Eitam, víctima del terror

En 1994 nació Eitam, solo 4 años después que yo. Es raro estar escribiendo sobre alguien que no conozco. Pero después de este jueves 7 de abril de 2022, ya no sé qué es raro y qué es normal.

Un día después de mi cumpleaños número 32, saliendo a celebrar con amigos a pocas cuadras de mi casa, la realidad cambió de un segundo a otro. Hay una palabra en hebreo que describe lo que siento “הפך”: cuando algo se invierte, la realidad se puso “patas para arriba”.

La noticia quebró el ambiente de fiesta, como una copa de vidrio que se revienta al entrar en contacto con el suelo. Cuando una sonrisa que siempre está en una cara familiar de pronto se desvanece y esa persona que nunca deja de transmitir felicidad ahora no sonríe, es porque algo anda mal.

Entendí que había pasado algo terrible, pero no podía dimensionar lo cerca que “eso” había ocurrido de nosotros. Es difícil saber cómo reaccionar cuando en menos de 2 semanas se reportan 3 ataques en las noticias. Había ocurrido otro atentado.

A eso de los 9 de la noche, la noticia empezó a expandirse en el bar como una ola en el mar. De a poco las caras de preocupación reemplazaron los ojos festivos. Posturas encorvadas con los rostros iluminados por la luz de las pantallas de los teléfonos, ojos frenéticos destripando noticias, desesperados por entender lo que está pasando, y más y más gente haciendo y recibiendo llamados con una sola pregunta: “¿Estás bien?”.

Afuera, silencio. Cuando de pronto, una estampida de pánico irrumpió la noche, personas corriendo despavoridas de un atacante que pasó corriendo por afuera del bar. Un furgón blanco, repleto de policías armados, se baja con extrema coordinación, sus movimientos denotan preparación y entrenamiento, como una coreografía varias veces ensayada.

Dentro del bar la gente empieza a gritar y subir las escaleras al segundo piso, como si el terrorista acabara de entrar por la puerta del local apuntando su arma y disparando.

Miro a mi alrededor, intentando dominar el miedo, con mis sentidos completamente agudizados intentando detectar la causa del terror en todos. Negándome a actuar precipitadamente, a sabiendas de que bajo los efectos del pánico hay quienes incluso corren en dirección al peligro sin siquiera saberlo.

En ese momento entré en shock. La disociación de la información que me arrojaban mis propios sentidos, y el comportamiento de la gente de alrededor. Cuando vi a las ultimas personas, unos israelíes que trabajaban en el bar, subiendo las escaleras agachados y cubriendo sus cabezas con una mano, como si estuviéramos literalmente bajo fuego, y escuché voces que me llamaban desde arriba, mi sentido común me dijo que era momento de subir también.

Subir fue como entrar en otro mundo. La sensación contradictoria de estar infantilmente jugando a las escondidas mezclada con la desesperación de un refugiado de un atentado que aún teme por su propia vida.

Horas. Pasaron horas. Horas escuchando informaciones contradictorias, opiniones que llevaban a debates, noticias falsas y anhelos de que todo esto termine lo antes posible.

Cuando empezó a sentirse algo de calma, algunas personas volvieron al primer piso. Los grupos y mesas que antes habían existido ahora eran una mezcla sin fronteras claras. Todos teníamos algo en común; gravitaba una cierta sensación de que ahora todos somos comunidad. Por todo el bar se podían ver pequeñas conversaciones y gestos amables entre desconocidos. Con ellos compartí mi torta de cumpleaños, sin fuego y sin velas. Por el simple hecho de compartir. Porque todos tenían el mismo derecho de reconfortarse con algo dulce. Y porque ninguno de los presentes podía salir.

Luego me enteré de que el ataque que acabó inmediatamente con la vida de dos jóvenes de Kfar Saba y posteriormente con Barak Lufan, quien sucumbió a sus heridas, había sido a pocas cuadras de donde estábamos.

Entendí profundamente dentro de mí que nada impedía que lo que les pasó a ellos nos hubiera pasado a nosotros. Se sintió igual que esquivar una bala, pero sin escuchar ni ver ningún arma o disparo. Y así, yo seguía en un estado de shock. ¡Si tan solo hubiera visto algo!

Yo no vi el camión blanco lleno de soldados ni sus movimientos coordinados, tampoco vi (ni creo que haya realmente pasado) el terrorista corriendo por la calle afuera del bar. Solo presencié el pánico de la gente a mi alrededor. Solo sentí un permanente estado de alerta y la angustia premonitoria de algo malo que está por pasar y que nunca llegó.

