Mudt Dras, druida nómada de Vuduk
Mudt Dras, druida nómada de Vuduk
Mudt Dras, druida nómada de Vuduk
Mudt Dras fue un druida nómada que vagaba por los bosques de Vuduk, un territorio donde los árboles se alzaban como columnas vivientes y el aire palpitaba con la presencia del éter. No servía a ningún reino ni a ningún dios; su propósito era más antiguo que ambos. Buscaba comprender la respiración profunda del bosque y las corrientes invisibles que unían toda forma de vida, esas hebras que sólo los iniciados del silencio sabían escuchar.
Mudt acudió a los stifrasts del bosque, así que fue a contactarlos para seguir su guía y protección. Aquellas entidades, mitad raíces y mitad esencia de lo que fueron, surgían de los troncos cuando el equilibrio natural era perturbado, como guardianes que despertaban del letargo del musgo. Los stifrasts eran aliados antiguos de los druidas, custodios del orden natural, y ayudaban a rastrear y apaciguar a las bestias nacidas del desorden del éter. Con su auxilio, Mudt siguió huellas que no pertenecían a ningún ser vivo conocido: marcas retorcidas, grabadas en la corteza de los árboles, que parecían exhalar un hálito tibio, casi divino.
Stifrast del bosque
Guiado por los cantos graves de los stifrasts, Mudt atravesó territorios donde el tiempo se plegaba sobre sí mismo y las sombras conservaban memoria. Los árboles susurraban nombres olvidados, y cada paso lo conducía más cerca de una fuerza que no debía ser perturbada. A medida que se adentraba, los stifrasts comenzaron a desvanecerse, volviéndose erráticos, disolviéndose en polvo de esporas y murmullos, como si su esencia se fragmentara ante la inminencia de algo que trascendía incluso al bosque.
Al explorar más profundo, Mudt se perdió entre los bosques antiguos, más allá de donde los stifrasts se aventuraban. Y allí, en el silencio sin edad, halló algo imposible: un portal que era nuevo y antiguo al mismo tiempo, como si existiera en dos líneas temporales simultáneas. Su superficie vibraba con una energía contradictoria, oscilando entre el nacimiento y la extinción, como el pulso mismo de un dios dormido bajo la tierra.
Portal
Al tocarlo, Mudt sintió que su ser se desgarraba. Una parte de él cayó en un abismo eterno, perdido más allá del tiempo, mientras que la otra permaneció en el mundo físico, quebrada y vacía. Desde entonces vagó sin rumbo, debilitado, como si una mitad invisible lo llamara desde un lugar que no debía existir.
Fue en ese estado, durante sus errancias, que descubrió unas runas antiguas, tan viejas que ni la piedra recordaba su origen. Estas runas no hablaban del ciclo natural ni de los stifrasts del bosque, sino de un poder más allá de toda creación: las herramientas del Vacío.
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Al estudiarlas, Mudt comenzó a escuchar susurros, primero débiles, luego inevitables… voces que no provenían del mundo físico ni del espiritual, sino de una realidad quebrada. Los susurros hablaban en un lenguaje que se comprendía con el alma, y repetían un nombre... Krumpack.
Con el paso de los días, los compañeros nómadas de Mudt lo hallaron de nuevo, pero ya no era el mismo. Su mirada se había vuelto turbia y sus gestos eran erráticos. Intentaron curarlo mediante los ritos druidas, invocando a los stifrasts del bosque para restaurar su equilibrio, pero Mudt respondió con furia. En un arrebato incomprensible, los asesinó a todos, cubriendo el suelo con la sangre de sus antiguos aliados.
Cuando el silencio se impuso y Mudt contempló los cuerpos sin vida, Krumpack se manifestó. Desde la grieta invisible entre realidades, la entidad pronunció una maldición que corrompió su carne y su espíritu, retorciendo su forma hasta convertirlo en algo primigenio, casi preexistente a la vida misma.
Así nació el Siervo del Vacío, y Krumpack obtuvo lo que buscaba: un sirviente perfecto, un vínculo viviente entre el mundo natural y la nada eterna.
Bajo sus órdenes, Mudt vagó por los reinos del éter, predicando la palabra del Vacío como si fuera una revelación divina. En su locura profética, convencía a seres de toda índole —sabios, hechiceros, guardianes e incluso criaturas del plano profundo— de escuchar los susurros de Krumpack. A través de su voz, el Vacío hallaba oídos, y su eco comenzaba a sembrar duda, desesperanza y devoción.
Un día, durante una de sus misiones, las Máscaras de la Creación —artefactos sagrados forjados al inicio del tiempo para mantener el equilibrio entre realidades— entraron en juego. Su reaparición despertó a antiguos y poderosos seres: los Abismales, los Ascendidos y los Primigenios
Así comenzó la Guerra Silenciosa, un conflicto oculto entre planos, donde Mudt Dras, el antiguo druida de Vuduk, se convirtió en el heraldo de la disolución, la voz que abría grietas entre mundos y propagaba el eco de Krumpack al corazón mismo de la creación.
Siguiendo los designios de su amo, Mudt fue enviado a Espiamn, una tierra fracturada y llena de secretos, para poner en marcha los planes del Vacío, sembrando sombras y preparando el terreno para la llegada de su maestro.
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Mudt Dras, druida nómada de Vuduk