El heroe de Izaro

RECUERDO VIZCAINO

Con este renombre es conocido y saludado desde la tarde del Sábado Santo en los puertos del litoral, y muy especialmente en Bermeo. Y en Mundaca, el intrépido marinero del cabildo de pescadores de Mundaca, José Ramón de Luzárraga.

Acabamos de escribir su nombre y no podemos ocultar la satisfacción, más aún, el noble orgullo que sentimos al estanipar ese nombre de un verdadero héroe.

Luzárraga es un hombre próximo á los cincuenta años de edad, de buena talla, de organismo vigoroso, de tostado rostro y mano encallecida; franco y valiente como todo hombre de mar, y dotado la vez de un corazón que sabe sentir y responder a las grandes y sublimes inspiraciones del heroísmo. Acostumbrado al peligro y á correr toda clase de riesgos, guiado siempre por los más nobles impulsos, acaba de demostrar rasgos de valor y de caridad sublime, dignos, más que de elogio; de profunda admiración.

En aquella triste y angustiosa tarde del Sábado Santo, cuando los pescadores del Cantábrico zozobraban en sus lanchas y caían a centenares al fondo del mar; cuando éste enviaba hacia la playa entre sus olas los despojos del siniestro, como señales de su terrible triunfo, de su temido poder y de su bárbaro dominio; en los momentos en que centenares de familias corrían desoladas, llamando entre congojas y sollozos con los alaridos del dolor á los padres, á los esposos y los hijos que salieron al mar para no volver; en aquellos terribles instantes en que la costa del Cantábrico, azotada por la galerna, presenciaba el naufragio de tantos seres queridos, el marinero mundaqués, José Ramón de Luzárraga, debió sentir en su corazón algún impulso extraordinario que removía sus sentimientos y respondiendo con presteza á la voz de la caridad que le llamaba, no vaciló un instante en ofrecer su vida, aceptando desde luego, con la generosidad de los héroes, aquella misión que el peligro y el sacrificio le imponían. A cuatro millas de la isla de Izaro luchaban en vano por defender su vida unos cuantos infelices pescadores que por momentos se iban entregando á In implacable furia del terrible elemento que había de sepultarlos en sus abismos; el valiente patrón D. Rafael de Goyenechea acudió presuroso con su lucha a salvar a los náufragos; pero la fortuna había de serle adversa, y un golpe de mar hizo zozobrar la lancha de aquél valiente; de los ocho hombres que la tripulaban sólo tres pudieron salir a flote, y agarrados á la embarcación que, quilla arriba, era juguete de las olas, pudieron sostenerse algún tiempo pidiendo socorro.

A los gritos de aquellos tres infelices intentó acercarse otra lancha, pero temiendo que el inminente riesgo que le esperaba sirviese tan sólo para aumentar el número de las víctimas, se retiró con el sentimiento de no poder salvar a los que quedaban en la situación más angustiosa, La Providencia, queriendo sin duda premiar el acto humanitario que intentaron realizar aquellos tres infelices que quedaban desamparados, hizo que en aquel momento se presentase en aquel terrible teatro de angustia y de dolor, la lancha mundaquesa que mandaba el intrépido Luzárraga.

Desde el primer momento comprendió éste que el peligro era inminente; pero las voces de socorro de aquellos tres náufragos, resonando en el corazón de Luzárraga, debieron ser para él como la voz de un mandato superior, al cual no debían negarse los sentimientos de su caridad; Luzárraga dudó un momento, vaciló un instante, no ciertamente por su propia suerte, ni siquiera por la de los seis hijos cuyo recuerdo debió atormentarle quizá, sino por la actitud de la gente que tripulaba su lancha.

