San Mateo, La conquista


La conquista de Setenil por los tropas cristianas contada por los cronistas reales:

COMO EL REY TOMÓ LA VILLA de Setenil



Crónica de los Señores Reyes Católicos DON FERNANDO Y DOÑA ISABEL DE Castilla y de Aragón.


Escrita por su cronista Hernando del Pulgar


Capítulo XXXIV



Porque el tiempo del verano duraba para poder estar gente en el campo, acordaron en su Consejo el Rey é la Reyna de no dexar pasar el tiempo sin facer otra entrada, é poner sitio sobre alguna villa de Moros. E como quier que ovo diversos votos entre los capitanes que en esto entendían, porque unos decían que debían poner sitio sobre Cambil que es cerca de Jaén. otros decían que se debía poner sobre Montefrío, unos sobre Illora; pero al fin acordaron que se debía poner cerco sobre Setenil, por muchas razones que mostraban ser esta villa más provechosa que las otras, si se pudiese haber, por la seguridad que los Cristiano habían, é por el daño que los Moros recibían si se ganase. E como quier que la plática de estas cosas era secreta en su Consejo, pero aquella que determinaban facer estaba mucho más secreto, porque ninguno sabia la final determinación salvo muy pocos.Habido ese acuerdo, luego el Rey partió de la cibdad de Córdova con toda la gente de armas de su hueste, y embio delante al Marqués de Cádiz: el qual con dos mil homes á caballo fué muy presto a la villa de Setenil, por guardar que los Moros no se proveyesen, si oviesen aviso del camino que el Rey llevaba para la cercar. Otrosi mando llevar el artillería, é como llegó el Marques tomó algunos Moros que andaban en el campo; de las quales sopo como en la villa no había otra gente, salvo el Alcayde é los vecinos de ella, pero sopo que eran asaz para la defender, é homes cursados en la guerra para pelear. E luego el Rey vino con toda su hueste, é asentó su real bien cerca de la villa; é porque los caminos eran fragosos por do habían de pasar los carros en que iba el artillería, mandó que viniesen adelante alguna gente de peones con picos é palas de fierro, é otros aparejos para allanar los lugares altos e fragosos por do pudiesen pasar. Los Moros veyendo la villa cercada de todas partes, salieron algunas veces á escaramuzar con al gente que estaba en la guarda; pero visto los daños que los tiros de pólvora facian en ellos, acórdaron de no salir mas á la escaramuza, é cerraron todas las puertas de la villa, é tapiáronlas por de dentro, é acordáron de defender el muro é las torres. I por esta causa la gente de la hueste estaba segura de los Moros, que no tenían por do salir á pelear con la gente del real: el qual estaba muy abastecido de todas las cosas necesarias, porque la Reyna cambió oficiales é provisiones é las otras cosas que eran menester para la hueste en grand abundancia. Otrosí embio las seis tiendas que se decían el hospital de la Reyna para los dolientes é feriados, segun lo acostumbraba embiar á los otros reales. Asentadas las lombardas gruesas, el Rey mandó que tirasen á dos torres grandes que estaban en la entrada de la villa; é como tiráron por espacio de tres días, luego las derribaron con un gran pedazo del muro. Y entretanto los otros tiros de cebratanas é pasabolantes é ribadoquines, tiraban á las casas de la villa, é matabanlos homes é mujeres é niños, é derribaban las casas. E tan grande temor pusiéron los tiros de pólvora, é tanto daño y estrago facían en los Moros, que no lo podian sufrir, ni tenian vigor para pelear, ni para se defender. E demandaron partido el Rey que les salvase las vidas é las haciendas, ó les diese libertad para ir en salvo do los ploguiese. El Rey otórgoles seguridad de las vidas con todo lo que pudiesen llevar: e luego el Alcayde é todos los Moros entregaron la villa al Rey. E mando a dos capitanes que con las gentes de sus capitanías fuesen con el Alcayde, é con todos los moros, a los poner en salvo en la cibdad de Ronda. Y el Rey entró en la villa, é mandó reparar las torres é muros que habían derribado las lombardas, é fizola bastecer de pertrechos é bastimentos é de las otras cosas cosas necesarias. E dexo por capitan mayor á Don Francisco Enriquez con doscientos homes de caballo, é con la gente de pie que fue necesaria para la guardar. E luego fué con toda su hueste para la cibdad de Ronda, que es a dos leguas de Setenil, é fizo talar los panes é viñas é olivares é los otros frutales que estaban a una legua en circuito de aquella cibdad. Sabido por la Reyna como la villa de Setenil tan presto fue tomada, ovo gran placer: porque fue cercada por algunos Reyes pasados en otros tiempos,é como quier que había durado el sitio sobre ella mucho tiempo, nunca se pudo tomar, é acordó ir a la cibdad de Sevilla. El Rey que había salido de la tierra de Moros, vino á ella al camino, é ámbos entraron en la cibdad, donde estuvieron el invierno, proveyendo en las cosas necesarias ansí a la buena gobernación de sus Reynos, como á la guerra de los Moros, é al abastecimiento de las villa que eran tomadas, é de las otras gentes que estaban puestas en la frontera. En ese tiempo los capitanes que dexaron en Alhama, y en Alora, y en Setenil, continuamente facían entradas en tierra de los Moros; é les facían tanta guerra, que estaban oprimidos, é no tenían aquellas fuerzas que solian para entrar a facer guerra en la tierra de los Cristiano por aquellas partes. É muchas veces ofreciéron gran número de oro en parias al Rey é á la Reyna, é que el REy Moro sería su vasallo para los servir, segun lo habían sydo algunos Moros del Reyno de Granada de los Reyes de Castilla sus antecesores. Pero porque su proposito, según habemos dicho, era de conquistar todo el Reyno de Granada, no lo quisieron aceptar.E mandaban a sus capitanes e gentes que favoreciesen al Rey moro contra el Rey su padre segun gelo habían prometido. Los Moros considerando que aquel Rey moro recebia ayuda de los Cristianos, e recelando que los metería en su tierra, aborrescíanle, é aparrábanse dél, y estaba retraido en la cibdad de Almería.



