Texto
Soy una cosa que piensa: que duda, afirma, niega, conoce pocas cosas, ignora muchas, ama, odia, quiere y que también imagina y siente.
Aunque lo que imagino y siento no sea nada fuera de mí y en sí mismo...
estoy seguro que esos modos de pensar residen y se hallan en mí, sin duda.
Consideraré si no podré hallar en mí otros conocimientos de los que aún no me haya apercibido.
Sé con certeza que soy una cosa que piensa.
¿No sé también lo que se requiere para estar cierto de algo?
En ese mi primer conocimiento no hay más que una percepción clara y distinta de lo que conozco.
Puedo establecer como regla general que son verdaderas todas las cosas que concebimos muy clara y distintamente.
He admitido como cosas muy ciertas y manifiestas, muchas que más tarde he reconocido como dudosas e inciertas.
¿Cuáles? La tierra, el cielo, los astros y todas las cosas que percibía por medio de los sentidos.
¿Qué concebía en ellas como claro y distinto?
Nada más, sino que las ideas y pensamientos de esas cosas se presentaban a mi espíritu. Y no niego que esas ideas estén en mí.
Pero había otra cosa que yo afrimaba: que había fuera de mí ciertas cosas de las que procedían esas ideas y a las que éstas se asemejaban por completo. Y en esto me engañaba.
Veamos lo tocante a la aritmética y geometría, ¿no las concebía con claridad suficiente para asegurar que eran verdaderas?
Si las he puesto en duda ha sido por ocurrírseme que acaso Dios hubiera podido darme una naturaleza tal que yo me engañase.
Me veo forzado a reconocer que le es muy fácil, si quiere (a Dios), obrar de manera que yo me engañe aun en las cosas que creo conocer von grandísima evidencia.
Siempre que reparo en las cosas que creo concebir muy claramente: engáñeme quien pueda, que lo que nunca podrá será hacer que yo no sea nada, mientras yo esté pensando que soy algo.
Debo examinar si hay Dios y, si resulta haberlo, debo examinar si puede ser engañador (sin conocer estas dos verdades no veo cómo voy a poder alcanzar certeza de cosa alguna).
Mantener el orden de meditación: pasar por grados de las nociones que encuentre primero en mi espíritu a las que pueda hallar después.
Dividir mis pensamientos en ciertos géneros y considerar en cuáles de éstos hay verdad o error.
Unos son como imágenes de cosas y a éstos solos conviene con propiedad el nombre de idea (hombre, quimera, cielo, ángel)
Otros tienen otras formas: concibo alguna cosa de la que trata la acción de mi espíritu y añado algo, mediante esa acción, a la idea que tengo de aquella cosa. De este género de pensamientos unos son llamados voluntades (quiero, temo) y otros, juicios (afirmo o niego).
Por lo que toca a las ideas, si se las considera sólo en sí mismas, sin relación a ninguna otra cosa, no pueden ser llamadas con propiedad falsas.
No puede hallarse falsedad en las afecciones o voluntades: aunque quiera cosas malas o que nunca hayan existido, no es menos cierto que las quiero.
Sólo en los juicios debo tener cuidado de no errar. El error más frecuente consiste en juzgar que las ideas que están en mí son semejantes o conformes a cosas que están fuera de mí ( si considerase las ideas sólo como ciertos modos de mi pensamiento, sin pretender referirme a alguna cosa exterior, apenas podrían darme ocasión de errar).
De esas ideas, unas me parecen nacidas conmigo, otras extrañas y venidas de fuera y otras hechas o inventadas por mí mismo.
Nacidas conmigo: Tener la facultad de concebir lo que es en general una cosa, una verdad o un pensamiento, me parecen proceder únicamente de mi propia naturaleza.
Venidas de fuera: Si oigo un ruido he juzgado hasta el presente que esos sentimikentos procedían de ciertas cosas existentes fuera de mí.
Inventadas: Me parece que, por ejemplo las sirenas, son ficciones o invenciones de mi espíritu.
