Gure itxasgizon gurenak

PEDRO IBARRA BUSTINZA es el héroe de ….cuyas hazañas vamos hoy a ….nuestros lectores. Nació en Bermeo ….de agosto de 1858. Sus padres Esteban y Bruna, pescadores también.


…..nueve años de edad comenzó a ….en las faenas de la pesca como….del “potín” que patroneaba su…….éste , a los diecisiete años …comenzó.a actuar como patrón …(bahía), y a los veintiséis era……..……………….altura.

…..veinticuatro años casó con Marga…..habiendo tenido doce hijos …..viven cinco; dos en Chile y otro que es sacerdote, actualmente pá………Ereño.

…..setenta y cinco años continuó ……a la pesca de altura, y retira……hasta el año 1926 continuó de…..a la pesca con embarcaciones de ……

….zozobrado, y durante su larga….ha realizado seis salvamentos, ….circunstancias verdaderamente…..

……salvamento lo realizó en …..durante la costera de be….

….un “potin” con ocho…….hallaba a ocho millas Norte a ……Bermeo. Cuando se dirigían hacia …..en la vista otro “potín”, ------por Tomas Bustinza, al mando …..hombres,se desarrolló una bo…hizo zozobrar el “potín” de ….Ibarra acudió en socorro de los –pudiendo recoger a todos, y …..a bordo regresó a puerto, sin…….

….de 1893, durante la costera de ….al volver de la cala en unión de ….embarcaciones, fueron sorprendidos por una galerna a unas seis millas ….El fuerte ventarrón hizo zozobrar la embarcación patroneada por Va….que llevaba bajo su mando ….neros. Ibarra hizo con su lan….rápida maniobra y salvó a los náufragos, a los que condujo a …..

……..De 1897, Ibarra se hallaba pescando a 50 millas de tierra, cuando ….una imponente galerna. Se …juntas tres boniteras, y otra ….al Noroeste, patroneada por Ezquiaga. Este naufragó, y Lo….cuenta del accidente, man….lantes que cogieron todos los …a bordo y los “botavaras” que estaban fuera. Mientras, él preparaba todos los elementos y disponía la maniobra para el salvamento, arriando la vela.

Al llegar al lugar del naufragio vio a tres hombres que penosamente se sostenían sobre la quilla de la embarcación zozobrada. El patrón se hallaba sujeto al timón, con la cara ensangrentada; otros tres náufragos se hallaban más hacia el Norte, agarrados al palo mayor, y otro sobre una “aurtzola”.

Ibarra dispuso la maniobra distribuyendo a sus tripulantes por babor y estribor, provistos cada uno de una estacha. El, por su parte, cogió otro chicote con una mapo, mientras con la otra sujetaba el timón.

Su bonitera paso por entre la quilla de la zozobrada y el palo mayor, y sus tripulantes lanzaron por babor y estribor las estachas a los náufragos.

Los que estaban sobre la quilla agarraron las estachas; pero era tal la velocidad con que el mar empujaba a la bonitera de Ibarra, que aquellos soltaron las estachas salvadoras.

Nuestro héroe, recordando este episodio, dice que las olas tenían mayor altura que la torre de Santa María e impulsaban a su bonitera, sin vela, a mayor velocidad que la de un ferrocarril. En estas condiciones , la maniobra para volver al sitio donde se hallaban los náufragos era dificilisima, por no poder dirigir la embarcación con precisión y porque, el oleaje empujaba a los náufragos a barlovento y a la embarcacion suya a sotavento.

Ibarra lanzó su estacha al patrón. Ezquiaga, que se hallaba sujeto al timón de su embarcación, que, como decimos , estaba quilla al sol.

Ezquiaga no soltó la estacha, pero era tal la violencia con que el mar empujaba a la bonitera de Ibarra, que al fin, a pesar de haber cedido sesenta metros de chicote, tuvo que soltarla. Entretanto, los tripulantes de babor, que habían echado sus cabos a los que se hallaban en el palo mayor lograron embarcar a estos.

Al ver que la lancha de Ibarra se alejaba arrastrada por las olas, Ezquiaga preguntó a aquél angustiosamente: “Lorentzo, men iztun gozur?” (¿Lorenzo, aquí me delas?) contestando Ibarra con un estentóreo “Ez”.

Tomó Ibarra hacia la banda de tierra alzando la vela-maniobra difícil- yendo hacia el Norte para volver luego al Sur a fin de buscar a los náufragos.

Otras dos embarcaciones que venían del Norte cerraron las velas para ceñirse al sitio donde estaba la lancha quilla al sol, y pudieron recoger a los tres que sobre ella se sostenían.

Faltaban el patrón y el chico, que se sostenía en la “auztzola”. Ibarra volvió a buscarlos; pero al llegar al lugar del naufragio la embarcación zozobraba se había puesto en su posición normal, y , por tanto, el patrón, que se encontraba sujeto a la pala del timón, fue lanzado , pereciendo en el fondo del mar. También se había ahogado ya el muchacho de la “aurtzola”.

Al regresar a puerto con los tres náufragos salvados un golpe de mar inundó la parte de popa de la embarcación. Ibarra evitó con su pericia que zozobrara, ordenando una hábil maniobra y colocando rápidamente a todos sus tripulantes en proa, con lo cual consiguió desalojar el agua que había entrado a bordo.

Para hacer frente al temporal tuvo que ordenar bajar la vela mayor.

Llovía torrencialmente, y cuando volvía al puerto, hallándose como a unas diez o doce millas de éste, vieron que a la bonitera “Campo Libre”, patroneada por Tiburcio Badiola, se le había roto el timón y la vela machete, hallándose sin gobierno.

