Un episodio inédito de la guerra civil.
Como encalló el “Arriluze” en aguas asturianas con un gran cargamento.
Tres muertos.-El “España” y el “Almirante Cervera”. Cañonazos.-El capitán y el primer maquinista del “Arriluze”, en poder del enemigo.-Pero…
En la lucha contra el pronunciamiento fascista se han sucedido unos tras otros muchos episodios interesantes. Pero acaso ninguno llegue al dramatismo y emoción del episodio naval que en aguas asturianas hubo que correr el vapor “Arriluze”, víctima del pirata “Almirante Cervera”.
En Elantxobe, marco adecuado para una narración marítima, el primer oficial del “Arriluze” ha contado aquellos momentos angustiosos vividos….
Oiga el lector.
Santiago de Arriandiaga y Zobaran, primer oficial del vapor "Arriluce".
CAMINO DE MUSEL.
El día 12 de agosto salió de Valencia para Musel o Santander –donde pudiera- el vapor de la Compañía Catalana Marítima “Arriluze”, de tres mil toneladas. Llevaba treinta y cuatro hombres de tripulación y el siguiente cargamento
Dieciséis cureñas (carros de cañón). Tres cajas de espoletas y cincuenta cajas de capsulas de fusil máuser.
Antes de salir del puerto, el capitán señor Barañano, en su nombre y en el de la oficialidad, solicito de las autoridades el enrolamiento de algunos milicianos que defendieran el cargamento. Pero la situación en aquellos momentos de la capital valenciana no permitió la distracción de combatientes ni para aquel importantes cometido. Lo que hizo el Frente Popular valenciano fue dotar al “Arriluze” de un fusil, un rifle y otra arma. ¡Pobre defensa para un vapor que había de internarse en zona peligrosa en su servicio a la República!
Así partió el “Arriluze” camino de Musel con una tripulación animosa. Y así fue ganando millas y millas, con alguna dificultad por parte de las maquinas, que no producían la necesaria fuerza debido a la mala calidad del carbón.
A la altura de San Vicente, en Portugal, el “Arriluze” encontró vientos Norte, muy duros. El buque andaba poco, muy poco. Y la situación quedo comprometida a la altura de Berlingas, cala portuguesa, porque el carbón era tan malo que su combustión no producía la suficiente presión en las maquinas.
El capitán señor Barañano, decidió convocar a la oficialidad y a la tripulación.
-¿Qué se hacía?
Se acordó por unanimidad continuar en aquella forma hasta hacer día. Afortunadamente, no hubo necesidad de esperar, ya que la capa mala de carbón parecía haber desaparecido.
El “Arriluze”, ahora con las maquinas en presión, continuaba viaje…
UNA RESOLUCIÓN
Después de aquella capa de carbón de excelente calidad que hizo concebir tan halagüeñas esperanzas, nuevamente comenzó a fallar el combustible. A la altura de Leixaes, en Portugal, el buque detuvo su marcha.
El capitán volvió a plantear a la oficialidad y tripulación el interrogante:
-¿Qué se hacía?
El primer maquinista, contestando a la pregunta que se le formulaba, contesto que el “Arriluze” tenía suficiente carbón para llegar a puerto.
El segundo y tercer maquinista contestaron que no.
Pero la oficialidad y tripulación adoptaron el acuerdo de que, contra viento y marea era preciso continuar la ruta. Y que en todo caso era preferible hundir el barco con su precioso cargamento antes de entregarse.
Lo hicieron sin alardes. De esa manera calada a que el mar inmenso ha obligado al marino a pensar y a hacer.
EL “ESPAÑA” A LA VISTA
El “Arriluze” navegaba a treinta millas del cabo Peñas. De pronto, como surgido del fondo marino, un buque de guerra: el “España”.
Eran las nueve y media de la mañana. El pirata lanzo a poca distancia dos cañonazos de aviso. El “Arriluze” se vio obligado a para la máquina y a esperar al “España” a que ganara una de las bordas de nuestro buque.
