Prosario

Poesía versus Prosa

Una conocida sentencia del filósofo austríaco Ludwig Wittgenstein dice que, «… de lo que no se puede hablar, mejor es callar».

Uno siempre ha pensado que la poesía puede burlar holgadamente este aserto ya que esta nos habla precisamente «de lo que no se puede hablar». La poesía rompe el lenguaje en imágenes que van al corazón, subvierte el lenguaje, hace de las palabras una sutil sinfonía que desafía la estructura lógica del lenguaje. En suma, la poesía nos conecta con la emoción.

Ante este panorama, ¿cómo podemos escribir prosa sin traicionar ese sentido de verdad? El lenguaje escrito en prosa es, quizás antes que otra cosa, una «estructura». Una estructura siempre nos somete a ciertas reglas. El texto en prosa, que no prosaico, también desea a veces darnos noticia del camino del corazón. Pero su impedimenta es un problema: ante el texto en prosa uno tiene la sensación de que siempre transitamos en ámbitos de la razón, siempre creencia por su corto alcance y la intuición de que nos quedamos irremisiblemente en los umbrales.

Sin embargo, si deseamos ver el vaso medio lleno, podemos señalar que cuando la propuesta de un texto en prosa no es demasiado explícita y se conduce con cierta evanescencia lírica, entonces, es el lector quien puede llenar de resonancias lo leído. En estos casos lo mejor es leer con el vientre (Hara) y acaso, más tarde, con la cabeza, respirar lo leído …en suma, recrear los textos sabios, los textos bellos desde los confines de nuestra memoria.