24 de marzo_Jueves

FRAILES DE LA ORDEN DE PREDICADORES

PROVINCIA SAN LUIS BERTRÁN DE COLOMBIA

CONVENTO NUESTRA SEÑORA DEL ROSARIO DE CHIQUINQUIRÁ

MEDITACIONES PARA LA PREDICACIÓN

Fr. Juan David OSPINA OSPINA, O.P.

JUEVES: 24 de marzo de 2022

Síntesis del Evangelio: «La multitud se quedó admirada, pero algunos de ellos dijeron: «Por arte de Belzebú, el príncipe de los demonios, echa los demonios» (…) El que no está conmigo está contra mí; el que no recoge conmigo desparrama.» (Lc. 11,14-23)


Estimados hermanos, la primera lectura está tomada del libro de Jeremías (7,23-28). En esta primera lectura se nos está denunciando la terquedad del corazón humano, que desde que Dios ha salido a nuestro encuentro, hemos sido más obstinados en darle a Dios la espalda más que la cara. Si buscamos en el diccionario la definición de terco, encontraremos que por terco se entiende “algo que es más difícil de labrar de lo habitual”; mientras que por labrar se entiende “trabajar una materia para darle una forma conveniente para usarla”.


Hoy el profeta Jeremías nos está advirtiendo que el corazón humano, cada vez más consumido por los pecados del egoísmo, la individualidad, el rencor y el odio, se hace más difícil de labrar, de modelar, de darle forma según la voluntad y el precepto de Dios. Nuestro Dios quiere hacer de nuestro corazón un corazón útil, que sirva a los hermanos y que nos sirva a nosotros para encontrarlo a Él; pero mientras persevere en la obstinación, nuestro corazón se rehusará a dejarse moldear por Dios para encontrar su utilidad. Si no corregimos el rumbo por el que estamos conduciendo nuestro corazón, entonces ineludiblemente terminaremos transformando nuestro corazón de carne de un corazón de piedra: estático, inamovible, frio, inexpresivo, tosco e impenetrable.


No olvidemos estimados hermanos que, para encontrar el perdón de Dios, hemos de perdonar; si queremos gozar de su misericordia, debemos ser misericordiosos con los hermanos; si no queremos ser juzgados y señalados por Dios, debemos no señalar ni juzgar al prójimo. Pero ¿cómo será ello posible si permitimos que nuestro corazón se transforme en piedra? No hemos de olvidar tampoco que Dios espera recoger los frutos de nuestras acciones, al igual que con la higuera; pero ¿cómo será ello posible si nuestro corazón es árido y tosco?


Hermanos muy queridos, el motor de nuestra vida cristiana es el corazón; a través de él nos hacemos obedientes a la escucha de la Palabra de Dios, y en él se conciben y maquilan las buenas acciones en provecho de nuestros hermanos, haciendo realidad la voluntad de Dios revelada en su palabra; y serán esas acciones nacidas en el corazón las que darán buenos frutos para Dios. Que este tiempo de Cuaresma sea el tiempo propicio para purificar el corazón, presentarlo en ofrenda a nuestro buen Dios, para que Él reemplace nuestro corazón de piedra por un corazón de carne, capaz de sentir y palpitar por los hermanos.


Por su parte, el evangelio de San Lucas (11,14-23) nos presenta a Jesús expulsando un espíritu inmundo que era mudo. Lo primero que nos enseña el evangelio es que no siempre se necesitan palabras o acciones que vayan en contra de Dios para rechazarlo, basta solo negarle el corazón, algo que es invisible a los ojos del hombre. Cada vez que asistimos a la Eucaristía podemos sentarnos o estar muy cerca del altar, y aun así, tener nuestro corazón bastante alejado de Dios, negándose a los hermanos que más lo necesitan.


Por lo demás, ante las críticas de quienes son testigos de la expulsión del espíritu inmundo, hoy Jesús nos presenta la figura del hombre fuerte y bien armado que guarda su palacio y el botín en él. Con este pasaje, hoy el mensaje evangélico nos anima a preguntarnos ¿Cuál es el bien o botín más preciado para ti? Y más aún ¿te has preparado para guardarlo y defenderlo? O como padres de familia, ¿Qué le has enseñado a tus hijos que debe ser su botín más preciado? Y por demás, ¿les has instruido en cómo prepararse para guardarlo y conservarlo?


Queridos hermanos, existen en nuestra vida demasiadas cosas que pueden ser valiosas para nosotros: la familia, los amigos, la profesión, la consagración religiosa, los bienes; pero no hay manera de asegurar que eso que es valioso para nosotros permanezca siempre con nosotros, pues existe el riesgo que algo más fuerte que nosotros nos desarme, asalte nuestro castillo y se lleve nuestro botín. Hermanos muy queridos, el egoísmo puede arrebatarnos la familia, la falta de honestidad puede alejarnos de los amigos, el orgullo puede negarnos la profesión y la avaricia convertir los bienes en ocasión de perdición; por tanto, debemos esforzarnos en que ello no ocurra y solo es evitable bajo dos condiciones:


1. Hacernos más fuertes que el pecado. Esforcemos en vencer el pecado guardando el corazón como el palacio en el que se guarda lo más preciado. Solo guardando nuestro corazón podremos evitar que en él se arraiguen el egoísmo, la mentira, el orgullo, la avaricia y demás pecados que nos alejan de los demás. Solo un corazón leal y agradecido puede conservar una familia; solo un corazón sincero conserva las buenas amistades, un corazón humilde puede conservar la profesión como un don y solo un corazón austero puede transformar los bienes en don y gracia de Dios para provecho de los hermanos.



2. No existen armas en las que se pueda confiar que sean más poderosas y efectivas que los preceptos de Dios. Recuerda hermano que “si Dios no guarda la ciudad en vano trabajan los centinelas” (Salm. 127). Por tanto, Escuchar la palabra de Dios y hacer realidad sus preceptos en nuestra vida son las mejores armas para hacernos más fuertes que el pecado, y con ello, resguardar nuestro corazón puro para Dios.