Lo que debo hacer es considerar respecto de aquellas que me parecen proceder de ciertos objetos que están fuera de mí, que razones me fuerzan a creerlas semejantes a esos objetos.
Primera: parece enseñarmelo la naturaleza.
Segunda: experimento en mí mismo que tales ideas no dependen de mi voluntad.
Tengo que ver si esas razones son lo bastante fuertes y convincentes.
Primera: cuando digo que me parece que la naturaleza me lo enseña
por la palabra "naturaleza" entiendo cierta inclinación que me lleva a creerlo...
y no una luz natural que me haga conocer que es verdadero.
Pero son dos cosas muy distintas entre sí:
No podría poner en duda lo que la luz natural me hace ver como verdadero (ejemplo: del hecho de dudar he concluido mi existencia).
Por lo que toca a las inclinaciones que me parecen naturales, cuando trataba de elegir entre virtudes y vivios, me han conducido al mal tanto como al bien; no hay razón para seguirlas cuando se trata de la verdad o falsedad.
Segunda: "esas ideas deben proceder de fuera, pues no dependen de mi voluntad", tampoco la encuentro convincente.
Podría ocurrir que haya en mí (sin yo saberlo) alguna facultad o potencia, apta para producir esas ideas sin ayuda exterior.
En efecto, tales ideas se forman en mí cuando duermo, sin el auxilio de los objetos que representan.
Aun estando conforme que son causadas por esos objetos, de ahí no se sigue necesariamente que deban asemejarse a ellos.
Hasta el momento no ha sido un juicio cierto y bien pensado, sino sólo un ciego y temerario impulso, lo que me ha hecho creer que existían cosas fuera de mí, diferentes de mí, y que por medio de los órganos de los sentidos o por algún otro, me enviaban sus ideas o imágenes e imprimían en mí sus semejanzas.
Otra vía para saber si, entre las cosas cuyas ideas tengo en mí, hay algunas que existen fuera de mí.
Si tales ideas se toman sólo en cuanto que son ciertas maneras de pensar no reconozco en ellas diferencias o desigualdad alguna y todas parecen proceder de mí de un mismo modo.
Si las considero como imágenes que representan unas una cosa y otras otra, entonces es evidente que son muy distintas unas de otras.
Ejemplo: las ideas que me representan sustancias contienen más realidad objetiva (contenido) que las que me representan accidentes.
Ejemplo: la idea por la que concibo a un Dios (supremo, eterno, infinito, inmutable, omnisciente, omnipotente y creador universal de todas las cosas) tiene más realidad objetiva (contenido) que las ideas que me representan sustancias finitas.
Luz natural de la razón (usa el principio de causalidad):
Debe haber por lo menos tanta realidad en la causa eficiente y total como en su efecto ...
¿de dónde saca el efecto su realidad si no es de la causa?
¿cómo podría esa causa comunicársela, si no la tuviera ella misma?
De esto se sigue:
Que la nada no puede producir cosa alguna.
Que lo más perfecto (lo que contiene más realidad) no puede provenir de lo menos perfecto.
Esta verdad es clara y evidente ...
en los efectos dotados de realidad actual o formal
en las ideas (donde sólo se considera la realidad que llamamos objetiva).
Ejemplos:
La piedra que aúm no existe ...
El calor no puede ser producido en un sujeto privado de él ...
La idea del calor o de la piedra ...
Para que una idea contenga tal realidad objetiva más bien que tal otra, debe haberla recibido, sin duda, de alguna causa, en la cual haya tanta realidad formal, por lo menos cuanta realidad objetiva contiene la idea.
Si suponemos que en la idea hay algo que no se encuentra en su causa ...
... tendrá que haberlo recibido de la nada;
Por imperfecto que sea el modo de ser según el cual una cosa está objetivamente o por representación en el entendimiento (mediante su idea) no puede decirse que ese modo de ser sea nada, ni que esa idea tome su origen de la nada.
Tampoco debo suponer que siendo sólo objetiva la realidad considerada en esas ideas, no sea necesario que esa misma realidad esté formalmente en la causa de ellas, ni creer que basta con que con que esté objetivamente en dichas causas.