Llevaba muchas horas en esta situación y aunque fue vista por otras embarcaciones, éstas, no pudiendo defenderse contra el temporal, optaron por retirarse.

Ibarra puso su embarcación al lado de la que se hallaba sin gobierno, colocándose a la parte del viento para darle socaire y en esta forma consiguieron entrar ambas en la bahía.

El 13 de agosto de 1902, encontrándose Ibarra pescando bonito a una altura de diecinueve millas de tierra, vio una embarcación en situación peligrosa, a juzgar por la forma rara en que aparecía su velamen. Ibarra se dispuso inmediatamente a acudir en su auxilio, cerrando las velas grandes y levantando la pequeña. Al mismo tiempo llamó la atención a otras embarcaciones que se hallaban próximas sobre lo que ocurría para que le ayudaran al salvamento, pero por lo visto no le entendieron sus señas.

Pronto confirmó sus sospechas, pues a unas dos millas estaba una embarcación inclinada de costado sobre el mar y con la vela flotando sobre éste.

Ibarra tomó rumbo Norte para colocarse en la parte de fuera y volver al Sur, y gracias a esta habilísima maniobra pudo recoger a los nueve tripulantes de la embarcación zozobrada. Dos de ellos se hallaban casi ahogados. Uno de los náufragos, a quien Ibarra salvaba por segunda vez, se puso de rodillas ante éste, y llorando le dijo: “¿Con qué te voy a pagar, pues por segunda vez me traes al mundo?”

Era sobrino del patrón. Ibarra no dio importancia a su acción heroica.

A las diez de la noche, uno de sus tripulantes comunicó a Ibarra que uno de los náufragos había muerto , a consecuencia de la asfixia. Aquél se incomodó mucho y dispuso que se hiciera tragar al “supuesto difunto” una fuerte cantidad de aceite. Este vomitivo surtió sus efectos,y aquél pudo desalojar toda el agua que había ingerido en el mar, y todos, sin novedad, entraron en Bermeo.

Era el año 1907. Los pescadores no habían salido a sus faenas a causa del temporal, y gran número de aquéllos contemplaban desde la Atalaya el siniestro aspecto que ofrecía la barra. Ibarra se encontraba, con otros compañeros, en Gaztelu, contemplando la furia del mar, cuando divisaron en el horizonte al vapor de la matrícula de Santander “María Carrasco”, sin gobierno y a merced del oleaje. Sus nueve tripulantes arriaron un bote, y montando en él, pretendían ganar la boca del puerto. Sin duda, no conocían las dificultades de la barra, mejor dicho, la imposibilidad de franquearla.

Aquellos hombres iban a una muerte sin remedio por lo que los pescadores, desde tierra, les hacían señas de que no intentasen entrar en el puerto. Por lo visto, los del bote no entendieron las señas, pues proseguían en sus esfuerzos para cruzar con tan frágil embarcación la temible barra.

La angustia oprimía los pechos de los pescadores, que, consternados ,contemplaban el terrible cuadro, esperando de un momento a otro, con la natural zozobra, que los náufragos sucumbiesen ante su vista, sin poder prestarles socorro.

Ibarra propuso a sus compañeros que se intentara el salvamento; pero todos se opusieron , estimando que era ir a una muerte cierta, sin probabilidades de salvar a los que se hallaban el el mar. Por su parte, el comandante de Marina prohibió terminantemente a los pescadores que nadie se hiciese a la mar.

La catástrofe parecía inminente, por lo que Ibarra, no pudiendo presenciarla impasible, decidió retirarse a su casa. Pero la conciencia le remordía y los pies parecía que no le podían llevar. Al pasar por el puerto vio que un vaporcito echaba humo. El maquinista había encendido la caldera para probar la máquina.

Ibarra se dirigió a él con resolución y le preguntó:

- ¿Tiene presión? (¿Está el barco en condiciones de salir?)

Al obtener contestación satisfactoria a su pregunta, Ibarra dijo al maquinista:

- Levanta lo que puedas la presión, y ahora voy yo.

Y tomando un bote, se dispuso a subir a bordo. Al ver la actitud resuelta de Ibarra, tras él se fueron otros ocho o nueve hombres.

Cuando se disponían a salir, el dueño del vaporcito, que vivía cerca, salió al balcón, y alarmado por la suerte que iba a correr éste, gritó disgustado:

-¿Quien os autoriza a disponer de mi barco? ¿Quien me responde de lo que ocurra?

Ibarra, volviendo la vista hacia él, le respondió con energía:

-¿Me conoces a mi?

-Sí- fue la respuesta.

-Pues yo respondo-. Y no dijo más.

El aspecto del mar era tan imponente, que los mas viejos pescadores no recordaban un temporal tan violento.

Al ver a aquellos esforzados pescadores ir a jugarse la vida por salvar la de unos semejantes, a los que no conocían, el clero de Santa María salió con el Santísimo al muelle para que la presencia del Señor aplacase la cólera del mar. Fue emocionante, sublime y conmovedor el cuadro que ofrecían los sacerdotes, revestidos y rodeados del pueblo, que , arrodillado, pedía a Dios la salvación de aquellos hombres. Sólo esta vez se recuerda que haya salido el Santísimo en iguales circunstancias.

El salvamento se realizó con toda felicitad,y los tripulantes del bote, que, por lo visto, ya habían creído llegaba su última hora, al acercarse el vaporcito subieron a él sin acordarse de recoger las ropas y efectos de valor que habían llevado al bote, y dejaron abandonados con éste , sin acordarse más que de salvar sus vidas.

Ibarra , fervoroso creyente, aseguraba que Dios había oído las súplicas del pueblo, pues al realizar el salvamento vieron que la barra se hallaba relativamente tranquila, y en cuanto llegaron a puerto volvió a encolerizarse el mar.

