Vivimos en un mundo de cambios constantes, donde la educación debe transformarse continuamente para responder a las necesidades sociales, cognitivas y emocionales del estudiantado. En este contexto, el rol del maestro se amplía: no solo transmite conocimientos, sino que también investiga y reflexiona sobre su práctica para adaptarla a cada generación. Desde mi experiencia como practicante docente en el campo de las Artes Visuales, compruebo que investigar mientras enseño resulta esencial para construir clases significativas, pertinentes y conectadas con la realidad de mis estudiantes. La investigación en educación permite diagnosticar, innovar y transformar, ya que brinda herramientas para comprender de manera más integral los procesos de enseñanza y aprendizaje. A través de ella, el docente identifica las fortalezas y áreas de oportunidad dentro del contexto escolar, tomando decisiones pedagógicas más informadas.
En Artes Visuales, esta necesidad se intensifica por el carácter interdisciplinario del arte y su estrecha relación con lo cultural, lo histórico y lo emocional. El arte no solo transmite técnica, sino que también permite la expresión de identidades y emociones, haciendo de la clase un espacio de exploración y conexión con la realidad del estudiantado. Por eso, investigar se vuelve esencial para entender cómo estas dimensiones afectan la manera en que los estudiantes se aproximan a la creación artística.
Además, la investigación educativa permite cuestionar prácticas tradicionales que pueden resultar obsoletas o poco inclusivas y abre paso a metodologías activas, participativas y contextualizadas. En mi caso, me ha ayudado a diseñar propuestas pedagógicas que responden a las necesidades específicas de la comunidad escolar, considerando factores sociales, económicos, culturales y emocionales. Esta mirada situada facilita la identificación de barreras que limitan la participación del estudiantado y favorece la creación de estrategias que promueven una enseñanza más equitativa y significativa. Investigar en la clase también me permite comprender mejor cómo aprenden mis estudiantes, qué los motiva y qué estrategias despiertan su curiosidad. Esta comprensión fortalece la planificación y la relación pedagógica, demostrando un compromiso genuino con su desarrollo integral. En definitiva, la investigación no es un lujo, sino una necesidad urgente para lograr una docencia reflexiva, sensible y transformadora.
Tal como señalan Cotto Carrasquillo y Ortiz Vega (2020), “la enseñanza neurodidáctica en las Artes Visuales facilita la madurez de funciones ejecutivas como la planificación, el control inhibitorio y la memoria de trabajo” (p. 145). Esta afirmación justifica la inclusión de actividades que retan el pensamiento secuencial y la toma de decisiones, como los ejercicios de percepción visual y los juegos de interacción sensorial que implemento al inicio de mis clases. Observar cómo estos ejercicios preparan cognitivamente a los estudiantes para tareas más complejas confirma que el arte no es un accesorio educativo, sino una vía poderosa para el desarrollo integral.
El trabajo de Marshall (2010) también ha sido clave. Ella plantea que “los métodos contemporáneos de enseñanza artística deben ser interdisciplinares, reflexivos y conectados con el entorno del estudiante” (p. 8). Inspirada por esta visión, diseño unidades didácticas en las que los estudiantes no solo desarrollan técnica, sino que investigan su entorno natural, como los insectos y flores nativas de Puerto Rico, integrando ciencia y arte en experiencias de aprendizaje holísticas.
Investigar dentro del contexto escolar no siempre requiere de diseños formales complejos ni de una estructura rígida propia de estudios académicos tradicionales. Por el contrario, en la cotidianidad de la clase, la investigación puede adoptar formas más flexibles y accesibles, sin perder rigor ni profundidad. En mi práctica docente, empleo métodos cualitativos que me permiten mantener una mirada constante y reflexiva sobre los procesos de aprendizaje del estudiantado. Utilizo la observación participante para documentar comportamientos, actitudes y dinámicas que surgen espontáneamente durante las actividades artísticas, ya que estos momentos revelan mucho sobre el nivel de comprensión, autonomía y expresión emocional de cada estudiante.
Asimismo, la documentación visual de los procesos, a través de fotografías, videos o bocetos progresivos, me brinda la posibilidad de analizar el desarrollo técnico y conceptual a lo largo del tiempo, destacando avances, bloqueos o cambios significativos en las decisiones creativas del estudiante. Las entrevistas informales, por su parte, generan espacios de diálogo genuino en los que los estudiantes pueden expresar sus intereses, inquietudes o sensaciones en torno al trabajo artístico, sin la presión de una evaluación formal. Estas estrategias, lejos de ser simples herramientas de recolección de datos, se convierten en puentes de empatía que fortalecen mi comprensión del contexto individual y colectivo del grupo, y me permiten diseñar intervenciones pedagógicas más pertinentes, humanas y efectivas.
Además, integro a mi práctica el enfoque Artful Thinking propuesto por Boix Mansilla y Hetland (2004), el cual “utiliza rutinas de pensamiento para ayudar a los estudiantes a observar, describir e interpretar obras de arte con mayor profundidad” (p. 5). Este marco teórico es especialmente valioso en el ámbito de las Artes Visuales, ya que fomenta habilidades de pensamiento crítico y metacognición en torno a la creación y apreciación artística. Aplicar este enfoque implica transformar la clase en un laboratorio de pensamiento, donde se prioriza el análisis, la interpretación y la argumentación sobre las decisiones estéticas que toman los estudiantes.