Así como el modo de ser objetivo compete a las ideas por su propia naturaleza, el modo formal de ser compete a las causas de eas ideas por su propia naturaleza.
Puede ocurrir que
una idea nazca de otra idea
ese proceso no puede ser infinito
sino que hay que llegar a una idea primera
cuya causa sea como un arquetipo
en el que esté formal y efectivamente contenida toda la realidad o perfección
que en la idea está sólo de modo objetivo o por representación.
La luz natural de la razón me hace saber con certeza que las ideas son en mí como cuadros o imágenes ...
... que pueden con facilidad ser copias defectuosas de las cosas
pero que en ningún caso pueden contener nada mayor o más perfecto que éstas.
¿Qué conclusión obtendré de todo ello?
Si la realidad objetiva de alguna de mis ideas es tal que yo pueda saber con claridad que esa realidad no está en mí formal ni eminentemente (por lo tanto, que yo no puedo ser causa de tal idea), se sigue entonces necesariamente de ello que no estoy solo en el mundo y que existe otra cosa, que es causa de esa idea;
Si, por el contrario, no hallo en mí una idea así, entonces careceré de argumentos que puedan darme certeza de la existencia de algo que no sea yo.
Entre mis ideas
Las que me representan a mi mismo ... no ofrecen aquí dificultad alguna.
Las ideas que me representan otros hombres o animales o ángeles ... pueden haberse formado por la mezcla y composición de las ideas que tengo de las cosas corpóreas y de Dios (aun cuando fuera de mí no hubiese en el mundo ni hombres, ni animales, ni ángeles).
Las ideas de las cosas corpóreas, nada me parece haber en ellas tan excelente que no pueda proceder de mi mismo.
Advierto en ellas muy pocas cosas que yo conciba clara y distintamente: magnitud, anchura, profundidad; la figura; la situación; el movimiento; la duración; el número.
Las demás cosas (luz, colores, olores, sabores, calor, frío) están en mi pensamieto con tal oscuridad y confusión que hasta ignoro si son verdaderas o falsas ...
No es necesario que atribuya a estas ideas otro autor que yo mismo.
Pues si son falsas, la luz natural me hace saber que provienen de la nada, que si están en mí es porque a mi naturaleza (no siendo perfecta) le falta algo.
Si son verdaderas, como tales ideas me ofrecen tan poca realidad, no veo por qué no podría haberlas producido yo mismo.
Por lo que se refiere a las otras cualidades (extensión, figura, movimiento) como son sólo ciertos modos de la sustancia parecen que pueden estar contenidos en mí eminentemente.
Sólo queda la idea de Dios.
Por "Dios" entiendo una substancia infinita, eterna, inmutable, independiente, ominisciente, omnipotente, que me ha creado a mí mismo y a todas las demás cosas que existen (si es que existe alguna).
Lo que entiendo por Dios en tan grande y eminente que no estoy convencido que una idea así pueda proceder sólo de mí.
Hay que concluir necesariamente, según lo dicho antes, que Dios existe.
Pues, aunque yo tenga la idea de substancia en virtud de ser yo una substancia, ...
... no podría tener la idea de substancia infinita, siendo yo finito, si no la hubiera puesto en mí una substancia que verdaderamente fuese infinita.
Aclaraciones
No debo juzgar que yo no concibo el infinito por medio de una verdadera idea, sino por medio de una mera negación de lo finito:
Al contrario, hay más realidad en la substancia infinita que en la finita; que tengo antes en mí la noción de infinito que la de lo finito: antes la de Dios que la de mí mismo. ¿Cómo podría yo saber que dudo y que deseo (que algo me falta y no soy perfecto), si no hubiese en mí la idea de un ser más perfecto, por comparación con el cual advierto la imperfección de la naturaleza?