Por este salvamento le fue concedida a Ibarra la medalla de Salvamento de Náufragos , de plata, y la cruz del Mérito Naval con distintivo rojo, pensionada con 2,5 pesetas al mes. ¡Barato cotiza el Estado el heroísmo de estos oscuros hombres de mar, que exponen su vida por amor al prójimo y sin afán de gloria alguna ni estímulo de premio en esta vida!

El último salvamento lo realizó Ibarra en febrero de 1908. Un día de fuerte temporal, el balandro “Simón” se hallaba a la vista del puerto, sin poder ganar la barra a causa de la marejada.

Ibarra decidió acudir en su auxilio , y saltando a una trainera, consiguió acercarse al balandro y lanzarle una estacha, realizando el salvamento.

Después de una vida heroica, de lucha constante con el mar. Lorenzo, se retiró el año pasado. Como único premio había alcanzando la pensión de una peseta diaria que paga la Cofradía a todos los pescadores ancianos.

Al verse relevado de dedicarse a sus faenas, la primera preocupación de Ibarra fue la de ir a visitar a sus hijos , que viven en Chile; y, en efecto, a pesar de tener cerca de setenta años, se embarcó para Valparaíso, donde permaneció siete meses, habiendo regresado en agosto último.

Ese es nuestro hombre.

Euzkadi 08/11/1927

CONSTANTINO DE LARRINAGA Y BILBAO. Constantino Larrinaga y Bilbao, natural de Bermeo, de cincuenta años de edad, hijo de Mariano y Petra pescadores.


En su larga vida de mar ha realizado varios salvamentos, algunos con gran riesgo de su vida.

Entre dichos salvamentos figura el de los tripulantes de la bonitera “Fatima”, a los que encontraron en una balsa, y el de la lancha lequeitiana “Bizkaitarra”.

En cierta ocasión, y después de haber intervenido en un salvamento en medio de una galerna imponente, tuvo que ingresar en el Hospital de Santander con las piernas hinchadas a causa de los fuertes golpes de mar que tuvo que sufrir para realizar su humanitaria obra.

También salvó en otra ocasión a Galo Bilbao, “Arballu”, a quien un golpe de mar arrebató de su embarcación y a duras penas podía mantenerse en el agua.

Euzkadi 18/12/1927

COSME IBARLUCEA ECHEVARRIA nació en Bermeo el 27 de septiembre de 1885. Fueron sus padres Ciriaco y Asunción, también bermeanos. Cosme era el quinto hijo del matrimonio.


A los doce años comenzó a dedicarse a las faenas de la pesca, tripulando el “potin” que patroneaba su padre. A los diecinueve años patroneaba ya una bonitera.

Cuando apenas contaba esta edad, se hallaban un día varias embarcaciones, formando “compañías”, dedicadas a la pesca de bonito, a 40 millas de puerto.

Cada “compañía” destaca por la noche una lancha a puerto con la pesca de todos. A las nueve aproximadamente se ocupaban todas las embarcaciones de la “compañía” a que pertenecía la de Cosme en depositar el pescado en la patroneada por Jenaro Gamecho para que lo llevase a Bermeo.

Cuando se hallaban dedicados a esta faena se cayó al mar un niño de nueve años, al que los tripulantes de su lancha no pudieron salvar por el fuerte Norte que reinaba. Ibarlucea, sin tener siquiera la precaución de amarrase un chicote, se arrojó al mar y asió al niño; pero no pudo volver a su embarcación porque el viento a alejaba a aquella, y seguramente hubieran perecido ambos si no hubiese cruzado por aquel lugar la lancha de Gamecho, que les recogió.

Por este salvamento se le concedió la medalla de Salvamento de Náufragos, y el rey, que visitó por entonces Bermeo, le entregó un donativo de mil pesetas.

Tomó parte con Lorenzo Ibarra en el salvamento de los náufragos del “María Carrasco”, y, como a todos los que intervinieron en aquel, le concedieron la cruz de plata del Mérito Naval, pensionada con 2,50 pesetas mensuales.

El 20 de diciembre de 1922 se hallaba a las cuatro de la madrugada, con su vaporcito, en la bahía esperando la señal de los alcaldes de mar o “señeros” para hacer rumbo a las calas y oyó prolongados toques de sirena, señal de que algo anormal pasaba. Puso proa al puerto, notando que los demás vaporcitos salían, haciendo sonar la sirena pero sin detenerse.

El patrón del “Anacleto”, al pasar, le dijo que llevaba un náufrago, porque el “Santa Águeda” había zozobrado en la barra y los demás tripulantes habían perecido ahogados.

Los demás patrones de los otros vaporcitos eludían ir en socorro del buque náufrago, por el peligro que corrían Cosme, sin vacilar, hizo rumbo al lugar del accidente. A causa de la oscuridad no podía divisar a los náufragos, y solo podía guiarse por los gritos, pero corría el riesgo de que la corriente empujara a su barco contra el acantilado. Dirigiéndose a sus tripulantes, les dijo que, si todos le obedecían, estaba dispuesto a salvar a los náufragos del “Santa Águeda”, y, para estar prevenidos para cualquier eventualidad, les ordenó se despojaran de las ropas de agua. Gracias a una habilísima y peligrosa maniobra, consiguió recoger a cuatro de los náufragos. Como no oyera más voces de auxilio, hizo proa al mar y consiguió salvar a otros dos, que se hallaban extenuadísimos.

Como aún faltaban algunos de los tripulantes del “Santa Águeda”, Ibarlucea recorrió aquellos alrededores en todas direcciones, preguntando “¿Eñor badago geijago?” (¿Hay alguien más?), volviendo a puerto al ver nadie respondía.

