Prólogo
Hurgando un poco en unos documentos del siglo XIX, del concejo de nuestro pueblo de La Piedra y llegando hasta donde las circunstancias y el tiempo me lo han permitido, he pretendido compendiar su contenido en estas líneas que gustosamente ofrezco, como siempre, a los pedrenses de derecho, a los de hecho, a los de adopción y a los mucho que suelen disfrutar de sus encantos veraniegos, con la sola finalidad de dar a conocer una faceta más, por desgracia muy incompleta, de su bonita historia.
El hecho de haber realizado el estudio de ellos de forma aislada, uno por uno, ha podido quitar uniformidad al conjunto y algo puede resultar repetido.
Ojalá, trabajitos mucho más completos y mejor documentados, realizados por quienes tienen más medios y más capacidad, nos vayan proporcionando información más completa y precisa. La esperamos.
Introducción
En aquella infancia mía, cada vez más recordada y cada vez más lejana, la vivencia de los pedrenses se regía por normas, ética y moral bastante distantes a las que rigen en el presente. Varias ya han sido descritas en trabajos más o menos amplios y por ello no se van a recordar de nuevo. Solo, de forma puntual, quiero fijarme en un acontecer que periódicamente, año tras año, suponía, para quienes poseían la titularidad de vecino, disfrutar de una tarde relajada, sin prisas, bullanguera, así se notaban todas las reuniones vecinales, degustando una jugosa merienda donde lo apetitosamente sólido se enjugaba con unos buenos tragos de ribera o de rioja. El huevo duro, las sardinas en arenque, las aceitunas, sin faltar el pan nuestro de cada día eran la parte sustancial; la perfecta armonía la conformaba el vino. Fecha consagrada, el día de las Candelas, 2 de febrero. Era como festejar los remates de los prados de la Candelaria, habidos aquella misma tarde.
La bullanga de los contertulios era notoria. Quienes hacían su fiesta – Las Candelas lo celebraba todo el pueblo – en el soportal de la escuela o pasaban por el contorno del concejo eran testigos del alboroto. Aquella se prolongaba hasta bien anochecido, cuando ya el resto de las familias, reunidas en los corros o en las glorietas, esperaban el retorno del jefe de la casa con algo de lo sobrante o parte de su ración, llevado con ilusión al hogar y con aquello poco, bien repartido, hacerlos disfrutar de algo de su festejo.
Hasta aquí poco especial si no hubiera que agregar cierta curiosidad a lo descrito.
Uno de los documentos caído en mis manos, y descrito a continuación, está fechado en 1823, consta de 113 folios, mas de pronto me topé con una no grata sorpresa; faltaban las doce primeras hojas. ¿Las habían quitado intencionadamente o eran otras las causas por las que se arrancaron del legajo? Aquí, en esta merienda vecinal podemos encontrar el porqué de su desaparición.
La originalidad del remate del pequeño ágape de nuestros ilustres vecinos está en la forma de llevar a sus hogares los manjares con los que con mucho amor querían hacer partícipes a los suyos, en especial el plato bandera, las arenques. Cuando uno no disponía de medios para ello acudía a documentos ya proscritos, o así lo pensaba, arrancaba una hoja y esta servía de envoltorio para así llevarla a casa. La dicha hoja solía terminar en la lumbre.
Esta forma, poco ortodoxa, de envolver las arenques fue muy habitual en esas tardes alegres y, de seguro, causa de la desaparición de documentos que, al día de hoy., nos gustaría haber podido conocer y disfrutar de cuanto en ellos se narraba.
Se perdieron para siempre
Gregorio Acero Peña
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Estos son los primeros folios del trabajo realizado por Gregorio Acero. El documento completo en pdf se puede leer o descargar desde este enlace
Libros de actas vecinales. Siglo XIX- Gregorio Acero