No puede decirse que esta idea de Dios es materialmente falsa y puede proceder de la nada:
Al contrario, siendo esta una idea muy clara y distinta y conteniendo más realidad objetiva que ninguna otra, no hay una idea que sea por sí misma más verdadera, ni menos sospechosa de error o falsedad.
Esta idea es muy clara y distinta, pues contiene en sí todo lo que mi espíritu concibe clara y distintamente como real y verdadero y todo lo que comporta alguna perfección.
No deja de ser cierto aunque yo no comprenda lo infiniito, auqneu haya en Dios innumerables cosas que no pueda yo entender y ni siquiera alcanzar con mi pensamiento: pues es propio de la naturaleza de lo infinito que yo, siendo finito, no pueda comprenderlo.
Basta con que entienda esto y juzgue que todas las cosas que concibo claramente y en las que sé que hay alguna perfección, así como infinidad de otras que ignoro, esta´n en Dios formalmente o eminentemente, para que la idea que tengo de Dios sea la más verdadera, clara y distinta de todas.
Podría suceder que yo fuese algo más de lo que pienso y que todas las perfecciones que atribuyo a la naturaleza de Dios estén en mí, de algún modo, en potencia, si bien todavía no en acto (por ejemplo, mi conocimiento aumenta y nada puede impedir que aumente hasta el infinito; puedo adquirir las demás perfecciones de la naturaleza divina). Si puedo adquirir esas perfecciones podría producir sus ideas.
Eso no puede ser.
En primer lugar: aunque fuera cierto que mi conocimiento aumentase por grados sin cesar y que hubiese en mi naturaleza muchas cosas en potencia, ...
... nada de eso atañe a la idea que tengo de la divinidad, en cuya idea nada hay en potencia, sino que todo está en acto.
Más aún: aunque mi conocimiento aumentase más y más, nunca podría ser infinito en acto, pues jamás llegará a tan alto grado que no sea capaz de incremento alguno.
En cambio, a Dios lo concibo infinito en acto y nada puede añadirse a su perfección.
Por último, el ser objetivo de una idea no puede ser producido por un ser que existe sólo en potencia, sino sólo por un ser en acto, o sea, formal.
Sigo adelante. Consideraré si yo mismo, que tengo esa idea de Dios, podría existir en el caso de que no hubiera Dios. ¿De quién habría recibido mi existencia?
De mí mismo
De mis padres
De otras causas (menos perfectas que Dios).
De mí mismo
Si yo fuese independiente de cualquier otro, si yo mismo fuese el autor de mi ser, no dudaría de nada, nada desearía y ninguna perfección me faltaría, pues me habría dado a mí mismo todas aquellas de las que tengo alguna idea; yo sería Dios.
No tengo por qué juzgar que las cosas que me faltan son más difíciles de adquirir que las que ya poseo.
Es más difícil que yo (una substancia pensante) haya salido de la nada, de lo que sería la adquisición de muchos conocimientos que ignoro y que no son sino accidentes de esa substancia. Si me hubiera dado a mí mismo lo más difícil (mi existencia), no me hubiera privado de lo más fácil (de muchos conocimientos); no me habría privado de nada de lo que está contenido en la idea de Dios.
No debo suponer que he sido siempre tal cual soy ahora, como si de ello se siguiese que no tengo por qué buscarle autor alguno a mi existencia.
El tiempo todo de mi vida puede dividirse en innumerables partes, sin que ninguna de ellas dependa en modo alguno de las demás.
De haber existido yo un poco antes no se sigue que deba existir ahora, a no ser que en este mismo momento alguna causa me produzca y me cree de nuevo, es decir, me conserve.
En efecto, una substancia para conservarse en todos los momentos de su duración, precisa de la misma fuerza y actividad que sería necesaria para producirla y crearla en el caso de que no existiese.
La luz natural me hace ver con claridad que creación y conservación y creación difieren sólo respecto de nuestra manera de pensar, pero no realmente.
Sólo hace falta que me consulte a mí mismo, para saber si poseo algún poder en cuya virtud yo, que existo ahora, exista también dentro de un instante;
no siendo yo más que una cosa que piensa, si un tal poder residiera en mí, yo debería por lo menos pensarlo y ser consciente de él;
no es así y de este modo sé con evidencia que dependo de algún ser diferente de mí.
