Capítulo 1: INMINENTE
PARTE 2
Capítulo 1: INMINENTE
PARTE 2
Plaga de Monba
Durante su agotadora marcha, los soldados llegaron a un bosque húmedo y opresivo, donde el aire se encontraba saturado de una humedad malsana. Pequeñas bestias voladoras, con ojos brillantes y malevolentes, acechaban entre los árboles. La anomalía era palpable, pues el bosque se situaba en el norte, la región más fría del continente, y tal saturación de humedad parecía contraria a las leyes naturales del entorno. Además, la pestilencia del abismo se sentía en la selva, como si una fuerza maligna estuviera impregnando el aire. Los soldados identificaron a las criaturas como glajos, pequeñas entidades molestas pero no particularmente temibles, aunque nunca antes habían visto unos tan coloridos. Los glajos son pequeñas bestias carroñeras que se reproducen rápidamente si se encuentran en buenas condiciones, es decir, si hay abundante muerte a su alrededor.
Sued Dellerd
Al observar que varias de estas criaturas se aproximaban de manera alarmante, Sued, con una rapidez casi sobrehumana, desató el poder de sus manoplas, destruyendo a una con un solo golpe. Las restantes criaturas, espantadas por la violencia repentina, huyeron al instante. Sued, con una sonrisa enigmática, observó al resto del grupo.
—¿Terminaste? —preguntó Fritsa, mientras cargaba de nuevo su arma al hombro.
A medida que avanzaban más en el bosque, comenzaron a hallar signos de una civilización primitiva. Entre estos signos, se encontraron con un altar de huesos y carne, revelando la presencia de un culto oscuro y macabro. Lanzas y estacas adornadas con cráneos se hacían cada vez más visibles, reforzando la idea de que estaban en territorio de un culto dedicado a un ser abismal y desconocido.
Altar de huesos
Antes de que pudieran procesar completamente la magnitud de su hallazgo, se encontraron rodeados por los nativos, seres humanoides de piel roja, cubiertos con adornos de hojas, madera y huesos.
—FRAAAAKKK OKK MUUUL.
Guardian de la secta
La voz gutural resonó entre los árboles, como una invocación ancestral. Un líder emergió del grupo de nativos, pronunciando palabras que parecían cargadas de una amenaza primordial. Empuñaba una extraña arma cuya forma parecía influir maldad, irradiando una energía oscura que inquietaba a los soldados. Con esta arma, el líder demostró su autoridad partiendo un árbol de un solo golpe.
El líder del escuadrón de soldados, con una mezcla de valor y desesperación, avanzó para intentar comunicarse con el ser. Sin embargo, al ver que sus esfuerzos eran en vano, se despojó del casco, revelando su rostro a los nativos. Este acto, lejos de calmar la situación, solo exacerbó la hostilidad de los nativos. El líder levantó su arma y, con un grito gutural que parecía resonar desde los abismos más profundos del cosmos, los nativos atacaron a los soldados.
Trakl Muk
General de la secta
El enfrentamiento se tornó brutal y desordenado. El líder de los soldados empuñó su espada y logró acabar con el primero de los atacantes, pero un dardo envenenado se hundió en su cuello, haciéndolo tambalear. Gefto, con una determinación fría, utilizó sus habilidades para generar una onda eléctrica que paralizó a los nativos restantes. Fritsa, buscando mejorar su visibilidad para disparar, se subió a un pequeño tronco. Desde esa posición elevada, con precisión letal, comenzó a disparar a los nativos desde las alturas.
Devorador de armas
Los soldados estaban ganando el combate hasta que el líder de los nativos se adelantó y, levantando su extraña arma, pronunció unos sonidos guturales del abismo. De la arma emergieron seres pequeños y metálicos que gritaban sin parar, una visión aterradora que desató el caos entre las filas de los soldados. Estas criaturas, conocidas como devoradoras de armas, comenzaron a consumir las armas de los soldados con una voracidad aterradora. Sued, reaccionando con rapidez, atacó a una de las criaturas, destruyéndola con un golpe devastador. Sin embargo, otros dos devoradores de armas lo flanquearon y lo atacaron por los lados. Justo en ese momento, Gefto impactó a una de las criaturas con una onda eléctrica, mientras que Fritsa, desde su posición elevada, disparó con precisión en medio de la cabeza de la otra, eliminándola.
Después de haberlos salvado, Sued miró a sus dos compañeros y, sonriendo con satisfacción, les dijo:
—Los tenía justo donde los quería.
Granada de Kuraht
A pesar de que el combate parecía inclinarse a su favor, el caos provocado por las devoradoras de armas había cambiado el rumbo de la batalla. Viéndose acorralados y superados en número, los soldados comenzaron a huir hacia lo más profundo del bosque. Mientras corrían por la espesura, Gefto miró a Fritsa, dándole una señal. Ella entendió al instante, y sin perder tiempo, sacó una granada de su morral para crear una distracción, permitiendo que el grupo pudiera ganar algo de ventaja sobre sus perseguidores. Durante la retirada, dardos y lanzas volaban hacia su dirección, zumbando peligrosamente a su alrededor. El ataque se detuvo repentinamente, sumiendo el bosque en un inquietante silencio.