La catástrofe del Machichaco, que ocasionó cuatrocientos muertos y mil heridos

Una superviviente del siniestro recuerda el tremendo drama que amenazó con la destrucción total de Santander.

El “Machichaco”, ardiendo en el puerto de Santander. Esta fotográfica, única obtenida, lo fue momentos antes de la explosión.

EL ROMANCE DEL “MACHICHACO”

La magnitud singular de la tragedia ha hecho que la recoja el romance:

El día tres de noviembre, cuando estalló el “Machichaco”…

Este 3 de noviembre correspondió a un año bien luctuoso para España: 1893. El año del “Machichaco” y de Sidi Guariach.

Han pasado otros treinta, y ocho y la generación de santanderinos que vivió las horas amargas del tremendo drama, que amenazó con la destrucción total de Santander, va desapareciendo lentamente, sin que, para hacer referencia a fechas y sucesos, haya empleado otras palabras que aquellas con que dio principio al romance que el pueblo escribió bajo la inspiración de su desgracia. 3 de noviembre. Ninguna fecha ha quedado impresa con más abultado relieve en la historia de la ciudad. Para los supervivientes de la explosión no existen épocas, años, ni sucesos históricos. La columna roja de fuego y sangre dejo dibujado en el cielo el reloj de Cronos, que marca, desde entonces, todos los momentos santanderinos.

El lugar en que, hace treinta y ocho años, se produjo la espantosa explosión ante la multitud que había acudido al muelle para contemplar el incendio del barco.

LOS QUE TENIAMOS CUATRO AÑOS

Lo recordamos. La madre, llorando, arrodillada, apretándonos contra su pecho, mientras que implora a Dios, creyendo, dentro de su devota ingenuidad, que había llegado el fin del Mundo; un fulgor deslumbrante, un ruido horrísono y una trepidación que parece despedazar la tierra; el clamor, por el padre que no llega, y el ir sabiendo de parientes a los que ya no se puede esperar, son impresiones de tan agudo filo, que grabaron sobre nuestra imaginación de cuatro años la leyenda de sus recuerdos.

Éramos muy niños, ciertamente, pero no lo hemos olvidado. Seremos, tal vez, los testigos más jóvenes. No seremos capaces de reproducir el relato integro, porque aprendimos a hablar recitando el romance del “Machichaco”. Pero lo recordamos

El exilio de aquella noche, huyendo de la ciudad en llamas- escena bíblica por nosotros vivida-, lo llevamos eternamente encerrado en nuestras pupilas. Porque ya teníamos cuatro años.

Frente al Hotel Continental cayó esta maraña de railes retorcidos, entre la cual quedaron aprisionados siete cadáveres.

EL RELATO DE PEREDA

“Lo que cortó la palabra en la boca de Pachin, y la respiración en sus pulmones, y hasta el circular de la sangre en sus arterias, no tiene nombre en ninguna lengua conocida. En la pobre fantasía de los hombres no hay termino de comparación para el sonar de aquellos dos estallidos, casi simultáneos, para aquel cráter horrible que se abrió con ellos; para aquella inmensa columna de fuego que se elevó al espacio, y en cuya cima humeante flotaban, entre denegridos espirales, cuerpos humanos; para aquella infernal metralla de candentes y retorcidos hierros que vomitaban los senos del vapor, entre infectas oleadas de cieno de fondo de la mar, sobre las apiñadas, desprevenidas e indefensas multitudes; para el color extraño de aquella luz, que se enseñoreó del aire, empañando la del sol, que corría a precipitarse en el ocaso, como si huyera de alumbrar tantos desastres acumulados en tan reducido lugar y en tan breve tiempo”.

COMO LO CUENTA “LA VOLADORA”

Nos hemos fijado en ella porque, dentro del ejército de inválidos que quedó en Santander como resultados tristes de la explosión, tiene unos rasgos acentuados de santanderinismo que le hacen interesante. Es un tipo perediano. Callealtera, trasladada a Puerto Chico siguiendo el desplazamiento del cabildo de mareantes; pescadores sus padres; madre y abuela de pescadores, ha sostenido toda una vida de afanes, vida laboriosa multiplicada en trece vidas, con el trabajo penoso de la pesca. Asunción Muriedas, popularísima en Santander, ha recibido, con el espaldarazo de esa popularidad, un título que, con los años, ha sido esfumando el verdadero nombre: va nadie le llama más que “la Voladora”.

-¿…?

-No he de acordarme, “hijuco”….Descalzuca de pie y pierna, con mis quince años, era yo una rosa mesmamente. Fui a ver arder el “Machichaco” con todas las muchachas de mi calle, porque por algo vivimos de la mar. Nosotras, entonces, no éramos como aquellas “costuderas” que presumían de finoles y hacían ascos al olor de la “parrocha”. No nos asustaba el que dijeran que el barco traía dinamita. Además, nosotras, “enfelices”, ¿qué sabíamos? Yo estaba de las primeritas. Cerca de la machina de madera y enfrente, enfrente de la bodega que ardía. Pues, hijo de Dios, que, de repente un estampido, y una de humo, y de fuego, que abrasaba la cara, y de hierros, que caían destrozando y quemando las carnes, un un griterío espantoso, unos que se caen y otros que se levantan, muchos para volver a caer, y en menos de un minuto, todos aquellos miles de personas de todas clases, pudientes y artesanos, hombres, mujeres y niños, habían desaparecido, huyendo por el muelle de Naos y el "Paderón". No quedamos allí más que los que no podíamos levantarnos: muertos y heridos; yo creo que éramos la mitad de los que veíamos la quema, Intenté andar y me falló la pierna. Me di cuenta que la tenía rota; pero como nadie venía a auxiliarnos y allí sólo había un pobre "curuca" que no podía atendernos a todos, y bastante hacía el "enfeliz" que echaba bendiciones a los que veía agonizar, me fui arrastrando con dirección a las casas de Méndez Núñez, que ya empezaban a arder, y aún tuve que dar un rodeo, pasando por encima de muertos y de otros que estaban más heridos que yo y se retorcían de dolores, para pasar por delante del tren de Solares, que ardía también y tenía debajo de la máquina dos hombres que había atropellado en la desbandada y que todavía se movían.