En aquel naufragio perecieron tres pescadores ,y como el accidente se había producido en la barra a causa de las malas condiciones de esta y sin temporal, las tripulaciones de todos los pesqueros puestas de acuerdo dirigieron con sus embarcaciones a Bilbao, donde atracaron, y luego en manifestación se dirigieron sus tripulantes por la calles de la villa al Gobierno civil a protestar contra el abandono en que se tenía al puerto de Bermeo, y que había sido causa de que con tiempo de relativa calma naufragara una embarcación en la barra sin que fuera posible prestarle auxilio sino con gran exposición de las vidas de quienes lo intentaran.

También fueron a la Diputación para exponer sus quejas por este estado de cosas.

Cosme Ibarluea, que llego más tarde al puerto, se dirigió también por tierra a Bilbao, formando entre los manifestantes.

El presidente de la Diputación solicitó del Gobierno en esta ocasión alguna distinción para Ibarlucea por su heroico salvamento; pero tan legítima demanda no halló eco y quedó sin respuesta.

El Ayuntamiento de Bermeo, en cambio, decidió honrar a su heroico hijo dando su nombre a una calle. Desde entonces, la Plazuela que se llamó de Nuestra Señora de la Guerra, se llama Plazuela de Cosme Ibarlucea.

Bien ganado tenía Cosme este honroso homenaje que le tributaba el pueblo vinculando a su apellido unas de las calles de la villa.

Los hombres modestos merecen también ser ensalzados cuando se hacen dignos de ello, como Ibarlucea.

Euzkadi 13/11/1927

JUAN BAUTISTA DE URIBARRI. Nació el año 1881, en la villa de Bermeo, tiene por tanto, cuarenta y seis años de edad. Es casado y padre de cuatro hijos varones y dos hijas, y patronea actualmente el vaporcito pesquero “Mascote”.


Cuando contaba veinte años, y perteneciendo como tripulante a la bonitera “Bizkaitarra”, que mandaba Timoteo de Astorquiza, hijo del célebre en hazañas pesqueras “Marcos-Ondarru”, se hallaba en el mes de julio dedicados a la pesca del bonito a una altura de 24 millas de tierra, cuando se desarrolló una fuerte galerna, que hizo zozobrar a la lancha “San José”, de Lequeitio, unas de las tres boniteras que se encontraban a la vista. Advirtiéndolo el patrón de la “Bizkaitarra” fué a su auxilio, encontrando a los náufragos que pugnaban por sostenerse sobre la quilla de su embarcación. Largóseles una estacha, que ellos asieron, sujetándola a la lancha propia, pero sin decidirse a abandonarla y lanzarse al mar por el estado imponente de las olas.

Entonces Uríbarri, atándose por la cintura otro chicote, se tiró a nadar y alcanzó a la embarcación naufragada; y estando amarrándola para que por la vrmera cuerda subieran los náufragos a bordo de la “Bizkaitarra”, se rompió la estacha que sujetaba a la “ San José ” , llevando con ella a cuatro de los náufragos que la tenían asida y que fueron recogidos por la ‘‘ Bizkaitarra ”. Como consecuencia, quedaron Uríbarri y tres de los náufragos a merced de las olas sobre la quilla de la “ San José ” , que flotaba a la deriva, sin enlace alguno con la lancha les prestara salvamento.

Ante esta situación, Uribarri, sin arredrarse, dio instrucciones a sus compañeros, gritándoles con potente voz: “Aterantz egin, beste mandatik etorkozarie neureñe ta”, indicándoles que se hiciera afuera para que al volver les recogiesen.

Mientras maniobraba al efecto la lancha “Bizkaitarra”, teniendo que dar un rodeo de casi una hora de camino apercibióse de lo que sucedía la bonitera “Joven Lázara”, patroneada por el popular Florencio,y acercándose como pudo a la naufragada, vieron con la natural sorpresa , que el bermeano Uribarri se encontraba en ella. Este les pidió que la largaran una estacha buena, cogida la cual, buotó en el agua, y permaneciendo sumergido y bajo la embarcación, consiguió amarrarla a una “tosta” de la “San José”. Tras de esta operación, dificilisima y peligrosa, viendo que los náufragos se encontraban extenuados y que no se decidían a lanzarse al mar, los fué atando uno a uno y enviándolos a la lancha “Joven Lázara”, cuyos tripulantes cobraban la estacha para embarcarlos a bordo. Cuando todos hubieron pasado de esta manera a la embarcación salvadora, Uribarri, sujetándose la cuerda a su cintura, se lanzó el último al mar, siendo también levantado a la “Joven Lázara”.

Reunidas después esta y la “Bizkaitarra”, se hicieron al puerto; pero no habrían andado una hora de camino, cuando un golpe de mar hizo naufragar a la bonitera “Bizkaitarra”, a cuyo salvamento tuvo que dedicarse otra vez más nuestro héroe desde la lancha “Joven Lázara”, consiguiendo, después de muchos esfuerzos , recoger y salvar a trece hombres, de diecisiete que llevaba a bordo la lancha naufragada, pereciendo , por tanto, cuatro hombres: un bermeano y tres lequeitiarras.

Uribarri, reconocido por todos sus compañeros como el protagonista valeroso de esta singular hazaña, fué recompensado por la Diputación de Vizcaya con un premio en metálico, que lo gestionó don Sabino de Arana Goiri, diputado a la sazón, y por la Sociedad de Salvamentos de Náufragos con el diploma de la medalla de plata.

