Un artista nacido para el teatro

Juan Bautista Poquelin, el más célebre y universal de los dramaturgos franceses y también un precursor del mejor humorismo, nació en 1622, en París. 

Hijo de Juan Poquelin y de María Creccé; fue el mayor de seis hermanos. Mucho más tarde, cuando ya era un hombre de teatro, adoptó el apellido Molière sin que hasta el momento se conozca con certeza el motivo de su elección. Los Poquelin pertenecían a una familia burguesa acomodada gracias su trabajo con hilados y tapices; por la línea paterna todos habían sido tapiceros, pero no existía entre ellos ningún artista. 

La madre, que sabía leer y escribir, se ocupó personalmente de la educación de Juan Bautista hasta que falleció, cuando el hijo tenía diez años. Entonces el abuelo paterno, bonachón y comprensivo, acompañó en esta nueva tapa al pequeño. Era una persona más refinada que los Poquelin, tendía a elevarse sobre su condición y como percibió la capacidad de aquel nieto sagaz y sensible, influyó culturalmente en él. También fue quien lo puso en contacto con el mundo del teatro, a través de los faranduleros italianos que entonces actuaban con experiencia alrededor de las plazas, ferias y mercados de Saint Germain.

En 1635, Molière se inscribe como alumno externo en el colegio Clermont de los jesuitas para estudiar humanidades. Su padre había obtenido el cargo de maestro tapicero real y de ayuda de cámara del rey, título que podían heredar los hijos, pero Juan Bautista renuncia a esta sucesión. Por entonces comienza a incursionar en la literatura en forma secreta y se complace en observar escenas y personajes característicos de aquel inefable París.

Tiene 17 años cuando termina su formación con los jesuitas y luego obtiene una licenciatura de abogado en la Universidad de Orleáns, aunque nunca ejerció la profesión, pero llegó a manejar con acierto la lengua de la ironía entre latines, citas cultas, proposiciones lógicas y monsergas del lenguaje letrado. Había estudiado latín y griego y recibido lecciones de Filosofía del abate matemático Gasanti; había leído a grandes autores y pensadores clásicos y presenciado mucho teatro popular y también las venerables tragedias anteriores a Corneille. Era el momento de hablar con su padre sobre su decisión irrevocable: quería ser comediante, lo que implicaba una ruptura con la vida cómoda y regular y con la tradición de su familia. Mucho más tarde diría que “el teatro es una profesión de fuego cuyas quemaduras duran toda la vida”.

En 1642, en un viaje a Narbona, Molière traba relación con la familia Béjard o Béjart, hecho determinante en su futuro. Entonces tenía veinte años. 

Actor, autor y cabeza de compañía

En 1843, forma una compañía de diez cómicos de la legua –“El Ilustre Teatro”−, del que forman parte los cuatro hijos de la familia Béjard: Magdalena, Genoveva, José y Luis, este último de solo 13 años; las mujeres tenían 24 y 18 respectivamente.

Obligado a ganarse la vida, el grupo pasó años recorriendo ciudades y pueblos alejados de París, mientras Molière –protector y director del conjunto–escribía para enriquecer el repertorio escénico, entre muchas zozobras económicas que a veces, cuando no recibía la ayuda paterna, se pagaban con la cárcel. A su papel de actor, había sumado los de dramaturgo y poeta. Más tarde dirá que “el teatro es una profesión de fuego cuyas quemaduras duran toda la vida”

Entre tanto, todo le sirve para aprender: registra las preferencias del público por los temas satíricos y jocosos; observa la necesidad de que la risa provoque una buena conclusión reflexiva; advierte que para que como intérprete no le convienen los asuntos serios, porque tiene un problema personal de pronunciación de enorme efecto para la comicidad. Es Molière un hombre culto, hábil, cauto y decidido que va ganando experiencia teatral y como maestro y director del grupo constituye un verdadero padre para sus compañeros. 

