02 febrero_Miércoles

FRAILES DE LA ORDEN DE PREDICADORES

PROVINCIA SAN LUIS BERTRÁN DE COLOMBIA

CONVENTO NUESTRA SEÑORA DEL ROSARIO DE CHIQUINQUIRÁ

MEDITACIONES PARA LA PREDICACIÓN

Fr. Juan David OSPINA OSPINA, O.P.

MIÉRCOLES: 02 de febrero de 2022

FIESTA DE LA PRESENTACIÓN DEL SEÑOR

Síntesis del Evangelio: Jesús es presentado ante el Templo.

La segunda lectura, tomada de la carta de Pablo a los hebreos, nos pone de manifiesto, queridos hermanos, que en Jesús encontramos a un Dios que comprende nuestra realidad, y más aún, que comprende nuestros afanes, nuestras debilidades, nuestras angustias y flaquezas, porque quiso encarnarse, nacer en nuestro mundo como verdadero hombre.

¿Qué significa “verdadero hombre”? R/ significa que Jesús sintió en carne propia la angustia y los temores. Baste recordar sus palabras en el monte de los olivos antes de ser prendido por los romanos: “Señor, si quieres aparta de mí este cáliz…” (Sudó gotas de sangre); es decir, al hacerse hombre al igual que nosotros Jesús sufrió la tentación.

Que maravillosa noticia, queridos hermanos; y es maravillosa porque nuestra fe nos enseña y nos da la certeza que nuestro Dios NO ES un Dios alejado, despreocupado y que solo juzga desde la distancia a aquellos que actúan bien o actúan mal. Nada más alejado de la realidad de nuestra fe en Cristo. Nuestro Dios es un Dios que quiso sentir en su propia carne nuestros temores y angustias; y que quiso pelar nuestras propias batallas. Cristo que padece la tentación viene en nuestro auxilio, en auxilio de todos los que somos tentados.

Esto quiere decir que nuestro Dios es un Dios misericordioso, que no quiere la muerte del pecador, sino que cambie de conducta, que conozca la verdad y VIVA (Ez. 33, 11). Esa es la más hermosa noticia, el más esperanzador mensaje que nuestro Dios trae para nosotros. Y Siguiendo las enseñanzas de la primera lectura, no olvidemos hermanos que Cristo vino en auxilio nuestro, y no para tender una mano a los Ángeles. En verdad que somos importantes para Él.

En este sentido, el Evangelio del pasado lunes nos presentaba el encuentro de Jesús con el hombre poseído por los espíritus inmundos, y nos presentaba a Jesús preguntando por el nombre de aquel hombre, y nos ponía al tanto de su liberación y su conversión a Dios. Ese pasaje del Evangelio nos enseña que Dios NO suelta, que Dios lucha por cada uno de nosotros, que nos reclama para sí por nombre propio, que no se cansa de levantarnos cada vez que caemos en nuestras batallas, y que siempre sale a nuestro encuentro para liberarnos de todos aquellos espíritus que nos quieren destruir y alejar de los planes de Dios.

Por su parte, el Evangelio de ayer que nos presentaba los milagros de la curación de la hemorroisa y la resurrección de la hija de Jairo, no enseñaba que, si bien por la fe se obran los milagros, una fe verdadera, sólida y capaz de llevar al maestro, es aquella que es capaz de llevarnos a enfrentar nuestras dificultades, a enfrentar los temores, a confiar en que sin importar lo mal que estemos, y lo oscuro que parezca el horizonte, Dios lo puede todo, y Dios quiere lo mejor para sus Hijos.

Ahora, el Evangelio de hoy nos dice que es tanta la fe de Dios en nosotros y tan grande su amor, que envió a su Hijo amado, a hacerse hombre y a padecer la tentación, para sentir lo que cada uno de nosotros sentimos cuando nuestras debilidades nos hacen caer y desfallecer.

La Sagrada Escritura nos enseña que “Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos…” (Jn 15, 13). Y es por ello que “Cristo a pesar de su condición divina, no hizo alarde de su categoría de Dios; y al contrario se despojó de su rango y tomó la condición de esclavo, pasando por uno de tanto.” (Flp. 2, 6-7); Se nos ha revelado que nuestro Dios se hizo uno más de nosotros y con ello se hizo sumo sacerdote misericordioso, y expiando nuestros pecados, nos enseñó la misericordia y la fidelidad. Y con ello, nos olvidamos de la muerte y dejamos de vivir como esclavos.

El amor infinito y la misericordia de Dios hoy se sigue revelando en el Evangelio en el que se nos relata la presentación de Jesús en el Templo y la profesión de fe de Simeón, quien nos dice exaltado por la efusión del Espíritu Santo que en Jesús nos ha nacido el Salvador y que en Jesús brilla la luz que alumbra e ilumina a todas las naciones.

Hermanos míos, Jesús se nos revela hoy como la luz que ilumina a todos los pueblos, como la luz que nace de lo alto, “…para iluminar a los que viven en tiniebla y en sombra de muerte, y para guiar nuestros pasos por el camino de la paz.” (Lc. 1, 78-79). Jesús es nuestra luz que nos ilumina el camino, y con ello nos enseña que una vida en fidelidad a Dios es posible, puesto que Él aleja nuestra oscuridad.

Por último, hermanos, no se enciende una luz para esconderla debajo de la cama. Así mismo, no escondamos la luz de Cristo y, por el contrario, permitamos que brille en nuestros rostros compasivos, en nuestras acciones caritativas y en nuestro testimonio de fidelidad. Amén.