A pesar de los veintiséis años trascurridos desde entonces, y de que no han faltado salvamentos heroicos en nuestro mar, se recuerda aún hoy esta proeza de aquel muchacho de apenas veinte años, que puso de relieve la fortaleza y vigor de su cuerpo y la grandeza de su corazón, con la valentía y el temple de su espíritu: cualidades que el actual patrón del “Mascote” podría hacerlas patentes, si la ocasión volviese a serle propicia.

Euzkadi 11/12/1927

LIBORIO DE BEDIALAUNETA. Arrantzale ondarrutarra, cuya escueta biografía publicamos en tercera pagina, siguiendo la serie dominical hace algún tiempo comenzada en estas columnas.


De Ondarroa, de unos setenta años, cuenta:

“El domingo 20 de abril de 1890, siendo patrón de la lancha “Jesus”, y en unión de sus doce tripulantes , a seis millas de altura y dedicados a la pesca de anchoa, a eso de las doce del mediodía, divisamos un enorme pez, y al ir a reconocerlo se sumergió, volviendo a aparecer a una distancia relativamente corta, y en aquel momento, del arponazo que le asesté volvió a sumergirse, yéndose hasta el fondo. Al de una hora logramos darle remolque al “squalo” (que nos dijeron así se llamaba), y después de grandes esfuerzos por la zaga que hacían las bolsas de sus agallas, y a eso de las tres de la tarde, en sus últimos esfuerzos, dio tales sacudidas que anego la embarcación, hasta el extremo de que toda la tripulación recomendaba se le diese suelta, cortando las amarras con hachas; pero, por fin, a eso de las siete de la tarde, dejamos al pez en seco. Habiendo, por curiosidad, verificado su peso, dio 700 arrobas, y con el hígado se hicieron 48 arrobas de aceite. Tenia dos filas de dientes arriba y una abajo”.

El mismo Liborio, y siendo patrón de la lancha “Jesús”, prestó salvamento a trece tripulantes náufragos de la lancha pesquera de Ezequiel Aristondo, hace unos 30 años. Habiendo realizado también el de ocho tripulantes de la lancha “San Antolín”, cuyo patrón era José María Celaya, a 36 millas de Castro, durante el bonito, siendo conducidos a este último puerto.

Euzkadi 20/11/1927

LORENZO LERSUNDI, de Ondárroa , que actualmente cuenta setenta y ocho años, dice: “Hace aproximadamente unos veintiocho años, y siendo patrón de la lancha “Josefita”, salvé, juntamente con mi tripulación, los doce náufragos de la lancha “San Jerónimo” durante la faena del besugo.”

Cree fue el mes de noviembre.

Euzkadi 27/11/1927

NICOMEDES AREMAYO de 70 años. El mes de agosto del año 1897, a eso de las nueve de la noche, y con temporal deshecho, salvó la sexta bandada, ciñendo para fuera, tres náufragos de la lancha cuyo patrón era José Lecue.

Euzkadi 08/01/1928

JOSE MARIA DE ECHABURU, cuya fotograria publicamos hoy, es natural de Ondarroa, como el primer fotografiado, Bedialauneta, al que, por inadvertencia, olvidamos dar carta de naturaleza.


Ondarroa puede enorgullecerse de contar entre sus hijos a gran número de estos héroes del mar, no por modestos y callados menos héroes. EUZKADI, al recoger las fotografías de algunos de ellos, junto con ligeras descripciones de algunos de los episodios en que jugaron principal papel, se complace en saludar al vizcainisimo pueblo de la costa, semillero de bravos, en los que corren parejas de valor y la modestia.

El orografiado de hoy, José María de Echaburu, de cincuenta y nueve años de edad, relata que, patroneando la lancha bonitera “Ama Antiguakua”, el 12 de julio de 1908, a la altura de Suances, en medio de un furioso temporal, y cuando una treintena de lanchas arribaban con mucha dificultad a puerto, presto auxilio a los tripulantes de la lancha “Nuestra Señora de la Antigua”. Las dos primeras intentonas que hizo ciñendo vuelta afuera resultaron infructuosas, y los mismos náufragos, comprendiendo sería inútil pretender su salvamento, recomendaban a sus auxiliadores desistieran de sus propósitos, al mismo tiempo que les daban el último adiós; pero ya a la tercera, y diciendo a su tripulación: “A salvarles o a perecer juntamente con ellos”, de la arrancada que dieron lograron salvar a tres hombres.

Otro salvamento que realizo el mes de diciembre de 1891, patroneando la lancha “Concepción”, cuando contaba veintitrés años, en época del besugueo, logrando recoger a los trece náufragos de la lancha “Arteta”, que corría un temporal deshecho.

También el 29 de diciembre de 1908, como se enterase en casa de que algo grave ocurría en la barra, se echó a la calle, y tras de grandes esfuerzos, logro reunir tripulación voluntaria, y con mucha temeridad y exposición de su vida, logro salvar a Simón Sagua, tripulante de una lancha en peligro. Muy probablemente, de no haber faltado la luz, hubieran salvado más vidas.

José María de Echaburu es el prototipo del pescador vasco. Tan valiente, decidido y arrojado en la acción como modesto en las palabras.

Euzkadi 30/10/1927



VIDA EJEMPLAR

Un buzo millonario

En Ondarroa existe un buzo que ha logrado hacerse millonario. -Un naufragio.- Juan José Manzisidor.-El pulpo.

Juan José Manzisidor Etxebarria es, a los setenta y cuatro años, un hombre fuerte, saludable….y millonario. Y nadie más justamente que él habrá logrado esa condición privilegiada con una vida de esfuerzo y sacrificio.