A través de rutinas como "Veo, pienso, me pregunto" o "Comparar y contrastar", promuevo que el estudiantado no solo se enfoque en la técnica, sino que también reflexione sobre el significado de su obra, las emociones que desea comunicar, las referencias culturales implícitas y las posibles lecturas sociales que puede generar. Esta dimensión crítica y reflexiva convierte la clase de arte en un espacio de pensamiento complejo, donde el hacer y el pensar se integran de manera orgánica. Gracias a esta metodología, los estudiantes desarrollan una conciencia estética más profunda y conectan su producción artística con temas que les afectan directamente, como su entorno natural, sus vivencias personales o sus preocupaciones sociales. De esta manera, el arte deja de ser una actividad aislada y decorativa para convertirse en una herramienta poderosa de interpretación del mundo y de sí mismos.
A pesar de sus beneficios, investigar mientras se enseña presenta múltiples retos. Una de las principales dificultades es la falta de tiempo, ya que las responsabilidades diarias, planificación, enseñanza, corrección y atención individualizada, consumen gran parte de la jornada de práctica docente. A esto se suma el acceso limitado a recursos académicos actualizados, especialmente en el campo de las artes, y la sobrecarga administrativa que reduce el espacio para la reflexión profunda. Otro reto ha sido diseñar instrumentos de evaluación que contemplen tanto el proceso como el producto final. El aprendizaje en arte no siempre puede medirse con escalas tradicionales, ya que involucra subjetividad, exploración, intuición y expresión emocional. Esto exige una evaluación más flexible, comprensiva y contextualizada. A pesar de estos desafíos, he aprendido a adaptarme, empleando métodos cualitativos sencillos que permiten documentar y analizar mi práctica sin perder el enfoque humano y artístico.
La ética también es un componente esencial. Considero aspectos como el consentimiento informado, el anonimato, la confidencialidad y el respeto a la voz y autonomía de cada participante. Estos principios no solo garantizan la integridad del proceso investigativo, sino que refuerzan el compromiso con una educación centrada en el ser humano. En mi práctica, esto se traduce en explicar a estudiantes y familias el sentido pedagógico de proyectos que van más allá de la producción artística, como los ejercicios de percepción visual o las reflexiones sobre los temas sociales trabajados en el cartel de la DIVEDCO. También cuido que toda documentación visual o escrita (fotografías, videos, citas textuales) se maneje con respeto y privacidad. Más allá de los protocolos, la ética se profundiza en la escucha activa y el respeto a la diversidad de pensamiento. Como señala Gil Barvo y María Mercedes (2020), “la educomunicación no puede entenderse sin la participación, crítica y ética de los sujetos educativos” (p.67). Este enfoque reconoce al estudiantado como participantes legítimos en la construcción del conocimiento. Por eso, promuevo espacios de diálogo abierto donde puedan expresar sus opiniones, proponer cambios y compartir emociones en relación con sus obras. Estas prácticas fortalecen el sentido de pertenencia y respeto mutuo dentro de la clase. Fomentar un ambiente donde se escuche y valore la voz estudiantil impulsa su desarrollo como ciudadanos críticos, empáticos y comprometidos con su entorno.
Investigar me permite diseñar clases más conscientes del contexto puertorriqueño. El estudio histórico de Cabrera Cirilo, Cancel Feliciano y Morales Hernández (2014) sobre la División de Educación de la Comunidad (DIVEDCO) fue clave para el proyecto del cartel. Ellas argumentan que “los carteles de la DIVEDCO sirvieron como una herramienta poderosa para promover la conciencia social, la participación ciudadana y la educación popular” (p. 120). A partir de este trasfondo, mis estudiantes comprendieron que el arte no solo comunica belleza, sino que también puede convertirse en un vehículo para el cambio social.
En fin, gracias a la investigación, logro articular experiencias educativas profundas donde la exploración de la identidad, el entorno natural y los valores sociales son ejes centrales. La clase de arte deja de ser un espacio aislado para convertirse en un espacio integrador, crítico y significativo dentro de la vida escolar. Investigar mientras enseño transforma mi práctica, haciéndola más consciente, relevante y comprometida con las necesidades reales del estudiantado. En un mundo en constante cambio, la investigación educativa se vuelve indispensable para formar ciudadanos creativos, informados y empáticos, capaces de imaginar y construir una sociedad mejor.
Referencias:
Barvo, G., & María, M. (2020). Liderazgo, ciudadanía y educomunicación. Análisis de dos programas de educación de adultos durante la segunda mitad del siglo XX. https://repositorio.upr.edu/handle/11721/2362.
Boix Mansilla, V., & Hetland, L. (2004). Artful Thinking: Stronger Thinking and Learning Through the Power of Art. Harvard Graduate School of Education, Project Zero.
Cabrera Cirilo, M. A., Cancel Feliciano, C. Y., & Morales Hernández, M. J. (2014). La División de Educación de la Comunidad: Una mirada desde la historia y el arte. Revista Umbral, (9), 118-122.
Cotto Carrasquillo, I., & Ortiz Vega, J. (2020). Enseñanza neurodidáctica en las Artes Visuales. En L. R. Rivera Rosario (Ed.), Neurociencias aplicadas a la educación: Teorías, investigaciones y prácticas educativas (pp. 135–150). Ediciones Universidad Interamericana de Puerto Rico.
Marshall, J. (2010). Five Ways to Integrate: Using Strategies from Contemporary Art. Art Education, 63(3), 13-19. https://doi.org/10.1080/00043125.2010.11519065.