Comenzaron a hablar: pero la descarga del vapor de las maquinas del “Arriluze” impedía entenderles.
El “España” comenzó a dar vueltas alrededor de su presa. Por medio del telégrafo de banderas pregunto:
-¿A dónde van?
Se le contesto concisamente:
A Santander.
-¿Qué cargamento?-volvió a interrogar.
-Lastre de agua-fue la contestación.
Ni saludo siquiera. Cambio de rumbo y se perdió en el horizonte.
El “Arriluze” dio máquina, y la tripulación respiro satisfecha. Había salvado un obstáculo.
Pero dura poco la alegría en casa del pobre, suele decirse.
A la una y media de la tarde, a la altura del cabo Peñas, muy cerca de este, el “Arriluze” avisto en el horizonte un buque de gran porte. El capitán dio una orden tajante: ¡Cerrar el timón! SE deseaba ganar a toda costa el puerto de Avilés.
El señor Barañano, capitán del “Arriluze”, ordeno al mismo tiempo que fueran todos a la máquina y apurasen los fuegos.
El buque del horizonte, en el entretanto, dejaba percibirse más claramente. Primero, una torreta; luego, otra.
Todavía detrás de aquel buque que comenzaba a perfilarse apareció un “bou”.
El “Arriluze”, valientemente, forzando las maquinas, iba llegando a puerto. Solo faltaban tres millas de Avilés, cuando el cañón de buque misterioso dejo oír el rugido de su voz.
-¡Maquina adelante!
Era la respuesta adecuada. El “Arriluze”, sin medios de lucha, se echaba heroicamente a las rocas. Todo antes que entregarse al enemigo.
Pero la maniobra fue observada a tiempo por el buque faccioso. Y fueron, uno tras otro, ocho cañonazos que caían cerca, cada vez más cerca.
EL “ALMIRANTE CERVERA”
La gente de máquinas subió a cubierta. El “Arriluze” había parado maquinas muy cerca de las peñas que dan tal nombre al citado cabo.
Del “Almirante Cervera”, pues tal era el buque misterioso, desplazaron un bote al “Arriluze”. Lo tripulaban veinticinco hombres al mando de un oficial. Veinte subieron a bordo con los fusiles amartillados.
-¡Toda la tripulación, nuestro barco!-bramo el oficial-. ¿Quién es el capitán?
Barañano se adelantó:
-Yo soy.
A continuación se desarrolló un dialogo dramático:
-¿Cuántos hombres tiene usted a sus órdenes?
-Treinta y cuatro y un pasajero.
-Entregue usted toda la documentación-exigió el oficial.
-No tengo más que el rol-respondió dignamente el capitán del “Arriluze”.
-¿Quién es el primer maquinista?
Antero de Luxua, de Portugalete, dio un paso al frente.
-¿Quién es el pasajero?-volvieron a interrogar.
El inspector de los “Garcias”, de Santander, avanzo.
En el entretanto, el capitán iba y volvía con el rol.
A la vista de este, el oficial preguntó:
-¿Qué cargamento llevan?
Barañano repuso:
-En el rol consta.
En la caseta del telegrafista, un marinero del “Cervera” se comunicaba con banderas con el buque faccioso.
Bajo el marinero, hablo quedamente con el oficial y acto seguido se ordenó que toda la tripulación fuera al saltillo de popa...
Temieron un fusilamiento. Dos fogoneros y un palero hubieron de bajar a las maquinas, siguiendo instrucciones de los asaltantes.
UNAS ÓRDENES
Se cambiaron las siguientes órdenes:
Si el “Almirante Cervera” pitaba dos veces, quería decir; “Seguidme”.
Si no se le podía obedecer, el “Arriluze” había de contestar con un toque de sirena.
Si le seguía, el “Arriluze” había de tocar tres pitadas.
Y si el “Almirante” hacía sonar por cuatro veces su sirena, ya podía la tripulación ganar los botes y alejarse rápidamente, puesto que el “Arriluze” iba a ser cañoneado.
