24 febrero_Jueves

FRAILES DE LA ORDEN DE PREDICADORES

PROVINCIA SAN LUIS BERTRÁN DE COLOMBIA

CONVENTO NUESTRA SEÑORA DEL ROSARIO DE CHIQUINQUIRÁ

MEDITACIONES PARA LA PREDICACIÓN

Fr. Juan David OSPINA OSPINA, O.P.

JUEVES: 24 de febrero de 2022

Síntesis del Evangelio: “Si tu mano te hace caer, córtatela: más te vale entrar manco en la vida, que ir con las dos manos al infierno, al fuego que no se apaga.” (Mc. 9, 41-50)

Queridos hermanos, la liturgia del día de hoy es una invitación a volver el corazón completo, total al Señor. Es una invitación a desmarcarse de las realidades, situaciones o personas que pueden desviar nuestro corazón y que puede conducirnos a poner nuestra confianza y esperanza en alguien o en algo distinto de Dios.

En la primera lectura tomada del apóstol Santiago se denuncia que la realidad que puede desvirtuar el corazón y alejarlo totalmente de Dios es la riqueza. Sin embargo, el apóstol no arremete contra el rico por el mero hecho de ser rico, sino que está denunciando a aquel rico que pone su confianza no en Dios sino en su dinero; está denunciando a aquel rico que hizo su fortuna con la explotación del obrero; está denunciando a aquel rico que ha querido reemplazar a Dios por el lujo y los placeres.

Sin embargo, el llamado que hoy nos hace Dios no está dirigido solo y exclusivamente a los ricos materiales, sino que es un llamado de atención que hoy se nos hace a todos los cristianos ya que todos somos presas de algún tesoro que constantemente nos tienta a apartar el corazón de Dios. Es decir, queridos hermanos, que si la riqueza es el tesoro del rico y el rico pierde su corazón por confiarlo solo a su tesoro, ustedes y yo, estamos siendo interpelados hoy por el Señor, a reconocer cuál es nuestro tesoro y dónde está, en consecuencia, nuestro corazón.

No creas querido hermano que la advertencia de hoy es una advertencia a los ricos de nuestra ciudad, de nuestro país o del mundo; tampoco pretendamos entender por rico solo a aquel que goza de dinero y bienes en cantidades. Cada uno de nosotros podemos ser ese rico de quien habla la liturgia, porque nosotros podemos ser ricos en aquello que consideramos como nuestro tesoro y en el cual hemos desbordado toda la atención de nuestro corazón y toda nuestra confianza, alejándonos cada vez más de Dios. La riqueza que hoy se nos presenta en la primera lectura representa toda aquella situación, realidad o personas que nos motivan a confiar solo en nuestras fuerzas, que nos motivan a creernos autosuficientes, que nos motivan a sentirnos superiores a los demás, que nos motivan a anular y destrozar a los demás, que nos motivan a alimentar el egoísmo, la envidia, los celos, la ambición y el orgullo.

Cuántos de nosotros nos gusta tener amigos que nos digan constantemente que somos buenos en lo que hacemos, que nos digan que nos vestimos bien, que nos digan que somos mejores que otros en algo, que nos hablan mal de los que nos caen mal, que hablan bien de nosotros y nos alaban cuando hay otros presentes. Pues esas amistades se convierten en nuestro tesoro, y allí con ellos estará nuestro corazón. ¿Cómo puede un corazón que está sumergido y desbordado en ese tesoro llegar a encontrar a Dios? Pues hermanos míos, hoy la tarea es reconocer ante Dios cuáles son esos tesoros y una vez conscientes de ellos, volver el corazón a Dios.

En esta misma línea, Jesús nos interpela sobre la necesidad de liberarnos de todo aquello que pueda hacernos caer y, por tanto, alejarnos del plan de Salvación de Dios. Hoy Jesús de una manera más contundente nos anima a jugarnos el todo por el todo a favor del amor de Dios. La invitación de Cristo es a estimar en poco, en nada, todo cuanto el mundo pueda ofrecernos, porque los planes de Dios siempre serán mejores.

Hermanos, nuestro Dios es compasivo y misericordioso y nos ha preparado el Reino de los cielos para que vivamos junto con Él en la vida eterna. Dios por tanto hoy no nos está condenando, sino que nos está llamando la atención para que seamos conscientes de que nada ni nadie en el mundo puede darnos más amor, más felicidad o más plenitud que el plan de salvación que Dios ha preparado para cada uno de nosotros.

Que nuestro tesoro no sea otro que Dios mismo; y que nada sea más valioso para nuestros ojos y para nuestra vida de cristianos que su plan de amor y su deseo de conducirnos a la vida eterna a vivir junto a Él. Amén.