Notas para un pregón

Este texto elaborado por José A. Zamudio fue publicado en El Periódico el 3 de Abril de 1992

Notas para un pregón

Es Jueves Santo. La memoria colectiva con su doble juego de fidelidd-infidelidad, rememora años vividos.

La dulce quietud de este pueblo se quebrará con el repique de un tambor.

En algún lugar, alguien comienza a vestir la blanca túnica para que cuando suene el ancestral repique de una campanilla, desplegar en su magnificiencia la amplia capa de nazareno.

En la vieja ermita, un año más, como hace tantos, como hace siglos, fue depósitado, envuelto en blanco sudario, Jesús Crucificado.

Es Jueves Santo, atras queda el anónimo trabajo de todo un año de esfuerzo, intensificado, en los últimos días en la materialización del paso.

La tarde, irremediablemente ira entregando a las sombras su existencia. Ajenos, curiosos ojos admirarán en su infinita quietud, la estampa de los pasos, el brillo del cristal, los claveles engarzados, la túnica, el palio, las tallas, los grabados. Ajenos a ellos, voluntarios costaleros sin ensayo se preparan para cargar.

Serpenteando en la noche, discurrirá por las tortuosas calles, estrechas y empinadas, el desfile procesional. En fila, pequeños hermanos, entregados al rito de cofrades entre la curiosidad innata de la edad, y la tradición, que día a día les va impregnando.

El eco de esta natural cañon de roca llenará de redobles de tambor, de notas de cornetas, cada rincón de esta insólita construcción urbana.

Jesús, amarrado a la columna, fustigado, avanza pausadamente.

Hace tantos años, que otras tallas, otros palios, con los mismos ecos de un tambor redoblando, otras gentes y otros hermanos, desfilaban por estas calles al abrigo de estos tajos.

Permítanme hacer justo homenaje a ellos, agradeciéndoles el legado de tradiciones de siglos, a blancos ynegros, a mayordomos y hermanos. Recordar en especial la labor de socorro espiritual y humana, labor social donde la palabra "hermano" alcanza la máxima dimensión terrenal. Labor social en tiempos difíciles de seca, enfermedad o muerte. El refranero popular vincula estas desgracias a la ubicación en el calendario de esta semana "Semana Santa enmarza hambre y mortandad".

La noche de plenilunio ha desplegado sobre los campos su manto de silencio, en una ermita crepitan las llamas de unos cirios, agitadas por la respiración entrecortada, por el sobrecogimiento y el antifaz que oculta rostros, posiblemente marcados por el dolor y la pena. Pies descalzos, promesas de no se cuantos años, absoluto silencio en unos labios, y sobre todo ello, emerge el eco de un rezo, que como humo debe subir a los cielos.

En noches como esta, yo se de hombres que han llorado como niños pequeños, yo se de hombres que con un último esfuerzo, han arrastrado sus pies, para cantarle a este Cristo envueltoen blanco sudario con crespones negros.

El Viernes Santo, Jesús Nazareno era portado por judios para la representación del Paso. Por un día tomaban vida Caifás, ángeles, romanos y todo un elenco de personajes bíblicos, que ahora yacen sepultados, entre los lejanos recuerdos de los ancianos y los libros legados. Atrás quedaron también la representación de las tinieblas y otros actos.

La diáfana claridad del mediodía, parece multiplicarse por los salientes de la piedra, con una claridad que se altera brevemente al paso de una negra túnica y el vuelo de la morada capa de un hermano nazareno. De una garganta, quizás de mucho más adentro, brotan las notas de una saeta que pone música a unos versos.

El sol palidece bajo tu manto, Jesús Nazareno portando la cruz de pesados maderos, para recrearse en el oro bordado de tu túnica. Posiblemente, siempre haya un hombre de mayor edad, que llevado por la curiosidad, herencia del vivir de años, pregunte por el desfile de su hermandad.

Siempre habrá un niño dispuesto a gritar, con el orgullo del ingenio que despunta, los colores de su hermandad. Y una voz, que perdidad en la multitud, grite un piropo a Maria Virgen al pasar.

Viva representación al abrigo de la peña tajada, tomando vida por horas breves, hombres de una época pasada. Descendiendo desde los míticos muros de la fortaleza, un ángel.

Anónimos ojos, que con la frialdad del ver y la ausencia del sentir, juzgarán los mil detalles al paso de un dorado trono, aspirando el olor a claveles, a incienso, y desoyendo, el latir apresurado del corazón paterno, al ver pasar cabizbajo, al heredero de su tradición de blando, o quizás al heredero de su tradición de negro. Como la lejanía hasta el horizonte, se van perdiendo los recuerdos, de una historia que perdura, más que por las notas, por los relatos de los que las vivieron. Yo recuerdo, hablarme un hombre de blanco pelo, de mayordomos de cera y de ángeles descendiendo.

Mujer, tu blanca piel, es más blanca con tu traje negro. Tus ojos, tus manos clamando al clelo. Soledad de María Santísima sola no, contigo están miles de setelineños.

Sereno paso para mecerte y exaltadas gargantas para gritarte, guapa, guapa, mientras te alejas calle abajo por donde ayer subieron el sepulcro acristalado.

Otras manos, en no se que años, tallaron con entrega infinita tus formas. Cuanta gente rogó a tus pies, por querer un poco de dicha. Cuantas gargantas, casi se quebraron, cuando una noche de Jueves Santo, presenciaban por primera vez, el desfile de este Cristo, procesionado sin música y sin paso, para en la oscuridad del templo abarrotado, alabar, con un débil hilo de voz entrecortado, la esencia de hondo sentir y humano.

Darán paso, la amarilla luz de los cirios a los rayos del mediodía, a cuya luz brillarán las blancas capas y las blancas calles. Serán más rojos los claveles, harán balance los chavales.

!Si yo pudiera ver más adentro, atravesar niña, el cristal de tus ojos y oir, el latir de tu pecho! . ! Si yo pudiera oir más adentro! oiría de tus labios, el nombre de ese setelineño, que no está mas que en tu recuerdo. Y el niño que abrazan tus manos, dice que el será de la hermandad de su padre, que también fue la de su abuelo. Vistió de niños, muchos años de nazareno, llevó un cirio, la cruz de guia y de la mano a su hermano pequeño. Creció, y se hizo costalero, y a ella la mira al pasar sonriendo. Sonreía él, al ver pasar a su hijo pequeño. Que más da su nombre, hay así tantos setelineños.

Los pasos, subiran las últimas cuestas de este año. Con el Cristo Resucitado volverá la quietud infinita de una tarde agonizando. Correrá la memoria el velo de lo pasado y se sumergerá en un largo letargo. Después, el trabajo diario. Se secarán las mieses, se caerán las hojas del árbol, se derramará el agua por los tajos y al sol de primavera, una tarde, cuando la luna llena, romperá la quietud de la sierra, los redobles de un tambor y los ecos de una corneta.