Mientras, el buque salido de Valencia, empujado por el mar, se iba peligrosamente a las peñas.
El oficial faccioso ordeno a los suyos embarcar en el bote. Ya con un pie en la escalerilla advirtió que la desobediencia de las órdenes dictadas supondría la muerte del capitán, señor Barañano, maquinista Luxua y un pasajero que se llevaba con él al buque pirata.
La tripulación, angustiada por la suerte de su capitán, quedo pendiente de los toques de sirena. Pendiente, pero dispuesto al mayor de los sacrificios, puesto que apenas se había separado unos metros el bote asaltante del buque leal, cuando los fogoneros subían a bordo sin mantener el fuego en las maquinas.
-Al “Cervera” no se le seguiría aunque ello supusiera la muerte.
Pero la traición más negra anidaba en el buque de guerra sublevado.
No había llegado el bote que se llevaba al pasajero maquinista y capitán del “Arriluze” al “Almirante Cervera”, y ya este dispara sobre el buque indefenso un cañonazo.
La tripulación hubo de tumbarse sobre cubierta y arrojarse al agua.
Santiago Arriandiaga, primer oficial del “Arriluze”, con nombramiento de capitán inglés y español, se dirigió a echar los botes, consiguiendo lanzar el pequeño de servicio.
¡Pero el bote era incapaz para todos!
Arriandiaga lanzó al agua varios botes salvavidas en medio de un furioso cañoneo.
-¡Todo el mundo al agua!-grito el primer oficial en medio de aquel diluvio de metralla. Y el mar fue con todos.
Iba delante el bote de servicio completamente lleno. Detrás, casi sumergido, uno de los botes salvavidas….
Se oyó pedir ¡socorro! Débilmente.
La solidaridad de los hombres de mar es tan inmensa como el océano mismo. A pesar de la necesidad de ganar tiempo, Santiago Arriandiaga paro su bote y dedicosé a recoger náufragos. DE tierra, en las rocas, los vecinos de San Martín de Podes ayudaban lo que podían.
El bote salvavidas recogió a dos tripulantes sin conocimiento.
El “Arriluze”, destrozado por la metralla y empujado por el mar, encallaba en las peñas.
Ya el “Almirante Cervera” no tenía nada que hacer. Pero con una crueldad criminal dedicosé a alcanzar con sus cañonazos a los botes que a fuerza de remos intentaban ganar la costa.
Tres valientes de San Martín botaron una embarcación pequeña y salieron al paso de los náufragos con el propósito de darles remolque. El gesto tenía un indudable valor en aquellos momentos difíciles.
APARECEN DOS TRIMOTORES
De pronto, cuando los marinos se encomendaban a la Virgen del Carmen, su Patrona, el “Cervera” callo y emprendió la huida. En el cielo sin nubes dos trimotores avanzaban rápidamente.
Pero aún no había desaparecido el peligro, puesto que el “bou” faccioso continuaba cañoneando, sustituyendo al tristemente célebre buque pirata.
La embarcación de San Martín alcanzó el bote salvavidas y le dio remolque.
Ya en tierra, se hizo un recuento. Faltaban tres tripulantes: un maquinista, un fogonero y un marmitón.
Por la noche, todavía el “Almirante Cercera” regreso a cañonear al “Arriluze” encallado. No consiguió destrozar el cargamento, con el que la Republica lucha en tierra contra la soberbia fascista.
PERO….
Estos heroicos marinos del “Arriluze”, este primer oficial del buque leal, que se ha prestado a relatar este inédito episodio de la guerra civil, han quedado en una situación desesperada. Todo: dinero, enseres, ropa, se ha quedado allí con el “Arriluze” en la costa asturiana.
Pudieron haber arribado a Ferrol cómodamente. Pero el cumplimiento del deber les exigió este sacrifico, del que creemos que, aunque mínimamente, han de ser resarcidos por las autoridades republicanas.
Andima de Orueta
Fuente: Euzkadi 03/09/1936.