Soy Octaviana Paredes. Nací el 22 de marzo de 1962, en el estado de Hidalgo. Soy la tercera de diez hermanos, y desde niña supe lo que era compartir, ayudar y esforzarse por salir adelante.
A los 5 años me fui a vivir a la Ciudad de México con unos familiares. Era muy pequeña, pero la vida me puso a trabajar desde temprano. Empecé ayudando en una tortillería, y desde entonces no he parado. Pasé muchos años trabajando como empleada doméstica; lavé y planché ropa ajena, cuidé casas y niños, y todo lo hice con dignidad, con amor y con la esperanza de darle una mejor vida a mis hijos.
Fui mamá muy joven, a los 18 años. Dios me dio tres hijos: Caro, Dani y Aure. Ellos han sido siempre mi motor, mi fuerza y mi orgullo. Como muchas madres, hice rendir lo poco que tenía, pero siempre con la frente en alto. Mis dos hijos varones no pudieron continuar sus estudios, pero son hombres trabajadores, nobles y de buen corazón. Mi hija Caro logró algo muy especial: se convirtió en la primera licenciada de toda nuestra familia, la primera nieta de mis padres en tener un título universitario.
Ese momento en que la vi graduarse no lo olvido. Fue como si la vida me dijera que todo valió la pena. Su logro fue también mío: lo construimos juntas, con trabajo, con sacrificio, con noches sin dormir y muchos sueños compartidos.
Aunque yo no tuve oportunidad de estudiar de niña, nunca perdí las ganas de aprender. Y ya de grande, después de los 50 años, me animé. Con mucho esfuerzo terminé la primaria, luego la secundaria, y después me certifiqué como asistente educativo. No me detuve ahí: he tomado cursos de primeros auxilios, preparación de alimentos, cuidado infantil… siempre con el deseo de superarme y seguir sirviendo con cariño y preparación.
Uno de los logros que más atesoro es haber comprado un terreno y construir, paso a paso, mi casa. Fue poco a poco, como se hacen las cosas que duran: con paciencia, con trabajo y con el corazón puesto en cada rincón. Esa casa no es solo un techo: es el símbolo de todo lo que he construido con mis propias manos.
Siempre he estado al lado de mi hija en cada paso, hombro a hombro. Desde sus primeros emprendimientos hasta los proyectos más grandes, he estado ahí, ayudando, apoyando, aprendiendo y también soñando con ella. Ella siempre ha sido inquieta, trabajadora y creativa, y caminar juntas en ese camino ha sido una de las experiencias más bonitas de mi vida.
Mi historia es sencilla, pero está forjada con amor, con esfuerzo y con fe. He aprendido que nunca es tarde, que todo se puede cuando se hace con el corazón, y que el amor de madre es una fuerza que mueve montañas.