Economía De Pares: El Paradigma De Los Negocios Colaborativos

Varias iniciativas avanzan en la región y se cree que impulsarán el desarrollo; sin embargo, hay varios ejes de controversia

Tal vez muchos no lo hayan usado y ni siquiera sepan cómo hacerlo; quizás algunos sólo se toparon con las expresiones de repudio de sus más acérrimos opositores que se difunden con carteles pegados en las lunetas, un corte de calles o un comentario en la sobremesa dominical. Pero el tema ya no les es del todo ajeno. Por ángel o por demonio, la tecnología vinculada a la economía colaborativa abrió el debate en la Argentina sobre aquello que ya había comenzado a discutirse en otros países. La irrupción de Uber, la plataforma de transporte urbano, agitó el avispero en el mercado local y, de algún modo, preparó el terreno para el crecimiento de otras iniciativas del que algunos denominan “el cuarto sector”, por su corte transversal y rupturista con lo tradicional.

En vista de la dimensión creciente del fenómeno, el Fondo Multilateral de Inversiones (Fomin) miembro del Banco Interamericano de Desarrollo, junto con el IE Business School de España, desarrolló un estudio sobre el impacto en América latina de la que describe como una “industria naciente”. El documento publicado recientemente busca bocetar los cambios para “asegurar que la región aproveche el potencial de la economía colaborativa como palanca para la lograr la inclusión social y el crecimiento económico”.

El concepto de economía colaborativa refiere, en el análisis del Fomin, al “conjunto de actividades económicas y sociales en las cuales los agentes ponen a disposición activos, bienes o servicios infrautilizados, sin transferir la propiedad, a cambio o no de un valor monetario, por medio de la participación en plataformas digitales no anónimas y empleando Internet”. Citada en las páginas del informe, Brigit Helms, gerente general del organismo, destaca que esta economía de pares tiene el potencial de generar numerosos beneficios en la región, reduciendo la huella ambiental, promoviendo el acceso a nuevos servicios y productos, y facilitando una distribución más equitativa de la riqueza”.

E incluso, con la adecuada regulación de los nuevos modelos de plataformas digitales, en lugar de constituir sustitutos “pueden suponer un complemento y un estímulo para sectores de la economía tradicional, estimulando la competencia, ampliando la oferta y promoviendo alternativas innovadoras para el consumidor”, afirma Helms.

En medio de las controversias generadas en el mundo por la irrupción del nuevo paradigma, hay algo que nadie discute: la economía colaborativa llegó para quedarse. Su evolución hasta el momento dio lugar a la formación de gigantes, impulsores del modelo, cuyo tamaño expansivo se reflejó en los números. Mientras que la valuación de la joven Airbnb, todavía privada, supera a la capitalización de mercado de Hilton, Marriot y Starwood, Uber (que tampoco cotiza), se ubica por encima de Ford y General Motors, y más que duplica a la promisoria Tesla, emblema de los vehículos eléctricos.

El cálculo de Patricio O’Gorman, coautor del libro Diginomics, demuestra que, más allá de cualquier polémica, sea buena o mala, la colaboración “es” y, a juzgar por las proyecciones, seguirá siendo en el futuro. Hacia 2025, PwC prevé que la colaboración moverá US$ 335.000 millones a nivel global.

La radiografía de América latina realizada por el Fomin muestra que el mayor número de iniciativas surgieron en los últimos cinco años principalmente en Brasil, con México y la Argentina como rezagados escoltas. Entre las actividades predominan los servicios de alquiler (27% de las iniciativas), intercambio (13%), marketing (13%), formación y préstamos (12 y 10%), por citar algunos. Y se destaca que el 64% de estas empresas tiene 10 o menos ocupados, mientras que en un 7% hay más de 100 personas.