Pero sí que pasó. Solo que no ahí. No a nosotros.

El 7 de abril de 2022 fue el último día en la vida de Tomer Morad y Eitam Magini.

La noche terminó después de las 3 de la mañana, después de que acompañé a mi prima a su casa, luego de comprar comida, pero no poder comer nada, después de caminar solo por calles abandonadas en las cuales solamente se escuchaba el murmullo de las hojas sueltas y del viento y el silencio, que cada tanto se interrumpía cuando pasaba una camioneta blanca con soldados en busca del prófugo, ya que el terrorista a estas horas sigue suelto y las noticias dicen que podría estar escondido en cualquier lugar. Caminando solo, con los hombros duros como piedra y los sentidos en estado de paranoia, escrutando cada sombra en cada paso, en caso de que pudiera anticipar un ataque, o algo.

Y mis sentidos aun esperando a percibir peligro. Una bala, una explosión. Durante 3 días seguidos apenas pude dormir. Mi cuerpo no abandonaba el estado de alerta. El estado de shock.

Reconstruyendo por pedazos los hechos de aquel terrible día, supe después que un colega de mi compañía no estaba pudiendo ser contactado en los momentos posteriores al atentado. El email anunciando que Eitam había sido asesinado me heló la sangre. Una pequeña descripción de su carácter, una foto de él. Retazos insuficientes para describir lo que significa que una vida humana, con toda su complejidad y singularidad se haya extinguido en un segundo, sin razón, sin lógica, sin una explicación satisfactoria, sin una conclusión entendible.

Si bien puedo convivir con la idea de que la vida (y la muerte) no son justas, es difícil seguir adelante cuando se carece de sentido. Más allá de que haya sido injusta su muerte, no tiene sentido.

El domingo empieza la semana laboral y mi mente a penas logra enfocarse en las tareas del trabajo. Mi concentración está fragmentada. Mis pensamientos van una y otra vez hacía Eitam, hacia su asesino, su vida, su muerte, su familia… hacia la invitación que recibimos todos los trabajadores de la compañía para asistir a su funeral. Con apenas 27 años. Su funeral.

Al día siguiente, sin entender muy bien porqué, el llamado a estar presente en el momento del entierro de Eitam comenzó a hacerse imposible de ignorar. Otro día sin dormir, sin sentir y sintiendo al mismo tiempo que las emociones aún no pueden salir.

Con una compañera de trabajo, nos vestimos de negro y esperamos la salida del bus de la empresa que nos llevaría al último lugar de descanso de Eitam: El cementerio de Kfar Saba.

Mirar por la ventana y observar un lindo y cálido día de primavera, con paisajes verdes y flores silvestres solo suma a la sensación de disonancia. De que algo está mal, fuera de lugar.

Durante todo el viaje intenté explicar con palabras una sensación que fue creciendo dentro de mi durante todo el fin de semana. La sensación de que no es que podría haber sido yo en lugar de Eitam, de que podría haber estado festejando en Ilka Bar, lugar del atentado, o de que Eitam podría haber estado con nosotros en The Mezeg, celebrando mi cumpleaños, o que podríamos haber estado cada uno en el lugar del otro. La sensación no es que “podría haber sido yo”. La sensación es que “Soy yo. Yo soy el, y él es yo.”.

La única diferencia entre mis amigos y yo, y Eitam y Tomer fue el tiempo y el lugar. Suena casi a metafísica. Espacio y tiempo. Tiempo que para algunos sigue y para otros ya no. Es tentador confundir esta injusticia carente de sentido con el azar. No hay nada de “azar” involucrado en este hecho. No es un hecho azaroso. Es un hecho impredecible. Azar es que te pegue un rayo. Azar es morir en un terremoto o en una erupción volcánica. La muerte de Eitam nada tiene que ver con la naturaleza. La muerte de Eitam fue causada por otro ser humano. Deliberadamente, premeditadamente, con intención y a sabiendas.

Es fácil caer, casi como un mecanismo de defensa, en la deshumanización del asesino. “Es un loco”, “es un animal” escuché decir más de una vez. Ni lo uno ni lo otro. Si fuera loco no tendría responsabilidad por lo que hizo. Si fuera un animal ni siquiera tendría él control sobre su actuar. Pero no, la verdad es que sabía lo que hizo, y sí, carga con toda la responsabilidad de sus acciones.