UN NAUFRAGIO

¿Quién no recuerda la historia del ven Vanderbilt? Nosotros la leímos en un libro de escuela y aquel tesón, aquella iniciativa, aquella audacia que atrajeron tantos millones hasta constituir una de las primeras fortunas de Norte-América nos produjeron una estupefacción, una sorpresa que luego los años se encargaron de confirmar. Ante la realidad hubimos de confesar nuestro fracaso con una cómoda solución. Y dijimos:

“¡Aquéllos eran otros tiempos!”

Y no. Por lo visto no son otros tiempos. Nosotros, en reciente correría por Ondarroa, nos hemos encontrado con un buzo millonario. Con un hombre de sesenta y cuatro años, fuerte, saludable, que comenzó calafateando barcos, en Donostia; que bajó al fondo del mar por primera vez en Corcubión ganando veinte pesetas y que hace algún tiempo tomó a sus espaldas la construcción del puerto de Ondarroa, asombrando a todos con un proyecto audaz, como es el construir los muelles en seco, proyecto hecho realidad con un ahorro de cinco años de tiempo.

La historia de aquel joven Vanderbilt no aventaja en nada a la del motrikoarra Manzisidor, que, abuelo ahora, sesenta y cuatro años, no le importaría bajar al fondo del mar.

“Mi gusto si es - ha añadido con una sonrisa.”

¿Quiere el lector una vida interesante?

Allá por el año noventa y siete, en el cabo Cee (Galicia), el vapor “Nuestra Señora del Carmen”, de la matricula de Donostia, propiedad de los Aristigieta, enfiló puerto con una densa cerrazón. Un golpe de mar tumbó al “Nuestra Señora del Carmen” junto a Corcubión y allí quedó sumergido con su cargamento de pirita, salvándose la tripulación de verdadero milagro.

En Donostia no produjo gran resonancia.

La vida del mar es así…y nadie iba a llorar por barco más, barco menos, existiendo, como existen Compañías de seguros.

Felipe Lizarralde Agirre fue el que no durmió a raíz de la pérdida del barco gipuzkoarra. ¿Era de él el cargamento? ¿Le pertenecía acaso el buque y estaba éste sin asegurar?

No. Felipe Lizarralde era a la sazón el mejor buzo del Golfo de Bizkaya. Dedicado a la extracción de buques naufragados para el aprovechamiento de éstos como chatarra, y a trabajos en los muelles, Lizarralde vio en el hundimiento del “Nuestra Señora del Carmen” un negocio con perspectiva.

Hacía falta un pequeño barco para llegarse a Corcubión e izar el barco siniestrado.

¿Un barco? ¿No era esto un serio inconveniente?

Por aquel tiempo Eustaquio de Andonaegi tenía unos pequeños astilleros en Donostia. Puestos al habla Felipe y Eustaquio, se convina en aparejar una bonitera que, en efecto, poco a poco, iba transformándose gallardamente. Primero fue el tablete a proa para suspender peso; luego fue el palo; más tarde, el puntal con su correspondiente maquinilla…

JUAN JOSE MANZISIDOR.

Avanzaban rápidamente los trabajos. Tenía que ser así, porque Andonaegi, bueno generoso, no hacía buenas migas con los holgazanes. Y en sus astilleros todo el mundo ponía en la labor un entusiasmo ciego. De entre todos los obreros y operarios, uno destacaba. Tenaz, casi hercúleo, sufrido, callado. Juan José Manzisidor Etxeberria, había llegado de Montriko al astillero de su tío a ganarse la vida. Nadie pudo, en jamás, tener queja de él.

Le dijeron: Tú serás calafateador. Y a calafatear se puso Juan José con toda su alma.

Siempre había sido así: cuando en Motriko jugaba a la pelota, jugaba con todo su ardor; cuando llegó la hora de trabajar. Manzisidor tomó la vida en serio y se puso a trabajar como un hombre.

Encariñado con la ….Felipe Lizarralde, el buzo donostiarra, menudeaba sus visitas al astillero de Andonaegi. Y más de una vez, soñando con el “Nuestra Señora del Carmen”, perdido en Corcubión, quedábase pensativo, como en éxtasis.

Cuando volvía a la realidad, sólo uno de los calafateadores continuaba su trabajo en la misma postura, sin hablar con nadie, atento a su labor.

-¿Ese quién es?- preguntó un día.

-¿Ese?- le respondieron- El sobrino del amo.

La figura de Juan José Manzisidor se le fue haciendo simpática al buzo. Fino, en verdad, era el muchacho.

-¡Eh, tu!- le dijo un día- Para un momento de trabajar.

Y cuando el otro, asombrado, le miró con los ojos interrogantes, Felipe Lizarralde le espetó a bocajarro:

-¿Ya querrías ser buzo?

-¿Buzo?

-Ganar mucho dinero se hace. Pero hace falta valor.

Juan José Manzisidor probó el bajar al fondo del mar. Poca impresión le produjo la inmersión. Y como era un hombre fuerte, sano, se dispuso que al cabo Cee fuera también el joven de Motriko, al que, de primeras, se le asignó un jornal de veinte pesetas diarias.

José Manzisidor Cabarain, como sus hermanos, ha aprendido de su padre a vivir. Y héle ahí disponiéndose a sumergirse, esta vez única y exclusivamente en nuestro honor.


EL PULPO

Hay en la costa gallega muchos pulpos: pequeños, grandes y regulares. Pero como quiera que en el mar abunda otra clase de especies marinas muy peligrosas, no era cosa de que los buzos donostiarras pararan mientes en los pulpos gallegos, que rara vez atacan.

Llegó la bonitera a Corcubión y localizado que fui el “Nuestra Señora del Carmen” comenzaron los trabajos de extracción.

