El negocio del siglo

El conde Víctor Lustig, alto funcionario del Ministerio encargado de la conservación de edificios públicos, explicó a los cinco negociantes parisienses reunidos en su despacho que la Torre de Eiffel tenía que ser derribada, pues el coste de su conservación era enorme. La torre representaba unas 7.000 toneladas de hierro de la mejor calidad y los cinco hombres -chatarreros- fueron invitados a presentar ofertas de compra en sobre cerrado.

Las ofertas no tardaron en llegar, y al día siguiente, André Poisson, acaudalado hombre de negocios salido de la nada, recibió la noticia de que su propuesta había sido aceptada.

Al cabo de una semana Poisson había reunido el dinero y se convino la entrevista definitiva. Pero ¿por qué -preguntó- tan importantes negociaciones se efectuaban en un hotel en vez de hacerlo en el Ministerio?

El conde hizo salir de la habitación a su secretario americano, Dan Collins y explicó: "La vida de un funcionario del Gobierno no es fácil. Debemos recibir, vestirnos a la moda, y todo ello con un sueldo ridículo. Al establecer un contrato con el Gobierno, es costumbre que el funcionario encargado de hacerlo dé una recepción..." Poisson comprendió al momento; era evidente que tal sugerencia, a pesar de la delicadeza con que era expuesta, no podía hacerse en el interior de un Ministerio. Entregó sin rechistar su cheque certificado, juntamente con una cartera rebosante de billetes de banco y se marchó estrujando entre sus manos, triunfalmente, el documento de la venta.

Al cabo de una hora el cheque era cobrado –Lustig jamás dijo a cuanto ascendía– y él y Collins se instalaban, sonriéndose maliciosamente, en un compartimiento del expreso de Viena.

Lustig, natural de Bohemia, hijo de un respetable ciudadano, y Collins, modesto estafador norteamericano, vivieron un mes en uno de los mejores hoteles de Viena, leyendo la prensa de París. Pero nada se decía de la estafa.

El comprador, demasiado avergonzado para denunciar el fraude, había dejado el campo libre a Lustig y Collins para volver a vender la Torre de Eiffel. Así lo hicieron, pero esta vez la víctima acudió a la policía. Aunque Lustig y Collins jamás fueron capturados, la publicidad que su segunda víctima hizo del caso les impidió efectuar una tercera venta.

Foto: Víctor von Lustig y la Torre Eiffel.