En tan terribles instantes y comprendiendo que no bastaba ya el valor, sino que era preciso elevarse hasta el heroísmo, sobrepónese de repente I toda duda, y dirigiéndose á los tripulantes de su lancha, que tenían fijos en él sus ojos, como si temieran una resolución, les habló de esta manera: «Ea, aquí se nos .presenta una ocasión de probar nuestra caridad y de llevar á cabo un acto verdaderamente sublime; esos infelices se ahogan si nosotros no les socorremos, por querer prestar auxilio á otros desgraciados que han sucumbido ya, se encuentran ellos en ese último trance. ¿Qué hacemos? Hay momentos en que el hombre no debe mirar por su vida; si el cielo quiere que tos salvemos, habremos alcanzado un triunfo que nos servirá de consuelo durante te toda nuestra existencia, y si perecemos por salvarlos, encontraremos la muerte de los mártires, que siempre tienen premio en la otra vida. ¿Qué contestáis? »

Animada la tripulación por la actitud decidida y resuelta del patrón Luzárraga, respondió inmediatamente a su excitación moviendo los remos para ir adelante.

Satisfecho Luzárraga por mandar aquel puñado de valientes, hizo rumbo en seguida hacia los tres náufragos, y despreciando valerosamente el peligro, consiguió, después de una lucha azarosa y verdaderamente tiránica, llegar hasta el punto de más riesgo; continuó luchando con la furia de la galerna y con la bravura del mar, y haciéndose al fin superior á los elementos, consiguió arrebatarles su presa y recoger en su lancha aquellos tres infelices, que exánimes por los prolongados esfuerzos con que se habían defendido hasta entonces, no podían articular siquiera una palabra, haciendo temer por un instante á sus salvadores que quizá hubieran sido perdidos sus esfuerzos.

Abandona Luzárraga el sitio del peligro, y como aún distaba bastante del puerto, comienza á desnudarse de sus ropas; la tripulación sigue el ejemplo de su patrón y desprénderse también de las suyas, y patrón y remeros prestan abrigo y solícitos cuidados a los infelices náufragos que acababan de salvar, á fin de poder conservar sus vidas hasta llegar al puerto.

Realizado este último deseo, el pueblo en masa se adelanta a los infelices náufragos y á sus heroicos salvadores, y entre lamentos de dolor y sollozos de consuelo, que á la vez se confundían y se mezclaban en aquel instante, todos se prestan á prodigar auxilios á los náufragos y cordiales y entusiastas parabienes á sus heroicos salvadores.

Entre tanto Luzárraga salta á tierra, hácese cargo de los tres infelices y los conduce á su propia casa, completando de esta manera el sublime acto de caridad que había comenzado.

Tal es, hecha á grandes rasgos, la historia de esa heroica hazaña llevada á cabo por el patrón Luzárraga en la tarde del Sábado Santo.

AI manifestar el nombre de ese héroe, llamamos la atención del

Gobierno para que se apresure premiar los rasgos sublimes de su intrepidez, de su bravura y de su caridad.

Una galerna es un temporal súbito y violento con fuertes ráfagas de viento del oeste al noroeste que suele azotar el mar Cantábrico y el Golfo de Vizcaya, y sus costas, por lo general en la primavera y el otoño. Su nombre procede del francés galerne y éste del bretón gwalarn, palabra que designa este viento del noroeste. Aparecen en días calurosos y apacibles en los que la llegada de un frente frío viene acompañado de un cambio brusco en la dirección e intensidad del viento, que puede llegar a superar los 100 km/h. El cielo se oscurece y se produce un fuerte descenso de temperatura, de hasta 12°C en 20 minutos, un descenso rápido de la presión atmosférica y un aumento de la humedad que roza el 100%.

La Galerna de 1878 que se describe en el artículo superior es una de las más famosas de la historia. Denominada “Galerna del sábado de Gloria”, se denomina de esta manera por haber coincidido con la celebración del último día de Semana Santa, el 20 de Abril de 1878. Provocó la muerte de más de 300 marinos, 132 cántabros y 190 vascos.

Artículo que fue publicado el 1878 en el periódico defensor de los fueros La Paz.