Fue preciso romper el buque con dinamita para ser izado en pedazos. Un día…

Juan José Manzisidor había bajado y trataba de enganchar una cadena a una chapa desgajada del casco del buque. La tarea ofrecía dificultosa porque la pirita del cargamento de pirita del “Nuestra Señora del Carmen” enturbiaba fácilmente las aguas hasta impedir por completo la visibilidad.

De pronto, a la altura del hombro derecho sintió Juan José unos movimientos que le oprimían. Cuando cayó en cuenta era tarde. Un enorme pulpo le sujetaba la mano derecha, impidiéndole jugar la válvula. El pulpo tenía algunos de sus tentáculos agarrados a una roca.

Juan José sintió un pequeño calofrio, que no era miedo, puesto que en ningún momento le faltó la serenidad. “Esperamos-se dijo- a ver si éste suelta”.

Pero el pulpo se había encariñado demasiado con aquella silueta blanca, que es el color que produce el traje de los buzos en inmersión. Y lejos de soltar las ventosas, llenas de poder oprimían más y más al de Motriko.

Estos días, con motivo de un accidente en Tarragona, se ha hablado de la lucha de un buzo o de unos buzos con un pulpo. Al final de la información, y por ignorancia, se afirmaba que el temible animal había sido muerto a hachazos. ¿Simple ignorancia? Aparte del peligro del hacha, no es posible matar un pulpo de tal manera. El golpe que se pretendiera dar con el filo de la herramienta sobre el pulpo no produciría ningún efecto, porque el filo no llegaría a herir. El agua inclinaría el arma.

Pero los pulpos tienen también, como Sigfrido, un punto vulnerable. Una pinchada profunda entre los ojos deja al pulpo en postura indefensa.

Juan José , en apuro ya, requirió con la cuerda el auxilio del ayudante. Hirió donde pudo al cefalópodo y presionó con sus pies para ayudar a los esfuerzos de arriba.

Cuando emergió, los que ansiosamente le esperaban observaron que no aparecía la escafandra y la parte superior del traje de Manzisidor. Sobre el agua flotaba medio pulpo, grande; terrible. La masa viscosa fue recogida, y entonces apareció Juan José casi agotado:

-¡Vaya un pulpo!- comentó al ver la terrible mitad que aparecía en cubierta.

¿Y qué creen ustedes que se le ocurrió?

-Voy a bajar a por la otra mitad-dijo-.Esto bueno o así será para algún Museo.

Y en efecto, para un Museo fue, pus el pulpo era uno de los mayores que se han visto en el Cantábrico.

ANDIMA DE ORUETA.

Euzkadi 16/05/1936



VIDA EJEMPLAR.

Un buzo millonario. De regreso.-Una concesión.-Los hijos.- Sin desmayo.

José Manzisidor Gabarain es, como su padre, un experto buzo y un concienzudo trabajador. En el muelle pudiera confundírsele con cualquier pescador. Creemos que es el mejor elogio que puede hacerse de él, dada su posición económica.

DE REGRESO

Como había previsto Felipe Lizarralde, la extracción del “Nuestra señora del Carmen” constituyó un buen negocio. De allí fue Juan José a trabajar entre Renteria y Pasajes en la fundación de las pilas de un cargadero. Poco después el canal de Capuchinos embargaba toda la tarde la tarde del infatigable trabajador que era Manzisidor.

Por la mañana el joven motrikuarra acude al astillero de Andonaegi. Por la tarde trabaja en el citado canal, sacando escombro y cimentando. Es trabajo duro. Pero el hombre no se rinde, y a favor de una salud excelente, va cobrando nombradía, va obteniendo ingresos saneados.

Entre Lekeitio y Ondarroa se rompe la cadena de una boya, que marcha a la deriva. Es Juan José Manzisidor el que tiene que bajar a por la cadena. Es bastante profundidad. Y apenas faltan unos metros cuando el tubo de aire se obstruye. Manzisidor cree morir. Pero aún tiene valor para enganchar la cadena y dar la señal al ayudante. Cuando le quitan la escafandra aparece desvanecido.

Son muchos los episodios dramáticos que pudiera contar Juan José de sus hazañas en el fondo del mar. Hazañas que son para él meros hechos vividos con alguna emoción; pero nada más.

Recuerda Manzisidor los pulpos del Cantábrico con aquellos ojos que parecen producto de una fantasmagoría calenturienta; los tollos…

Una vez, aprovechando un domingo, nuestro buzo bajó a una profundidad de veinticinco metros; se trataba de encontrar algo. Había sapos grandes. De repente, a pocos metros, un tollo de seis a ocho metros de largo, con un peso de treinta o cuarenta arrobas.

Juan José quedó inmóvil. Pero hay en los animales marinos una atracción irresistible hacia la sombra blanca del traje del buzo. Manzisidor, armado de un agudo pincho, esperó la acometida. Pero el tollo no se decidía a avanzar. Cuando el buzo inició un retroceso, el pez rápidamente le acometió; pero sólo consiguió que uno de sus lomos quedara herido. Más no marchó. Juan José comenzó a perder la paciencia. Y volvió a insistir en el retroceso, ahora más vivamente. Nueva acometida del tollo, que llevóse clavado junto a una aleta el pincho agudo del buzo. Este aprovechó el momento para pedir ayuda y emerger.

UNA CONCESIÓN

Patroneaba el que fue rey de España su yacht “Giralda”. Al llegar a Donostia, la hélice se enganchó con la cadena de una boya.

El comandante del “yathe”, señor Barriere, dispuso rápidamente lo necesario para que el buque pudiera reanudar su marcha. Fueron llamados dos buzos del Estado. Pero sea la edad, sea la falta de práctica o la dificultad de la labro, el “Giralda” continuó sin poder navegar, agarrotada la hélice en la cadena, que se había enroscado fuertemente en el eje de aquélla.

