Fabio Morábito

Qué días aquellos...

Qué días aquellos

del Teatro del Absurdo,

leyendo a Adamov, Ionesco y Beckett,

sin escribir un solo verso y sin amigos,

excepto la Cantante calva

y el Rey se muere,

más solo que Estragón y Vladimir,

yendo a Cholula, a Pátzcuaro, a Janitzio,

los viajes en camión de madrugada,

mis idas para conocer el tedio y conocerme,

a un paso de volverme absurdo yo también,

qué poco conocí de todo,

pero qué gusto de estar solo

con Adamov, Ionesco y Beckett,

cuando podía leer en cualquier sitio,

casi dormir en cualquier prado,

con mi sombrío estuche de guitarra a cuestas,

mi novia muda de madera de Paracho,

y aquellas pobres mieles de provincia

--alguna sosa artesanía purépecha,

una cajita de dulces poblanos--

que le traía a la mamma,

que nunca conoció Tlaxcala.

No volverán los días

en busca de una estatua, de un portal, de un labio,

ni tú, Teatro del Absurdo,

que habría tenido que llamarse Teatro de la Espera,

espera de Godot o Dulcinea,

porque sus inventores fueron Don Quijote y Sancho,

nunca volví a reírme como entonces,

la risa junto con la rabia

y del enfado otra vez la risa,

nunca mejor poesía que muchos versos,

que mucha gente y muchos besos,

cuando podía leer en cualquier sitio,

casi dormir en cualquier prado.