101-B
Rafael Francisco Góchez
Rafael Francisco Góchez
¡Vaya la Quezalte Tecla, suba! ¡'Visa niño, que corren! ¡Buzo niño, que ahi viene el cincuenta y nueve! (cobrador más bullisto el cabrón).
Primera. Acelerón y clutch afuera de un solo. El niño de la señora cae y se desliza quince centímetros. Se detiene al topar con el canasto de la doña gorda, quien fácilmente ocupa el 74.7% del asiento para dos (ahora para uno y medio y la mitad de uno). El cipote se asusta. Comienza a chillar. La señora: “¡Ve que hombre más grosero, todo loco que maneja!”. Pensás decirle: “¡Achís, si no le gusta, compre carro!”. El cipote continúa utilizando su aparato respiratorio en combinación con sus cuerdas vocales (“Uaaa”). Ya te está desesperando.
Segunda. Acelerón de vergazo y clutch afuera de golpe. La señora del niño se desbalancea, pierde el equilibrio y cae. No se golpea: aterriza en las piernas de un tipo cara de piedra pómez, quien lee latinoticiasnacionales. Le arruga el periodiquito. La mira con cara de chucho aguacatero. La señora: “¡Ay, perdone, pero mirestiombrecomomaneja!”. Ahora sí, te vale verga: “¡Mire señora, deje de ir tirando habladas; si no le gusta, váyase a pata!”. La señora se ahueva. Si hubiera sido la gorda, la del 74.7%, seguro no paraba de putearte hasta el mero punto de la colonia y te amenazaba con que el marido es cuilio y qué putas se ha creído, viejo cerote (con el respectivo perdón para la estimada concurrencia, en especial si se trata de madres de familia con hijas en algunas prestigiadas instituciones exclusivas de señoritas, a quienes —por supuesto— no les permiten viajar en bus porque ¡Dios me guarde!).
El túmulo enfrente del Hospital Militar (el antiguo) te vale riata. El del último asiento salta y pega en el techo del bus (gran cocazo). Se soba (¡Ay, qué rico!). El de a la par no halla cómo disimular la risa.
Tercera. El mismo procedimiento antes utilizado: el motor del sardibús baja de rotación abruptamente, en pico invertido, y luego recupera la normalidad. Hoy no se cae nadie. Todos están debidamente agarrados (de donde sea). El acelerón no alcanza el amarillo del semáforo. Hay cuilios cerca, no vaya a ser. Frenón de talegazo. Oís —en medio del casete de “Los Bukis”— un discreto “ay” cerca del caño de la puerta delantera. En el retrovisor ves a una cipotía sobándose la frente. Alistás el acelerador y el clutch mientras cambiás el casete por uno de cumbias. Subís volumen. El ecualizador (en hamaca) satura los foquitos.
Verde, primera, acelerador, clutch, ¡sock! Cachimbazo del viejito aguado del quinto asiento de la columna derecha vista de frente. Colisión con el agarradero de aluminio sobresaliente del respaldo. Treinta metros en primera y frenón (otra vez) en la parada. El cobrador sigue con su “¡'Visa, 'visa, que corren!”.
Dos porrazos en la lámina exterior hacen saltar el niño dentro de la panza de la cipota (bien se nota que salió embarazada, dejó de estudiar y la casaron, la muy pendeja) del asiento inmediato. Primera. Etcétera. “¡Púyele, que atrás viene el cincuenta y nueve!” (el de los halógenos amarillos). Si lográs llegar antes al Salvador del Mundo, medio levantás el día. Los cuatro viajes anteriores han estado malos. Ya van saliendo los empleados. Segunda. Etcétera.
El timbre se alcanza a oír entre el chun-chucuchún del casete de cumbias. Desconectás el timbre para que no jodan tanto. Parás diez metros después de la parada, cuando el cliente ya tenía roja la mano de tanto pegarle a la lámina. Calculás medio pie afuera y... ¡Primera!, etcétera.
