En la nieve

Foto por Nuria Gamboa

Tuvimos un corazón de oro,

ardía nuestra entraña bajo la piel,

la quietud no era para nosotros

pues el tiempo parecía

cambiarnos a cada instante.

Hoy contemplo cada mañana cómo pasa el tiempo en el Jardín de los Budas: las hojas sobre su regazo, la pintura que descompone su rostro. Lo más admirable es sin duda la imperturbable postura de las figuras, que me recuerdan, una vez más, que ante la dicotomía que la Diosa le plantea a Parménides, mis figuras optaron por la Vía de la Verdad.

Todas las imágenes tienen su significado: El Cristo de Santa Clara que traspasó a Unamuno, el Éxtasis de Santa Teresa que, desde Bernini, nos sigue traspasando a todos, el gesto de apartamiento de los Budas semienterrados en la nieve.

Pero a veces me pregunto si acaso tenían razón los Iconoclastas y sólo deberíamos dibujar la imagen de Dios en nuestro corazón. Si así fuese, no habría fronteras allá adentro y seríamos transportados por bellos corceles hasta el Pórtico de la Verdad. Nuestra unión con Dios, que es Todo lo manifestado, sería, pues, completa, inefable.

Pero las imágenes representan y nos representan, nos tocan áspera o delicadamente el alma. Nos dan noticia de la belleza o del horror, pero, al cabo, noticia de que estamos dentro de la vida.

Pasa el tiempo y nuestro corazón, antes de oro, parece más gastado, más solitario.

Sin embargo, la contemplación desde nuestro interior, para quien sabe hacia dónde mirar, hace del instante vertiginoso, transparencia; y de la certeza, puro vínculo.

Salgo cada mañana al jardín: ni aún con la nieve en su regazo, pierden la compostura mis figurillas.

Budas en la nieve