La obra simboliza la vida y la muerte, busca plasmar la conexión entre estas dos y transmitir la dualidad a través de los tonos de los colores. Klimt, artista del simbolismo, crea un tapiz visual que va más allá de la dicotomía aparente. La elección de colores ricos y la intrincada ornamentación resaltan la vitalidad de la vida, mientras que las representaciones de figuras esqueléticas y tonos más oscuros expresan la inevitable presencia de la muerte. La fusión de elementos ornamentales y figuras humanas enredadas en una danza simboliza la interconexión entre estos opuestos. La complejidad del fondo, con sus patrones geométricos y detalles intrincados, añade una capa de profundidad y misterio, sugiriendo la insondable complejidad de la existencia. La obra, más que un simple contraste visual, se convierte en una meditación sobre la interdependencia de la vida y la muerte.