaba éste hasta casi la mitad, de modo de dejar enteramente los dedos al descubierto y poder estribar “de botón” entre los dedos gordo y segundo del pie. Otras veces por razones de más vestir, se prefería dejar la punta cerrada: esto se conseguía pasando un tientito fino como jareta por el extremo y cerrándolo bien o doblando la parte inferior sobre la superior de la boca y cerrándola allí con un botón de tientos, como una cartera.

Asimismo el borde superior de la boca de cortaba a veces formando un fleco que caía sobre la liga. Esta era una fajita tejida de colores, similar al ceñidor o faja de la cintura, que servía para sujetar la bota en la pantorrilla, cuyas extremidades tenían a veces unas borlas y que se ataba con un nudo característico llamado “nudo de liga”. Otras veces esa atadura de la bota era un simple tiento.

En casos excepcionales la bota de potro no se lonjeaba, es decir, se le dejaba el pelo. Esto ocurría cuando se sacaban de las patas de un animal bragado, esto es, de cualquier pelo pero con las entrepiernas blanco como si tuviera bragas o calzoncillos. Lógicamente, esta característica daba una bota con el empeine y el pie blancos en contratono con la caña de otro pelo, que las hacía más vistosas, llamándoselas “botas con delantal”.

El Gaucho llevó a tanto su afán de fantasear y fanfarronear en el vestir, que hubo quien sacrificó dos animales bragados de una sola pata o simplemente “calzados”, por conseguir un par de ese llamativo calzado. Finalmente existió otra variedad de botas, las llamadas de “gato”, que se hacían con el cuero entero de uno de esos gatos monteses. Lonjeadas daban una bota muy blanca y suave, pero era más lujo usarlas con todo el pelo y dejando las cabecitas enteras sobre el pie, es decir sacando los dedos por la boca del bichito y fácil es imaginar lo espectaculares que resultarían con el pintado pelaje de gatos monteses o pajeros.

A la bota de potro sucedió en el uso como calzado del hombre de campo, la bota fuerte. Esta, por provenir de la ciudad, recibió el nombre de “currutaca”, de currutaco o afectado y a la moda en el vestir. Más tarde esta denominación quedó para señalar solamente a las de tacones altos, a veces de charol. Los dos tipos más comunes de bota fuerte fueron las llamadas “granaderas”, que tenían un corte en la corva como las que usa aún el ejército, y las de campaña, es decir las de caña lisa y blanda. En especial las primeras tenían a veces ataduras y cordones sobre su cara de afuera en la caña, con borlas y en ocasiones bordados con hilo de colores. Más tarde se usaron las de caña arrugada de “fuelle” o “acordeón”, muy en boga en Río Grande.

En general nuestro paisano usó una bota fuerte de caña más alta que el argentino, del mismo modo que gustó de usar las bombachas más anchas.

Es inexacto, como tantas premisas absolutas, que se han querido sentar sobre el vestir del gaucho, que la bota fuerte no se haya usado con calzoncillo cribado; lo que hay es que cuando ese tipo de calzado toma mayor auge, la otra prenda, como el chiripá, venía cayendo en desuso, sustituidas ambas por la bombacha y que quienes las seguían usando eran paisanos viejos apegados a lo de antes y que por consiguiente tampoco se resignaban a sustituir la cómoda bota de potro por la dura de confección. Per innúmeros ejemplos documentales, tanto escritos como gráficos, e incluso una tradición oral aún viva, permiten afirmar que en las postrimerías del siglo pasado y aún a comienzos de éste, era frecuente ver a los criollos, en especial al “endomingarse”, vistiendo almidonados calzoncillos de cribos, negro chiripá de merino y botas “amarillas” (marrones) o negras muchas veces estas últimas de charol. Claro que en la faena todavía tenía predilección por la aún barata y cómoda de potro del mismo modo que fue tardío el abandono del sufrido chiripá de apala.