Es difícil hablar sobre lo que se sintió al saber que, a las 6 de la mañana del día siguiente, el asesino abrió fuego en contra de dos policías y en defensa, terminaron matándolo cerca de una mezquita. No sé si algún día pueda expresar alegría por la muerte de otro ser humano, porque realmente incluso esa muerte es lamentable, porque toda su vida es lamentable. Es lamentable que su sociedad y sus figuras religiosas puedan adoctrinar a alguien hasta tal punto de que pueda matar a otros seres humanos. Es lamentable que sus propios líderes mantengan su vida en condiciones tan deplorables que la única salida que encontró a su miseria fue morir acribillado, intentando escapar como un cobarde, después de bañarse en la sangre de inocentes.

Cada bala que se dispara en medio oriente genera aún más radicalismo. Es como intentar salir de arenas movedizas. Cada acción te hunde más profundamente. Cada vez es más difícil salir, y la paz menos posible de lograr. Porque no hay perdón en mi corazón para ese terrorista, y aunque no sentí alegría, sentí alivio por su muerte.

Una procesión multitudinaria acudió al entierro de Eitam. Fue como ser parte de una peregrinación religiosa. Sin embargo, no se podían ver muchos religiosos ahí. No es como cuando muere un rabino importante, que miles de ortodoxos quieren asistir a su entierro. No. Aquí los asistentes eran compañeros de trabajo, amigos, hinchas de futbol de su equipo favorito, compañeros de la universidad y el ejército, gente de su ciudad, y por supuesto su familia. Por los números de la gente que estaba ahí, asumo que muchos, como yo, no lo conocían personalmente.

Es extraño pensar en eso. No lo conocía, pero siento como si lo hubiera conocido, porque veo en él un reflejo de mí mismo.

Cuando la gente me preguntaba, en persona y a través de las redes sociales si yo conocía a Eitam, casi como un mantra repetía “No… por suerte”. Después de escuchar lo que se dijo sobre él durante el entierro me invade una sensación completamente opuesta. “No, no lo conocía, pero me gustaría haberlo conocido, parecía un tipo excelente, אחלה גבר, y me da pena no haber alcanzado a conocerlo.” Sobre todo, porque su vida no merecía terminar de esa manera.

Hubo 7 discursos el lunes 11 de abril en el cementerio de Kfar Saba. Primero habló el padre, y me impresionó como mantuvo la compostura. Luego habló uno de sus mejores amigos de su tiempo en el servicio militar, Eitam sirvió operando un submarino en la marina. Luego habló quien fue su comandante en el ejército, dando paso luego a su mejor amigo de la infancia.

No puedo explicar 100 % lo que sentí en ese momento con palabras. Fue como un desgarro. El estado de shock en el que estaba suspendido, durante días, se rompió y dio paso a una avalancha de emoción contenida. Escuchando recuerdos y anécdotas de la infancia de Eitam, con los alaridos de dolor de su madre de fondo, fue lo que terminó por quebrarme completamente. Lloré desamparadamente, lloré por Eitam, por mí, por su madre, por su amigo de la infancia, y por todos los que lo conocieron y los que no. Diría que lloré desconsoladamente, pero sería mentira, porque en ese momento, mi compañera de trabajo pasó a ser mi amiga, y fue ella quien me contuvo.

El discurso del mejor amigo de la infancia fue seguido por el de uno de sus primos, y fue incluso peor pero ya no me quedaban lágrimas que llorar. “¿Qué es una vida realmente?” Me preguntaba. Pareciera en retrospectiva ser un conjunto de detalles, de momentos pequeños, de anécdotas, pero por sobre todo de cariño y relaciones. Escuché anécdotas sobre cómo Eitam traía y proyectaba luz a donde sea que fuera, sobre cómo era un líder natural, apodado por varios “הדבק של החברים” (el pegamento de los amigos), sobre cómo siempre proyectaba buen humor y hacía algún chiste para animar al resto, sobre cómo era admirado por su calidad humana.

Muchas de las cosas que se dijeron sobre Eitam ese día no las entendí. Pero siento la necesidad de escribir lo que entendí desde el hebreo y registrarlo y traducirlo con mis propias palabras a mi idioma.

Luego otro primo, antes de decir sus palabras, leyó una carta en representación de otra prima que justo, el 6 de abril, había viajado a Brasil para su viaje post ejército, viaje que Eitam le había dicho que tenía que disfrutar. Palabras que ahora se reciben con otro peso.

