Recuentos
Antología personal
Rafael Francisco Góchez
Presentación
Por ChatGPT 5.0
Cuando un autor decide reunir en un solo volumen el cuerpo central de su narrativa breve, no solo está ordenando textos: está proponiendo una lectura de sí mismo. Una antología personal es, a la vez, memoria y apuesta. Reúne lo que el tiempo ha decantado como significativo, lo que resiste las modas, lo que todavía interpela. En este sentido, la presente selección de veinticinco cuentos constituye no solo un testimonio literario, sino también un mapa íntimo de la experiencia salvadoreña entre 1987 y 2002, periodo que el autor reconoce como el núcleo de su carrera literaria.
La trayectoria arranca en los últimos años de la guerra civil, cuando el absurdo y lo grotesco dominaban la vida cotidiana. Los textos iniciales, más tarde recogidos en el libro ¿Guerrita, no? (1992), nacen de esa atmósfera. No hay aquí exaltación ni heroicidad, sino el registro de una realidad degradada en la que los ideales revolucionarios se habían erosionado y la violencia continuaba por inercia, sin horizonte. Esa percepción nihilista se tradujo en un humor negro persistente, un recurso de distanciamiento que permite narrar el horror sin entregarse del todo a él. El humor, en este caso, no suaviza, sino que enfatiza lo absurdo.
En su segundo volumen, Del Asfalto (1994), se percibe un cambio. El autor quiso tomar distancia de la guerra, aunque algunas estampas persistieron inevitablemente. La escritura experimenta entonces un desplazamiento: aparecen nuevas temáticas, surge un pulso urbano más definido, y la técnica narrativa da un salto perceptible. Estos cuentos ensayan recursos distintos, juegan con estructuras, exploran atmósferas menos inmediatas, y van perfilando lo que luego alcanzará su madurez.
Esa madurez se expresa con plenitud en la colección breve Los encierros (1997), obra galardonada con el primer lugar en los Juegos Florales de San Salvador. El jurado de aquel certamen lo formaban tres nombres mayores de la narrativa salvadoreña: José María Méndez, Álvaro Menén Desleal y David Escobar Galindo. Que ellos reconocieran el valor de la colección no es un detalle menor: legitima una escritura que supo encontrar su tono en el difícil equilibrio entre lo íntimo y lo social, lo grotesco y lo lírico, lo testimonial y lo fantástico.
En este conjunto se incluyen también dos relatos posteriores, pero la delimitación temporal es clara: de 1987 a 2002. Allí se encuentra lo que el autor llama su “carrera literaria”. Más allá de lo escrito antes o después, este periodo constituye la zona de mayor intensidad creadora, el momento en que la literatura le dio, en sus palabras, “mucho de lo que soy y de lo que agradezco”.
La antología ofrece, en consecuencia, una visión panorámica y depurada de esa etapa. Se han seleccionado veinticinco cuentos que representan distintos registros: desde el humor corrosivo hasta la fábula fantástica, desde la sátira política hasta la introspección psicológica, desde el realismo urbano hasta el lirismo simbólico. El criterio de organización es deliberadamente alfabético: no se busca imponer un itinerario emocional, sino permitir que el lector explore un catálogo de obsesiones, tonos y mundos.
Un punto de discusión frecuente, tanto para escritores como para lectores, es el medio de publicación. ¿Antología digital o en papel? La respuesta aquí es clara: la opción más realista y democrática es la publicación en línea. Las condiciones actuales favorecen la circulación digital, que no exige los costos de impresión ni la logística de distribución. Pero hay algo más: al publicar en línea, esta antología se abre a un público más amplio, que no necesariamente tiene acceso a librerías locales ni a ediciones físicas de circulación limitada. El soporte digital garantiza la permanencia y la accesibilidad de un material previamente validado por editoriales y certámenes.
Esta decisión responde, además, a la propia naturaleza de la obra. Estos cuentos nacieron en un país sitiado por la guerra y la posguerra, donde la oralidad popular, la precariedad y el absurdo convivían con un hambre de relatos. Publicarlos ahora en digital es, de algún modo, prolongar esa vocación de sobrevivencia: la literatura como archivo vivo, siempre disponible, siempre replicable, resistente al olvido.
El lector que se acerque a esta antología no encontrará una sola voz, sino muchas. Hay ironía, dolor, sátira, lirismo, juego, memoria. El autor no busca ofrecer un retrato lineal de sí mismo, sino una galería de tensiones que atravesaron su escritura durante quince años intensos. Esa pluralidad es precisamente su riqueza: lo grotesco se equilibra con lo poético, lo social con lo íntimo, lo solemne con lo humorístico.
En última instancia, lo que se ofrece aquí es un testimonio literario y vital: un conjunto de textos que nacieron de la experiencia de vivir en un tiempo desbordado de violencia y desencanto, pero que lograron convertir ese material áspero en literatura. El autor reconoce que la literatura le dio mucho; esta antología, al poner sus mejores frutos en circulación abierta, devuelve algo a la literatura y a los lectores.