Te juro que no estaba bolo
Rafael Francisco Góchez
Rafael Francisco Góchez
El pueblo unido jamás será vencido. ¡El pueblo... unido... jamás será vencido!
Y en el puente, justo sobre el puente estaban. Allí: allí estaban. Seguro que sólo quieren asustarnos. Pero no, no... el puebl... no pueden ser capac... unid... no es posib... jam... no es posible que... será venc... no... unidojamásserávencido... no pueden ser capaaa... pa-pa-pa... ¡Nooo...!
Y los disparos y los gritos y la sangre... las tanquetas y los gritos y la sangre... los gritos las tanquetas los gritos y los muertos los gritos y la sangre... Diez años hace...
¡De todo eso acuérdense ahora! ¡De todo eso que pasó y que no puede quedarse así nomás! ¡Porque el color de la sangre jamás se olvida! ¡Compañeros caídos en la lucha: hasta la victoria siempre!
Todo eso daba vueltas en tu cabeza. Las palabras, los sonidos, los recuerdos. No terminabas de entender ¿qué...? ¿Dónde estaban tus compañeros? ¿Dónde los enemigos? ¿Acaso... acaso estabas presa? ¿Qué iban a hacerte? ¿Lo mismo que a la compañera Luz? ¿Te violarían...? Pero te equivocaste: no era la cárcel. Era la hierba, el suelo, las hormigas, la noche, los grillos, las estrellas.
Te acordaste de lo que pasó. Sí, claro: es que cuando iban rumbo al objetivo, cuando ustedes se lanzaron al ataque sobre el camión de guardias, cuando comenzó la emboscada y el enfrentamiento, entonces fue que sentiste ese piquete cerca de la boca. Dormida sentías ahora la mejilla.
Sacaste tu mano del olvido y lograste despertarla. Pero, pero, ¿qué...? No, no puede ser. ¡Cuánto dolor, cuánto dolor! Ayyy, ayyy. Pero los ayes no sonaban como querías. Eran más bien “ooo, ooo”. Te tocaste las encías sin querer. ¿Por qué? ¿Por qué, si querías tocarte la mejilla? ¡No hay mejilla! ¿Dónde está? ¿Por qué no hay mejilla? ¿Por qué no está donde debería? ¿Por qué sentís tus dientes como granitos de grava? ¿Por qué...? La luz, la luz ya viene. Ya vas comprendiendo, ya está amaneciendo.
¿Qué hay del otro lado de tu cara? Te atravesás con el dedo toda tu boca. Ahora descubrís, ahora sentís ese sabor oxidado, ese sabor oxidado de la sangre. Es sangre, sí; parece, efectivamente, que es sangre lo que sale de tu boca. ¿O no...? ¡No, no es de tu boca!: es de tus mejillas, o de lo que fueron tus mejillas. ¿Cómo te pudo pasar...?
¡Ah!: recordás más. Recordás que, después del piquete que sentiste cerca de tu boca, sentiste otra cosquillita cerca de tu estómago y te caíste. Rodaste y los disparos se desvanecieron, se perdieron bien lejos, bien lejos. Y luego, luego comenzaste a recordar. El pueblo... unido... etc. Hasta ahora descubriste que te habían herido, que te caíste en una quebrada, que habías pasado a saber cuántas horas allí.
La sangre está enredada en tu pelo. Tu pelo largo parece brocha gorda con pintura roja, así como aquella que ocupabas para poner BPR LIBERTAD PARA EL COMPAÑERO... Brocha gorda, pero no es de pintura: es de sangre. Fijate para lo que puede servir el pelo largo: ¡para ser brocha gorda!
Ahora querés levantarte. Tus piernas están allí, unidas a tu tronco. ¡Están unidas! ¡Qué alivio! Querés moverlas, ¿podés...? ¡Sí, podés! El dedo gordo, el dedo chico, todos están allí. Los doblás. Sigue el dolor, pero podés doblarlos. Te querés parar.
Tus manos, ¡pues claro!: si pudiste darte cuenta de lo de tus mejillas, es que tus manos estaban allí. Por lo menos estás consciente, podés mover manos y piernas. ¿Te levantás? ¡Levantate! Arriba... vueltas... todo da vueltas... te caés... te levantás... te caés... te levantás... ¡te levantaste!
