Fabio Morábito
Para que se fuera la mosca...

Para que se fuera la mosca

abrí los vidrios

y continué escribiendo.

Era una mosca chica,

no hacía ruido,

no me estorbaba en lo más mínimo,

pero tal vez empezaría

a zumbar.

Un aire frío,

suave,

entró en el cuarto;

no me estorbaba en lo más mínimo,

pero no se llevaba

con mis versos.

Cambié mis versos,

los hice menos melodiosos,

quité los puntos,

los materiales de sostén,

las costras adheridas.

Miré la mosca adolescente y gris,

sin experiencia;

no se movía del mismo punto,

tal vez

buscaba entrar en la corriente

de las moscas,

buscaba a su manera unas palabras mágicas.

Rompí mis versos,

a fuerza de quitarles costras

habían quedado ajenos.

Fui a la ventana,

por un momento

todo lo vi como una mosca,

el aire impracticable,

el mundo impracticable,

la espera de un resquicio,

de una blandura

y del valor

para atreverse.

Fuimos el mismo adolescente gris,

el mismo que no vuela.

¿Qué versos que calaran hondo

no venían,

de esos que nadie escribe,

que están escritos ya,

que inventan al poeta que los dice?

Porque los versos no se inventan,

los versos vienen y se forman

en el instante justo de quietud

que se consigue,

cuando se está a la escucha

como nunca.