En tres

Todo cada vez más rápido desfila ante ti. Acercándote radicalmente a Gorgias, no hay nada comunicable, te alejas al ritmo en el que tu tiempo te aleja, en lucha imposible de vencer: retener tu único tesoro, tiempo.


Tiempo 1

Vives dentro de él con vigor pero te sigues desangrando por los arrabales. Y es que a uno le gusta el fango, no digo que no. Le gusta que le adulen, que le rían la gracia porque entonces se siente como un pavo real al que todos miran. Pero la fiesta acaba pronto y pareciera entonces que la vida de arrabal consistiera en vivir solo de momentos como ese y vivir como un coleccionista de retales, remiendos… ah, limosa plenitud.


Tiempo 2

Otra lindeza del tiempo te instala en un ardor trascendental un tanto fuera de foco, exagerado, único, íntimo y a la vez común: es el tiempo de los pájaros que hablan y del silencio de la ciudad. Tiempo que te pone en el centro, en la intensidad que tú deseabas: sientes la velocidad de todo, la arena de las horas en la campana de cristal; te sabes héroe de tragedia, personaje de novela y te parece justo que así sean las cosas. Imaginas una y otra vez el tiempo de la consunción, el tiempo de resumir. Finalmente, aceptas a regañadientes tu destino: cuanto más lo piensas, más calambres sacuden tu estómago.


Tiempo 3

Finalmente, llega el tiempo de la vulgaridad… Tus tripas y tu cerebro tienen demandas que han de ser atendidas. Es el tiempo del autómata que desde niño aprendió su papel. Ya no estás ni en el centro ni en los arrabales: estás ausente y ausente consumes tu existencia. El mundo te parece banal porque, aunque milagroso en su variedad y textura, la vida de tus pensamientos es circular, sin salida, ni entrada. Te ves oscilando entre la excepcionalidad y la ausencia.


En todos los casos:

te

despeñas

en el tiempo.

En tres tiempos