Sí, pero te duele. La sangre tiene un sabor muy feo. Es algo así como si pudieras saborear todo lo sucio de la muerte. ¿Quién dijo que sólo el color de la sangre jamás se olvida? También el sabor: es muy feo.
Mirás alrededor. No hay nadie. Tu equipo... ¿dónde está? ¿Dónde quedó toda la munición, el FAL, dónde, dónde...? No hay nada. Pero acordate, acordate de que tenés manos y pies y tronco y pecho.
¿Qué es lo que te duele en el estómago? ¡Revisate! Revisate bien. Sangre, más sangre. ¡Cuánta sangre tenés adentro del cuerpo! Sólo hasta ahora que se te estaba saliendo te diste cuenta. Es bastante. ¿Mucha? No: es poca. Sale de tu estómago. Tenés una herida, un rozón.
Te duele, te duele y te cuesta caminar, estás débil, pero tenés que moverte. ¿Para dónde vas a caminar? ¿Para el norte? ¿Para el sur? Mejor caminá para el occidente, por ahí debe ser.
La sed... la sed... la sed... cómo molesta la sed. Querés tomar agua. ¿Podrás...? Quisiste, pero no podés. Te duele toda la boca, toda la boca llena de sangre, ¿o era agua? Probablemente era una mezcla. Se te sale el agua por los hoyos en los cachetes, o donde antes estaban. No podés hablar. No podés tomar agua. Pero... ¿te fijaste? ¿Te fijaste en el reflejo del agua? ¡No! ¡Sí!: sos vos. Mirá cómo quedaste. Mirá cómo quedaste, no podés ser vos. Estás horrible. Sos un monstruo. Eso: como los monstruos que salían en las películas que ibas a ver al cine cuando chiquita. ¿¡Sos vos!? No puede ser.
Te duele, te duele mucho el estómago, la boca, el agua te duele, y te duele porque allí estabas vos, fea, deshecha, sin boca, sin dientes. Seguramente era bala explosiva la que te pegó. Sí, de seguro, y reventó allí.
Con el cansancio te das cuenta de que te cuesta respirar. Te mareás un día caminando. Un día caminando y no encontrás nada. ¿Estás caminando?. Todo está quemado, quemado. ¡Pero si aquí antes había un cantón! Ahora no hay nada. Ahora sólo unos zopes y unos chuchos comiendo carne podrida. Pero no es carne podrida, ¡es gente! Es gente que antes estaba viva. Ahora todos están muertos. Ya anochece. Ya anochece y todos están muertos. Deben tener por lo menos unas dieciocho horas, porque ya hieden. ¿O sos vos? ¿Son los muertos los que hieden o sos vos? ¡Te estás pudriendo! ¿O son los muertos? Deben ser ellos.
¿Y los ranchos? ¿Dónde están los ranchos? Ya sólo queda ceniza, desorden, destrucción; deben haber sido bombas. Pero los muertos están muertos y fueron matados a balazos. Balazos y bombas. ¿Se habrá escapado alguien? ¿Se habrá escapado alguien? Hay muchos muertos, muchos muertos, muchos muertos...
Debés curarte. Debés curarte. Al fin y al cabo, querés seguir viviendo. ¿Querés seguir viviendo? ¿Cómo te vas a ver después? ¿Podrás hablar...? Ni siquiera lo has intentado. Sólo algunos gemidos has dado, no las palabras, no las ideas, no las preguntas, no los datos, no las respuestas, no nada...
Pero, ¿te acordás? Cerca del cantón, o de lo que fue el cantón, había una carretera, un camino, algo. Ya anochece, ya anochece. ¡Apurate! Debés encontrar alguien que te ayude. Sólo necesitás que te curen. Ya te estás acostumbrando a tragar sangre. Tu cuerpo tiene mucha sangre adentro y vos te la estás tragando. Pero ya no se te sale del estómago. Ya parece que paró de sangrar. Ya la sangre que te estás tragando se va quedar adentro de vos, ya no se va a salir. Ya es poquita la sangre que sale y entra de tu cuerpo.