Setenil en el Civitates Orbis Terrarum

Guerra de Granada por Alfonso de Palencia




Alfonso Fernández de Palencia (Palencia, 21 de julio de 1423​-Sevilla, marzo de 1492

Terminó siendo cronista oficial de la reina Isabel tras su subida al trono en 1475.

Una de las importantes obras de Palencia es la denominada Anales de la Guerra de Granada, que narra los acontecimientos ligados a esta guerra desde su inicio hasta la toma de Baza en 1489. Su traducción al castellano fue publicada por Paz y Meliá en 1909.





La conquista de Setenil


“ Así, pues, D. Fernando, que prefería los sitios de las poblaciones del enemigo como más eficaces para quebrantarle, reunió para ello numerosas tropas de Andalucía y dio orden de que las acompañaran artillería y máquinas de guerra. Luego, a principios de Septiembre, marchó a Córdoba con intención de sitiar a Setenil, siguiendo el parecer del Marqués de Cádiz, que antes había insistido mucho por que se pusiera cerco a Alora. Aquella villa, muy fuerte por su situación, había sufrido largo asedio cuando D. Fernando, después de la toma de Antequera, gobernaba en Castilla durante la menor edad de D. Juan II, y los sediciosos propósitos de los Grandes le habían obligado a levantar el sitio. Pero el Marqués, con su pericia militar y previendo el apuro de los de Ronda, había aconsejado con gran acierto al Rey que en aquel fin de estación no debía acometerse otra empresa sino el sitio de Setenil. En su favor aducía el Marqués muchos argumentos que destruían las objeciones de algunos Grandes. El resultado vino a comprobar las acertadas previsiones del avisado Marqués.

A él y a D. Pedro Enríquez, adelantado de Andalucía y tío del Rey, les encargó que, simulando determinada marcha del ejército, reuniesen con las tropas de Sevilla las de Jerez, Carmona y otras próximas, a fin de cortar repentinamente el avance a cualquier socorro que los montañeses pretendieran enviarles cuando se dieran cuenta del verdadero objetivo de los cristianos. Cumplieron al punto los dos caudillos estas órdenes, y quiso la suerte que aquel mismo día algunos principales rondeños que habían acudido a negociar con los de Setenil y que, como tiempo antes los cobardes vecinos de Alora por haberse entregado al rey don Fernando, habían incurrido en el desprecio de sus correligionarios, corriesen también igual desgraciada suerte, porque ni podían volverse a sus casas, ni esperaban recibir auxilio alguno de otra parte si D. Fernando se presentaba allí con su ejército.

