El Setenil de 1905


El Setenil de 1905


desde las crónica de Manuel weis


Primeras impresiones

Setenil 29 de Setiembre.


Tres diferentes líneas de ferrocarril y una cabalgadura es necesario utilizar para llegar desde Madrid á Setenil, recóndito pueblo de la provincia de Cádiz y uno de los más pintorescos y característicos de la tierra baja de Andalucía. El viaje, aun utilizando la más rápida combinación de trenes, no se lleva á cabo en menos de veinte horas, que son, precisamente, las que he necesitado invertir para llegar á este pueblo donde, desde hace pocas horas, me encuentro.




DESDE SETENIL

Setenil 29 de Setiembre.


El pueblo de Setenil no aparece a la vista del viajero hasta que éste llega al fondo del inmenso barranco, del tajo profundo, dentro del cual y por encima del que se asienta la más extravagante y pintoresca agrupación de viviendas humanas.


Figuraos un ancho río que hubiera empobrecido hasta convertirse en un arroyo mísero y fangoso.


Imaginad que en tiempos remotos, acaso prehistóricos y durante siglos y siglos, la corriente impetuosa y constante de las aguas hubiera socavado las laderas del barranco que sirve de lecho al río, hasta el punto de formar en una,y otra margen dos enormes cornisas de roca.


Colocad bajo la concavidad de esas cornisas que amenazan aplastar las calles empinadas, casitas alegres, de fachadas azules y rosadas, humildes chozas y silos tenebrosos, y por encima de esas calles y de esas casas, en laberíntica y ascendente espiral, otras calles y otras viviendas y las ruinas de un castillo y los muros morenos escarificados, vetustos, de una iglesia con. apariencias de mezquita..


Y con todos estos elementos escenográficos y arquitectónicos no podéis formar sino idea muy remota del aspecto, de la estructura, del sorprendente panorama de Setenil, visto desde su entrada por la senda, casi imperceptible, que de la estación ferroviaria conduce al pueblo.


Vadeando el sediento arroyo se entra en la población por su calle principal, llamada de Ronda, una calle cubierta á trechos por la techumbre de roca de la consabida cornisa.



El cabo Romano.

Selenil 30 de Setiembre


-—¿Es verdad que al «Vivillo» se le conoce mucho en Setenil? (Pregunta el periodista al cabo de Setenil, Romano de apellido, mientras le entrevista en el cuartel)

—.Sí, señor, ha venido aquí con frecuencia. Precisamente acostumbraba á parar en la posada' donde está usted ¿no se aloja usted en casa de la Victoria?



Confidencias.

Setenil 30 de Setiembre.


La posada, silenciosa durante el día, se había animado mucho aquella noche después de la cena. Por el portón, de par en par abierto, entraban y salían los huéspedes, los traginantes y también los vecinos curiosos que, con cualquier pretexto, acudían á ver al «señor forastero», al periodista que había venido ¡desde Madrid! para enterarse de lo que le había ocurrido á Pedro Guzmán con el célebre «Vivillo» en el camino de Villamartín. La luz blanca y vivísima que brotaba de un mechero de acetileno pendiente del techo, resbalaba por las blanqueadas paredes del portal y sobre el oscuro trozo de calle qué servía de© fondo al marco de la puerta, veíanse cruzar sombras humanas, femeninas siluetas, que iban y venían por aquella vía principal donde se hallan establecidos los pocos comercios de Setenil. En al espacioso portal, de suelo empedrado en el centro y embaldosado en los márgenes, comenzaban á extender sus zaleas y á preparar sus lechos improvisados los madrugadores arrieros, en tanto que el «cosero» desalbardaba su mulo y el mulo olisqueaba, alargando el pescuezo, la mesilla en que despachaban la cena dos quincalleros ambulantes. De un local inmediato que forma parte de la misma posada y hace las veces de café y casino, partía el confuso rumor de voces que discutían, charlaban y reian dominadas intermitentemente por el sonido inequívoco de las bolas de billar al chocar entre sí. Antes de retirarme á mi habitación, donde las virginales cuartillas me esperaban me había situado en el umbral de la puerta de la calle. La noche, clara y templada, parecía u n a noche de primavera. A la luz vacilante de un farol próximo contemplé ensimismados á dos novios que, en la reja de una casa frontera, pelaban la pava. Del galán sólo se percibía la escorzada figura, indolentemente apoyada en los barrotes de aquella cárcel de amor, y la tapa de un sombrero de los que por aquí denominan «hongos» y en el resto de España llaman cordobeses o sevillanos. De la festejada moza pude ver, aunque confusamente, el torso vestido de claro y la cabeza coronada de negros cabellos, entre los cuales blanqueaba una flor que no tardó en ir á para r á los labios del tenorio de chaquetilla corta.


Empezó a subir los tramos de madera que conducen al piso superior de los dos que tiene la posada.


La manera misteriosa de invitarme aquel hombre á que le acompañase, me sorprendió un tanto, pero eché tras de él hasta que llegamos .á una habitación, especie de sala de paso, en cuyas paredes se abren las puertas de varios cuartos de hospedaje, entre ellos el que yo ocupaba. Con otra seña me hizo indicación aquel desconocido para que me sentase junto á una mesa que había en el centro de la habitación. Dio dos sonoras palmadas, presentóse el mozo del establecimiento, y con cierto aire de autoridad, pidió dos copas de aguardiente, que pocos instantes después teníamos ante nosotros. Desapareció el camarero de guayabera y «hongo» que nos había servido las copillas, y quedamos solos, frente á frente, el misterioso visitante y yo.


Iba bien vestido á la andaluza, y su rostro, afeitado completamente, lo mismo podía pertenecer á un labrador acomodado de aquellos contornos ó a un contrabandista de los muchos que suelen verse por Setenil.


Cuando atravesaba de nuevo el espeso encinar que separa el pueblo de Setenil de la vía férrea de Algeciras, por la cual había de emprender mi regreso a Córdoba, sentí las pisadas de un hombre que caminaba detrás de mi caballo.

EL RETRATO DE JOSE CAMPÚA

El 19 de Octubre de 1905, otro periodísta y fotógrafo, se acerca igualmente a Setenil con el fin de documentarse acerca del suceso con el vivillo, de ese reportaje contamos con las primeras fotos de Setenil. A continuación adjuntamos las cuatro pagínas que publicaba la revista EL NUEVO MUNDO (Madrid).