El encuentro de dos mundos
Cuando, el 12 de octubre de 1492, Cristóbal Colón llegó a “tierras desconocidas por los europeos”, este hecho marcó nuevos rumbos en la historia de la humanidad.
Fue el encuentro de dos mundos totalmente distintos que se desconocían mutuamente, acontecimiento que marcó para siempre la vida y la política en uno y otro mundo.
A continuación hacemos algunas breves consideraciones sobre el “hallazgo” realizado por el marino genovés y sus consecuencias:
En primer lugar es oportuno recordar que cuando Colón desembarcó en América, estas tierras ya estaban habitadas, lo que significa que si el hombre no es originario de América, Colón no las descubrió, porque otros llegaron antes que él. Pero la importancia de su hazaña radica en que fue el primero en dar noticias de ellas y despertó la inquietud por conquistarlas en los países que, en ese entonces, estaban en condiciones de hacerlo.
Tal acontecimiento plantea un interrogante: ¿es justo haber denominado "América" al nuevo continente, por el hecho de que Américo Vespucio comprobara que eran tierras rodeadas por mar, y no de quien puso, por primera vez, su pie en ellas en el siglo XV?
Cualquiera sea la respuesta, no hay duda de que con este hallazgo comienza la llamada Era Atlántica, consecuencia de los adelantos en la navegación y de la ambición por nuevas tierras y por metales preciosos de los países europeos de ese tiempo. El descubrimiento alentó la sed de conquista y generó grandes expectativas, especialmente en España, Portugal e Inglaterra -las potencias de entonces, mejor equipadas para la expansión ultramarina-.
En ese largo proceso, cada Estado emprendió el desafío, no libre de riesgos de toda clase y hasta de controversias por cuestiones de límites en los territorios conquistados, o por conquistar, como ocurrió entre España y Portugal, cuando hasta el Papa debió intervenir en el conflicto finalmente resuelto por el Tratado de Tordesillas, que intentó poner límites -que no fueron muy precisos- a los respectivos dominios.
En el territorio donde emprendió la ocupación de las tierras, cada país puso su impronta con características de su cultura, con causas motivadoras y objetivos propios en función del desafío acometidos.
Por eso el proceso de conquista y colonización fue diferente en cada región americana.
Inglaterra en América del Norte
Desde el siglo XVI, la corona de Inglaterra, después de viajes de exploración, compartió la colonización con particulares, a través de un sistema de factorías. Tuvo un carácter esencialmente económico, cuyas actividades y características dependían de las condiciones geográficas y de los recursos propios de cada región.
En principio no hubo contacto con el aborigen; la colonización se hizo sobre el litoral atlántico, donde se establecieron, en el siglo XVII, las trece colonias, origen de los EEUU de Norte América. La conquista del Oeste vendría mucho después con el descubrimiento de riquezas minerales (fiebre del oro, a mediados del siglo XIX) y, en consecuencia, un período de duro enfrentamiento con los indígenas, recreado por la cinematografía. En esa larga etapa, la cultura anglosajona dejó sus huellas en la mentalidad y en la forma de vida norteamericana (idioma, religión, costumbres).
Portugal, en América del Sur
Los viajes de Colón despertaron gran interés en Portugal que, inmediatamente, envió expediciones al nuevo mundo, donde se suscitó el ya mencionado conflicto de jurisdicciones con España.
Desde el siglo XV los marinos portugueses incursionaron al este de la línea imaginaria del Tratado de Tordesillas, donde establecieron un sistema de factorías por el que los comerciantes lusitanos, mediante contratos, obtenían licencias de la corona para armar expediciones por su cuenta y lograr la extracción del palo Brasil (que luego daría nombre al país) sobre el litoral y emprender la búsqueda de metales preciosos, a lo que sumaría después la explotación de la caña de azúcar.
La Casa de Indias de Portugal era la que administraba las condiciones contractuales. En el siglo XVI se estableció un sistema de capitanías, por el cual la costa atlántica de Brasil fue dividida en 13 secciones.
