Capítulo 2: DEVASTACION
PARTE 1
Capítulo 2: DEVASTACION
PARTE 1
En la sombría penumbra de la noche, cuando el silencio reinaba y todos descansaban, una niebla espesa y antinatural comenzó a surgir lentamente desde las profundidades del Bosque Negro. Se movía como una marea espectral, llenando el aire con un peso opresivo y helado, como si la misma oscuridad hubiera cobrado vida. Desde su interior resonaban chillidos inhumanos y el eco de pasos inquietantes, como si seres olvidados de antiguas pesadillas vagaran en su interior.
Los guardias de la base de Trisdal, percibiendo algo ominoso en el ambiente, dieron la voz de alarma, rompiendo la quietud de la noche. Los cazadores de tierras lejanas, Fritsa, Gefto y Sued, que habían llegado de otro continente, salieron con rapidez para evaluar la situación, acompañados por Idarol y sus soldados, quienes también sentían la amenaza inminente. La presencia de la niebla inquietante mantenía a todos en alerta, como si una sombra sobrecogedora se hubiera instalado en sus almas.
Entonces, un ensordecedor silencio cayó sobre el campo, tan profundo que parecía contener una amenaza siniestra. En ese instante, del completo vacío, una criatura alada cruzó los cielos nocturnos, surcando el aire con alas descomunales que parecían hechas de oscuridad misma. Desde las alturas, dejó caer algo o alguien, como un presagio de terror que se precipitaba sobre la tierra. Al tocar el suelo, lo que había sido arrojado se reveló: un ser que no pertenecía a estas tierras, envuelto en un aura inquietante y sosteniendo una espada curva con un filo feroz que reflejaba el brillo de una muerte inminente.
Amaratu Jatu
Idarol, hasta entonces una pacifista reconocida, sintió en su interior un cambio profundo, como si la sombra de la guerra le hubiera marcado el alma. Ese día, comprendió el peso de la lucha y la desesperación que esta acarreaba. Con una determinación férrea, dio la señal de ataque, y los miembros del ejército de Trisdal tomaron posición con precisión y disciplina. Los chamanes se ubicaron en la retaguardia, susurros oscuros y cánticos antiguos llenando el aire, mientras sus manos trazaban símbolos de protección y poder. Los arqueros tensaron sus arcos y prepararon sus flechas, apuntando hacia la niebla, listos para desatar una lluvia de muerte contra cualquier abominación que emergiera. Desde la niebla, como un torrente de muerte y desesperación, surgió una horda de zombis, un ejército espectral de cadáveres reanimados avanzando sin piedad. Entre ellos, figuras de todas las razas del continente, sus ojos vacíos y sus cuerpos desgarrados por la muerte, marchaban sin alma, como si fueran guiados por una voluntad oscura y terrible. La horda, incansable y sombría, se lanzó sobre la base, desatando el caos.
Explorador de Ningald
El ataque comenzó y la horda de zombis, envueltos en la niebla, se lanzó con voracidad contra la base. Trepaban por las maderas de las barricadas, sus manos cadavéricas buscando cualquier asidero mientras sus ojos vacíos reflejaban el hambre inhumana que los consumía. Otros, desde la distancia, lanzaban veneno corrosivo, cuya pestilencia perforaba el aire, haciendo que los soldados se tambalearan. Los arqueros reaccionaron de inmediato, desatando una tormenta de flechas para detener el avance de los muertos, abatiendo a aquellos que intentaban atravesar las defensas. Sin embargo, de entre los muertos emergió una fuerza aún más aterradora. La criatura que cayó del cielo, ágil y despiadada, se abrió paso entre los arqueros, deslizándose con una velocidad antinatural. Los arqueros apenas pudieron reaccionar antes de que sus cuerpos fueran partidos en dos por el filo letal de su espada curva. Sus movimientos eran precisos, cada tajo una danza mortal que dejaba solo desolación a su paso
En medio de la vorágine de la batalla, Sued, viendo cómo sus aliados caían ante la imparable fuerza de la criatura, se lanzó con furia contra ella, dispuesta a ralentizar su avance. Con sus manoplas, firmes y pesadas, desvió un golpe mortal de la espada curva de la criatura. Sin embargo, esta, sin mostrar ni un vestigio de piedad, la derribó con una facilidad aterradora. Sued, respirando con dificultad, se levantó con rapidez, determinada a continuar la lucha. En un acto de pura desesperación y valentía, logró darle un golpe certero en el rostro de la bestia. El impacto fue tan violento que rompió el casco de la criatura, revelando lo que había debajo: un ser putrido, carente de vida, una amalgama grotesca de carne descompuesta y huesos rotos.