Por fin, llegué al portal, casi desnuda y llena de sangre, donde estuve mucho rato, hasta que ya no podía hablar, pidiendo ¡auxilio!, ¡auxilio!... Ya de noche, unas mujeres me cogieron en una silla, y a !a botica de socorro. Como allí no cabían los muertos y los heridos que iban llevando, me pusieron un pañuelo atado a la pierna, y, con otro herido, nos metieron en un carro que salía para el hospital, lleno de cadáveres.

- ¿…?

- ¡Si ya no me hacían efecto los muertos! ¡Había visto tantos en dos horas! "Pa" que vea usted. Poco después de llevarme al hospital llegó mi hermana, que me andaba buscando entre los muertos y heridos. Le pedí un poco de agua, y, apoyándome en ella, me asomé al patio para ver los muertos que iban dejando en fila, muy "arrimaducos" a la pared. Y en seguida, a cortarme la pierna. La mía fue la primera operación que los médicos hicieron aquella noche.

Las ruinas humeantes de las casas de la calle de Méndez Núñez, destruidas por el incendio, que duró seis días.

CÓMO ESTABA COMPUESTA L A MAQUINA INFERNAL

SI "Cabo Machichaco" fue la más imponente máquina infernal con que pudo soñar Orsini, en sus delirios de destrucción, El mundo no ha presenciado otra explosión parecida. La fórmula que preparó el infortunio con la colaboración de multitud de hechos casuales, que parecían buscados de propósito para aumentar el número de víctimas, puede analizarse, cuantitativamente, de la siguiente manera:

Cuerpo de bomba. Un casco de acero que desplazaba 1.607 toneladas.

De explosivos. 1.722 cajas de dinamita, con un peso aproximado de 60.000 kilos.

Metralla. Barras y flejes de hierro, 398.140 kilos. Hoja de lata, 104.890 kilos. Tubería de hierro, 68.215 kilos. 1.753 bultos de hierro, con 44.439 kilos. 19 cestos de clavos. 9.080 kilos de cubos de latón. Railes de acero, 1.622 kilos.

Fulminante. No se sabe si actuó como tal el incendio con que el barco entró en Santander, o si fue la repercusión de golpes dados en eí costado al intentar echarle a pique. (Los precedentes datos están sacados del conocimiento marítimo del "Machichaco", excepto el de la dinamita, que venía sin declarar.)

Asunción Muriedas, popularmente conocida por “la Voladora”, que perdió una pierna es el siniestro, señalando el sitio en que cayó herida.

LAS VICTIMAS

Fueron, en números redondos, 400 muertos y 1.000 heridos la estadística cruenta de la explosión del "Cabo Machichaco".

Los santanderinos, tan vinculados al mar, aprovechando la bonanza de aquella inolvidable tarde de otoño —la estación ideal en la Montaña—, al saber de un barco que ardía en Maliaño, llenaron !a enorme avenida marítima, igual que hacen hoy ante la atracada de un barco de guerra o las evoluciones de un "hidro", dando, con ello, cebo a la muerte, que nunca pudo encontrar víctimas más propicias.

A toda la ciudad alcanzaron los efectos de la metralla, y aun fuera de ella cayeron muertos y heridos. Sobre muchos tejados quedaron restos humanos, que obligaron a la Alcaldía a la publicación de un aviso, rogando a los propietarios reconocieran las cubiertas de sus respectivos edificios y dieran cuenta de los macabros hallazgos, que fueron muchos.

EL INCENDIO

A la terrible explosión sucedió el incendio. La metralla candente hizo que se incendiaran simultáneamente la casa número 9 de la calle de Méndez Núñez, la Audiencia, el Depósito de Tabacos y el muelle de madera, siendo pasto de las llamas treinta y cinco edificios.

El fuego, abandonada !a ciudad por sus habitantes, no pudo ser atacado hasta que llegaron refuerzos de Madrid, Bilbao y San Sebastián, aparte algunos, menos eficaces que generosos, de la provincia, y duró hasta el día 9.

Las pérdidas se calcularon en doce millones de pesetas.

LOS CULPABLES

Los que como tales señaló el pueblo: el capitán del barco, don Facundo Leniz, que negó la existencia de la cantidad de dinamita que traía de contrabando, y el consignatario, que perecieron en la catástrofe. Sus cuerpos no han parecido. La justicia divina les negó el abrazo indulgente de la tierra.

SANTIAGO TOCA


“La Voladora”, ante el monumento levantado en Santander en recuerdo de la horrorosa catástrofe que amenazo con destruir la ciudad. Fotos Samot.