El abuelo fue el último en hacer un discurso. Solo puedo imaginar que Ayala, la prometida de Eitam, con quien se había comprometido hace apenas 3 semanas, debía estar sintiendo un dolor más allá de lo manejable. De la misma manera que su madre tampoco dio un discurso, y de la cual aún tengo grabados en mi memoria auditiva sus aullidos de dolor incontrolables. Estando parado ahí en el cementerio, con los destellos del sol dándome en la cara, si bien entendía sus palabras, aún no puedo asimilar lo que significa para un abuelo tener que enterrar a un nieto. La palabra “antinatural” resuena con la fuerza de un eco en mi cabeza.

La procesión acompañó al ataúd de Eitam hasta su parcela de tierra, en donde se dijeron brajot (bendiciones), y se bajó el cuerpo envuelto en un talit a la tierra. Se pidió a los presentes que, con palas, enterraran el cuerpo de Eitam.

Una montaña de coronas de flores, de las cuales sus inscripciones fueron recitadas en voz alta una a una, fueron colocadas sobre la tumba: Municipalidad de Kfar Saba, el ejército, universidad de Tel Aviv, “Los amigos”, “חברת וויקס” (Compañía Wix), Municipalidad de Tel Aviv, entre otras. De acuerdo con la tradición judía, muchas personas colocaron piedras e incluso algunos prendieron velas del recuerdo “יזכור”. Coronando la montaña de flores, algunos hinchas de futbol dejaron sus bufandas verdes de “Hapoel Kfar Saba” acompañando a Eitam para siempre.

Resulta interesante cómo cada uno se identifica con Eitam a través de lo que tiene en común con él. Ccmo para algunas personas lo importante era que apoyaban al mismo equipo de futbol, mientras otras personas son literalmente sus compañeros de armas. No estoy seguro de qué es lo que me hace identificarme fuertemente con Eitam, pero las Palabras de Nir Zohar, CCO de Wix “… one of our own” (uno de los nuestros) o de otros compañeros de trabajo “… one of us” (uno de nosotros) aparecen tímidamente en mi mente. Puede ser. También puede ser el hecho de que el día que estaba celebrando mi nacimiento, a partir de ahora es el día en que conmemoraré su muerte.

En el bus de vuelta a la ciudad, empecé a elaborar el siguiente dilema: ¿Es normal acostumbrarse a estos hechos?, o incluso peor aún; ¿Es deseable querer acostumbrarse? Como nuevo inmigrante en este país, percibo una diferencia en el nivel de resiliencia de los israelíes nacidos y criados aquí, respecto de los que venimos de afuera. No tengo respuestas a estas preguntas. Pero hablando con mi jefa me abrí a una nueva idea: “La vida sigue”.

Para bien “y” para mal, a pesar de que por momentos sentí que todo se había detenido, la vida sigue. La vida solo se detuvo para quienes literalmente su vida terminó esa noche. Incluso los familiares de Eitam deben afrontar la vida y seguir adelante (me queda abundantemente claro que es lo que él hubiera querido). La mezcla entre alegría y tragedia es, a esta altura, parte fundamental de la cultura israelí. Basta con pensar en Iom Hazicaron y Iom Hatzmaut, el día del recuerdo de los caídos en guerras y atentados y el día de independencia de Israel, respectivamente. Consecutivamente el día más triste y el día más alegre de todo el año para este país.

Quisiera terminar con otra idea de mi jefa. Me dijo; “Ok, you are sad, but you have to understand; this is not your shiva” (Estás triste, pero tú no eres el que está de duelo). Ese día recuperé el sueño, y aunque cuando escribo estas palabras, aún me siento triste (y probablemente lo estaré durante más tiempo), el día después del entierro de Eitam me encontré a mí mismo en otro bar, pero con otros compañeros.

Volver a salir implica que el terrorista que murió baleado, acorralado como una rata, tiró su vida a la basura. Que, a pesar de lo terrible de sus acciones, no va a poder amedrentarnos ni aterrorizarnos, no cumplió su objetivo. Hoy un הי (gracias a mi amigo Ian) cuelga orgullosamente de mi cuello. Jai, vida. Y silenciosamente, sin decirle a nadie, ese día en el bar, mientras todos tomaban una ronda de shots de arak, brindé por la vida de Eitam.

“!לחיים איתם, עד עולם”

Eric Uriel Nicolaievsky

Tel Aviv, Israel - 12/04/2022