Esta obra se interpreta como la representación de la muerte de una persona del común, desafiando la cotidianidad de las pinturas de la época. Otorga protagonismo a la sociedad convencional al relatar una muerte cruda, sin idealización ni adorno, lo cual resultaba cuestionable y era un claro desafío para la época. La obra, al dar protagonismo a la sociedad común y mostrar la crudeza de la muerte, se convierte en un testimonio visual de la realidad humana sin los velos artificiales de romanticismo o idealización. Este enfoque desafiante hacia la representación de la muerte confronta a la audiencia con la cruda verdad de la mortalidad, cuestionando las percepciones convencionales y subrayando la importancia de abordar la realidad sin filtros artificiales.