CRÍTICA DE LA RAZÓN PURA
PRÓLOGO A LA SEGUNDA EDICIÓN
Si la elaboración de los conocimientos pertenecientes al dominio de la razón llevan o no el camino seguro de una ciencia.
La lógica
No ha necesitado dar ningún paso atrás desde Aristóteles.
Tampoco ha sido capaz de avanzar un solo paso.
Según todas las apariencias se halla concluida.
Los límites de la lógica están señalados con plena exactitud por ser una ciencia que no hace más que exponer detalladamente y demostrar con rigor las reglas formales de todo pensamiento, sea este a priori o empírico, sea cual sea su comienzo u objeto, ...
Su limitación la habilita y le obliga a abstraer de todos los objetos de conocimiento y de sus diferencias.
El entendimiento no se ocupa más que de sí mismo y de su forma.
En cuanto propedéutica, es el vestíbulo de las ciencias.
Las demás ciencias
Tiene que conocerse en ellas algo a priori.
Este conocimiento puede poseer dos tipos de relación con su objeto:
o bien para determinarlo este último y su concepto,
o bien para convertirlo en realidad.
La primera relación constituye el conocimiento teórico de la razón;
la segunda relación constituye el conocimiento práctico de la razón.
De ambos conocimientos ha de exponerse primero, por separado, la parte pura (la parte de la razón que determina su objeto enteramente a priori); posteriormente lo que procede de otras fuentes.
La matemática y la física son los dos conocimientos teóricos de la razón que deben determinar sus objetos a priori.
La primera de forma enteramente pura;
la segunda de forma al menos parcialmente pura, estando sujeta tal determinación a otras fuentes de conocimiento distintas de la razón.
La matemática
Ha tomado el camino seguro de la ciencia desde los primeros tiempos en el admirable pueblo griego.
Permaneció antes andando a tientas (entre los egipcios).
Tal cambio se debe a una revolución, a la idea feliz de un solo hombre: advirtió que no debe indagar lo que veía en la figura o en el mero concepto de ella y leer ahí sus propiedades, sino extraer éstas a priori por medio de lo que él mismo pensaba y exponía en conceptos.
La ciencia natural
Tardó más en encontrar el camino seguro de la ciencia.
Lo hizo gracias a una revolución previa del pensamiento:
entendieron que la razón sólo reconoce lo que ella misma produce según su bosquejo, que la razón tiene que anticiparse con los principios de sus juicios de acuerdo con leyes constantes y que tiene que obligar a la naturaleza a responder a sus preguntas, pero sin dejarse conducir con andaderas. De lo contrario, las observaciones fortuitas y realizadas sin un plan previo no van ligadas a ninguna ley necesaria, ley que la razón busca y necesita.
La razón debe abordar la naturaleza llevando en una mano los principios según los cuales sólo pueden considerarse como leyes los fenómenos concordantes, y en la otra, el experimento que ella haya proyectado a la luz de tales principios.
Debe hacerlo para ser instuida por la naturaleza, no como testigo, sino como juez que obliga a los testigos a responder a las preguntas que él formula.
La metafísica
Conocimiento especulativo de la razón que se levanta por encima de lo que enseña la experiencia, con meros conceptos, no ha tenido hasta ahora la suerte de tomar el camino seguro de la ciencia.
Se atasca continuamente;
hay que volver atrás;
no hay unanimidad entre los filósofos;
es un mero andas a tientas.
¿A qué se debe que la metafísica no hay encontrado el camino seguro de la ciencia? ¿Es acaso imposible?
Ejemplos de la matemática y las ciencias naturales: se han convertido en lo que son ahora gracias a una revolución repentinamente producida.
A título de ensayo:
Se ha supuesto hasta ahora que todo nuestro conocer debe regirse por los objetos;
veamos si no adelantaremos más en las tareas de la metafísica suponiendo que los objetos deben conformarse a nuestro conocimiento, cosa que concuerda mejor con la posibilidad de un conocimiento a priori de dichos objetos, un conocimiento que pretende establecer algo sobre éstos antes de que nos sean dados.
En la metafísica puede hacerse el mismo ensayo
En lo que atañe a la intuición de objetos
Si la intuición tuviera que regirse por la naturaleza de los objetos, no veo como podría conocerse algo a priori sobre esa naturaleza.
Si es el objeto el que se rige por la naturaleza de nuestra facultad de intuición, puedo representarme tal posibilidad.
Si esas intuiciones las quiero convertir en conocimientos
O los conceptos por medio de los cuales efectúo esta determinación se rigen por el objeto y me encuentro con la misma dificultad de saber de él algo a priori;
o bien supongo que los objetos (o lo que es lo mismo la experiencia) se rigen por tales conceptos. En este segundo caso la explicación es más fácil: la experiencia es un tipo de conocimiento que requiere entendimiento y éste posee unas reglas que yo debo suponer en mí ya antes de que los objetos me sean dados, es decir, reglas a priori. A ellas se conforman necesariamente todos los objetos de la experiencia y con los que deben concordar.