Ricardo Pérez Garrido, director del máster de Gestión y Negocio de la IE Business School, advierte que el impacto de esta economía puede evaluarse desde dos puntos de vista. Por un lado, puede alentar la creación de redes de pequeñas empresas y la transformación de comunidades a través del desarrollo de capacidades relacionadas con Internet y tecnologías móviles. Pero por el otro lado, observa un “limitado impacto local” en los países de la región, ya que “por las características de la tecnología y los sistemas de reputación basados en plataformas, los mercados tienden a concentrarse en pocos jugadores”.

Así, “la ventaja de compañías como Uber o Airbnb en este ámbito hacen difícil que iniciativas locales tengan mucha tracción”. En cambio, en otros ámbitos donde los contextos tengan mayor relevancia, como educación, fabricación o medio ambiente y agricultura, vislumbra mayores posibilidades de crecimiento, siempre que las nuevas regulaciones acompañen. La clave, en estos casos, será superar los limitantes para el crecimiento detectados en el estudio: el desconocimiento del tipo de negocio y la desconfianza de los clientes son parte de una lista de trabas ligadas a la inmadurez de los mercados en relación con la adopción de la economía colaborativa.

“El principal dogma del marketing indica que nadie compra aquello que no conoce -dice Alejandro Cosentino, CEO y fundador de Afluenta, una plataforma de préstamos entre pares-. Si eso vale para una empresa, mucho más aún si se trata de una nueva tendencia que promueve la desintermediación y rompe paradigmas”. En ese sentido, Cosentino analiza como positivo el aterrizaje forzoso de Uber, en tanto su irrupción sumada a las quejas sobre los servicios tradicionales “invitan a probar” alternativas. En su caso, ocurre con los servicios financieros, que además Afluenta extiende a segmentos desatendidos por el sistema.

Con el desarrollo como meta, César Buenadicha Sánchez, especialista líder del Fomin, destaca las oportunidades que estos modelos de colaboración representan para poblaciones excluidas, al eliminar barreras o bajar los costos de acceso a ciertos bienes y servicios, por ejemplo en mercados de segunda mano. Pero “para que la economía digital y colaborativa cumplan la promesa de beneficiar a esos grupos, el alcance tiene que trascender las clases media y alta donde llegan hoy”. De lo contrario, el potencial teórico de beneficios no tendrá correlato en la realidad.

Las causas de impacto ya son contempladas por los pioneros locales. La plataforma de crowdfunding Ideame lanzará un sitio donde ONG e individuos podrán fondear proyectos, cuenta Sebastián Di Lullo, CEO de la firma de financiamiento colectivo.

Cuanto más abarca, más matices adquiere la mirada sobre la colaboración. Marcela Basch, que la promueve desde el sitio Plan C, y organiza desde 2014 la “Semana de la Economía Colaborativa” junto a la red Minka en Buenos Aires, hila fino en el concepto: “Si el fin último es mejorar las condiciones para los usuarios y consumidores, eliminar la intermediación y dar transparencia, hay que tener en cuenta que a veces no se puede poner a todo la misma etiqueta, porque existen distintos niveles de colaboración”, señala. En algunos casos, corresponde hablar de “capitalismo de plataformas” y no de cooperativismo, contrasta.

El terreno para cultivar las ideas que surjan en este contexto de cambios veloces, afirma Buenadicha, tiene que incluir mecanismos de diálogo entre los distintos sectores en lugar de prohibiciones, “porque hoy puede ser Uber, pero mañana será otro; por eso, hay que definir una estrategia de largo plazo con los actores locales, que permita mitigar las consecuencias para los negocios tradicionales, al tiempo que se apoya a los nuevos, y así, tener una transición ordenada”. En pos de esa interacción, amplía Buenadicha, en España funciona la cámara empresaria “Sharing España”, que agrupa a las firmas promotoras de la colaboración.

Aquí, en los últimos días, un sector se sumó al de los taxistas para rechazar lo que consideran una competencia desleal. La Federación Empresaria Hotelera Gastronómica (Fehgra) y el sindicato sectorial (Uthgra) unieron fuerzas y pidieron a las autoridades el control de una economía que creen adversa a la colaboración. “En realidad, es el aprovechamiento de la cultura colaborativa para que desde la intermediación de una plataforma se ofrezcan servicios y productos, percibiendo comisiones tanto de la oferta como de la demanda”, objeta Rodrigo Verde, vicepresidente de Fehgra.