Las concesiones eran otorgadas a importantes personajes por medio de cartas de donación, donde se fijaban deberes y derechos de las partes. Pero en principio, la corona no asumió como política de Estado la colonización, ni se internó en el continente, como lo hizo España.
España, cronológicamente la primera en pisar suelo americano, encaró la empresa conquistadora como una política de Estado del reino de Castilla, que costeó la expedición de Colón. En tan vasto territorio, que se extendía desde México hasta el sur de América del Sur -al oeste de la línea de Tordesillas- el plan contemplaba al mismo tiempo tres objetivos fundamentales: conquistar: ganar tierras para España; colonizar: poblarlas para asegurar la conquista y evangelizar: llevar adelante la conquista espiritual para convertir los aborígenes -mal llamados indios- al cristianismo. Para llevar adelante tan ambicioso proyecto debieron encarar una organización que contempló la división de territorios en virreinatos, y de estos en gobernaciones; y crear, además, un sistema de gobierno y de leyes, conocidas como Autoridades y Leyes e Indias.
A diferencia de ingleses y portugueses, desde un principio los españoles se introdujeron en el corazón de la tierra americana y de hecho el contacto con el indio fue inmediato. En esas largas travesías llegaron a descubrir ricas regiones, con pueblos de una cosmovisión distinta a la europea.
Eran culturas diferentes, pero no inferiores a la europea: azteca, maya e inca, imperios que por su riqueza y esplendor despertaron, aún más la ambición de los conquistadores. Pero también encontraron otras comunidades aborígenes en inferiores condiciones económicas y con menor desarrollo cultural debido a las características de la región.
En el inevitable contacto, entre el blanco y el aborigen, los protagonistas fueron: el conquistador y su hueste; el indio, dueño de la tierra y el misionero.
El conquistador y el indio
La relación entre ambos resultó conflictiva y, en muchos casos, extremadamente cruel por ambas partes. Era el encuentro, frente a frente, de dos mundos desconocidos. Indudablemente, el español, con sus atuendos, con sus armas, y con animales desconocidos, como el caballo y el perro, sorprendió al nativo, que al conocer sus intenciones manifestó una lógica resistencia y el choque fue inevitable, como también lo fue el mestizaje, otra de las características de la conquista.
Cuanto más rica era la región, más dramática y cruel era la relación. A la llegada de los españoles, ya existía la esclavitud en América - las grandes civilizaciones precolombinas tenían una estructura social con aborígenes sometidos a la esclavitud-, pero también los españoles, al imponer un régimen de prestaciones personales (mita, encomienda y yanaconazgo) los privaban de la libertad y les exigían grandes sacrificios.
El misionero
Desde las primeras expediciones estuvo presente en América, y ante tanta violencia fue el mediador que llegó a tener una responsabilidad muy importante. No solo emprendió la conquista espiritual, sino que se convirtió en consejero y educador del aborigen, para lo que debió aprender su idioma y sus creencias; y muchas veces en su defensa, denunció los excesos a las autoridades españolas.
Sin duda la cruz y la espada acompañaron este encuentro. Pero, lamentablemente, la historia muestra que esa larga lucha contra el aborigen, por ambición, ni siquiera terminó con la independencia de nuevos estados americanos. Aún en pleno siglo XXI, como entonces, hay otras formas de dominación que por sed de poder o por ideología, lo esclavizan.
Fuentes
ROSAS, José María. Historia Argentina, Buenos Aires, Ed Oriente, 1964, t.1. ZANELLATO Y VIÑUELA. Historia de las instituciones políticas y sociales de América hasta 1810, Buenos Aires, Kapelusz, 1983.Autores: Profes. Delia Reynoso de Ramos y Alejandro Guimera
Colaboración Profesorado de Historia Instituto Sedes Sapientiae
Publicado en "El Argentino" el 9 de Octubre de 2022
El encuentro de dos mundos