Vino, en efecto, al día siguiente, y arrebató a los cercados toda esperanza de socorro. A poco llegó la multitud de carros con la artillería y las terribles máquinas de guerra, y bien pronto aumentó el espanto de los moros defensores el horrísono fragor de las bombardas; el gran destrozo que sus tiros causaban en la parte del muro que suponían más resistente, y el ver a las mujeres y a los niños pedir con desgarradores lamentos que al menos les perdonasen la vida. Mas los Grandes del séquito del Rey, ignorantes del terror de los cercados, al ver la fortaleza de la posición, dudaron de que pudiera tomarse, y considerando el mal aspecto de la guerra en el caso de tener que levantar el sitio, murmuraban entre sí, y a veces hacían llegar a oídos del Rey cuán desacertadamente había obrado el Marqués de Cádiz, a pesar de su previsión y de su pericia militar, al aconsejar una empresa dificilísima, de éxito funesto, y que sobre los grandes dispendios consumidos en vano, serviría para dar más alientos al enemigo, e inspirarle un desprecio de nuestro poder, muy perjudicial para lo sucesivo.

Llegaron estos rumores a noticia del Marqués, y hallando a los Grandes reunidos en presencia del Rey, les dijo que había sabido cómo los caballeros más avisados e ilustres por su grandeza de ánimo, aseguraban que aquel sitio propuesto por él era ocasionado a gravísimo peligro, al menos por la ninguna esperanza de terminarle con fortuna, y que además procuraría grandes ventajas al enemigo, al paso que acarrearía muchos daños y mucha deshonra a los Reyes y al nombre cristiano. Por esto no negaba él que, atendiendo a las circunstancias, debiera preferirse a esta empresa cualquiera otra propuesta por los consejeros; pero que se maravillaba del juicio de hombres tan versados al reputar desacertado el plan porque a los primeros ataques no se hubiese tomado una villa tan fuerte por su situación y defensas, y llamar vergonzosa tardanza al transcurso de tres días, cuando en tiempos antiguos el tesón de los cristianos había resistido durante más de veinte meses contra defensores más pujantes y ante murallas más fuertes, hasta conseguir la rendición de la plaza. Pero, a fin de que la posible prolongación del sitio no diese mayor fundamento a las censuras, suplicaba humildemente al Rey, caudillo a la sazón de tan numeroso ejército, que reforzara con algunas tropas las del cerco y le diese la artillería de que pudiese prescindir por el momento, y así, mientras el Rey con el núcleo del ejército, emprendía otros sitios más fáciles, él quedaría con el empeño de dar cima al que había aconsejado, y de experimentar a su riesgo si debía o no haber meditado mejor el plan propuesto al Rey.

Al llegar aquí, el prudentísimo y bondadoso D. Fernando interrumpió acertadamente al Marqués diciendo que él no había oído a ningún detractor de aquel prudente consejo, ni había ocurrido nada que justificase la censura; antes, todo marchaba más felizmente de lo que él esperaba; que era escaso el tiempo transcurrido desde que se estableció el cerco, y que los esforzados caballeros debían emplear mayor transcurso de tiempo y arrostrar mayores peligros hasta rendir la villa; que ya hablaba bastante en favor de las previsiones del Marqués el haber estorbado con su repentina llegada la de cualquier auxilio para los moros, haciendo imposible la entrada de ningún enemigo en la plaza, ni la salida de ningún vecino antes de estar a la vista el ejército entero y de que se hubiese infundido terror a los cercados con emplazar la artillería en el puesto elegido. Y si por caso se prolongaba la toma de la villa, ninguna censura merecerían por ello los dignos consejeros, porque los empeños de la guerra exigen disposiciones estratégicas, cuidados diligentes, esfuerzo de ánimo, resistencia en los trabajos y anhelo de gloria, y el empuñar las armas no asegura el éxito mientras dura la lucha, por lo cual, quien desease hallar su camino libre de dificultades, debía emprender cualquiera que no fuese el de la guerra. Así, todo el que no quisiera merecer el dictado de apático o cobarde y cuantos estaban obligados a tomar parte activa en aquel sitio, debían persistir firmemente hasta el fin en el empeño comenzado, puesto que, a ejemplo suyo, a los esforzados la crítica más los estimula que los perturba, y todo mérito podía contar con el premio debido.

