El cuerpo estaba lejos, era el mismo y a la vez distinto de aquel que estaba junto a mí tendido en la cama, abrazándome: era el cuerpo de un hombre muerto.
Este cuerpo me hablaba en la noche de su otro cuerpo muerto en la playa y que sabía que ya nunca volvería a ser suyo.
Yo me figuré que antes de esto hubo un cuerpo dentro de otro cuerpo, como las muñecas rusas y que esto no era una imagen platónica sino un alma, pura materia.
Dos yoes al cabo: uno en la playa, sin posibilidad de retorno ni reunificación y otro que me abrazaba en la noche, presenciando sus muertes.
Pensé la eternidad mientras veía su cuerpo lejos, en la noche y a la vez, sentía sus brazos rodeándome y sentí por vez primera, con pasión, qué cosa sería la muerte propia.