Capítulo 2: DEVASTACION
PARTE 4
Capítulo 2: DEVASTACION
PARTE 4
Tras una semana de navegación bordeando la mitad del continente, los botes que transportaban a los supervivientes de Trisdal finalmente alcanzaron las costas de Dhorizon. Durante el trayecto, los druidas habían luchado desesperadamente por salvar el brazo de Gefto, pero la infección resultó implacable. Con resignación y solemne determinación, amputaron el miembro, dejando a Gefto con una mezcla de vacío físico y emocional.
Dhorizon se alzaba ante ellos como un paisaje desolado, un lunar inhóspito en medio del mundo. El suelo estaba cubierto por un polvo de arena fina que flotaba en el aire, dándole a la región una atmósfera fantasmal y opresiva. No había vegetación, ni fauna visible. Solo el polvo que cubría todo y las estructuras metálicas de las carpas forgaras, erigidas como monumentos inmutables al paso del tiempo. Las únicas criaturas que habitaban allí eran los forgaros, extraños seres cuya presencia imbuía la tierra de un aura de misterio. Las largas banderas rojas, desgarradas por el viento, ondeaban como presagios en la distancia, y criaturas inmóviles, cuyos cuerpos variaban en tamaño, emitían un resplandor dorado tenue, casi espectral.
Protector de Forgara
Al acercarse a la costa, una directiva de forgaros armados surgió como sombras vivientes. Sus lanzas brillaban a la tenue luz dorada mientras las apuntaban hacia los supervivientes, inmovilizándolos antes de que pudieran siquiera desembarcar. Los forgaros eran figuras imponentes, de contornos difusos y naturaleza indescifrable, como si la realidad misma luchara por definirlos. El grupo quedó paralizado, atrapado entre el temor y la incertidumbre.
Entonces, la quietud fue interrumpida por la aparición de Doór, quien caminaba con paso firme y lento, como si cada uno de sus movimientos fuera el reflejo de un poder antiguo e inexorable. Su silueta se alzó sobre los demás, y cuando llegó a la orilla, las lanzas de los forgaros se bajaron en un silencio absoluto. Doór habló, su voz profunda resonando en el aire, sin urgencia, como quien no teme al paso del tiempo:
—Han llegado a Dhorizon.
Doór
Gran mentor
El grupo fue escoltado al campamento, un lugar donde la quietud reinaba por completo. Las carpas metálicas y las criaturas luminosas los rodeaban, pero el silencio era absoluto. A pesar de las extrañas frutas doradas que les ofrecieron para alimentarlos, la atmósfera era asfixiante, como si estuvieran siendo observados por algo más allá de la comprensión humana.
Mientras descansaban y reponían fuerzas, Oftem se acercó a Gefto y Fritsa. Con una expresión de agotamiento en su rostro, les preguntó con voz quebrada:
—¿Qué haremos ahora? Hemos recibido demasiadas derrotas. No puedo seguir así... ¿Dónde debemos ir? —La incertidumbre nublaba su mirada, y su tono reflejaba el peso de la desesperación.
Fritsa, quien siempre había sido la más pragmática, puso una mano sobre su hombro, intentando infundirle algo de consuelo. Gefto, a su lado, miraba al horizonte desolado, donde las figuras borrosas de los forgaros se disolvían en el aire polvoriento.
—Estamos perdidos, Oftem. Lejos de nuestro hogar, nuestra misión... —dijo Gefto, con la voz grave de quien se enfrenta a un futuro incierto—. Todo está en caos. Ya no sabemos qué rumbo tomar.
Oftem asintió lentamente, y una lágrima furtiva recorrió su mejilla antes de que la desechara con un gesto de la mano. Los tres compartían el mismo sentimiento de desesperación: el peso de estar atrapados en un lugar donde nada parecía tener sentido, y su propósito se desvanecía como el viento.
En ese instante, un forgaro se acercó a ellos, su figura borrosa y sus movimientos casi etéreos. El ser los selló con una mirada penetrante, y con un gesto silencioso los condujo hacia la gran carpa central. Los forgaros, como siempre, no emitían palabra alguna que fuera comprensible para los humanos. Su idioma, si es que era tal, parecía un conjunto de mini explosiones metálicas, chirridos y movimientos de cabeza, como si intentaran emular expresiones que solo existían en su naturaleza ajena. El sonido era ininteligible, pero cargado de una extraña energía, como si las mismas palabras estuvieran fuera del alcance de cualquier ser humano.
Esa noche, Oftem, Gefto, Fritsa y el líder de los druidas supervivientes fueron llamados ante Doór, quien, con una solemnidad que solo los forgaros podían transmitir, los recibió en una carpa enorme que parecía un templo. En su trono, situado en el centro de la sala, Doór les explicó la situación actual. La amenaza de los zombis, que se extendía como una plaga por todo el continente, había llegado a las costas de Dhorizon. Los forgaros luchaban día tras día contra esta invasión imparable, pero su resistencia se había visto mermada desde que su mejor hechicero, Mirae, se marchó del lugar, llevándose con él a una gran variedad de forgaros.