Ves por el retrovisor de la izquierda cómo el ex cliente levanta su brazo derecho con el dedo-medio sobresaliendo entre el índice y el anular doblados, después de levantarse del pavimento. Pobre cerote. La cagó. Te vale verga. El viaje hay que sacarlo luego. Necesitás bolas. El cipote con diarrea. Ya la zurran. Ni cuidarlo bien pueden. Segunda. Mujer inútil que sólo es reclamos y babosadas. Tercera. Quizá ya le contaron de aquel boladito que te salió hace unos días. Frenazo. Baje rápido, pues, y no ponga mala cara, vieja puta. Primera. Tanto que jode. Y ultimadamente, si piensa que vas a estarle dando explicaciones, que coma mierda. Al cipote bien lo puede cuidar tu nana. Aquel boladito está bien bueno. Segunda. Bien se ve que tiene experiencia, y no se jala para ponerse armas al hombro (quienes no sean vulgares, ruines y despreciables, favor abstenerse de la lectura de esta parte). Tercera. Cuando estaba joven, de boladas se le sentía gusto; pero hoy, ya toda así, está jodido. Toda inútil que salió. Sólo un hijo pudo darte. Mejor se hubiera palmado en el parto. Ya ni para eso sirve. Frenazo.
Le preguntás al cobrador si llenó de agua las pichingas. Te dice que no. Pendejo. Esta mierda ya se está calentando. Te va a dar mal de orín. Primera. Tenés ganas de mear. Segunda. No podés bajarte: el cincuenta y nueve viene atrás y, si te gana la parada del Salvador del Mundo, te jode el día. El indicador de la temperatura está acercándose a la zona roja (no rosa). A huevos tenés que parar en la gasolinera. Parás, le echás agua. El cincuenta y nueve te pasa. La cagaste. Llegó antes. Hoy sí que te jodió.
Pero todavía tenés la esperanza de La Ceiba. Tal vez. Primera, Segunda, Tercera, Cuarta. Lo talonéas. “Canal dos... ¡Nuay, niño: dele!” Te autoriza. Le pasás al cincuenta y nueve y agarrás pista. Le pitás “la vieja”.
De repente, un maistrito algo negro, de chumpa, con lentes oscuros, va de jalar el timbre, ya lo va a reventar. Te diste cuenta tres metros después de la parada del canal dos. El cincuenta y nueve siguiéndote a pocos metros. O parás y se baja el maistrito cara de caite y te pasa el cincuenta y nueve, o medio levantás el viaje llegando antes a La Ceiba. Ya oís la voz de la mujer diciéndote: “¿¡Qué no te dije que trajeras las medicinas para el cipote, vos!?” ¡Achís! Si no te alcanzó. El viaje estuvo malo. A puras cachas sacaste para la comida del día.
El maistrito te dice: “¡A la gran puta, ¿qué no va a parar?!”. ¡Ve pues! ¡Bravo el cabroncito! ¡Pues hoy lo jodés, chis! ¡Hoy no parás! ¡Problema de él si no buscó la salida a tiempo! ¡Para eso andás el machete a la mano! Si está con babosadas... “zinggg”
El maistrito no se avienta. Un cobrador con experiencia sí podría: primero el pie derecho (con el izquierdo es seguro platanazo en el pavimento). Acelerás. Quinta. El casete se termina y se enciende automáticamente el radio. Suena un gran rocón. “¡Pará, cerote!” ¡Coma mierda!. El cincuenta y nueve taloneándote a diez metros. El maistrito te putea, te jalonea. Le ofrecés el machete. Te vuelve a putear. Te la mienta. Te dice cerote y además culero. Te vale riata. Sacás el corvo. El maistrito saca una escuadra nueve milímetros. El cincuenta y nueve te pasó pitando “la vieja” por última vez.
Del libro ¿Guerrita, no?
UCA Editores, San Salvador, 1992.
© Rafael Francisco Góchez