Dichas estas palabras por el Rey con digno y mesurado continente, todos se mostraron más resueltos para combatir a los moros, y bien pronto sus esfuerzos se vieron coronados de éxito, porque al día siguiente, desde las almenas, pidieron los cercados seguro para capitular. Concedióseles, y en presencia del Rey se discutieron largamente las condiciones. Pidieron los moros, antes de abandonar sus casas, crecido rescate por la libertad de sus cristianos que de largo tiempo tenían cautivos; pero el Rey, que en cuanto llegó ante las murallas había hecho pregonar repetidas veces que si los cercados tenían en algo las vidas de sus mujeres e hijos y de todos los inermes, se guardasen mucho de tratar mal a los cautivos con motivo del sitio, no consintió oír hablar de rescate. A las demás peticiones dio más generosa respuesta. Permitió a los moros marchar seguramente adonde quisieran, y les prometió la escolta suficiente para el camino. Asimismo les concedió llevar en sus acémilas cuantos bienes muebles deseasen, y hasta les ofreció proporcionarles otras en caso que las necesitasen para aquel objeto. En cuanto a las demás provisiones que tenían escondidas para atender a su alimentación durante mucho tiempo, consistentes en trigo, cebada, habas, lentejas, garbanzos, maíz y otras varias, como lo repentino de la marcha no permitía hacer una detenida distribución, y como la cantidad superaba con mucho a la calculada por los nuestros, se determinó abonar a los moros una cantidad moderada y ofrecerles, además, espontáneamente, algo más a modo de indemnización por los cautivos.

Con esto, los de Setenil no se cansaban de ensalzar la benignidad, generosidad y lealtad perfecta del Rey, dotes dignas de un excelso Príncipe. El 20 de Septiembre se rindió la villa. El Rey concedió a un moro mayor recompensa que a los demás por haber tratado más humanamente y alimentado mejor que los otros a un noble cautivo cristiano. Dejó confiada la defensa de Setenil a su tío D. Francisco Enríquez; dio el Adelantamiento de Andalucía a D. Pedro Enríquez, hermano del anterior, y dispuso que quedaran con él 150 jinetes y unos cuantos peones. Luego se repararon las murallas destruidas por las bombardas y se fortalecieron como nunca lo habían estado todas las demás defensas; se condujo a los moradores de Setenil a los lugares por ellos elegidos, y se licenció la caballería de Ronda que había acudido al sitio.”




De la toma de Ronda


Creyendo los nuestros que los moros no habían huido, sino que permanecían callados, preparando alguna repentina salida, un soldado animoso, llamado Fajardo, se atrevió a subir por el muro hasta una brecha por donde pudiese averiguar la causa del silencio, y halló desamparado el arrabal y que la multitud de los que antes le defendían corría a la otra parte de la ciudad, donde el de Benavente tenía su estancia, atraídos por los gritos de las mujeres y de los niños, que falsamente decían que los nuestros habían entrado por otra puerta. Tomados así los arrabales, los sitiados, siguiendo el consejo del alguacil Mahomad el Cordi, primo de Hamete el Cordi, de los más acaudalados vecinos de Ronda, y a quien se había encomendado el absoluto gobierno y la defensa de la ciudad, decidieron rendirse bajo las siguientes condiciones: El rey Fernando les daría por el rescate de los cautivos cristianos 60.000 doblas o ducados; los rendidos podrían llevarse todos sus bienes muebles; se les señalarían tierras fértiles y morada en los lugares libres de guerra; se les aseguraría contra todo ataque y ofensa y se les suministrarían generosamente provisiones. El Rey mandó responderles que accedía a todo, pero que necesitaba saber con exactitud el número y la condición de los cautivos; porque si, contra lo que hizo pregonar ante los muros de Ronda el día de su llegada, se habían atrevido a atormentar o a dar muerte a algún cautivo, podían tener por seguro que tomaría venganza de la sangre derramada. Por tanto, si le manifestaban los nombres de los cautivos, podían confiar en el buen éxito de todas las demás peticiones. Inmediatamente contestaron que los cautivos eran 300, y señalaron su condición y sus nombres; y ante la orden del Rey de dejarles salir libremente si querían obtener las otras condiciones, aceptaron y le proclamaron vencedor el 23 de Mayo, día de Pentecostés del año 1485, para alabanza del Omnipotente, que, así como nos redimió con su sangre, así se dignó redimir aquel día de miserable