—Nuestras fuerzas se reducen con cada combate —dijo Doór, su voz resonando en la carpa como un eco ominoso—. Mirae, el único que podría detener este avance, ya no está aquí. Y sin él, no tenemos forma de frenar lo que está por venir.
Los supervivientes, conscientes de la gravedad de la situación, respondieron a Doór con determinación.
—Mientras estemos aquí, apoyaremos a los forgaros y ayudaremos a defender esta zona —afirmaron, dispuestos a unirse a la lucha.
Cuando Doór terminó de hablar, un forgaro pequeño se acercó a los supervivientes. Señaló el brazo faltante de Gefto y luego apuntó hacia una carpa muy alejada. Los tres cazadores se miraron entre sí, desconcertados, antes de seguir la dirección que les indicaba el forgaro.
Plaga forgaro
La carpa hacia la que los guiaban estaba visiblemente deteriorada, sus paredes metálicas oxidadas por el paso de los años y las inclemencias del polvo constante que azotaba la zona. Al acercarse, pudieron escuchar susurros lejanos que salían desde su interior. Con cautela, Gefto y Fritsa entraron, preparados para cualquier amenaza.
Dentro, una figura enigmática se levantó. Era una Doeeld, cuyo rostro estaba cubierto por una máscara de metal que parecía fusionarse con su piel, y parecía como muerta. Los cazadores se pusieron en posición de combate, preparándose para acabar con ella si se trataba de una amenaza. Sin embargo, la criatura no les prestó atención, como si su presencia no les importara en lo más mínimo. En lugar de eso, se dirigió a una mesa de trabajo al fondo de la carpa, donde seguía murmurando en voz baja.
Fritsa, siempre desconfiada, le preguntó quién era, pero la criatura no respondió. El ambiente se volvió aún más inquietante cuando observaron que la Doeeld estaba trabajando en algo. Tomó un par de ramas secas y huesos y comenzó a transformarlos, como si por arte de magia o poder ancestral, les diera forma. En cuestión de segundos, la Doeeld había creado un brazo metálico que parecía estar inspirado en los propios forgaros, intrincado en detalles que le daban un aire artificial y a la vez profundamente siniestro.
Se lo ofreció a Gefto, quien dudó antes de aceptarlo. La criatura le susurró con voz grave:
—Tranquilo, no te vas a convertir en uno de ellos...
Con algo de reticencia, Gefto permitió que Fritsa le ayudara a colocar el brazo. Cuando se incrustó en la herida, un dolor agudo lo recorrió, pero pronto el metal comenzó a fusionarse con su cuerpo. A pesar del retorcimiento de su ser, el brazo se integró finalmente a él, como si hubiera sido suyo desde siempre.
Forgara Alis
Madre Creadora
Fritsa observaba con cautela a la criatura, que ahora estaba muy cerca de ellos, examinando su pecho con una mirada casi inhumana. De repente, levantó la mirada y dijo, con una extraña sonrisa en su rostro metálico:
—Me gusta tu esencia...
Sin saber qué significaba exactamente esa frase, Fritsa la apartó bruscamente, no queriendo indagar más en la inquietante naturaleza de esa criatura. Juntos, Gefto y Fritsa regresaron con los demás, sus corazones aún agitados por lo sucedido.
Gefto probó su nueva habilidad de magnetismo con el brazo, descubriendo que era mucho más eficiente que antes, con una fuerza y precisión que le sorprendió incluso a él mismo.
Mientras tanto, los forgaros observaban impacientes desde las sombras. No hablaban, pero su presencia era abrumadora. La tensión aumentaba cuando, de repente, una sombra enorme bloqueó la poca luz de la luna. Un grito silencioso recorrió el campamento, y todos se voltearon para ver a una gigantesca criatura alada aterrizar en el centro del campamento con una fuerza brutal.
Oftem, quien había sido siempre el primero en reaccionar, se puso en posición de combate al instante. Sin embargo, Doór levantó una mano para detenerla, indicándole que observara bien. Al girar, vio que la enorme bestia no era otra cosa que un forgaro.
La criatura emitió un chillido que resonó en el aire pesado como un eco, llenando el ambiente de una inquietante vibración.
—Es Abrakul, nuestro protector —dijo Doór, mientras extendía la mano en señal de aprobación hacia la criatura alada.
La bestia aterrizó con elegancia y comenzó a emitir los característicos chirridos que los forgaros utilizaban para comunicarse. Los sonidos eran agudos y graves al mismo tiempo, como un lenguaje que resonaba en lo profundo de sus corazones. Doór, entendiendo el mensaje, miró a los viajeros con seriedad.
—Prepárense —dijo con voz firme—. Los zombis están cerca.
Abrakul
Replica varfi