El comandante, que preveía una tempestad, no sabía a quién recurrir. Surgió el hombre providencial.

-¿Por qué no llama usted a Juan José Manzisidor:

Y Manzisidor fue llamado con urgencia. Allí se presentó el buen hombre, con su porte aldeano y con su habla euzkeldun, pues apenas hoy domina el erdera.

-¿Ya se comprometería usted a dejar libre esa hélice endemoniada?-parece que le preguntó el comandante Barriere.

Y Juan José, cauto, contestó:

-Primero, antes de comprometer, reconocer habrá que hacerse.

Bajó el buzo y señaló prontamente las dificultades que habían de surgir. Por de pronto, había de utilizarse la dinamita para romper la cadena.

El comandante, que veía cernerse sobre sí la tempestad, asintió a todo. A las ocho horas la hélice del “Giralda” funcionaba normalmente.

El señor Barriere le llamó a Juan José.

-Mañana- le dijo – venga usted a tomar café al buque.

-Bien, ya iré- contestó el de Motriko sin inmutarse.

Efectivamente, cumplidas las dos de la tarde, Manzisidor se presentaba en el buque, tomaba café y aceptaba un pequeño obsequio del comandante: una caja de puros y cien pesetas.

-Ahora, ponga usted una buena cuenta, que el trabajo lo merece- parece que fue la despedida entre aquellos dos hombres.

Y Juan José Manzisidor Etxebarria, que por lo visto, tuvo buenos asesores…no puso la cuenta.

Aquella determinación del buzo gipuzkoarra llegó a oídos del rey, que ordenó al comandante el premio a conceder al desprendido trabajador.

Y otra vez se entrevistaron Manzisidor y el comandante Barriere.

-Ya que no quiere poner la cuenta, haga usted una petición.

Y Juan José, la hizo:

-Si un barco pierde anclas o naufraga y es abandonado, que tenga yo derecho a intentar sacarlo en mi beneficio.

-Concedido, fue la respuesta.

Y claro está, como el Golfo de Bizkaya es, reconocidamente, un mar difícil, y como son muchos los buques que se pierden junto a la costa cantábrica, a favor de la autorización, Juan José comenzó a trabajar y trabajar sin descanso, engrosando el pequeño capitalito en su dura vida de buzo le había proporcionado.

En Pollac (Burdeos), en Fuenterrabia, en Donostia, en Santoña, en Zumaya, alternando las obras necesarias en los puertos con sus inmersiones arriesgadas, Manzisidor iba jalonando victoriosamente una vida ejemplar.

En Zumaya era el “Ibasa” el que se perdía. Y eran catorce toneladas, las de los motores, las que eran izadas a la superficie. En Pasajes, junto al Arando grande, era el “Blanche” el que había quedado a 40 metros de profundidad. Y allí estaba Manzisidor.

La bonitera de Lizarralde se había convertido en la draga, en los “carramarros”, en los compresores, en los gánguiles, en las grúas de Juan José.

LOS HIJOS

Y por si era poco para que el hombre pudiera considerarse satisfecho, Dios le otorgó a nuestro buzo una familia buena y honrada.

Cuando crecieron aquellos mocosuelos que en la dársena de Artape jugaban traviesamente con los hijos de los pescadores, Manzisidor les enseñó su arte de buzo.

Y José, Francisco y Jenaro fueron buzos y maquinistas atentos a las órdenes del patrón, que aún abuelo y todo, no desdeñaba en sumergirse, atento a predicar con el ejemplo.

Practicón experto, las contratas de Juan José rendían pingues beneficios. Se trabajaba, eso sí, con ardor, con entusiasmo; pero al fin de la jornada el resultado brillante halagaba la voluntad de este hombre afable y franco en su trato, como si ante su visita, en el puerto de Ondarroa, no tuviera una gran fortuna.

Y fue entonces cuando quiso hacer algo por su pueblo. Le meditó mucho.

En la entrada del puerto ondarrés, ante la visita de todos, los pesqueros, por culpa de la barra, perdíanse estúpidamente.

Hoy eran tres víctimas. El año siguiente eran dos. Era un luto constante en el pueblo pesquero. Juan José cogió la contrata de las obras del puerto e hizo una hombrada: puso una presa al mar, achicó el agua del muelle y en tres años transformó Ondarroa, en lo que a la vida pesquera se refiere. Otro cualquiera, técnicos inclusive, hubieran tardado ocho y nueve años. A Manzisidor le bastaron con tres para dar cima a su labor, que si no ha quedado terminada por completo en su parte interior, al Estado habrá que achacarle la culpa, al no hacer efectivas unas cantidades que devenga.

Reconocido el fondo del puerto ondarrés, el buzo emerge con el auxilio de su ayudante. Mientras la bomba de aire continúa funcionando.


SIN DESMAYO

Queremos terminar relatando un hecho que pone en evidencia el temple de nuestro buzo.

En su camino ha habido momentos en que era posible desfallecer; sin su temple, sin su voluntad, sin su alma, otro hubiera quedado en el camino.

Así cuando a la altura de Gaminitz (Plencia) el temporal rompió el remolque del barco de Juan José, originando la pérdida de una hermosa draga-carramarro.

¡A cuarenta y cinco metros de profundidad bajó nuestro hombre, sin obtener resultado! Y en lugar de desesperarse, al llegar a Donostia descansó una semana, transcurrida la cual, Ondarrabia se encargó de compensarle la desgracia, ya que en soberbias piezas de chatarra, Manzisidor obtenía anclas, motores, y casco de un hermoso buque ingles ido a pique a consecuencia de un temporalazo.

ANDIMA DE ORUETA.

Euzkadi 23/05/1936