Por lo que se refiere a los objetos que son meramente pensados por la razón, pero que no pueden ser dados en la experiencia, la tentativa para pensarlos proporcionará una magnífica piedra de toque de lo que consideramos el nuevo método del pensamiento, a saber, que sólo conocemos a priori de las cosas lo que nosotros mismos ponemos en ellas.
Este ensayo obtiene el resultado apetecido
Promete a la primera parte de la metafísica el camino seguro de la ciencia dado que esa primera aprte se ocupa de conceptos a priori cuyos objetos correspondientes pueden darse en la experiencia adecuada.
De esto se sigue un resultado extraño y muy perjudicial para el objetivo entero de la metafísica, el objetivo del que se ocupa la segunda parte. Este resultado consiste en que:
Con esta capacidad, jamás podemos traspasar la frontera de la experiencia posible, cosa que constituye la tarea más esencial de esa ciencia.
Prueba la verdad de aquella primera apreciación de nuestro conocimiento racional a priori: que éste sólo se refiere a fenómenos y que deja la cosa en sí como no conocida por nosotros, a pesar de ser real por sí misma.
Lo que nos impulsa a traspasar los límites de la experiencia y de todo fenómeno es lo incondicionado que la razón, necesaria y justificadamente, exige a todo lo que de condicionado hay en las cosas en sí.
Pero si suponemos que nuestro conocimiento empírico se rige por los objetos en cuanto cosas en sí, se descubre que lo incondicionado no puede pensarse sin contradicción; si suponemos que nuestra representación de las cosas, tal como nos son dadas, no se rige por éstas en cuanto cosas en sí, sino que más bien esos objetos, en cuanto fenómenos, se rigen por nuestra forma de representación, desaparece la contradicción.
Lo incondicionado no debe hallarse en las cosas en cuanto las conocemos (en cuanto nos son dadas), pero sí, en las cosas en cuanto no las conocemos, en cuanto cosas en sí, entonces se pone de manifiesto que lo que al comienzo admitíamos a título de ensayo se halla justificado.
Después de haber sido negado a la razón especulativa todo avance en el terreno suprasensible, si no se encuentran datos en su coonocimiento práctico para determinar aquel concepto racional y trascendente de lo incondicionado y sobrepasar de ese modo, según el desel de la metafísica, los límites de toda experiencia posible con nuestro conocimiento a priori, aunque sólo sea desde un punto de vista práctico. La razón especulativa siempre ha dejado sitio para tal ampliación.
Esa tentativa de transformar el procedimiento hasta ahora empleado por la metafísica constiituye la tarea de esta crítica de la razón pura especulativa.
Es un tratado sobre el método, no un sistema sobre la ciencia misma.
Traza el perfil entero de ésta, tanto respecto de sus límites como respecto de toda su articulación interna.
Pues lo propio de la razón pura especulativa consiste
en que puede y debe medir su capacidad según sus diferentes modos de elegir objetos de pensamiento;
en que puede y debe enumerar las distintas formas de proponerse tareas y bosquejar un sistema de la metafísica.
Por lo que toca a lo primero, nada puede añadirse a los objetos en el conocimiento a priori , fuera de lo que el sujeto pensante toma de sí mismo.
Por lo que se refiere a lo segundo, la razón constituye una unidad completamente separada, subsistente por sí misma.
La metafísica tiene una suerte singular.
Consiste en lo siguiente: si, mediante la presente crítica, la metafísica se inserta en el camino seguro de la ciencia, puede abarcar perfectamente todo el campo de los conocimientos que le pertenecen; con ello terminaría su obra y la dejaría como patrimonio al que nada podría añadirse, ya que sólo se ocupa de principios y de las limitaciones de su uso.
¿Qué clase de tesoro es esta metafísica depurada por la crítica, pero relegada a un estado de inercia?
Su utilidad
Es sólo negativa: nos advierte que jamás nos aventuremos a traspasar los límites de la experiencia con la razón especulativa.
Pero también es positiva: cuando se reconoce que los principios con los que la razón especulativa sobrepasa sus límites no constituyen una ampliación, sino que tienen como resultado indefectible una reducción de nuestro uso de la razón, ya que tales principios amenazan con extender de forma indiscriminada los límites de la sensibilidad e incluso con suprimir el uso puro práctico de la razón.
De ahí que una crítica que restrinja la razón especulativa sea negativa, pero a la vez que elimina un obstáculo que reduce su uso práctico o amenaza incluso con suprimirlo, sea de positiva utilidad.
Ello se ve claro cuando se reconoce que la razón pura tiene un uso práctico absolutamente necesario, uso en el que ella se ve inevitablemente obligada a ir más allá de los límites de la sensibilidad. Para esto la razón práctica no necesita ayuda de la razón especulativa, ha de estar asegurada contra la oposición de esta última.
En la parte analítica de la crítica
se demuestra
que el espacio y el tiempo son meras formas de la intuición sensible, es decir, simples condiciones de la existencia de las cosas en cuanto fenómenos;
que tampoco poseemos conceptos del entendimiento ni elementos para conocer las cosas sino en la medida en que puede darse la intuición correspondiente a tales conceptos;
que no podemos conocer un objeto como cosa en sí misma, sino en cuanto objeto de la intuición empírica, es decir, en cuanto fenómeno.