Cuerpo... cuerpo... tu cuerpo... tu cuerpo es bonito. Siempre te lo dijeron en el campamento y siempre te lo dijo el Juan, tu compañero. Y ahora, ¿qué diría si te viera así? ¿Cómo se sentiría?
¿Ya ves...? ¡Ya la regaste! Ya te acordaste de lo que no te tenías que acordar: del Juan, del Carlos, del Ramón, de la Paz, de la Sonia, de tus compañeros. Y a ellos, ¿qué les pasó? Cuando te levantaste no viste a ninguno cerca. ¿Habrán realizado la emboscada? ¿Estarán vivos? ¿Dónde estarán? Seguís caminando. ¿Dónde estarán? ¿Habrán regresado al campamento? ¿Los estarán siguiendo? Pero debés curarte. Caminá, aunque te cueste.
Tapate la cara con el pañuelo. Sí, vas a sentir algo de alivio, ¿o no...? El dolor, el grito, el odio... pero sentís alivio al ponerte el pañuelo en la cara.
¿De qué color es el dolor? ¿Es negro, gris, rojo? Yo creo que es de color crack. Sí, de color crack. ¿Y cómo es ese color? Es algo así como cuando sentís ese crack gigantesco, como si se rompe la carne, como si se rompe la persona, es un crack como de hueso roto, de carne rota, de boca rota, de todo roto: de mundo que se rompe.
Seguís caminando. Caminá, caminá. Ya vas a llegar. Ya anocheció. Deben ser las seis y media o las siete. Pasaron unos pericos volando hace un rato. Ya el verde de los pericos pasó, ya pasó el rojo de la sangre, ya llegó el negro de la noche.
Ya estás en la carretera. Ya llegaste... ¿a dónde? ¿Llegaste ya o acaso es el principio? El camino al que llegaste, ¿es el final o es el principio? No sabés. Pensá bien en eso. El camino, ¿era tu meta o era tu principio? No se ve ni un alma ni un cuerpo, ni una persona ni nada.
Caminá: alguien tiene que pasar. Siempre hay gente que viaja. Caminá. Ves una luz. ¡Sí, es cierto: es una luz que alumbra por detrás! Le pedís ayuda, le pedís ray, pero no te quitás el pañuelo de la cara. Sentís alivio, además que ya se te pegó. Ya la sangre y el pañuelo son una misma cosa. Pedís ray, pedís ayuda, pedís jalón. “Pare, por favor”, pensás; “por favor, deténgase, pare...”
—Mirá, vos: una mujer. ¡Pará, pará! ¿Qué andará haciendo aquí a estas horas?
—¡A saber! Quizá anda buscando marido, ¡ja, ja!
—Tiene buen cuero, mirá. ¿Y la cara cómo es?
—No sé, no la miro bien. Bajémonos, a ver qué ondas.
—Mirá: creo que tiene ojos negros. Es bonita. Conteste pues, hable, ¿qué podemos hacer por usted? ¿Qué quiere?
Y allí estuvo la jodida, porque quisiste hablar, que te entendieran. Ahora ya te diste cuenta de que no podías hablar, porque tu lengua no te obedecía, porque no tenías, no tenías mejilla, el cachete estaba en un hilito, no hay dientes, ni nada. Sólo un hueco, sólo un horrible ruido, un gemido, un ruido feo, feo.
Y te quitaste el pañuelo. Y te dolió. Se te había pegado un poco de carne y se te cayó, el pañuelo con la carne, el pañuelo y la carne. Sos la mujer a la que se le caen los pedazos de carne, la que asusta a los automovilistas, presentándoseles como mujer bonita, y a la que luego se le comienza a caer la carne. ¡Te lo juro Chepe: te juro que no estaba bolo! Vos viste también: toda la carne se le caía. Es cierto, yo también la vi: la carne se le caía. ¡Puta, mano: qué susto! No jodás, allí si me cagué del susto, allí si se me asustaron los frijoles... es que toda la carne se le caía... se le caía toda la carne... a la Descarnada...
Del libro ¿Guerrita, no?
UCA Editores, San Salvador, 1992.
© Rafael Francisco Góchez