La frontera


En qué Setenil fue árabe, estamos todos de acuerdo, no sólo por su fisonomía, sino porque multitud de documentos lo avalan desde aquella primera referencia escrita de 1238.


Otros, han creído ver un pequeño foro en ese círculo que puede apreciarse en los cortinales con diversas aplicaciones informáticas, así como también la distribución espacial urbana típica de las urbes romanas

Son aquellos, con conocimientos para sostener sus hipótesis, los que igualmente señalan que con el declive del dominio romano el lugar de esta pequeña urbe pasó a manos bizantinas mientras que la vecina Ronda quedaba en poder de los visigodos y por tanto estas tierras pasaban a convertirse en la frontera entre ambos reinos.


Debía ser su sino, porque siglos más tarde bajo dominio árabe, Setenil vuelve a verse en una encrucijada semejante. Efectivamente, transcurría el año 1327 cuando Alfonso XI “el justiciero” gana la plaza de Olvera, mientras que la inexpugnable fortaleza setenileña queda en poder de moros infieles para constituir durante casi 150 años la frontera del reino de Granada.


Que nadie imagine esa frontera como una delimitación clara y definida entre ambos territorios, sino que se trata de una vasta extensión de tierra en la que si bien se conoce su pertenencia a uno u otro lado, no deja de ser tierra de nadie abierta a innumerables rencillas y asaltos.


Setenil es finalmente conquistado en 1484 y rápidamente se acomete el repartimiento de tierras y casas, que entre a otros se darán a “cristianos viejos” dado la importancia de la plaza conquistada.


Mientras, el torreón, la otrora Torre del Homenaje, insignia altanera de la alcazaba de la fortaleza setenileña, muestra sus heridas y mutilaciones de guerra, la mezquita a sus pies se transforma en iglesia mudéjar, cristiana al fin, y así la hoy llamada calle villa pasará a convertirse en la indeleble frontera entre la principal construcción infiel viva y la nueva iglesia.


Será pocos años más tarde , cuando aquella mezquita convertida en iglesia mudéjar, se empezará a convertir en la Iglesia que vemos, irá desapareciendo a los pies de la torre para emerger nuevamente convertida en una nueva iglesia con aires catedralicios que empieza a competirle en altura y majestuosidad.

Durante casi cinco siglos torreón e iglesia languidecen al unísono acusando el implacable devenir del tiempo, mientras, entre ambas la calle que los separa permanecerá fiel a su trazado original.


Frontera en el tiempo, de un lado el cubículo del Torreón, estandarte de la inexpugnabilidad de aquel Setenil en los confines de tierra infiel, estoico aún, dominante desde la altura de sus maltrechas piedras, sobrio e introvertido. Del otro, La Encarnación, desafiante ya desde el mismo nombre, salvaguardada como guardianes por los contrafuertes, extrovertida en sus ventanales, altanera, fagocitando el mismo horizonte que se entiende a sus pies.


Y es ahora, tan sólo quinientos años después, cuando a ambos lados de esta imaginaria frontera de la calle villa, que vuelven a mostrar sus mejores galas, Torreón e Iglesia renovados, rejuvenecidos, relucientes, engalanados de madurez, altivos, majestuosos y desafiantes entre sí.