De ello se deduce
que todo posible conocimiento especulativo de la razón se halla limitado a los simples objetos de la experiencia.
Aunque no podemos conocer esos objetos como cosas en sí mismas, sí ha de sernos posible, al menos, pensarlos.
Supongamos que no se ha hecho la distinción, establecida como necesaria en nuestra crítica, entre cosas en cuanto objeto de experiencia y esas mismas cosas en cuanto cosas en sí.
Habría que aplicar a todas las cosas el principio de causalidad
Incurriríamos en una contradicción decir de un mismo ser (por ejemplo, del alma humana), que su voluntad es libre y que, a la vez, esa voluntad se halla sometida a la necesidad natural, es decir, que no es libre. En eg¡fecto, se habría empleado en mabas proposiciones la palabra "alma" exactamente en el mismo sentido, como cosa en general, como cosa en sí misma.
Si la crítica no se ha equivocado
al enseñarnos a tomar el objeto en dos sentidos: como fenómeno y como cosa en sí;
si la deducción de sus conceptos del entendimiento es correcta y el principio de causalidad se aplica únicamente a las cosas en el primer sentido (en cuanto objetos de la experiencia) sin que le estén sometidas esas mismas cosas en el segundo sentido;
si esto es así, entonces se considera la voluntad en su fenómeno (en las acciones visibles) como necesariamente conforme a las leyes naturales y como no libre; pero esa misma voluntad es considerada como algo perteneciente a una cosa en sí misma y no sometida a dichas leyes, es decir, como libre, sin que se dé por ello contradicción alguna.
No puedo conocer mi alma desde este último punto de vista por medio de la razón especulativa ni puedo conocer la libertad como propiedad de un ser al que atribuyo efectos en el mundo sensible.
Pero sí puedo concebir la libertad: su representación no encierra en sí contradicción ninguna si se admite nuestra distinción crítica entre los dos tipos de representación (sensible e intelectual) y la limitación que tal distinción implica en los conceptos puros del entendimiento y en los principios que de ellos derivan.
Supongamos que la moral presupone necesariamente la libertad como propiedad de nuestra voluntad (por introducir a priori, como datos de la razón, principios prácticos originarios que residen en ella y que serían absolutamente imposibles de no presuponerse la libertad).
Supongamos también que la razón especulativa ha demostrado que la libertad no puede pensarse.
En este caso, aquella suposición referida a la moral tiene que ceder necesariamente ante esta otra, cuyo opuesto encierra una evidente contradicción. La libertad y la moralidad tendrían que abandonar su puesto en favor del mecanismo de la naturaleza.
Ahora bien, la moral no requiere sino que la libertad no se contradiga a sí misma, que sea al menos pensable sin necesidad de examen más hondo.
Por lo tanto, la doctrina de la moralidad como la de la naturaleza mantienen sus posiciones, cosa que no hubiera sido posible si la crítica no nos hubiese enseñado previamente nuestra inevitable ignorancia respecto de las cosas en sí mismas ni hubiera limitado nuestyras posibilidades de conocimiento teórico a los simples fenómenos.
Esta misma explicación sobre la positiva utilidad de los principios críticos de la razón pura puede ponerse de manifiesto respecto de los conceptos de "Dios" y de la "naturaleza simple" de nuestra alma.
No puedo aceptar a "Dios", la "libertad" y la "inmortalidad" en apoyo del necesario uso práctico de mi razón sin quitar, a la vez, a la razón especulativa su pretensión de conocimientos exagerados.
Pues ésta última tiene que servirse, para llegar a tales conocimientos, de unos principios que no abarcan realmente más que los objetos de experiencia posible.
Cuando se los aplica a algo que no puede ser objeto de experiencia, de hecho convierten ese algo en fenómeno y hacen imposible toda extensión práctica de la razón pura.
Tuve que suprimir el saber para dejar sitio a la fe.
Esta importante modificación en el campo de las ciencias y la pérdida que la razón especulativa ha de soportar en sus hasta ahora pretendidos dominios afecta sólo al monopolio de las escuelas no a lo intereses de los hombres.
Las demostraciones de la pervivencia del alma tras la muerte (a partir de la simplicidad de la sustancia), de la libertad de la voluntad, de la existencia de Dios (contingencia y necesidad), ¿han llegado al gran público y ejercido influencia en sus convicciones?
Por el contrario, en lo que se refiere a la pervivencia del alma (basada en la disposición natural), en lo que atañe a la conciencia de la libertad (la oposición entre obligaciones e inclinaciones) y en lo que afecta a la existencia de Dios (el orden. belleza de la naturaleza), estas consideraciones continuarán sin obstáculo.
La tarea del filósofo especulativo sigue siendo la de ser depositario de una ciencia que es útil a al gente, aunque ésta no lo sepa: la crítica de la razón.