El Fomin proclama que los modelos no pueden operar fuera de la ley, algo que suele ocurrir. Pero promueve adaptar los mecanismos. “Por ejemplo -dice Buenadicha- la barrera que existe con las licencias de taxis, que no necesariamente responde al derecho de competencia”. El informe describe: “La preexistencia de regulaciones económicas ineficientes en diversos mercados ha favorecido, paradójicamente, el desarrollo de la economía colaborativa”. La revisión de normas, ahonda, podría llevar al desarrollo de este “cuarto sector”, solapado a los demás, cuyo potencial se prevé “determinante para la competitividad de las naciones y el bienestar de su población”.

La radiografía de América latina realizada por el Fomin muestra que el mayor número de iniciativas surgieron en los últimos cinco años principalmente en Brasil, con México y la Argentina como rezagados escoltas. Entre las actividades predominan los servicios de alquiler (27% de las iniciativas), intercambio (13%), marketing (13%), formación y préstamos (12 y 10%), por citar algunos. Y se destaca que el 64% de estas empresas tiene 10 o menos ocupados, mientras que en un 7% hay más de 100 personas.

Ricardo Pérez Garrido, director del máster de Gestión y Negocio de la IE Business School, advierte que el impacto de esta economía puede evaluarse desde dos puntos de vista. Por un lado, puede alentar la creación de redes de pequeñas empresas y la transformación de comunidades a través del desarrollo de capacidades relacionadas con Internet y tecnologías móviles. Pero por el otro lado, observa un “limitado impacto local” en los países de la región, ya que “por las características de la tecnología y los sistemas de reputación basados en plataformas, los mercados tienden a concentrarse en pocos jugadores”.

Así, “la ventaja de compañías como Uber o Airbnb en este ámbito hacen difícil que iniciativas locales tengan mucha tracción”. En cambio, en otros ámbitos donde los contextos tengan mayor relevancia, como educación, fabricación o medio ambiente y agricultura, vislumbra mayores posibilidades de crecimiento, siempre que las nuevas regulaciones acompañen. La clave, en estos casos, será superar los limitantes para el crecimiento detectados en el estudio: el desconocimiento del tipo de negocio y la desconfianza de los clientes son parte de una lista de trabas ligadas a la inmadurez de los mercados en relación con la adopción de la economía colaborativa.

“El principal dogma del marketing indica que nadie compra aquello que no conoce -dice Alejandro Cosentino, CEO y fundador de Afluenta, una plataforma de préstamos entre pares-. Si eso vale para una empresa, mucho más aún si se trata de una nueva tendencia que promueve la desintermediación y rompe paradigmas”. En ese sentido, Cosentino analiza como positivo el aterrizaje forzoso de Uber, en tanto su irrupción sumada a las quejas sobre los servicios tradicionales “invitan a probar” alternativas. En su caso, ocurre con los servicios financieros, que además Afluenta extiende a segmentos desatendidos por el sistema.

Con el desarrollo como meta, César Buenadicha Sánchez, especialista líder del Fomin, destaca las oportunidades que estos modelos de colaboración representan para poblaciones excluidas, al eliminar barreras o bajar los costos de acceso a ciertos bienes y servicios, por ejemplo en mercados de segunda mano. Pero “para que la economía digital y colaborativa cumplan la promesa de beneficiar a esos grupos, el alcance tiene que trascender las clases media y alta donde llegan hoy”. De lo contrario, el potencial teórico de beneficios no tendrá correlato en la realidad.

Crédito Gráficos: Fondo Multilateral de Inversiones y IE Business School (BID). Sobre la base de una investigación regional.

Por Luján Scarpinelli para La Nación el 15 de Mayo de 2016