Sued se quedó paralizada por un momento, sorprendida y repulsada por la visión, pero no tuvo tiempo de reflexionar. En un solo movimiento brutal, la criatura la tomó del brazo con una fuerza descomunal y, con un grito desgarrador, la arrojó por los aires. Sued voló hasta caer sobre un montón de escombros, donde se perdió en el polvo de la guerra, su cuerpo golpeando el terreno con tal fuerza que la visión de la batalla se tornó borrosa a su alrededor.
Mientras tanto, Often, en un último esfuerzo, conjuró llamas abrasadoras, una última defensa para detener el avance de los zombis. Las llamaradas ardían con una intensidad febril, consumiendo a los cadáveres errantes a su paso. Sin embargo, la defensa no fue suficiente; los zombis, poseídos por una voluntad oscura, lograron atravesar las llamas, y uno de ellos, una abominación creada de partes desiguales y horrendas de diversas razas, surgió de entre el fuego. Con una fuerza brutal y ciega, su puño desgarrador se hundió en el abdomen de Oftem, empujándola hacia una pared, haciendo que perdiera el conocimiento y un chorro de sangre salpicara de su boca por el impacto brutal.
Oftem Destrak
Desde el centro de aquella masacre, la criatura con la espada curva se alzaba como una pesadilla de hierro y sombras. Con instintos de guerra, daba órdenes a los zombis, señalando a sus presas con una precisión aterradora, como un comandante nacido de la misma oscuridad. A cada gesto de su espada, la horda avanzaba con mayor ferocidad, dirigiendo sus ataques con una coordinación temible. La criatura no necesitaba palabras; parecía que el propio filo de su espada dictaba la destrucción, desatando la guerra en aquel rincón del bosque como una tempestad interminable.
Abominacion de Nilgald
En un giro dramático de la batalla, un estruendo de cascos llenó el aire, y un ejército de jinetes de Trisdal emergió de las sombras montando diversas bestias reptilianas de todas las formas, con sus estandartes alzándose. Al frente, el propio rey Boltral, montado con determinación, lideraba la carga. Con destreza y valentía, un terraxus golpeó a la criatura y la derribó a su paso.
Terraxus alfa
Aprovechando la situación, Gefto, que luchaba junto a Idarol contra los zombis, se acercó y remató a la criatura mientras esta yacía en el suelo. Sin embargo, la bestia se incorporó rápidamente. Gefto sintió el frío acero de la espada de la criatura cortándole el brazo izquierdo. Con un movimiento brutal, la criatura lo arrojó a un costado con una patada que resonó en el aire. Desde la distancia, Fritsa disparó un proyectil que impactó de lleno en la cabeza de la criatura, haciéndola caer de rodillas, aunque aún daba señales de querer seguir combatiendo. Sued, que ya se había incorporado, vio a Gefto cayendo en un charco de sangre. Con un grito de furia, se lanzó rápidamente hacia la criatura, embistiéndola con brutalidad. La criatura, que se percató del movimiento, tomó una posición defensiva, pero en ese instante, Idarol, al notar la situación, invocó una enredadera que rodeó el cuerpo de la criatura, inmovilizándola momentáneamente. Incapaz de defenderse, la criatura fue atacada por Sued, quien le destruyó la cabeza de un solo y preciso golpe.
Sued Dellerd
Mientras Sued levantaba a Gefto, quien había perdido un brazo y cuya herida sangraba profusamente, lo llevó lejos del conflicto. Los soldados sobrevivientes de Trisdal, siguiendo las órdenes de su líder el rey Boltral comenzaron a asistir a los heridos.
Oftem, que yacía inconsciente por el ataque, y Gefto fueron subidos a las bestias de carga y alejados del campo, mientras el horror continuaba desatándose a su alrededor. Sin embargo, en medio de las sombras y del caos, algo se alzaba nuevamente. Aquello que la bestia alada había dejado caer comenzaba a moverse, tomando forma bajo el manto de la niebla, y prometiendo que la batalla estaba lejos de terminar.