De otra causa menos perfecta que Dios
No puede ser.
Es del todo evidente que en la causa debe haber por lo menos tanta realidad como en el efecto.
Puesto que soy una cosa que piensa y que tengo en mí una idea de Dios, sea cualquiera la causa que se atribuya a mi naturaleza, deberá ser en cualquier caso una cosa que piensa y poseer en sí todas las perfecciones que atribuyo a la naturaleza divina.
Después puede indagarse si esa causa toma su origen y existencia de sí mismo o de alguna otra cosa.
Si la toma de si misma, se sigue que ella misma ha de ser Dios, pues teniendo el poder de existir por sí, debe tener también el poder de poseer actualmente todas las perfecciones cuyas ideas concibe, es decir, todas las que yo concibo dadas en Dios.
Si toma su existencia de alguna otra causa distinta de ella, nos preguntaremos si esta segunda causa existe por sí o por otra cosa ...
... hasta que de grado en grado lleguemos a una causa que resultará ser Dios. Es claro que aquí no puede procederse al infinito, pues no se trata de la causa que en otro tiempo me produjo, como la que al presente me conserva.
Tampoco puede fingirse que varias causas parciales hayan concurrido juntas a mi producción y que de una de ellas haya recibido yo la idea de una de las perfecciones que atribuyo a Dios, y de otra la idea de otra, de manera que esas perfecciones se hayan en algún lugar del universo, pero no juntas y reunidas en una sola causa que sea Dios.
Al contrario, la unidad, simplicidad o inseparabilidad de todas las cosas que están en Dios, es una de las principales perfecciones que en Él concibo;
la idea de tal unidad y reunión de todas las perfecciones en Dios no ha podido ser puesta en mí por causa alguna, de la cual no haya yo recibido también la idea de todas las demás perfecciones.
De mis padres
De quienes parece que tomo mi origen; no quiere decir que sean ellos quienes me conserven, ni me hayan hecho y producido en cuanto que soy una cosa que piensa; puesto que sólo han afectado de algún modo a la materia, dentro de la cual pienso estar encerrado yo, es decir, mi espíritu, al que identifico ahora conmigo mismo.
Debe concluirse necesariamente, del solo hecho de que existo y de que hay en mí la idea de un ser sumamente perfecto ( esto es, de Dios), que la existencia de Dios está demostrada con toda evidencia.
¿De qué modo he adquirido esa idea?
No la he recibido de los sentidos.
Tampoco es efecto o ficción de mi espíritu (no está en mi poder aumentarla o disminuirla en cosa alguna).
Ha nacido conmigo, a partir del momento mismo en que he sido creado.
Dios, al crearme, ha puesto en mí esa idea para que sea como el sello del artífice, impreso en su obra; es de creer que Dios me ha producido, en cierto modo, a su imagen y semejanza y que yo concibo esta semejanza mediante la misma facultad por la que me percibo a mí mismo;
es decir, que cuando reflexiono sobre mí mismo, no sólo conozco que soy una cosa imperfecta (...) sino que también conozco que aquel de quien dependo posee todas esas cosas a las que aspiro y cuyas ideas encuentro en mí y las posee no sólo de manera indefinida y en potencia, sino de un modo efectivo, actual e infinito y por eso es Dios.
Toda la fuerza del argumento que he empleado para probar la existencia de Dios consiste en que reconozco que sería imposible que mi naturaleza fuese tal cual es, o sea, que yo tuviese la idea de Dios, si Dios no existiera realmente;
ese mismo Dios, cuya idea está en mí, que posee todas estas altas perfecciones, de las que nuestro espíritu puede alcanzar alguna noción, auqneu no las comprenda por entero, y que no tiene ningún defecto ni nada que sea señal de imperfección.
Por lo que es evidente que no puede ser engañador, puesto que la luz natural nos enseña que el engaño depende de algún defecto.