En Aviñón, “El Ilustre Teatro” funciona bajo la protección de algunos ex condiscípulos y es presentado al príncipe Conti que se convierte en su mecenas; además, ya de regreso a París, consigue la compañía actuar ante la corte e instalarse posteriormente en el teatro Petit Bourbon (1661), el que deja por la sala del Palacio Real.

Luis XIV será en adelante su protector, la compañía de Molière pasará a ser la Compañía Real y el director recibirá mil libras de pensión.

A esta altura, el dramaturgo vive un problema personal complejo: había mantenido por mucho tiempo una relación estable con la actriz Magdalena Béjard, madre soltera de una hija, Armanda, que se unió todavía pequeña a la compañía. Ya en plena juventud, Armanda pasó a formar parte del elenco teatral: era atractiva, desenvuelta, vanidosa, y Molière comete el error enamorarse y se casa con ella en 1662, pese la diferencia de edades y a la situación incómoda que crea esta unión. Este error fue el principio de una gran amargura para el dramaturgo, porque lo esperan la traición y las burlas difamatorias de quienes lo envidiaban por sus éxitos. A esta circunstancia se suma una seria afección pulmonar que va acentuando la permanente melancolía del dramaturgo, aunque vive cortos episodios de reconciliación con su joven esposa.

El 10 de febrero de 1673, tiene lugar en París el estreno triunfal de su obra El enfermo imaginario, Molière se siente muy mal, sin embargo interpreta el papel protagónico y soporta las funciones de los días 12 y 14, pero el 17, en la escena final de la cuarta representación, debió ser trasladado con urgencia a su casa y murió aquella misma noche. Su cuerpo fue enterrado en el cementerio de San José, pero hoy se encuentra en el célebre cementerio parisino de Père Lachaise.

El poeta había cumplido 51 años.

Su obra entraba en la inmortalidad. 

La producción molieresca

Para algunos críticos, Molière “fue uno de los primeros humoristas del teatro moderno”, porque introdujo la comicidad en la tragedia y la tragedia en la comicidad.

Además está considerado un admirable creador de caracteres y de sentimientos universales, sin frivolidades; Menéndez Pelayo dice que “consiguió ser ciudadano de todos los pueblos del mundo y que es el más humano de los clásicos franceses, quizá el único que merece el nombre de genio”.

Además, concibió la verdadera farsa: antes de él el género poseía una gracia demasiado simple, superficial y hasta grosera. A juicio de la crítica, él le dio hondura, dimensión y carácter sin renunciar a su movilidad y a sus contrastes.

Así logró el sobrenombre de dios de la risa. Resultó igualmente grande como prosista y como poeta. 

De sus treinta obras, la mitad están escritas en verso y la mitad, en prosa, entre ellas, algunas muy importantes como Las preciosas ridículas (1659), Tartufo(1664), El médico a la fuerza (1666) El avaro (1668), El burgués gentilhombre (1670) . Los siguientes ´títulos también corresponden a su autoría: El atolondrado(1646), El despecho amoroso (1656), El doctor enamorado (1658), La escuela de los maridos (1661), La escuela de las mujeres (1662), El casamiento a la fuerza (1664), Tartufo (1664), El misántropo (1666), Las mujeres sabias (1672).

En cuanto al estilo, también fue un renovador: se preocupó por evitar el engolamiento característico de la época e impuso una cuidada dicción y mucha naturalidad y nomoralizó rígidamente le bastaba con observar. Todas suspiezas tienen un brío extraordinario y se representan hoy en diferentes idiomas con el mismo éxito que en su época. Y su sentido del humor no ha envejecido, quizás por sus personajes tan vitales convertidos en tipos paradigmáticos que siguen haciendo la delicia del público. A juicio del comediógrafo Robert de Frers, “Molière ha desterrado ese prejuicio de que basta con no reír para ser serio; él ha impuesto al mundo el respeto por la risa”.

Trabajó mucho por el teatro en su triple personalidad de creador de la obra, de actor y de director, inspirado por una enorme y ejemplar vocación que lo llevó prácticamente a morir sobre el tablado.