Salvador Dalí pintó este óleo, “Desprendimiento topológico de Europa”, poco antes de morir en 1983, fascinado por la Teoría de Catástrofes de René Thom. No sabemos si tenía en mente un futuro desmembramiento de Europa, el Euro aún no existía; pero su genial intuición tal vez nos mostró a través de las grietas lo que podría suceder unas décadas después.
A modo de firma, sustituyendo su nombre, aparece la ecuación llamada “cola de golondrina”, V = x5 + ax3 + bx2 + cx, una de las “catástrofes elementales” que René Thom llegó a clasificar para su teoría y motivo de la última obra del pintor.
En esencia, la Teoría de Catástrofes ilustra el hecho de que para unos datos objetivos similares de la realidad, la interpretación puede tornarse, de forma abrupta, totalmente distinta.
Los mercados están siempre “democratizando” dicha interpretación de la realidad, ofreciendo como resultado un dato observable y medible sin ambigüedad: el precio de los activos. Sin embargo, dicha percepción basada en datos que varían muy suavemente con el paso del tiempo (paro, déficit, PIB, etc), puede moverse sin alteraciones bruscas durante mucho tiempo (por ejemplo, del punto A al punto C ó B), hasta que llega un momento en el que, sin necesidad de una causa mayor, cae por el precipicio (punto D) de la ecuación “cúspide” (z = x4 + ax2 + bx, representada abajo) y, de repente, unos datos que ayer justificaban unos precios, una percepción mayoritaria, hoy son motivo para una realidad totalmente diferente (paso del punto D al E).
De un día para otro, una burbuja inmobiliaria, la cotización de una empresa tecnológica, un problema de deuda o la credibilidad de un país; puede pasar de ser totalmente justificable a insostenible. La situación económica antes de 2007 se describía más como el mejor de los mundos posibles, que un peligroso acercamiento al precipicio de la ecuación cúspide. Hace unos meses el déficit griego, al igual que el español, era razonable y justificado por las necesidades de la crisis. Hoy ya no es así. Sin embargo, países como Reino Unido o incluso el intocable Estados Unidos, están igual o peor que nosotros. Entonces, ¿por qué no juzgan los mercados a todos los países por igual? La diferencia, en términos de la ecuación cúspide, sería que los mercados aún no se han trasladado a esa zona de percepción donde esos mismos datos generan una realidad percibida de forma totalmente distinta.
Pero los datos son los que son. Se podía justificar los precios del boom inmobiliario con mil argumentos, nadie podía rebatir la realidad de los precios, pero tarde o temprano los actores de mercado acabarían, de forma abrupta, catastrófica, por interpretar esa misma realidad de un modo diferente (paso del punto D al E). Igualmente, como comenta Bill Gross sobre España, un país con un 20% de paro, déficit por encima del 10%, que ha hecho default 13 veces en sólo dos siglos, es cualquier cosa menos AAA. Esa era la realidad hace un par de meses y esa es la realidad hoy, sólo que percibida desde la nueva óptica del punto E en la ecuación de Thom.
Por ello, los mercados financieros nunca pueden mostrar la tranquilidad que un inversor querría para sus ahorros, los tranquilos paseos por la zona estable alrededor del punto A. La realidad es tan cambiante como queramos percibirla. Y esos cambios de percepción serán mayoritariamente bruscos, inesperados a priori, explicables a posteriori (de algo tienen que vivir los economistas). La volatilidad en los mercados, como las tormentas, acaba siempre por volver. Está en nuestra naturaleza humana.
Mientras tanto, resulta especialmente patético cómo los políticos interpretan la reacción de los mercados (el paso de la zona C a la E) como un conspiranoico “ataque de los especuladores”. Habría que definir a quién ser refiere el Gobierno cuando les acusa de los movimientos “injustificados” de precios. ¿Se refiere a los ahorradores, empresarios e inversores que simplemente huyen del riesgo (vendiendo) y quieren poner a salvo la riqueza que con tanto esfuerzo han creado? ¿O se refiere a la residual población de especuladores profesionales que intentan aprovechar esa inevitable vuelta a la realidad, a poner los pies en el suelo? Porque no creo que se refiera a unos oscuros monstruos que conspiran en los sótanos de alguna mega-corporación por destruir la humanidad y satisfacer sus intereses.
Suponiendo un mínimo de inteligencia y conocimientos al Gobierno, y sabedores de que los especuladores, aceite del motor de los mercados, no pueden desequilibrar balances gubernamentales y crear déficits monstruosos; sólo queda suponer que el Gobierno critica a ahorradores, empresarios e inversores por abandonar negocios inseguros. ¿En base a qué deberían permanecer y seguir siendo leales a un territorio que se ha vuelto hostil y peligroso? Culpar al mensajero, en este caso a los especuladores, sólo puede desacreditar aún más al capitán del barco.
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